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jueves, 21 de enero de 2010

36-Cómo huir de Machu Picchu sin morir en el intento


Aguas CalientesPerú — jueves, 21 de enero de 2010

Afortunadamente mi estómago parecía encontrarse ya mejor. Había dormido bien y no me sentía mal al despertarme. Nuestra ingenuidad nos hizo creer que el médico y el policía aparecerían en algún momento. Sin embargo, brillaron por su ausencia y amanecimos con los mismos problemas con los que nos habíamos acostado. La diferencia era que yo ya me sentía mejor, y que ya sabíamos que en aquel pueblo no podíamos confiar en nadie.
Después de un buen rato deliberando sobre los pasos a seguir, decidimos ir caminando por las vías hasta la hidroeléctrica del mismo modo que habíamos llegado hasta allí. A la una de la tarde la Van nos estaría esperando para regresarnos hasta Cuzco. Teníamos sólo 3 horas para llegar. Armamos nuestros pequeños equipajes y estábamos a punto de salir cuando se nos ocurrió mirar por la ventana. Y si… tenía que suceder… se había largado a llover muy fuerte. Les dije a mis compañeros que si estaban dispuestos a hacerlo fueran hasta la Hidro a pie, pero yo no quería arriesgarme a aquella aventura después de la descompostura que había estado sufriendo todo el día anterior. No cabían dudas, yo me quedaba en Aguas Calientes.

Sin tener muy en claro qué hacer, tuve una idea que nos salvó la vida. Pensé que tal vez alguien podría haber devuelto algún pasaje y propuse ir nuevamente a la estación al menos para hacer el intento. Le advertimos a José que no saliera de la habitación ni por orden judicial, de lo contrario corríamos el riesgo de no poder entrar, y quedarnos en la calle. Cuando pasamos por la recepción estaban allí el dueño y su patrañera hijita, con quienes mantuvimos la primera discusión de la mañana. Reclamamos por el médico y por el policía e insistíamos con que no queríamos permanecer allí, pero como no nos quedaba otra opción, nos quedaríamos pero sin pagar la estadía. Yo fingía seguir enfermo y la jovencita sonreía hasta que le dije:
-“¿De qué te reís? ¿Querés que te vomite acá mismo?” Entonces, ante una mirada fulminante del padre se puso seria.
Fuimos a la estación y allí, en una de las boleterías se produjo el milagro: la empleada nos informó que dada la enorme demanda, habían decidido agregar un tren a las 12.30 del mediodía y que el mismo saldría de la comisaría. El boleto lo comprábamos una vez que ya estábamos arriba del tren. En nuestra alegría teníamos ganas de gritar, de saltar, de festejar como sea. Pero aún no podíamos cantar victoria. En aquel pueblo las situaciones y las personas eran impredecibles, y al fin y al cabo todavía seguíamos atrapados en él.
Mientras volvíamos al hotel pasamos por un restaurante donde una chica ofrecía en la puerta el menú turístico por 12 soles. Incluía una sopa, un plato principal y una bebida. Por mi estado, y dado que me esperaban 8 horas de viaje hasta Cuzco, no quería irme sin comer nada y tampoco abusar de la comida. Pregunté entonces cuánto me costaba sólo la sopa. “El precio de la sopa es de 15 soles”. Le dije entonces que me cobrase el menú turístico pero que me trajera solamente la sopa y dejara de lado todo lo demás. “Ahh, pero el menú turístico cuesta 12 soles, si usted quiere sólo la sopa debe pagar 15”, insistió la empleada con una notable expresión en la que se adivinaba que acababa de descubrir lo insólito de aquella oferta. La solución que me dio fue “compre entonces el menú turístico, tómese la sopa y que su amigo se coma el resto del almuerzo”.
No hicimos ni lo uno ni lo otro. Aquello parecía el reino del revés. Después de comprar algunos regalitos y recuerdos volvimos al hotel donde José nos esperaba. Salimos rápido de allí, pero mi temor de perder el tren, o de que la chica de la boletería nos hubiese mentido (a esta altura todo era posible), hizo que me llevara, por las dudas, la llave de la habitación. Sí, lo confieso, hoy la tengo en mi cuarto como souvenir. Un enorme llavero con el nombre del hotel, muy poco original, por cierto: “Machu Picchu”.

Mientras caminábamos hasta la comisaría sacamos algunas fotos a los apurones bajo la lluvia. Cuando llegamos el tren ya estaba allí y había una veintena de personas haciendo fila. Nadie sabía muy bien qué hacer hasta que comenzó a circular entre todos el rumor de que el pasaje se compraba arriba del tren, tal como nos habían advertido en la estación.
Ya arriba del tren, un guarda nos dijo que debíamos comprar los pasajes en la vereda de enfrente. Allí, efectivamente, un hombre vendía los pasajes bajo la lluvia. Pagamos 8 dólares cada uno. Cuando volvimos a subir al tren no sabíamos dónde sentarnos ya que los asientos no estaban numerados. Una señora de allí nos dijo que  podíamos ocupar cualquier asiento. Estábamos bastante tranquilos hasta que apareció un guarda diciéndonos que el pasaje que habíamos comprado era de “categoría intermedia”, aquello significaba que debíamos viajar parados.

Yo ya estaba tan cansado de que nos tomaran el pelo que negaba a abandonar el asiento. El guarda argumentaba que el hombre que nos vendió los pasajes nos había informado de aquel detalle. Pero nadie nos había hablado de viajar parados ni mucho menos de “categorías”, además todos los pasajes hasta la Hidro costaban 8 dólares. Dada nuestra negativa, el guarda amenazó con llamar a las “fuerzas de seguridad”. Le contesté que llamase al presidente o al Papa si quisiera, pero que yo no había pagado 8 dólares por un viaje de media hora para viajar parado cuando nadie me había informado anteriormente de aquello.
Minutos más tarde el guarda regresó acompañado por un policía. Sería largo contar aquí aquella discusión, pero en resumen, les dije que todos allí eran unos estafadores y unos inútiles, que no estaban capacitados para hacer ningún trabajo, y mucho menos para tratar con turistas. El policía me dijo que le estaba faltando el respeto, le respondí que a mi me lo habían faltado desde que llegué a aquel lugar y me sirvieron un tornillo en la comida. Claro que el hombre no entendía de lo que le hablaba, y nos acusaba de cometer el delito de “cambiarnos de vagón”. ¿¿¿¿????.

Cuando la discusión llevaba ya más de diez minutos y supuestamente el tren no salía por nuestra culpa, decidimos ir al vagón en el que según él nos correspondía viajar. Era el último de todos, y el que habían agregado a último momento. Era sólo un vagón y no un tren completo como nos habían malinformado en la estación.
Allí todo el mundo estaba sentado, incluyendo los que habían comprado sus pasajes después que nosotros (todos por 8 dólares), y me senté en el único asiento que quedaba. Matías y José viajaron parados. En media hora llegamos a la Estación Hidroeléctrica donde esperaban decenas de vehículos de la empresa By Car. Subimos a uno donde casualmente viajaban dos de los chicos que habían salido con nosotros desde Cuzco. Además viajaban unas tucumanas que estaban chochas porque lo habían pasado genial y recién volvían de las aguas termales a las que nosotros no pudimos ir debido al sinnúmero de problemas que tuvimos que resolver. Para colmo, una de ellas, cuando le conté parte de lo que nos había pasado me contestó: “Y bueno, estás en Perú, si no querés que te sucedan estas cosas andate a Europa”. De esta manera ella justificaba el maltrato, la desinformación y la mentira constante a la que habíamos estado expuestos. Me fui de aquel lugar con la horrible sensación de no ser tratado como una persona sino como un manojo de dólares. Desde que llegué hasta que me fui de Aguas Calientes, la única preocupación de los coordinadores, guías, empleados, médicos, enfermeros, dueños de hoteles, hijas maleducadas, guardas y policías pareció ser el dinero. Y una soberbia muy grande alimentada por la ignorancia de quienes manejan todo en aquel pueblo. Muy triste. Fueron los dos peores días que pasé en este viaje y el lugar donde peor me sentí. Hoy puedo contarlo con una sonrisa, como una seguidilla de anécdotas nefastas pero divertidas. Pero me llevó un año reconciliarme con Machu Picchu y poder decir que volvería a visitar aquel lugar.

Claro que siempre, todo puede ser peor: tres días después de nuestra partida, Cuzco y sus alrededores quedaron bloqueados por las inundaciones, el Urubamba desbordó y se tragó buena parte de los edificios que se alzaban sobre sus costas, (quien sabe si aun está en pie nuestro hotel), las vías por las que habíamos caminado tranquilamente quedaron destrozadas, una turista argentina murió víctima de un alud en el Camino del Inca, y otros cientos de turistas de todo el mundo quedaron atrapados en aquel pueblo, pagando fortunas por una botella de agua mineral, debiendo ser trasladados en helicópteros y en algunos casos devueltos a sus países gracias a sus embajadas. Una clara muestra de que el lugar no está preparado ni siquiera geográficamente para que hayan construído allí un pueblo. Machu Picchu fue cerrada por tres meses. Pude conocerla tres días antes de aquella tragedia. Y salir de allí sano y salvo, que no es poco, pese a todo…

miércoles, 20 de enero de 2010

35-Más Caliente que Aguas Calientes

    Aguas CalientesPerú — miércoles, 20 de enero de 2010

Lo que sigue es el relato más infausto de todo este diario. Y comienza aquí, este 20 de enero en el Santuario Histórico de Machu Picchu, o mejor dicho, mientras me despedía de él.Dejé a Matías y a José entre las ruinas y me dirigí a los baños que se encuentran en la entrada de Machu Picchu donde hubo gente a la que le negaron la entrada por no pagar 1 sol. El baño al que entré era una verdadera mugre. Un asco, muy sucio si uno tiene en cuenta la magnitud del lugar en donde se encuentra. Cuando salí del baño me tomé el micro que me llevaría hasta el pueblo.



Realmente no sé de dónde sacaba fuerzas para no vomitar. La cabeza me transpiraba y sentía el estómago revuelto. Sabía que no se debía a un apunamiento ya que hasta la fecha había pasados por lugares cercanos a los 5.000 metros de altura. Y Machu Picchu no supera los 2.400 por lo tanto le seguí echando la culpa a los fideos de la noche anterior que habían venido con un tornillo incorporado. El micro llegó al pueblo, descendimos todos, caminé una cuadra y allí, en una esquina pude eliminar todo lo que me había estado importunando desde la mañana. Vomitar es algo que odio, se me corta la respiración, me ahogo, termino con todo el cuerpo dolorido. Es la peor cosa que me puede pasar y pese a mis intentos por evitarlo, finalmente me pasó. Como pude, destruido, caminé las pocas cuadras que faltaban, crucé el puente y llegué al hotel. Allí, una adolescente, hija de los dueños me explicó muy amablemente que no podría ingresar a la habitación porque mis amigos y yo sólo teníamos paga una noche.

De modo que debería pagar la estadía del día siguiente o retirarme del cuarto. Le expliqué a la jovencita que habíamos pagado a la agencia por dos noches, ya que nuestra idea era permanecer hasta la tarde en Machu Picchu y además, ir a las aguas termales la mañana siguiente. A mis argumentos para poder entrar le agregué el estado de salud en el que me encontraba pero no había caso. Encima yo no tenía en mi poder las llaves del cuarto, no sabía si las tenía Matías o José, y la chica insistía en que ella no tenía ninguna copia. Era evidente que no quería dejarme entrar, así que mandé a llamar a su madre y le expliqué lo que sucedía. La señora me entregó una copia de la llave y fui derechito al baño, a cepillarme los dientes y darme una buena ducha. Pero enseguida golpearon a la puerta y era de nuevo la jovencita peruana que insistía con que debía pagar o retirar mis cosas y las de mis amigos de la habitación.

Ya bastante alterado, le cerré la puerta en la cara y le dije que se comunicara con la agencia, puesto que las dos noches ya habían sido pagadas. Todavía me dolía el estómago y me acosté a dormir, caí rendido…Cuando desperté, observé a un Matías muy alterado que hablaba con José mientras se comía las últimas migajas de lo que iba a ser mi almuerzo aquel día (había comprado la noche anterior un montón de cosas que no pude llevarme a la boca por el estado en que me encontraba).Entonces me contaron lo que había sucedido: José llegó primero al hotel y se acostó a dormir. Matías llegó poco después, golpeó a la puerta y nadie lo escuchó, entonces bajó a la recepción y la simpática muchachita le dijo que nosotros habíamos salido, además de recordarle que debíamos sacar nuestras pertenencias de allí o pagar la segunda noche. Entonces Matías salió a buscarnos por la ciudad. No nos encontró, por supuesto. Regresó al hotel. La adorable criatura le dijo que nosotros no habíamos regresado.

Pensó que tal vez habíamos ido a comprar los pasajes para tomar el tren hasta la hidroeléctrica el día siguiente (ya habíamos acordado que regresaríamos en tren). Fue hasta la estación de trenes y como tampoco nos encontró volvió al hotel, allí golpeó la puerta hasta despertar al somnoliento José, y agotado por todo lo que había caminado se sentó a comer mi comida. “Toy tan nervioso que de los nervios me he comido todo eso que no se de quien era…”, afirmaba con su materno acento chileno y con su mejor cara de “yonofui”.

En aquel momento lo que menos me importaba era la comida, ya que seguía sintiéndome mal y no probaría un bocado de todo aquello. Con un José que no hablaba ni comprendía una sola palabra en español y yo al borde del segundo vómito, a Matías no le quedaba otra que ir a comprar los pasajes por más cansancio que tuviera. Ya eran las casi las 6 de la tarde y la boletería cerraba a las 7. Teníamos que asegurarnos los pasajes para el único que tren que sale de allí cada mediodía.Pero en aquel momento en que Matías se decidía a caminar de nuevo hasta la estación, golpearon a la puerta y era nada menos que uno de los empleados de la agencia con la que habíamos contratado el tour. Aquel de la camiseta de Messi que nos había acompañado hasta el hotel la noche anterior. El muchacho había venido a hablar con el dueño del hotel, quien lo había llamado para reclamar por nuestra falta de pago, entonces se acercó hasta nuestra habitación para preguntarnos cuántas noches habíamos pagado, y luego resolver el evidente problema de comunicación que se había presentado entre el hotel y la agencia y que indefectiblemente nos perjudicaba a nosotros.

Le contamos todo lo que nos había sucedido, con la hija del dueño que no nos dejaba entrar y que le había mentido dos veces a Matías diciéndole que nosotros no estábamos allí. El muchacho muy sereno nos anticipó que todo iba a salir bien. Y nos advirtió que no fuéramos a la estación a comprar los pasajes. Que le lleváramos los pasaportes y el dinero a Freddy, el coordinador, sí sí, ese mismo que había sido nuestro guía en Machu Picchu y que tenía su oficina virtual en un hotel a pocas cuadras, donde nos había citado la noche anterior después de nuestra maratónica caminata.Entonces Matías salió con los pasaportes. Yo seguía en la cama, tratando de no moverme para que no me volviese a suceder aquello de más temprano…y José… yo no sé realmente si José llegó a comprender algo de lo que pasaba. Como a los 40 minutos regresó Matías, más alterado de lo que se había ido pero a la vez con una expresión de resignación que me sorprendió en él a pesar del poco tiempo que lo conocía. ¿La novedad…? No nos podríamos ir de allí al día siguiente. Había ido con los pasaportes y Freddy le contestó que a él no le correspondía ocuparse de aquello, que los pasajes los teníamos que comprar nosotros.


Cuando llegó a la estación de trenes, eran las 7 menos cuarto y todos los pasajes para el tren del día siguiente se habían agotado. Estábamos totalmente histéricos. La catarata de negligencias y malas informaciones nos llevaban a tener que permanecer un día más en Aguas Calientes, aquel pueblo que tan mal nos estaba tratando y de dónde queríamos huir lo antes posible. Además de romper el itinerario previsto para los próximos días tendríamos que pagar una noche más en aquel hotel y por supuesto, aquello estaba lejos de nuestras intenciones. Matías y yo estábamos tan alterados que lo mandamos a José a la recepción para que hablara con el dueño del hotel para que se comunicara con la agencia o con quien fuese y que alguien no diera una solución. José puso su mejor voluntad pero claro, no le entendieron ni jota de lo que dijo. Al rato apareció el dueño del hotel en la habitación y todo tomó otro color. Le explicamos cada una de las cosas que nos habían sucedido, y que no volveré a enumerar aquí, y le dejamos bien claro que no nos moveríamos de allí porque yo no estaba en condiciones ni de levantarme de la cama, y que no pagaríamos una noche más porque era por culpa de ellos que no habíamos conseguido comprar los pasajes. El tipo se molestó y yo empecé a levantar la voz. La respuesta fue insólita: -“¡No grite, señor! ¡Usted está en el Perú!”-¡Y a mi que carajo me importa! –Le contesté-Luego de una larga discusión en la que yo no paraba de gritar desde la cama, desnudo y tapado hasta el cuello, mientras Matías y José me miraban incólumes (yo creo que pensaron que me moriría allí mismo de un ataque de presión o que en cualquier momento me avalanzaría sobre el dueño del hotel para estrangularlo).


En aquel estado le aclaré al hombre que, ya que su hija
había estado toda la tarde preocupada por el dinero que según ellos no habíamos pagado, estaban ahora en condiciones de preocuparse en serio, porque nos quedaríamos un día más allí y esta vez sí que no les pagaríamos la estadía. Entonces le sugerí que hablara a la agencia y que se hicieran cargo ellos de nuestra obligada permanencia en su hotel. El tipo se calmó (o se asustó al verme en aquel estado de excitación) y dijo que se ocuparía de solucionar el conflicto, pero que ante todo, lo primero que haría sería llamar a un médico para que me atienda, ya que en aquel estado no podría irme aunque tuviese el pasaje en mano, y además se comprometió a llamar a un policía para efectuar la denuncia por la comida en mal estado que me habían dado en el restaurante.Una hora después volvió el chico de la camiseta de Messi que había sido llamado por el dueño del hotel. Otra vez hubo que relatar toda la historia, y la respuesta me terminó de ofuscar:-“Yo creo, señor…-, dijo con toda tranquilidad- que ustedes tendrían que haberse organizado mejor”.Por la cara de mis compañeros me di cuenta después, que yo ya estaba al borde del colapso. Nunca me saqué de aquel modo. No me alcanzaba la garganta para gritar. Empecé a insultarlo y a decirle de todo, de él y de todos sus conciudadanos que no sabían ni administrar un hotel, ni atender a un turista, ni poner una toalla en la habitación, ni cocinar un plato de fideos.

El muchacho con evidente pavor pidió disculpas y dijo que nos quedáramos tranquilos, que hablaría con Freddy para que pudiésemos irnos de allí al día siguiente, y que en caso de que el tal Freddy no se ocupara, él mismo se comprometía a ayudarnos. Dijo también que el médico y el policía llegarían a la brevedad.El ataque del estómago se sumó al ataque de nervios, y en aquel estado de locura que no me invadía hacía años me quedé profundamente dormido, y mis amigos también. Despertamos al día siguiente, sin médico, sin policía y sin pasajes de regreso… Pero eso ya es parte de otro capítulo.






34: Machu Picchu: Maravilla del mundo


MachupicchuPerú — jueves, 20 de enero de 2011

Nos despertamos a las 4 de la mañana y sin duda alguna hubo algo en los fideos que me cayó mal. Y no me refiero al tornillo que venía de regalo en el plato, puesto que no llegué a tragarlo. Me levanté con acidez estomacal y repitiendo la salsa de tomates al tornillo que me habían servido por la noche. Llovía bastante en Aguas Calientes. Caminamos rápido bajo la lluvia las 6 o 7 cuadras que nos llevaban hasta el lugar donde salían los micros. Para no sufrir tanto bajo la lluvia nos fuimos turnando entre los tres: uno hacía la fila para comprar los boletos y los otros dos esperaban en la fila para subir al micro, que era en la vereda de enfrente donde había unos comercios y podíamos refugiarnos de la lluvia. El trámite fue bastante rápido. Los micros empezaron a llegar enseguida y una vez que tuvimos los boletos en mano nos quedamos tranquilos. En poco más de media hora ya estábamos subiendo a Machu Picchu.









El camino que hacen los micros es en zigzag y es el que puede verse en google maps, o en cualquier fotografía tomada desde las ruinas. Llegamos en 20 minutos junto con el amanecer. Arriba todo era blanco, pura neblina, y una larga fila de personas que esperaban bajo la llovizna. Cuando por fin abrieron la entrada, la fila comenzó a avanzar enseguida. En eso llegaron las dos parejas que habían viajado con nosotros desde Cuzco y que llegaron también al pueblo luego de la caminata de 5 horas del día anterior. Estaban empapados y se pusieron junto a nosotros que ya estábamos cerca de la entrada. Una vez que ingresamos no me sucedió nada de lo que durante meses pensé que iba a pasar: ni me emocioné ni me impresioné ni nada. Fue como haber entrado a cualquier otro lugar. La llovizna  constante era muy molesta y la neblina no permitía ver nada. Uno sabía que estaba en Machu Picchu por el cartel de la entrada nada más. Sólo podíamos ver las terrazas en las que estábamos parados esperando al guía, que resultó ser Freddy, el mismo que nos recibió en Santa Teresa y en Aguas Calientes.










Apenas comenzó la visita guiada una chica se desmayó y la llevaron al servicio médico que queda en la entrada. Comenzamos recorriendo los templos y los sectores más cercanos a las terrazas. Freddy explicó como fue redescubierta la ciudadela y las diferentes hipótesis sobre si fue el refugio de las Vírgenes del Sol, un santuario o un observatorio astronómico. La visita guiada era sumamente interesante. La lluvia, el amontonamiento de gente y el calor que comenzó a hacer resultaban un poco incómodos hasta para sacar una foto. De repente me empecé a sentir un poco mal. Llevábamos más de media hora recorriendo el lugar cuando me di cuenta que algo en mi cuerpo no estaba bien. Probablemente se estuviese bajando la presión. Decidí quedarme sentado sobre una roca mientras el resto del grupo continuaba hacia la última parte del recorrido. Habrán pasado quince minutos cuando la visita se dio por concluída, Matías y José regresaron hasta donde yo estaba y quedamos en encontrarnos en “la casa del guardián” (el sector desde donde se ve toda la ciudad) en una hora más o menos.

Mientras tanto emprendí el regreso a la entrada. Necesitaba ir al baño y el camino de regreso era realmente complicado para una persona que está frunciendo todo su cuerpo para no hacerse encima. Hay que subir, bajar, volver a subir, bajar nuevamente…etc. En verdad creí que no llegaba limpio al baño, pero Dios me acompañó (o Pachacutec ).
Como se acostumbra en Perú y en Bolivia, tuve que pagar un sol para ingresar al baño que encima estaba muy sucio, cosa que me llamó la atención en un lugar tan turístico y tan caro como Machu Picchu. Pero más me sorprendió, después de hacer mis necesidades, dirigirme al servicio médico donde me tomaron la presión y que me dijeran que necesitaba oxígeno y que ellos podían dármelo a cambio de 30 soles. Le di las gracias al enfermero y me senté en una piedra a tomar el oxígeno gratuito de Machu Picchu. Por suerte ya había parado de llover y un sol radiante iluminaba el lugar.

Después de unos veinte minutos, cuando me sentí mejor, fui a sellar mi pasaporte con el logo de Machu Picchu y subí a encontrarme con mis amigos brasileños que me esperaban arriba. Nos detuvimos allí a sacar unas cuántas fotos y a contemplar desde la Casa del Guardián la inmensidad de aquel lugar increíble construído hace 500 años. La niebla prácticamente se había ido y ahora sí podíamos confirmar que estábamos en Machu Picchu.




Más tarde caminamos por detrás de la Casa del Guardián hasta el Puente del Inca. Desde allí puede observarse el otro lado del Urubamba, en las cercanías de Aguas Calientes. El camino es muy angosto y no aconsejable para vertiginosos, aunque se supone que cualquiera que haya llegado hasta allí a esta altura (valga la expresión) ya se ha curado del vértigo. Unos metros antes de llegar al puente el sendero se vuelve más angosto (unos 40 centímetros) y hay una soga amarrada al cerro para poder agarrarse. Sólo Matías y yo llegamos hasta allí, a José le dio un poco de miedo.

Son unos 30 metros hasta que el camino se bloquea con un cerco de madera, ya que más adelante se hace imposible continuar. Pero el puente está ahí nomás y puede verse desde muy cerca. Son apenas unas tablas de maderas apoyadas sobre una construcción en la ladera del cerro. Asusta pensar que los incas anduvieran caminando por ahí como si nada. Cuando regresábamos del puente comencé a sentirme mal de nuevo. Sentía ganas de vomitar y para colmo comenzó a lloviznar otra vez. Nos quedamos sentados un rato en la entrada del puente y luego regresamos hasta la ciudadela. Allí me hubiese quedado toda la tarde contemplando lo que sin duda es una maravilla para los ojos, pero el estómago me decía basta. La niebla por momentos cubría todo el lugar y no se veía absolutamente nada, y en pocos segundos, como por arte de magia, las nubes pasan de largo y Machu Picchu vuelve a aparecer iluminada ante tus ojos. Me retiré de allí con la certeza de que regresaré algún día. Y sé que lo haré.

Mirá el video de este capítulo:
http://www.vimeo.com/14561491












































martes, 19 de enero de 2010

33-Una caminata por las vías


Aguas CalientesPerú — martes, 19 de enero de 2010



“A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde” (decía Lorca) Pero nada de muerte ni de niños con sábanas blancas. A esa hora comenzamos a caminar hacia el mítico pueblo de Machu Picchu. En un principio éramos siete: Matías, José, yo, y dos parejas que venían desde Cuzco con nosotros.
Partimos de la Hidroeléctrica. Desde allí las vías toman dos caminos diferentes. Siguiendo a unos coreanos que portaban tremenda cámara con trípode y todo, nos fuimos por el camino equivocado, pues las vías acababan a unos pocos metros. Enseguida regresamos y siguiendo a un contingente de mochileros bastante grande (más de 30) subimos por un caminito entre la selva. A los diez minutos estábamos en las vías, y ahora sólo restaba caminar. Nada de subir y subir cerros y escalones como en la Isla del Sol. Aquí se trataba de una caminata tranquila por las vías del tren. Con el rugir del Río Urubamba acompañándonos a cada paso, y la grandiosidad de la selva a su lado.











El camino es largo, pero angosto. Sólo el espacio para las vías y para que pase el tren. Por momentos pensaba que un tropezón me iba a llevar rodando hacia el fondo del Urubamba. Tuvimos la suerte de que el clima nos acompañara. Hoy sabemos que a menos de cinco días de nuestra visita aquellas vías quedaron completamente destruídas, el camino tapado por el río y parte del pueblo arrastrada también por él.
Nos tomamos el tiempo para hacer algún descanso y por supuesto tomar fotos del paisaje: selva, cerro y ríos.



Si se observa hacia arriba a la derecha, a poco de cruzar el puente se puede ver algo de lo que se disfrutará en pocas horas: las ruinas de Machu Picchu.
Ya estaba anocheciendo cuando el cansancio se empezó a hacer sentir. Un  chico de no más de 17 años reunió a todos en medio de la vía (no había otro lugar donde hacerlo) y nos explicó que él era del lugar y que era un guía de uno de los tantos grupitos que había allí. Nos dijo que era preferible esperar a que llegaran los que venían caminando más atrás y seguir todos juntos (éramos como 50), ya que unos tenían linternas y otros no, y además estábamos ya muy cerca del pueblo y en un momento había que descender de las vías y no todos sabían el lugar exacto donde había que hacerlo. Me pareció una buena idea. De hecho, enseguida oscureció y ninguno de nosotros portaba una linterna, así que las luces de los demás nos sirvieron para completar lo que quedaba del camino.


Llevábamos cuatro horas de caminata cuando el muchachito nos condujo ya por fuera de las vías. Ingresamos por una calle y llegamos a un museo. Según él, debíamos atravesar el museo para llegar hasta el pueblo, pero los serenos del museo no nos permitían pasar. Entonces apareció una mujer sorprendida que nos preguntó qué hacíamos todos allí cuando la calle que conducía al pueblo quedaba del lado contrario. Ella misma, que trabajaba en el Museo, buscó una linterna y nos acompañó nuevamente hasta las vías y nos explicó por dónde debíamos ir. El imberbe guía a todo esto había desaparecido de nuestra vista. Así que seguimos solos, caminando no sabíamos por donde. No sabíamos si pisábamos asfalto, tierra, pasto, o qué. No se veía la luna y en lo alto, frente a nuestros ojos las siluetas negras de los cerros se alzaban imponentes dibujando una expresión terrorífica. Recuerdo haber tenido la sensación de que no estaba llegando a Machu Picchu sino a Mordor en la Tierra Media. Después creímos que llovía cuando en realidad estábamos pasando por debajo de un cerro y nos caía agua desde su cima.

 Minutos después atravesamos un puente enterándonos de esto cuando ya habíamos salido de él. No se veía absolutamente nada, hasta que todo se iluminó de repente y tuvimos la satisfacción de saber que habíamos llegado a Aguas Calientes. Allí los distintos grupos se dispersaron. Nosotros fuimos al hotel donde nos esperaba Freddy, el coordinador y allí nos dividió en dos grupos: las dos parejas para un hotel y nosotros tres para otro. Un peruano con la camiseta argentina de Messi nos acompañó al hotel que no tenía un nombre muy original: “Machu Picchu”. La vista desde la ventana del cuarto era privilegiada: nuestro cuarto estaba frente al río. El rugido del Urubamba no paraba de sonar mientras nos tiramos a descansar.


Más tarde sucedió algo que condicionaría el resto de nuestra estadía allí: en el restaurante donde nos llevaron a cenar me sirvieron un plato de fideos con tuco y creyendo que acababa de perder un diente extraje de mi boca un enorme tornillo que venía de regalo en la salsa de los fideos. Freddy, el coordinador, pidió al mozo que sirva otro plato. El comentario del mozo me dejó más tranquilo: “no lo hicimos a propósito”. ¡Menos mal! Después de cenar nos quedamos en el restaurant decidiendo si subiríamos a Machu Picchu caminando o en bus, si con Wayna Picchu incluído o sin él. Por suerte, decidimos no ir a Wayna Picchu y subir a las ruinas en Bus. Esto nos permitiría dormir hasta las 4 de la mañana nada menos. ¡Así que compramos por ahí algo de comida para el día siguiente, y a descansar! La maravilla del mundo ya estaba muy cerca de nosotros.



Mirá los videos de este capítulo:
http://www.vimeo.com/14409248
http://www.vimeo.com/14438462













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