lunes, 31 de diciembre de 2012

1-Año nuevo en el fin del mundo.

USHUAIA, ARGENTINA, lunes 31 de diciembre de 2012


Mi vuelo hacia Ushuaia partió desde Buenos Aires a las siete de la mañana del último día del año. Hacía exactamente un año atrás estaba volando desde Guayaquil hacia las Islas Galápagos, y otro año más atrás me preparaba para recibir el 2011 en Río de Janeiro, y si miro aun más hacia el pasado, un 31 de diciembre de 2009 llegaba a la localidad argentina de Humahuaca para comenzar el 2010. Aquel primer viaje con la mochila a mis espaldas fue el que definió mi nueva costumbre de pasar cada año nuevo en un lugar diferente del mundo.



Antes de aterrizar en Ushuaia fui testigo del primer impacto visual: el cielo estaba lo suficientemente despejado para que pudiese divisar desde allí arriba el Estrecho de Magallanes y junto a él la enigmática Isla Grande de Tierra del Fuego, territorio compartido por Argentina y Chile. Las montañas se veían casi todas iguales como una enorme tableta de chocolate, pero tricolor: verde en la base, debido a los extensos bosques, marrón oscuro hacia arriba, donde la vegetación ya no crece, y los extremos blancos como decorados con inmensos chorros de crema chantilly. Aquella vista desde el cielo fue el primer regalo que el paisaje le ofrecía a mis ojos, hasta el mismísimo momento de aterrizar en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo.

Contrariamente a lo que pensé, no hacía demasiado frío en aquellas latitudes. Un par de días antes había consultado las temperaturas de Ushuaia, y en aquellos días promediaban los 2 grados C. Pero aquel era un día soleado, radiante, al que los fueguinos venían esperando desde hacía tiempo, pues además de ser el último día del 2012, era el primero del mes de diciembre en que salía el sol, y la lluvia parecía haberse retirado al menos por un tiempo.

Una vez en el aeropuerto tomé un taxi hasta el hostel donde tenía una reserva programada desde hacía tres meses: Cruz del Sur. El taxi me costó unos 40 pesos argentinos, y al llegar al hostel me recibió Ana, la encargada y sobrina del dueño. Cuando le conté mis intenciones de quedarme cinco días, y viajar luego a Punta Arenas me informó que estaba difícil conseguir pasajes puesto que pocas empresas realizaban ese trayecto por tierra, y los cupos se agotaban fácilmente. Le pagué entonces por las cinco noches (luego comprobé que me cobró la tarifa correspondiente a enero de 2013 y no a septiembre de 2012, fecha en la que yo había efectuado la reserva, y aun habiendo consultado y confirmado que en caso de aumento, siempre se aplicaba la tarifa de la fecha en la que había reservado).

Después de abonar me fui a comprar mi pasaje a Punta Arenas. En el camino me encontré con Luis, un brasilero al que había contactado días antes a través de facebook, en un grupo de brasileros que planeaban pasar el año nuevo en Ushuaia. Luis me dijo que aquella noche, él y otra gente del grupo recibirían el nuevo año en el Hostel Free Style, que realizaría una fiesta para la ocasión. Me advirtió que en el trascurso del día realizara la reserva para no quedarme afuera a último momento.

Afortunadamente pude conseguir pasaje para el sábado a la madrugada hacia la ciudad chilena de Punta Arenas, así que ya tranquilo, volví al hostel, donde Ana nos explicó a mi, y a una chica oriental que acababa de llegar, los distintos paseos y actividades que podíamos realizar durante nuestra estadía en Ushuaia. Mientras caminaba por las calles de la pintoresca Ushuaia, algo me preocupaba horrorosamente: estaba estrenando zapatillas nuevas y como jamás me había pasado, los pies me dolían horrores. Pensaba cómo iba a realizar todos los trekkings que tenía pensado si las zapatillas me causaban tamaño dolor.


En mi encuentro con Luis, iba tan preocupado por obtener mi pasaje hacia Punta Arenas que no había prestado atención a la dirección del lugar donde se haría la fiesta aquella noche. Fui dos veces a su hostel que quedaba cerca del mío, pero ambas veces se encontraba durmiendo y la encargada no lo quería despertar. Me fui entonces, para aprovechar la tarde al Museo de la Cárcel del fin del Mundo, todo un símbolo de Ushuaia, a partir de la cual fue creciendo la ciudad, y por la que han pasado célebres personajes, asesinos seriales y presos políticos. Ahí me encontré de nuevo con Luis, y me explicó nuevamente dónde se hacía la fiesta de fin de año.

Cuando llegué al hostel Free Style con la intención de hacer mi reserva, me encontré con la sorpresa de que Luis no tenía ninguna reserva a su nombre, ni tampoco la tal María Helena que él mismo me había hecho mencionar, para que me anoten junto a ellos. Me pareció muy extraño, puesto que acababa de hablar con él, y pensé que seguramente me habría equivocado de hostel y de fiesta. Traté en vano de encontrar un cíber para ver si estaba conectado a facebook pero aquel día todo en Ushuaia cerró más temprano que de costumbre y casi ni había gente en la calle, así que volví a mi hostel para usar las computadoras y me di cuenta de algo que me sorprendió para mal: estaban preparando una cena de fin de año, para los huéspedes que habían realizado la reserva previamente. Mi sorpresa se debió a que cuando llegué por la mañana, pregunté a Ana, la encargada, si habría alguna cena aquella noche y me respondió que no, porque ya habían hecho una la semana anterior, en Navidad y ella y su tío habían quedado extenuados de tanto trabajo. Evidentemente me había mentido. Hubiera sido más fácil decirme que sí habría allí una cena pero que ya tenían todo comprado y no podían sumar gente. Me hubiese cocinado cualquier cosa y me quedaba ahí con mis compañeros de cuarto, sin gastar los 150 pesos que pagué por asistir a la fiesta en el Free Style.
Mientras trataba de comunicarme con Luis a través de Internet, me puse a charlar con unos brasileros que había en el hostel. Las únicas personas con las que podía conversar ya que el resto parecía hablar solamente inglés, y hasta el momento no había visto por allí a ningún argentino, latinoamericano o español.

Finalmente, me cansé de tanta vuelta y volví al Free Style, donde Luis y su amiga brillaban pos su ausencia, ni estaban registrados ni aparecieron jamás. Me pareció de muy mal gusto invitarme a un lugar, decirme que iban a esperarme allí y desaparecer luego para siempre de la faz de la tierra. Pero quienes sí estaban casualmente en la fiesta eran los tres brasileros que se hospedaban en el Cruz del Sur: Eri, Pedro y Mauricio. Con ellos recibí el año, comiendo choripanes y bañados en champagne. Como a las once y media de la noche, recién el sol de ocultó del todo. En Ushuaia oscurece tardísimo. 

Un año nuevo distinto, como todos los que había vivido hasta entonces, y el primero en tres años que no pasaba en plena calle. Después fui haciendo sociales con uno y otro, toda gente macanuda que fui conociendo durante la fiesta. Como a las tres de la mañana, muerto de sueño, me volví al Cruz del Sur, donde apenas quedaban levantadas cuatro o cinco personas. Todo había sido tan rápido aquel día que casi no había tenido tiempo para tomar conciencia de que este nuevo viaje ya había comenzado, y, como en todos los demás, un cúmulo de aventuras, de paisajes, de amigos y compañeros de viaje era lo que me esperaba en el transcurso de los días por venir.





















martes, 7 de febrero de 2012

32-Resumen de viaje

Resumen de lugares visitados y actividades realizadas en este viaje: 

DÍA 1-GUAYAQUIL-MONTAÑITA. Arribo a Guayaquil. Viaje a Montañita y noche en la playa.
DÍA 2-MONTAÑITA. Día de playa
DÍA 3-MONTAÑITA. Día de playa.
DÍA 4-MONTAÑITA-GUAYAQUIL. Caminata por Montañita. Viaje a Guayaquil. Malecón 2000-Exposición de años viejos-Barrio Las Peñas-Cerro Santa Ana.
DÍA 5-ISLAS GALÁPAGOS- Llegada a Galápagos. Año nuevo en Puerto Ayora
DÍA 6- ISLAS GALÁPAGOS – Puerto Ayora. Estación Científica Charles Darwin.
DÍA 7- ISLAS GALÁPAGOS – Santa Cruz. Parte alta de la isla. Santa Rosa. Rancho Primicias. Tortuga Bay.
DÍA 8- ISLAS GALÁPAGOS – Santa Cruz. Tour de la Bahía. Playa de los alemanes-Las Grietas.
DÍA 9- ISLAS GALÁPAGOS- Tour a Isabela.
DÍA 10- ISLAS GALÁPAGOS-Tour a Floreana.
DÍA 11-GALÁPAGOS-CUENCA- Vuelo Baltra-Guayaquil. Viaje a Cuenca. Festejos del 6 de enero.
DÍA 12-CUENCA-Parque Nacional El Cajas. Centro histórico de Cuenca.
DÍA 13-CUENCA- Ingapirca. Turi.
DÍA 14-CUENCA-Museo del Banco Central. Turi. Catedrales. Termas de Baños.
DÍA 15-LOJA- Parque Recreacional Jipiro.
DÍA 16-LOJA- Basílica de El Cisne.
DÍA 17-VILCABAMBA. Taller de teatro para adultos mayores en el MIES-INIGER
DÍA 18-VILCABAMBA. Trekking al cerro Mandango.
DÍA 19-VILCABAMBA. Caminata por el pueblo.
DÍA 20-BAÑOS- Recorrido por el pueblo. Iglesia. Feria artesanal. Tour nocturno al mirador del Tungurahua.
DÍA 21-BAÑOS- Tour Ruta de las Cascadas. Aguas termales.
DÍA 22-BAÑOS- Zoológico de Baños.Viaje a Latacunga.
DÍA 23-LATACUNGA- Laguna Quilotoa.
DÍA 24-LATACUNGA- Parque Nacional Cotopaxi. Viaje a Quito.
DÍA 25-QUITO-Teleférico-Centro histórico-Mirador del Panecillo.
DÍA 26-QUITO-Mitad del Mundo.
DÍA 27-QUITO-TENA- Centro histórico. Viaje a Tena.
DÍA 28-MISAHUALLI- Bus Tena-Misahualli. Tarde en la playa.
DÍA 29- MISAHUALLI- Tour por la selva día completo. Bus de regreso a Quito.
DÍA 30- QUITO- Palacio de Carondelet. Bus a Cotacachi.
DÍA 31- COTACACHI-IBARRA- Recorrido por Ibarra y mirador de San Miguel Arcángel.
DÍA 32- COTACACHI-OTAVALO- Visita al mercado artesanal de Otavalo.  Navegación en Laguna de Cuicocha. Pueblo de Quiroga.
DÍA 33- QUITO- Teatro Malayerba. Viaje a Canoa.
DÍA 34-CANOA- Día de playa.
DÍA 35-CANOA-PUERTO LÓPEZ- Viaje a Puerto López.
DÍA 36-PUERTO LÓPEZ- Playa.
DÍA 37-PUERTO LÓPEZ-Playa.
DÍA 39-PUERTO LÓPEZ- Playa Los Frailes.
DÍA 40-PUERTO LÓPEZ-GUAYAQUIL- Bus a Guayaquil. Bar. Disco.
DÍA 41-GUAYAQUIL- Malecón 2000. Avenida 9 de Octubre. Parque Centenario.
DÍA 42-GUAYAQUIL- Malecón 2000-Barrio Las Peñas-Cerro Santa Ana.
DÍA 43-GUAYAQUIL- Museo Municipal. Parque de las iguanas. Malecón 2000. Cerro Santa Ana.


Mirá el video de este capítulo:

Por la mitad del mundo from Gaston Quiroga on Vimeo.


sábado, 4 de febrero de 2012

31-Hasta pronto Ecuador

GUAYAQUIL, ECUADOR, sábado 4 de febrero de 2012



Entre que llegué a Guayaquil, me instalé nuevamente en el Hostal Manso, me di una ducha y comí algo, me agarró la noche. Como a las 22 me fui a recorrer los bares de la zona rosa, después me metí en una disco donde conocí a un grupo de muchachos y cuando cerró, nos fuimos todos a otra disco, bastante lejos de allí, donde al menos estuvo abierto hasta las 5 a.m.




 
Cuando regresé al Hostal Manso me encontré con una noticia inesperada. A las 12 debía abandonar mi cuarto, ya que no había hecho ninguna reserva para los días posteriores y dos muchachos estaban durmiendo en los sillones del hall, a la espera de que se desocupase alguna cama.
No era la primera vez que me sucedía algo así, y esta vez me pasó porque en Guayaquil, los hostales son bastante más caros que en el resto de Ecuador. Entonces pensé que en los días siguientes podría tal vez encontrar un hostal más económico, que los 11.60 dólares que pagaba en el Manso. Fue un gran error. El empleado del Manso, muy amable, llamó a unos cuántos hostales cuyo precio era similar al de ellos, y terminé yendo a pocas cuadras de ahí, al Hotel Pacífico, sobre la calle Escobedo, donde pagué 12 dólares por una habitación individual con baño privado y TV.

Lo que quedaba del domingo y el lunes, ya etapa final de mi viaje, me dediqué a descansar, a recorrer el malecón, la Avenida 9 de octubre, el Parque Centenario, algunas calles e iglesias, el barrio Las Peñas y el cerro Santa Ana. Durante la noche, como no era seguro andar caminando solo, después de cenar me quedaba viendo películas en el hotel.


El martes, mi último día en Ecuador, armé por última vez mi equipaje y por la tarde aquellos amigos que me habían recibido tan bien en mi breve paso por Guayaquil el 30 de diciembre me vinieron a buscar. Diana y Héctor me pasaron a buscar como a las dos de la tarde y fuimos al Museo Municipal, un museo sumamente interesante donde nos quedamos haciendo la visita guiada hasta que cerraron. Piero, uno de los guías, tambien pertenece al grupo de Diana y Héctor y fue el encargado de mostrarnos la parte arqueológica del museo y desentrañar muchos de sus misterios.



Después el museo nos fuimos al famoso parque de las iguanas, donde muchos de estos animales se pasean entre la gente y copan los árboles junto a las palomas. Las iguanas terrestres que había en el parque eran casi todas verdes y mucho más grandes que las que había visto en las islas Galápagos



Nuestro paseo siguió por el malecón hasta desembocar en la base del cerro Santa Ana. Allí nos encontramos con Juan, y subimos todos hacia un bar que tenía una excelente vista del río. Compartimos unas cervezas, y ya era de noche cuando bajamos y casi al llegar a la base, para mi sorpresa, apareció Franklin, el mismo que me había acompañado un mes atrás durante mi estadía en las islas Galápagos. Franklin había llegado con más de tres horas de demora, y al parecer venía de correr porque estaba completamente transpirado.


 Caminamos nuevamente por el malecón, y nos despedimos enseguida, no sin antes ser testigos de una imagen bastante bizarra: unos bomberos intentaban sacar del río una vaca muerta que había sido traída por el Guayas quien sabe desde dónde.  Se me hacía tarde para tomar mi vuelo.




Con Diana, Héctor y Juan nos dirigimos al hotel Pacífico, donde Fernando, el coordinador del grupo, nos esperaba con su auto. Entonces recogí mi mochila y todos nos fuimos hasta el aeropuerto. Allí nos despedimos, tomé un café, y abordé el avión que debía salir a las 12 de la noche, sin embargo, a aquella hora, se largó una terrible tormenta eléctrica que nos retuvo arriba del avión durante dos horas. Finalmente, contradiciendo todos los pronósticos de los pasajeros, el vuelo despegó cuando parecía llover más fuerte que al principio, en medio de las nubes negras e impresionantes rayos, y con unas turbulencias dignas de una película de cine catástrofe. 

 Como a las 8 de la mañana aterricé en Buenos Aires. Dejaba atrás innumerables momentos de diversión, paisajes maravillosos, amistades nuevas, anécdotas insólitas, playas, selvas, sierras, islas, volcanes, tortugas gigantes, ciudades coloniales… Y renacía la expectativa por el próximo viaje… Ahora había que esperar un año, pero también había que editar videos, subir fotos a la web, elegir mi próximo destino y planificar el siguiente viaje. Y también escribir este diario, mientras dure la espera.









martes, 31 de enero de 2012

30-Aventuras en Puerto López

PUERTO LÓPEZ, martes 31 de enero de 2012


Mientras esperaba a Titina, me puse a charlar con su amigo. Se llamaba Ronnie y era peruano, de Pucallpa. Había conocido a Titina en Montañita. Era parchero (tatuador) y había viajado sin documentos desde su país, también había estado preso, robaron su ropa y su cámara… en fin, ¡qué no le había pasado a este personaje que sabía aprovechar muy bien su aspecto indígena para tomarse fotos con los europeos y ligarse un dolarito a cambio!


 En el momento que llegué, acompañaba a Ronnie un alemán de 19 años, Eduardo, que estaba viviendo desde hacía un tiempo al lado del hostal donde se hospedaba Titina, en casa de un tipo que criaba cangrejos de colores. Eduardo trabajaba para este hombre a cambio de techo y comida. Con ellos me quedé charlando hasta que estaba ya por bajar el sol, así que decidí dejarles mi mochila y me fui a buscar a Titina por el centro de Puerto López, que estaba a unas pocas cuadras de allí.

 Puerto López es un pueblo de pescadores, muy tranquilo, visitado por mochileros y artesanos. Mientras estaba tomando unas imágenes de la única cuadra peatonal que hay en el pueblo, descubrí a Titina, conversando con una colombiana. Volvimos por mi mochila, y en el camino me mostró el precioso mural que había terminado de pintar el día anterior, sobre la pared de los baños públicos que están en la playa.



Entonces, Titina me acompañó a buscar hospedaje. Caminamos apenas dos cuadras cuando sucedió lo imprevisible: un terrible chaparrón comenzó a caer sobre nuestras cabezas y en pocos minutos las calles se inundaron completamente. Después supimos que no había llovido tan fuerte en Puerto López desde hacía unos diez años. Unas topadoras debieron romper las calles creando una especie de arroyo para que el agua circulara hasta el mar. Mientras tanto, mi amiga y yo, completamente empapados, y cargando todo mi equipaje, seguíamos buscando un cuarto donde pudiese quedarme por unos días a un precio módico.




 Lea, una de las alemanas que había conocido en Vilcabamba, me había recomendado el Hostel Sol Inn. Era un hostel con muchos europeos, con muchas áreas en común, interesante para hacer vida social, pero las habitaciones me parecieron muy calurosas y me cobraban 7 dólares por una cama en cuarto compartido. Decidí entonces quedarme en otro hostel, justo enfrente del Sol Inn, donde la vida social era igual a cero, pero tenía un cuarto para mi solo, con baño privado por 8 dólares la noche. La arquitectura era similar a la de todos los hostales de Puerto López: rústica, construida en madera y techos de palmera. Después de secarnos, le presté a Titina una remera y nos fuimos a comer pizza.



Al día siguiente fui a buscarla a su hostal y nos quedamos hasta la noche junto a la carpa de Ronnie, con Eduardo el alemán, unas chilenas que se hospedaban en el Sol Inn, un muchacho pelilargo, que hablaba raro y nunca entendimos de qué país era, y que instaló también su carpa ahí, y tres guayaquileños que Titina y Ronnie habían conocido durante los días previos a mi llegada.



El segundo día, el clima había mejorado, pero seguía nublado y fresco, cada tanto lloviznaba un poco, no eran días para estar en la playa, aunque aprovechamos los momentos en que se podía tomar un poco de sol. Aquella tarde, caminamos con Titina hasta un extremo de la playa donde hay unas cuevas, y en el camino me encontré con aquellas tres chicas de Mar del Plata, que me habían socorrido dándome agua durante el ascenso desde la laguna Quilotoa. Al atardecer, fui caminando por la playa con Eduardo hasta el otro extremo de Puerto López y terminamos la noche con Ronnie y Titina en la plaza tomando cerveza con los artesanos.




Lo más lamentable era que para llegar hasta nuestro punto de encuentro (la carpa de Ronnie, frente al hostal de Titina), debía atravesar los agujeros dejados por las topadoras, metiéndome en el barro hasta la rodilla. En una ocasión, mi sandalia quedó enterrada en el lodo y no podía encontrarla, mientras unos gigantes y horribles cangrejos que se habían escapado del criadero donde vivía Eduardo corrían a mi alrededor.


Una de las ideas más divertidas que tuvimos fue la de comer pescado recién traido del puerto, y cocinarlo nosotros mismos en la playa. El tercer día, Ronnie cumplió con su tarea de ir a “manguear” algunos pescados al puerto, y para nuestra sorpresa, apareció con una bolsa repleta de kilos de pescados frescos que le habían regalado los pescadores. Después de lavar los pescados en el mar, y divirtiéndonos con Titina y yo fuimos a comprar unas papas, unos tomates, cebollitas, zanahorias y otras cosas para preparar nuestro “almuerzo artesanal”, mientras Ronnie encendía el fuego. Pero Titina me lo advirtió: “este Ronnie viene de la selva pero dudo que sepa encender un fuego”, y tenía razón. Cuando volvimos, Ronnie intentaba en vano encender un fuego, en un pozo que había hecho en la arena, con ayuda de los tres guayaquileños. Entre los seis conseguimos encenderlo pero era un fuego tan triste que parecía que íbamos a comer el día que llegase la próxima tormenta a Puerto López.

El encargado del hostel de Titina, al vernos se apiadó de nosotros y fue a la casa de su madre que vivía al lado y nos trajo una parrillita. Luego la señora nos mandó platos y cubiertos, y por último, al ver lo inútiles que éramos, nos invitó a usar su cocina y a  freir los pescados en una sartén. Además nos mandó un montón de plátanos fritos. La comida estuvo muy rica, aunque las papas nunca llegaron a dorarse. Sobró mucho, y decidimos dejarlo para la cena, pero pasadas las diez de la noche, cuando le golpeamos la puerta a la señora con la intención de cenar, nos dijo que como ya era tarde pensó que no querríamos comer los pescados, y se los había comido ella con su familia. Media manzana fue toda mi cena aquella noche, y después de atravesar por enésima vez en el día el pozo de lodo con cangrejos, me fui a comer una hamburguesa en uno de los puestos de la playa, y luego a dormir.



El día siguiente, al fin el sol estaba radiante, y nos fuimos con Titina a Los Frailes, la playa más linda que conocí en Ecuador continental. Arenas blancas y olas gigantescas. Una de ellas dejó a Titina literalmente sentada en las alturas mientras yo la miraba desde abajo, antes de empezar a rodar en posición fetal hasta la orilla cubierto por la espuma.

En Los Frailes no hay puestos donde pueda comprarse comida, pero nosotros no lo sabíamos. Afortunadamente, una de las chilenas que habíamos conocido apareció vendiendo panqueques de dulce de leche, y el golpe de suerte de aquel día lo tuvimos cuando yo le decía a Titina “Daría mi vida en este momento por un sanguchito de pan lactal con jamón, queso y mayonesa”. No pasaron cinco minutos de haber manifestado aquel deseo, cuando un muchacho que estaba cerca nuestro con su pareja, vino hacia nosotros y nos dijo:
-“Disculpen, escuché que fueron a comprar comida y no consiguieron nada. A nosotros nos sobró un poco de pan y algo de fiambre. ¿Lo quieren? Porque con el calor se va a poner feo enseguida”.
No hace falta que aclare cual fue nuestra respuesta. El pan lactal, y hasta la mayonesa vinieron incluidos. Aquel día parecía perfecto.

Titina se quedó conversando un rato con la chilena y yo decidí subir al mirador desde donde se ve la playa lindera a Los Frailes, todo ese sector pertenece al Parque nacional Machalilla. Cuando nos fuimos tomamos un mototaxi hasta la entrada, y Titina propuso caminar por la ruta. No sé para qué acepté, porque una vez que nos alejamos de la parada de colectivos, ninguno paraba en medio de la ruta y para colmo empezó a lloviznar. Por suerte, pasó otro mototaxi con una pareja y nos llevó de regreso a Puerto López. 

Aquella noche terminamos junto a a Titina, Ronnie, y Eduardo, cocinando y cenando los pescados que habían quedado en la bolsa, con bananas fritas y otras cosas, en la casa de la señora que tan amablemente nos cobijó. Ya bien tarde, me fui a tomar unas cervezas con Ronnie, las chilenas y los guayaquileños. Había pasado momentos muy divertidos en Puerto López. Tenía la sensación de que estaba allí hacía mucho más que cuatro días. Me despedí de Titina al día siguiente, cuando decidí que ya era hora de partir hacia Guayaquil, mi destino final en Ecuador.





domingo, 29 de enero de 2012

29-Vuelta a la playa


QUITO, ECUADOR, domingo 29 de enero de 2012



Cuando llegué a la Terminal de Carcelén, otra vez me sentó un poco agitado y mareado. Me senté en el piso y esperé allí al metrobús que demoró bastante en llegar. Llegué a las cercanías del parque El Ejido y me dirigí hasta la terminal de la empresa de transportes Imbabura, con la que viajaría aquella noche a Canoa, desde allí mismo, sin tener que ir hasta la terminal de Quitumbes en el otro extremo de la ciudad. Así que compré mi pasaje, dejé mi mochila ahí guardada y me fui a almorzar. Después di unas vueltas por el parque El Ejido, que aquel domingo estaba lleno de gente, artistas callejeros y vendedores ambulantes.




Luego de un buen rato en un cíber café de la Avenida Amazonas, me fui al teatro Malayerba para ver la obra “La razón blindada” de Arístides Vargas uno de los más excelsos dramaturgos latinoamericanos contemporáneos.. El teatro es pequeño y acogedor. Se encuentra frente al parque La Alameda, junto a una iglesia. El problema para llegar es que casi nadie lo conoce, y no hay ningún letrero que indique que allí hay un teatro. Es necesario subir las escaleras como entrando a la Iglesia para poder ubicarlo. La obra fue magnífica, y la sorpresa mayor consistió en ver a actuar al mismísimo Arístides y  su partenaire Gerson Guerra, y conversar con ellos después de una función que me emocionó hasta las lágrimas.

Ya anochecía cuando salí, y me fui a cenar a un restaurante cerca de Plaza Foch. Comí unos riquísimos tallarines con crema, y mientras estaba en eso me encontré ahí con uno de los muchachos que habíamos conocido bajo la lluvia en el Parque Nacional El Cajas, y que me había comentado de ciertos amigos en común. Después de la cena, me quedé haciendo tiempo. No había casi nadie en la calle ni nada interesante que hacer por allí, así que me quedé en Plaza Foch, donde al menos había vigilancia, fumando tranquilo, hasta que se acercó la hora de tomar mi bus hacia Canoa, y taxi mediante me fui hasta la Terminal.






A Canoa llegué a las cinco de la mañana, era de noche, y había una desolación absoluta. Todo cerrado. Fuimos pocos los que bajamos ahí, ya que el micro seguía hacia otros destinos: dos francesas que se iban a un camping, un muchacho que se quedaría en lo de un amigo, un grupito de chilenos y yo, que comencé a tocar timbres en todos los lugares donde leía “hospedaje”, y en cada esquina me cruzaba con los chilenos que estaban en la misma que yo, hasta que un hombre salió no sé de dónde y nos acompañó hasta un hotel, ahí nomás, a una cuadra de la playa y a media de la calle principal. Cuando entramos al hotel tomé el toro por las astas y dije “somos cinco” (como si yo estuviese con los chilenos). Sospechaba que en un cuarto para mi solo me querrían arrancar la cabeza con la tarifa. Una vez que arreglamos el precio (8 dólares por persona), expliqué que necesitábamos un cuarto para cuatro personas y otro para una sola.

El cuarto que me tocó era en un segundo piso, y muy cómodo, amplio, con balcón a la calle y baño privado. Me acosté a dormir un rato y cuando me levanté, cerca de las 11 me fui derechito a la playa. No había mucha gente, la mayoría estaba almorzando, y el sol pegaba muy fuerte. Después de tomar un buen solcito almorcé en un puesto de la playa un omelette de camarones mientras charlaba con unos nenes que jugaban con cangrejos muertos en unos vasos descartables.







Más tarde fui al cíber, y para mi sorpresa, cuando salí estaba lloviznando, así que me fui al hotel a ordenar un poco mi equipaje, sacar cuentas, y organizar mis últimos días en Ecuador. El problema fue que no encontraba en mi mochila las llaves del cuarto para entrar, y después de un buen rato sentado en la puerta de la habitación revolviendo mi mochila una y otra vez, pensé que lo resolvería fácilmente entrando por la ventana. ¡Grave error! Ya había notado que la ventana era bastante floja y que cada vez que uno la abría, se salía del eje por donde debía correr, y lo tuve en cuenta pero sin embargo sucedió lo fatal: abrí la ventana, salté, entré al cuarto y una vez que estaba adentro sentí un terrible estallido a mis espaldas. La ventana se había caído hacia fuera y el vidrio se hizo pedazos contra el suelo, y yo allí, atónito, con un rectángulo vacío ante mis ojos. Enseguida subió la encargada y le expliqué lo sucedido, luego de que trajo una escoba y la ayudé a juntar los vidrios destrozados.

Después del lamentable episodio de la ventana, volví a la playa y me quedé allí conversando con un muchacho que alquilaba tablas de surf hasta que se ocultó el sol. Ya por la noche, los jóvenes empezaron a concentrarse un poco en la calle principal y después de comer de una hamburguesa en un bar me fui al hotel donde me quedé hasta dormirme. Canoa tenía una linda playa, con un mar dorado magnífico teñido por el sol, pero me estaba aburriendo ahí solo. No había museos, ni edificios, ni otra cosa interesante que hacer, que no fuera pasarse todo el día en la playa, y para eso prefería ir a Puerto López, donde Titina, una compañera de trabajo se encontraba desde hacía unos días.


A la mañana siguiente dejé el hotel y a pocas cuadras tomé un micro hasta Bahía de Caráquez y alli tomé otro bus hacia Jipijapa, una vez en este pueblo (que tiene la Terminal de buses más sucia que mi en mi vida), tomé el tercer bus que me dejó al fin en Puerto López. En total los tres micros me costaron 7.50 dólares.

Al bajar del bus me tomé un mototaxi hasta el hostal que me había indicado Titina, que tenía unas cabañitas frente a la playa, y así, después de muchas horas de viaje, en un colorido mototaxi cuyo conductor iba escuchando música a todo volumen, llegué al hostel. El primer inconveniente: Titina no estaba en ese momento, y además no tenían cuartos ni camas disponibles. Frente al hostal había una pequeña pérgola bajo la cual se divisaba una carpa azul, y el dueño del hostel me indicó que esa carpa era de Titina, que un amigo de ella estaba viviendo ahí. Crucé la calle y me fui a conocer entonces al amigo de compañera, que se iría convirtiendo en pocas horas, en amigo mío también.  

viernes, 27 de enero de 2012

28-Por el norte del Ecuador

COTACACHI, ECUADOR, viernes 27 de enero de 2012

Cotacachi es un pueblo de poco más de 40.000 habitantes en la provincia de Imbabura, entre las ciudades de Otavalo e Ibarra. Se destaca por su arquitectura colonial y la producción de artesanía en cueros. Allí me recibió Marcelo, un miembro de couchsurfing y chef profesional, que actualmente trabaja en el buffet de un colegio por las mañanas. Sí, sí, sí… ya sé lo que están pensando, y piensan bien: me lo pasé comiendo de lo más rico. Marcelo es un apasionado de la cocina y durante los días que estuve en su casa ¡hasta me preparaba el desayuno!. Me lo dejaba listo sobre la mesa antes de irse a trabajar. La verdad, me atendió como a un rey, y yo que no tengo muchas habilidades culinarias… me limitaba a lavar y secar los platos.


El primer día fuimos a conocer San Miguel de Ibarra, la capital de Imbabura. Apenas llegamos subimos al mirador de San Miguel Arcángel, coronado por una enorme escultura de este santo, patrono de la ciudad. Desde allá arriba puede verse toda la ciudad de Ibarra, el valle que la rodea y la laguna de Yahuarcocha, un ícono de la ciudad.




Estuvimos casi una hora esperando el bus para regresar hasta el centro, y cada tanto, una tenue llovizna amenazaba con regarnos de pies a cabeza. Mientras tanto, Marcelo me contaba la historia de aquella laguna que se veía a algunos metros de distancia. La historia, que en realidad difiere bastante de la que Marcelo me contó, dice que en aquella laguna se produjo la batalla de Yahuarcocha, entre los incas y las tribus de la zona que se negaban a ser conquistados por el gran imperio. La misma duró varios días y los incas vencieron dejando un saldo de muertos que algunos historiadores ubican en 50.000, por lo que la laguna se tiñó de rojo debido al derramamiento de sangre y adquirió entonces el nombre por el que hoy se la conoce: Yahuarcocha (lago de sangre en quechua).

Cuando por fin vino el bus, dimos un paseo por el centro histórico de Ibarra y tomamos un café muy rico en el patio de un enorme bar de estilo colonial. Cuando nos fuimos, pasamos por una heladería donde vendían helados de paila, que son típicos ahí en la zona y también en Colombia. Es un tipo de helado cuyo proceso de congelamiento consiste en preparar el helado en una paila (olla) de cobre y mezclándolo con una espátula sobre un barril de hielo. Una preparación muy extraña que no he tenido oportunidad de observar en persona, pero si sé que todo el proceso de congelamiento se hace en forma manual.



Al otro día fuimos a Otavalo, donde Marcelo tenía que hacer un trámite en el correo, y yo aproveché para comprar regalos para la familia: una remera, unos ponchos de alpaca, carteras, monederos y algunas chucherías a muy buen precio. El mercado artesanal de Otavalo es el más grande de Sudamérica.



El siguiente paseo fue una invitación de Marcelo: la navegación por la laguna de Cuicocha, que se encuentra dentro de un cráter volcánico dentro de una reserva ecológica. En algunos sectores de la laguna puede observarse como el agua burbujea debido a la actividad volcánica.













Al promediar la tarde de aquel sábado, y de regreso al pueblo de Cotacahi, nos detuvimos en la Parroquia de Quiroga (una parroquia es en Ecuador el equivalente a lo que conocemos en Argentina como “localidad”). Era la primera vez que estaba en un lugar donde todo llevaba mi apellido. “Iglesia de Quiroga”, “Jardín de Infantes Quiroga”, “Carnicería Quiroga”; y así sucesivamente.


Después de un breve recorrido por la noche de Cotacachi, y de una exquisita cena, que por supuesto preparó Marcelo, nos quedamos charlando como hasta las tres de la mañana, y al día siguiente, después de despedirme de mi anfitrión emprendí mi regreso a Quito, sólo por un día, y para ir a ver una obra del consagrado dramaturgo argentino Arístides Vargas, en su teatro “Malayerba”. Mientras esperaba el bus en la plaza de Cotacachi pude observar una procesión de personas que llevaban en andas a la imagen de una virgen, con orquesta incluida y todo. No sé qué se celebraba aquel día, pero la misma escena se repitió después, en varios tramos del trayecto hacia Quito.







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