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jueves, 17 de enero de 2013

19-Intentando llegar a Río Tranquilo

LOS ANTIGUOS, ARGENTINA, jueves 17 de enero de 2012



Lo primero que hicimos al levantarnos fue ir hasta la terminal de buses para dejar nuestras mochilas. En vano dimos vueltas por Los Antiguos intentando comprar algunas cerezas ya que eran apenas las 8 de la mañana y todo estaba cerrado. Así que después de tomar algunas fotos en el Lago Argentino y comprar algo para comer, nos volvimos a la Terminal. Allí nos encontramos nuevamente con el profesor, conciudadano mío que se dirigía también a Chile Chico donde lo esperaban unas amigas.







Entre los tres compartimos un taxi hasta la frontera. Apenas salimos de la Argentina otro taxi vino a recogernos. En la aduana chilena no me dejaron pasar unos sanguchitos de jamón y queso, así que me atraganté mientras completaba los formularios, y el último que me quedó me lo escondí en el bolsillo y me lo terminé de comer apenas subimos al taxi. El taxista, muerto de risa por mi ocurrencia nos contó que una vez hizo algo similar pero con un queso, y el queso se le derritió en sus pantalones



En pocos más de media hora estuvimos en Chile Chico, el pueblo que se encuentra frente a los antiguos y donde el Lago Argentino pasa a llamarse Lago General Carrera. Allí dimos unas cuántas vueltas tratando de averiguar quien podía llevarnos hasta Puerto Río Tranquilo, pero el único bus que partía hacia aquel pueblo había salido por la mañana temprano y el próximo recién salía dos días después. A las cuatro de la tarde, un minibús salía desde el centro hacia Puerto Guadal, un pueblo que quedaba a una hora y media de Río Tranquilo. Al menos contábamos con esa opción, pero la idea de quedarnos en Guadal no nos convencía, nuestro único interés era conocer las Catedrales de Mármol del Lago General Carrera.




El profesor se quedó en Chile Chico y andaba por el pueblo tratando de conseguir pesos chilenos a buen cambio mientras Johannes y yo hacíamos dedo en una esquina, en la puerta de un cabaret que se había incendiado hacía poco y de cuyo interior comenzaron a salir perros que se sentaban a nuestro alrededor. Estuvimos tres horas haciendo dedo a los pocos autos que pasaban, ya que la mayoría se limitaba a dar vueltas por el pueblo, al punto de que en un momento ya nos conocíamos los autos de memoria. Había muy pocos autos y eran muy pocos los que tomaban por la carretera.

 A todo esto, ni Johannes ni yo teníamos dinero chileno, así que el alemán fue al banco y… claro, tenía que suceder exactamente eso… Un auto paró en la esquina a preguntarme si por aquella ruta se llegaba a Río Tranquilo y se ofrecieron a llevarme pero no podía dejar al alemán solo, habíamos estado haciendo dedo toda la tarde y además había dejado su mochila a mi cuidado. Cuando Johannes volvió supe que en Guadal no había cajeros automáticos y en Río Tranquilo tampoco, así que corría al banco a cambiar los pocos dólares que me habían sobrado de mis días en Punta Arenas y Puerto Natales.






 La empleada del banco y todo el mundo en Chile Chico aseguraba que en algún momento alguien iba a llevarnos a nuestro destino, pero ese alguien no aparecía y cansados de esperar como dos idiotas al rayo del sol, en un pueblo donde cinco autos giraban en círculo todo el tiempo, nos fuimos a esperar el minibús que salía a las cuatro para Guadal. Yo no tenía mucha experiencia haciendo dedo, y para Johannes era la primera vez, que resultó un fracaso absoluto.



Salimos para Guadal, y fuimos bordeando el lago General Carrera por una ruta de tierra y muchas curvas. Nos llenamos de tierra pero el paisaje era magnífico. Las aguas azules del lago aparecían para luego esconderse entre las montañas y volver a aparecer ante nuestros ojos a lo largo del viaje.





Un rato antes del atardecer llegamos a Puerto Guadal. Allí hicimos dedo otra vez. Nuestra mala racha continuaba. Pero esta vez no aguantamos más de una hora. Enseguida nos fuimos al único hostel que encontramos y donde nos cobraron 9.000 pesos chilenos cada uno. Creo que fue el más caro de todo el viaje. Para colmo, ya había empezado a hacer bastante frío y me tuve que duchar con agua helada porque había que avisar a la empleada que encendiese el termotanque y yo no estaba enterado del trámite.




Cuando empezó a caer la tarde, el cielo de puso rosado y se reflejaba en el lago. Johannes salió a correr y me lo encontré en un pequeño faro donde tres americanos que habían viajado con nosotros desde Chile Chico estaban acampando. ¡Para no pagar un camping habían instalado su carpa junto al faro, donde el viento ya empezaba a azotar a aquella hora! Los yanquis tenían la misma información que nosotros: no había transporte hacia Río Tranquilo hasta dos días más tarde.


La buena noticia la trajo Johannes un rato después: en su trote por el pueblo se había enterado de un minibús que partía al día siguiente hacia Río Tranquilo, así que compramos inmediatamente los pasajes y el alemán corrió a avisarle a los americanos que hiciesen lo mismo. Cenamos en el mismo hostel y a las siete de la mañana, con frío y dormidos todavía, salimos al fin hacia Puerto Río Tranquilo. Las catedrales de mármol ya estaban mucho más cerca.












miércoles, 16 de enero de 2013

18-Y se va la segunda...

EL CHALTÉN, ARGENTINA, miércoles 16 de enero de 2013


Cuando comencé a planear este viaje, lo visualicé desde un primer momento en dos etapas: aquella que correspondía al extremo más austral de la patagonia, y la que, luego de un viaje de más de un día desde El Chaltén hasta Esquel (previo paso por las Catedrales de Mármol en Chile), emprendería por la patagonia norte. El destino quiso no sólo que aquellos planes se cumplieran, sino que las dos etapas estuviesen bien delimitadas por distintos factores.




Dejaba atrás Ushuaia, Punta Arenas, Puerto Natales, las Torres del Paine, El Calafate y El Chaltén y los glaciares, las reservas en algún que otro hostel y las excursiones contratadas de antemano. Atrás quedaban también mis compañeras de viaje Laura y Marianela, y nuestras formidables aventuras. Un nuevo viaje era el que emprendería de allí en más sin tanta programación y abierto a nuevas y no menos sensacionales experiencias.

Mi próximo destino era Los Antiguos, aquel pequeño pueblo donde hacía apenas unos días se había celebrado la Fiesta Nacional de la Cereza. El micro salió de El Chaltén por la mañana y después de un caluroso viaje por la estepa patagónica llegó a Los Antiguos pasada la tarde. A lo largo del trayecto hubo tres paradas, una de ellas para detenerse a contemplar por unos minutos las aguas turquesas del lago Cadriel. Las otras dos, para ir al baño y estirar un poco las piernas. Fue en la primera de aquellas paradas que conocí a Johannes, un joven alemán que sin saberlo, se convertiría en coprotagonista de mi viaje durante las dos semanas siguientes. 

La mayor parte de los pasajeros era de nacionalidad extranjera, entre ellos, unas chicas a las que había visto en el hostel de Ushuaia y dos muchachos israelitas que muy amablemente me convidaron una taza de café turco en una de las paradas que hicimos. Allá, en las cercanías del fin del mundo, entre el calor y el desierto, me acerqué a preguntarle algo a Johannes, quien me sorprendió con su excelente castellano de marcado acento alemán y un singular modismo argentino que lo volvía extravagante y por momentos insólito. Era muy gracioso escuchar a alguien que con acento alemán te dice: “¡Che, Gastón, no seas boludo, pibe! Y este era el caso de Johannes.


El destino de mi nuevo amigo también era Puerto Río Tranquilo y sus sorprendentes Catedrales de Mármol, pero él iba a continuar su ruta por la carretera austral chilena hasta Futaleufú para después cruzar a Esquel. Yo, sin embargo pensaba regresar a Los Antiguos una vez realizado el tour a las catedrales de mármol y desde allí tomar un micro directo hasta Esquel, puesto que el tipo de cambio chileno resultaba demasiado caro para mis bolsillos. La aparición del alemán cambió mis planes y los hizo mucho más interesantes.




Llegamos a Los Antiguos, y apenas descendimos del micro preguntamos por el hostel donde Johannes ya había hecho su reserva, y que era el mismo que yo tenía agendado aunque no había realizado reserva alguna. El hostel quedaba bastante lejos, a unas 10 o más cuadras de la Terminal, y con nuestras mochilas a cuestas comenzamos a caminar. Un poco delante de nosotros iba un muchacho que había descendido del mismo micro que nosotros y al que oimos preguntar también por el mismo hostel. Casualmente, el joven era un docente que vivía en mi misma ciudad.

Llegamos los tres juntos al hostel Padilla donde nos atendió la propietaria, y nos advirtió que no teníamos camas disponibles, excepto la de Johannes, que ya había señado su reserva por anticipado. El profesor se fue entonces a un camping y yo a un hostel al que me mandó la señora, que quedaba a la vuelta. Sin embargo, este nuevo hostel me parecía horrendo. Costaba nada menos que 100 pesos argentinos contra los 60 del otro. Había olor a humedad, las paredes eran de durlock y no había allí otro ocupante además de mi persona. Dejé mis cosas ahí, y me marché sin pagar, con la excusa (oportuna pero cierta) de que no tenía dinero en efectivo porque el cajero automático de El Chaltén no había funcionado durante los últimos días.

Volví al hostel de Johannes, ya que habíamos quedado en encontrarnos para ir a comer, y averiguar sobre el transporte a Río Tranquilo, y allí la misma señora, cuando le pregunté si conocía algún otro hostel cercano porque aquel no me gustaba, me dijo que sí contaba con una cama, pero solamente una, y no lo había dicho dado que cuando llegamos con nuestras mochilas a cuestas éramos tres. Así que me quedé tranquilo sabiendo que contaba con un hospedaje bueno, bonito y barato y me fui con Johannes a la oficina de turismo donde nos informaron cómo llegar a Río Tranquilo. Además consulté por el tour a la Cueva de Las Manos, que no me convenció para nada, ya que costaba una buena suma, y encima, implicaba viajar un tiempo considerable por el mismo largo y extenuoso camino por el que habíamos estado viajando hasta hacía un rato.

Después de tomar algunas fotos en un mirador, y de extraer al fin dinero del cajero, Johannes me acompañó a recoger mis cosas. Le dije al encargado que me iba, puesto que no había conseguido dinero y que prefería alojarme en un camping. Me acomodé en el nuevo hostel y después nos fuimos a cenar unas pizzas mientras conversamos largo rato y aprovechamos para conocer algo de nuestras respectivas vidas. Creo que alemán estaba muerto de hambre desde que había salido de El Chaltén porque quería cenar a las siete de la tarde, yo en cambio me había llevado en un tuper media pizza que me había sobrado de la noche anterior cortada en pequeño trocitos y estuve masticando eso a lo largo de todo aquel viaje.

Apenas oscureció emprendimos la vuelta al hostel y después de un buen baño nos acostamos a dormir. Las catedrales de mármol no estaban muy lejos, pero llegar hasta ellas sería toda una odisea digna de aquel viaje y de nuestros espíritus aventureros. Comenzaba así la segunda parte de mi viaje, y en este caso, segundas partes… sí fueron buenas. 


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