viernes, 1 de enero de 2010

7-De Humahuaca a Villazón


VillazónBolivia — viernes, 1 de enero de 2010

Un soleado 1ro de enero nos recibió en Humahuaca. A las once de la mañana, el grupete de seis que habíamos conformado ya estaba listo para sacar las últimas fotos del pueblo, almorzar y partir hacia Bolivia. Lo primero que hicimos fue ir a la placita donde habíamos estado cenando y festejando la noche anterior. En la torre de la municipalidad que nos cobijó con sus campanas durante los primeros minutos del año, todos los mediodías a las doce en punto una ventana se abre y la figura mecánica de tamaño real de San Francisco Solano, alza su brazo y su dando una bendición simbólica a los allí presentes. Muchísima gente se concentra en la plaza para observar al santo, principalmente los turistas.

Luego del saludo de San Francisco, compramos en la calle unos tickets para un almuerzo organizado por una especie de club o sociedad de fomento de allí, que con motivo de festejar el año nuevo ofrecía un gran almuerzo por sólo 5 pesos. Los chicos quisieron visitar el monumento y aquellas partes del pueblo que yo ya había recorrido el día anterior durante la siesta, así que me fui al lugar del almuerzo a “reservar los lugares”. Mi sorpresa al llegar fue que no había nadie, a excepción de una gallega y un francés que llevaban allí media hora esperando por el almuerzo. “-Una señora nos abrió y nos ha dicho que esperemos, que la comida toavía no ha sío preparada-”, me dijo la gallega.

Desconcertados, me abrieron la ventana y entré a lo que parecía el amplio salón de un club social. Estuve como una hora charlando con la gallega mientras su novio francés sólo miraba y asentía. Trabajaban para una ONG y estaban residiendo en Buenos Aires, pero como ya se volvían a Europa habían salido a conocer parte de la Argentina. Más tarde llegaron dos hombres y dos mujeres, todos bastante mayores. Pretendían devolver los tickets que también habían comprado en la calle porque tenían que irse a un velatorio en Tilcara y no tenían más tiempo para seguir esperando por la comida. Todo resultaba bastante extraño hasta que de repente empezó a llegar más gente, abrieron definitivamente el lugar, bajaron de una camioneta ollas y bebidas y se armó el almuerzo. A todo esto los chicos ya habían vuelto y nos pusimos en la cola donde servían la comida. Allí nos explicaron en qué consistía aquel almuerzo por cinco pesos: “Es una forma se festejar el año nuevo todos juntos. Lo que se les cobra es sólo para cubrir el costo de la comida, y disculpen que no tenemos sillas”, nos dijo una señora muy amable. El almuerzo consistía en “picante de pollo”, “sopa de maní” y “vacuna contra la resaca”. Ninguno de nosotros tenía la menor idea de lo que se trataba aquello. Lo que sí entendimos fue que la bebida se pagaba aparte.

Finalmente almorzamos sobre una barra en la entrada del salón. El picante de pollo no era para nada picante (afortunadamente) y consistía en presas de pollo con arroz, papa, tomate, azafrán, y un montón de cosas más que ya no recuerdo. La porción era bastante generosa, al punto que nos llenamos con eso y nadie quiso probar la sopa de maní.
Cuando nos estábamos por ir me acerqué a agradecer la buena onda a la gente de ahí y a felicitarlos por la comida que había estado muy rica, y una señora me dice: “¡-Pero cómo te vas a ir sin probar la sopa!”. Le expliqué que tanto yo como mis amigos estábamos más que satisfechos con la comida y que además no teníamos idea de qué era aquella sopa de maní ni la vacuna contra la resaca. Esta última, me explicó, consistía en un vaso de vino, y la sopa de maní era una sopa blanca (de maní, obviamente) con perejil y papas fritas arriba. Tanto insistió que acepté la mitad de un plato para probarla, y la curiosidad mató al gato…. Ya verán por qué lo digo.

Nos fuimos de allí felices y con la panza llena. En la Terminal de micros estaban los músicos de la “Juventud Alegre” que volverían a salir por las calles aquella misma tarde. El micro llegó con atraso. Allí tuve el primer encuentro con un conocido: Fermín, un flaco que había sido compañero mío en un curso de guión de cine. Al mismo micro del que había viajado Fermín subimos nosotros: los 3 sanjuaninos, Mariano, Javi y las tres chicas que habíamos conocido en el hotel. Seguíamos incorporando gente a nuestra travesía. En el micro tuvimos algunos inconvenientes ya que algunos de nuestros asientos estaban siendo ocupados por otras personas, quienes a su vez, también tenían sus asientos ocupados por otros. Así que todos los que subimos en Humahuaca ocasionamos un ir y venir de gente que buscaba su correspondiente asiento incluso una vez que el micro ya había arrancado. La explicación de los choferes fue que en Tilcara habían  vendido mal algunos pasajes y que nos sentásemos en cualquier lado. Ese “cualquier lado” incluía el piso ya que no quedaba ningún asiento disponible. Por suerte no tuve problemas con el mío y viajé lo más bien tomando café y viendo una peli.

Como a las dos horas llegamos a La Quiaca. Nuestra estadía allí se limitó a atravesar la ciudad en busca de un cajero y caminar hasta la frontera. Todo el grupo fue directo a la frontera mientras yo me fui con Pato hasta el banco para hacer el aviso de viaje al exterior y poder usar las tarjetas de débito en Bolivia.

Con todo el equipaje a cuestas, cámara en mano, llegamos a la frontera. Caminamos unas cuántas cuadras y hacía mucho calor. En el camino me acordé de relatos de personas que se habían apunado mientras caminaban aquellas cuadras, incluso de gente que se desmayaba apenas ponía un pie en Bolivia como si con sólo pisar suelo boliviano se produjese una suerte de fenómeno psicológico que los indujera a desvanecerse. En realidad creo que es la caminata con las mochilas encima, sumado a la altura y al calor lo que hace que uno se descomponga.

El trámite en la frontera fue rapidísimo, no más de diez minutos. Al ser feriado había muy poca gente. Caminamos por el puente que une al territorio argentino con el boliviano y una vez en Villazón yo me tomé un taxi con las tres chicas hasta la estación de trenes, con la idea de buscar un hostel por allí cerca, ya que todos teníamos la intención de tomar el tren a Uyuni al día siguiente. El  resto del grupo prefirió ir caminando hasta la estación. ¡Claro, tenían todos 15 años menos que yo, que vivos!

El taxi nos cobró dos pesos hasta la estación de trenes y nos metimos en el primer hotel que vimos. Eran las 5 de la tarde y ya había una larga cola para tomar el tren a Uyuni por la mañana siguiente. En el hotel no nos querían recibir dinero argentino y las casas de cambio estaban todas cerradas por ser 1ro de Enero, así que la empleada consultó por teléfono al dueño y acordamos que pagaríamos el valor de la habitación en pesos argentinos más un plus hasta que cambiáramos el dinero por la mañana. Mientras las chicas se registraban yo aproveché para ir al baño. La sopa de maní comenzaba a hacer su efecto. Cuando salí del baño me puse a charlar con los únicos inquilinos que parecía haber allí: unos chicos de Pilar que me indicaron dónde quedaba la única casa de cambio abierta en la ciudad. En eso llegó Pato con la noticia de que no había trenes hasta la semana siguiente, y que de la Terminal de ómnibus salía un micro hacia Tupiza a las 6 de la tarde. Salimos rajando del hotel y a las chicas que ya se habían registrado (pero ni siquiera habían entrado a la habitación) no les quisieron devolver el dinero.

Taxi mediante, mochila al hombro, nos fuimos a la Terminal de micros que era  un verdadero caos. Cuando llegamos sólo había pasajes hacia Tupiza para la mañana siguiente, o sea que indefectiblemente debíamos pasar la noche en Villazón. Enseguida me acordé de las chicas que ya tenían pago el hotel y nos apuramos para que no cayera otro y ocupara el cuarto cuando volviéramos.

Allí fue donde explotó mi paciencia. Le quise explicar a Mariano que había cerca de la plaza una casa de cambio abierta y que me volvía rápido al hotel con las chicas antes de que les ocupasen la habitación. Pero no sólo no me dejó explicarle nada sino que me respondió de mal modo que no me iba a cambiar plata. Le contesté “Gracias” con mi mejor cara de perro y me fui en otro taxi con las chicas hasta el hotel.
Aquella noche, en revancha por la falta de generosidad del hotel, terminamos registrándonos siete personas cuando éramos en realidad nueve, así que nos ahorramos el importe de dos personas. Mariano y Javi durmieron en el suelo, en sus respectivas bolsas de dormir.

En el hotel conocimos a cuatro chicas de Rosario y la mitad del grupo (ya éramos 13 a esa altura) salimos a comprar algo para comer. Luego de unas cuántas cuadras caminando por aquella ciudad tan oscura (aún más oscura que Humahuaca) encontramos una especie de rotisería donde compramos pizzas y agua mineral. Nos llamó la atención que los pocos negocios que estaban abiertos aquel feriado vendían sólo dos o tres productos cada uno. Por ejemplo, en un local encontrabas jabones, gaseosas y papas. En otro, sólo papel higiénico, toallas y fideos. Y con suerte tenían alguna que otra cosita más para ofrecer.

Terminamos comiendo pizza los trece en una habitación. Yo estaba de mal humor por las discusiones con Mariano, que a esta altura se acrecentaban cada vez más, y por la diarrea incesante que no me dejaba conciliar el sueño. Pero ese tema, ya forma parte de la historia del día siguiente…




Mirá los videos de este capítulo:
http://www.vimeo.com/12117222
 http://www.vimeo.com/12246170

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