miércoles, 20 de enero de 2010

35-Más Caliente que Aguas Calientes

    Aguas CalientesPerú — miércoles, 20 de enero de 2010

Lo que sigue es el relato más infausto de todo este diario. Y comienza aquí, este 20 de enero en el Santuario Histórico de Machu Picchu, o mejor dicho, mientras me despedía de él.Dejé a Matías y a José entre las ruinas y me dirigí a los baños que se encuentran en la entrada de Machu Picchu donde hubo gente a la que le negaron la entrada por no pagar 1 sol. El baño al que entré era una verdadera mugre. Un asco, muy sucio si uno tiene en cuenta la magnitud del lugar en donde se encuentra. Cuando salí del baño me tomé el micro que me llevaría hasta el pueblo.



Realmente no sé de dónde sacaba fuerzas para no vomitar. La cabeza me transpiraba y sentía el estómago revuelto. Sabía que no se debía a un apunamiento ya que hasta la fecha había pasados por lugares cercanos a los 5.000 metros de altura. Y Machu Picchu no supera los 2.400 por lo tanto le seguí echando la culpa a los fideos de la noche anterior que habían venido con un tornillo incorporado. El micro llegó al pueblo, descendimos todos, caminé una cuadra y allí, en una esquina pude eliminar todo lo que me había estado importunando desde la mañana. Vomitar es algo que odio, se me corta la respiración, me ahogo, termino con todo el cuerpo dolorido. Es la peor cosa que me puede pasar y pese a mis intentos por evitarlo, finalmente me pasó. Como pude, destruido, caminé las pocas cuadras que faltaban, crucé el puente y llegué al hotel. Allí, una adolescente, hija de los dueños me explicó muy amablemente que no podría ingresar a la habitación porque mis amigos y yo sólo teníamos paga una noche.

De modo que debería pagar la estadía del día siguiente o retirarme del cuarto. Le expliqué a la jovencita que habíamos pagado a la agencia por dos noches, ya que nuestra idea era permanecer hasta la tarde en Machu Picchu y además, ir a las aguas termales la mañana siguiente. A mis argumentos para poder entrar le agregué el estado de salud en el que me encontraba pero no había caso. Encima yo no tenía en mi poder las llaves del cuarto, no sabía si las tenía Matías o José, y la chica insistía en que ella no tenía ninguna copia. Era evidente que no quería dejarme entrar, así que mandé a llamar a su madre y le expliqué lo que sucedía. La señora me entregó una copia de la llave y fui derechito al baño, a cepillarme los dientes y darme una buena ducha. Pero enseguida golpearon a la puerta y era de nuevo la jovencita peruana que insistía con que debía pagar o retirar mis cosas y las de mis amigos de la habitación.

Ya bastante alterado, le cerré la puerta en la cara y le dije que se comunicara con la agencia, puesto que las dos noches ya habían sido pagadas. Todavía me dolía el estómago y me acosté a dormir, caí rendido…Cuando desperté, observé a un Matías muy alterado que hablaba con José mientras se comía las últimas migajas de lo que iba a ser mi almuerzo aquel día (había comprado la noche anterior un montón de cosas que no pude llevarme a la boca por el estado en que me encontraba).Entonces me contaron lo que había sucedido: José llegó primero al hotel y se acostó a dormir. Matías llegó poco después, golpeó a la puerta y nadie lo escuchó, entonces bajó a la recepción y la simpática muchachita le dijo que nosotros habíamos salido, además de recordarle que debíamos sacar nuestras pertenencias de allí o pagar la segunda noche. Entonces Matías salió a buscarnos por la ciudad. No nos encontró, por supuesto. Regresó al hotel. La adorable criatura le dijo que nosotros no habíamos regresado.

Pensó que tal vez habíamos ido a comprar los pasajes para tomar el tren hasta la hidroeléctrica el día siguiente (ya habíamos acordado que regresaríamos en tren). Fue hasta la estación de trenes y como tampoco nos encontró volvió al hotel, allí golpeó la puerta hasta despertar al somnoliento José, y agotado por todo lo que había caminado se sentó a comer mi comida. “Toy tan nervioso que de los nervios me he comido todo eso que no se de quien era…”, afirmaba con su materno acento chileno y con su mejor cara de “yonofui”.

En aquel momento lo que menos me importaba era la comida, ya que seguía sintiéndome mal y no probaría un bocado de todo aquello. Con un José que no hablaba ni comprendía una sola palabra en español y yo al borde del segundo vómito, a Matías no le quedaba otra que ir a comprar los pasajes por más cansancio que tuviera. Ya eran las casi las 6 de la tarde y la boletería cerraba a las 7. Teníamos que asegurarnos los pasajes para el único que tren que sale de allí cada mediodía.Pero en aquel momento en que Matías se decidía a caminar de nuevo hasta la estación, golpearon a la puerta y era nada menos que uno de los empleados de la agencia con la que habíamos contratado el tour. Aquel de la camiseta de Messi que nos había acompañado hasta el hotel la noche anterior. El muchacho había venido a hablar con el dueño del hotel, quien lo había llamado para reclamar por nuestra falta de pago, entonces se acercó hasta nuestra habitación para preguntarnos cuántas noches habíamos pagado, y luego resolver el evidente problema de comunicación que se había presentado entre el hotel y la agencia y que indefectiblemente nos perjudicaba a nosotros.

Le contamos todo lo que nos había sucedido, con la hija del dueño que no nos dejaba entrar y que le había mentido dos veces a Matías diciéndole que nosotros no estábamos allí. El muchacho muy sereno nos anticipó que todo iba a salir bien. Y nos advirtió que no fuéramos a la estación a comprar los pasajes. Que le lleváramos los pasaportes y el dinero a Freddy, el coordinador, sí sí, ese mismo que había sido nuestro guía en Machu Picchu y que tenía su oficina virtual en un hotel a pocas cuadras, donde nos había citado la noche anterior después de nuestra maratónica caminata.Entonces Matías salió con los pasaportes. Yo seguía en la cama, tratando de no moverme para que no me volviese a suceder aquello de más temprano…y José… yo no sé realmente si José llegó a comprender algo de lo que pasaba. Como a los 40 minutos regresó Matías, más alterado de lo que se había ido pero a la vez con una expresión de resignación que me sorprendió en él a pesar del poco tiempo que lo conocía. ¿La novedad…? No nos podríamos ir de allí al día siguiente. Había ido con los pasaportes y Freddy le contestó que a él no le correspondía ocuparse de aquello, que los pasajes los teníamos que comprar nosotros.


Cuando llegó a la estación de trenes, eran las 7 menos cuarto y todos los pasajes para el tren del día siguiente se habían agotado. Estábamos totalmente histéricos. La catarata de negligencias y malas informaciones nos llevaban a tener que permanecer un día más en Aguas Calientes, aquel pueblo que tan mal nos estaba tratando y de dónde queríamos huir lo antes posible. Además de romper el itinerario previsto para los próximos días tendríamos que pagar una noche más en aquel hotel y por supuesto, aquello estaba lejos de nuestras intenciones. Matías y yo estábamos tan alterados que lo mandamos a José a la recepción para que hablara con el dueño del hotel para que se comunicara con la agencia o con quien fuese y que alguien no diera una solución. José puso su mejor voluntad pero claro, no le entendieron ni jota de lo que dijo. Al rato apareció el dueño del hotel en la habitación y todo tomó otro color. Le explicamos cada una de las cosas que nos habían sucedido, y que no volveré a enumerar aquí, y le dejamos bien claro que no nos moveríamos de allí porque yo no estaba en condiciones ni de levantarme de la cama, y que no pagaríamos una noche más porque era por culpa de ellos que no habíamos conseguido comprar los pasajes. El tipo se molestó y yo empecé a levantar la voz. La respuesta fue insólita: -“¡No grite, señor! ¡Usted está en el Perú!”-¡Y a mi que carajo me importa! –Le contesté-Luego de una larga discusión en la que yo no paraba de gritar desde la cama, desnudo y tapado hasta el cuello, mientras Matías y José me miraban incólumes (yo creo que pensaron que me moriría allí mismo de un ataque de presión o que en cualquier momento me avalanzaría sobre el dueño del hotel para estrangularlo).


En aquel estado le aclaré al hombre que, ya que su hija
había estado toda la tarde preocupada por el dinero que según ellos no habíamos pagado, estaban ahora en condiciones de preocuparse en serio, porque nos quedaríamos un día más allí y esta vez sí que no les pagaríamos la estadía. Entonces le sugerí que hablara a la agencia y que se hicieran cargo ellos de nuestra obligada permanencia en su hotel. El tipo se calmó (o se asustó al verme en aquel estado de excitación) y dijo que se ocuparía de solucionar el conflicto, pero que ante todo, lo primero que haría sería llamar a un médico para que me atienda, ya que en aquel estado no podría irme aunque tuviese el pasaje en mano, y además se comprometió a llamar a un policía para efectuar la denuncia por la comida en mal estado que me habían dado en el restaurante.Una hora después volvió el chico de la camiseta de Messi que había sido llamado por el dueño del hotel. Otra vez hubo que relatar toda la historia, y la respuesta me terminó de ofuscar:-“Yo creo, señor…-, dijo con toda tranquilidad- que ustedes tendrían que haberse organizado mejor”.Por la cara de mis compañeros me di cuenta después, que yo ya estaba al borde del colapso. Nunca me saqué de aquel modo. No me alcanzaba la garganta para gritar. Empecé a insultarlo y a decirle de todo, de él y de todos sus conciudadanos que no sabían ni administrar un hotel, ni atender a un turista, ni poner una toalla en la habitación, ni cocinar un plato de fideos.

El muchacho con evidente pavor pidió disculpas y dijo que nos quedáramos tranquilos, que hablaría con Freddy para que pudiésemos irnos de allí al día siguiente, y que en caso de que el tal Freddy no se ocupara, él mismo se comprometía a ayudarnos. Dijo también que el médico y el policía llegarían a la brevedad.El ataque del estómago se sumó al ataque de nervios, y en aquel estado de locura que no me invadía hacía años me quedé profundamente dormido, y mis amigos también. Despertamos al día siguiente, sin médico, sin policía y sin pasajes de regreso… Pero eso ya es parte de otro capítulo.






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