martes, 19 de enero de 2010

33-Una caminata por las vías


Aguas CalientesPerú — martes, 19 de enero de 2010



“A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde” (decía Lorca) Pero nada de muerte ni de niños con sábanas blancas. A esa hora comenzamos a caminar hacia el mítico pueblo de Machu Picchu. En un principio éramos siete: Matías, José, yo, y dos parejas que venían desde Cuzco con nosotros.
Partimos de la Hidroeléctrica. Desde allí las vías toman dos caminos diferentes. Siguiendo a unos coreanos que portaban tremenda cámara con trípode y todo, nos fuimos por el camino equivocado, pues las vías acababan a unos pocos metros. Enseguida regresamos y siguiendo a un contingente de mochileros bastante grande (más de 30) subimos por un caminito entre la selva. A los diez minutos estábamos en las vías, y ahora sólo restaba caminar. Nada de subir y subir cerros y escalones como en la Isla del Sol. Aquí se trataba de una caminata tranquila por las vías del tren. Con el rugir del Río Urubamba acompañándonos a cada paso, y la grandiosidad de la selva a su lado.











El camino es largo, pero angosto. Sólo el espacio para las vías y para que pase el tren. Por momentos pensaba que un tropezón me iba a llevar rodando hacia el fondo del Urubamba. Tuvimos la suerte de que el clima nos acompañara. Hoy sabemos que a menos de cinco días de nuestra visita aquellas vías quedaron completamente destruídas, el camino tapado por el río y parte del pueblo arrastrada también por él.
Nos tomamos el tiempo para hacer algún descanso y por supuesto tomar fotos del paisaje: selva, cerro y ríos.



Si se observa hacia arriba a la derecha, a poco de cruzar el puente se puede ver algo de lo que se disfrutará en pocas horas: las ruinas de Machu Picchu.
Ya estaba anocheciendo cuando el cansancio se empezó a hacer sentir. Un  chico de no más de 17 años reunió a todos en medio de la vía (no había otro lugar donde hacerlo) y nos explicó que él era del lugar y que era un guía de uno de los tantos grupitos que había allí. Nos dijo que era preferible esperar a que llegaran los que venían caminando más atrás y seguir todos juntos (éramos como 50), ya que unos tenían linternas y otros no, y además estábamos ya muy cerca del pueblo y en un momento había que descender de las vías y no todos sabían el lugar exacto donde había que hacerlo. Me pareció una buena idea. De hecho, enseguida oscureció y ninguno de nosotros portaba una linterna, así que las luces de los demás nos sirvieron para completar lo que quedaba del camino.


Llevábamos cuatro horas de caminata cuando el muchachito nos condujo ya por fuera de las vías. Ingresamos por una calle y llegamos a un museo. Según él, debíamos atravesar el museo para llegar hasta el pueblo, pero los serenos del museo no nos permitían pasar. Entonces apareció una mujer sorprendida que nos preguntó qué hacíamos todos allí cuando la calle que conducía al pueblo quedaba del lado contrario. Ella misma, que trabajaba en el Museo, buscó una linterna y nos acompañó nuevamente hasta las vías y nos explicó por dónde debíamos ir. El imberbe guía a todo esto había desaparecido de nuestra vista. Así que seguimos solos, caminando no sabíamos por donde. No sabíamos si pisábamos asfalto, tierra, pasto, o qué. No se veía la luna y en lo alto, frente a nuestros ojos las siluetas negras de los cerros se alzaban imponentes dibujando una expresión terrorífica. Recuerdo haber tenido la sensación de que no estaba llegando a Machu Picchu sino a Mordor en la Tierra Media. Después creímos que llovía cuando en realidad estábamos pasando por debajo de un cerro y nos caía agua desde su cima.

 Minutos después atravesamos un puente enterándonos de esto cuando ya habíamos salido de él. No se veía absolutamente nada, hasta que todo se iluminó de repente y tuvimos la satisfacción de saber que habíamos llegado a Aguas Calientes. Allí los distintos grupos se dispersaron. Nosotros fuimos al hotel donde nos esperaba Freddy, el coordinador y allí nos dividió en dos grupos: las dos parejas para un hotel y nosotros tres para otro. Un peruano con la camiseta argentina de Messi nos acompañó al hotel que no tenía un nombre muy original: “Machu Picchu”. La vista desde la ventana del cuarto era privilegiada: nuestro cuarto estaba frente al río. El rugido del Urubamba no paraba de sonar mientras nos tiramos a descansar.


Más tarde sucedió algo que condicionaría el resto de nuestra estadía allí: en el restaurante donde nos llevaron a cenar me sirvieron un plato de fideos con tuco y creyendo que acababa de perder un diente extraje de mi boca un enorme tornillo que venía de regalo en la salsa de los fideos. Freddy, el coordinador, pidió al mozo que sirva otro plato. El comentario del mozo me dejó más tranquilo: “no lo hicimos a propósito”. ¡Menos mal! Después de cenar nos quedamos en el restaurant decidiendo si subiríamos a Machu Picchu caminando o en bus, si con Wayna Picchu incluído o sin él. Por suerte, decidimos no ir a Wayna Picchu y subir a las ruinas en Bus. Esto nos permitiría dormir hasta las 4 de la mañana nada menos. ¡Así que compramos por ahí algo de comida para el día siguiente, y a descansar! La maravilla del mundo ya estaba muy cerca de nosotros.



Mirá los videos de este capítulo:
http://www.vimeo.com/14409248
http://www.vimeo.com/14438462













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