jueves, 21 de enero de 2010

37-Último día en Cuzco

CuscoPerú — jueves, 21 de enero de 2010

El viaje de regreso desde Machu Picchu hasta Cuzco duró 8 horas y fue bastante tranquilo, sobretodo si lo comparamos con el viaje de ida. No hubo interrupciones, salvo las necesarias paradas para comer e ir al baño. En Santa Teresa demoraron tanto en servirnos el almuerzo que en mi caso, tuve que llevármelo en una bandejita y almorzar durante el viaje.
En cada parada, el conductor intentaba adquirir algún CD para escuchar alguna música que amenizara el viaje, pero el reproductor no los aceptaba. Las radios del Perú se dedicaban aquel día a un único acontecimiento: la liberación de la cantante Abenzia Meza que acababa de ser liberada tras seis meses de reclusión, acusada de haber sido la autora intelectual del asesinato de otra cantante peruana: Alicia Delgado.
Yo viajaba sentado en la parte de adelante entre el conductor y una chica de nombre extraño nacida en un recóndito país asiático pero que residía en Chile. Fue la única que se mantuvo callada durante el primer trayecto del viaje. Pero cuando todos empezaron a dormirse, entablamos conversación y no paramos de charlar hasta llegar a Cuzco. Ella trabajaba nada menos que en la casa de Pablo Neruda en Santiago de Chile.

Promediando la tarde se largó a llover y lo hizo casi a lo largo de todo el viaje. En algunos momentos no se veía absolutamente nada y yo iba limpiando el parabrisas con un trapo para que el conductor pudiese manejar con mayor tranquilidad. Para colmo, en aquellas alturas se nos apareció una vaca parada como si nada en medio de la ruta.
Una vez en Cuzco, cenamos, tomamos unas fotos por el centro y nos fuimos al hotel (nos habían dado la llave antes de irnos a Machu Picchu). Las habitaciones estaban impecables, limpias y perfumadas y nuestras mochilas allí, tal como las habíamos dejado.


Al día siguiente no pudimos hacer mucho debido a la lluvia torrencial que azotaba la ciudad de manera ininterrumpida. Matías y José tenían intenciones de viajar directamente hasta Arica, en Chile, y yo quería ir a Arequipa. Conseguí pasaje para viajar de noche y allí en la Terminal me informaron que para ir a Arica era necesario viajar hasta Tacna y sólo había pasajes para las 2 de la tarde.  Eran la 1 y media y los brasileños ya no hacían tiempo de viajar en aquel bus, así que más tarde compraron sus pasajes para Arequipa en el mismo micro en el que yo viajaría.
Cuando regresaba de la Terminal, a una cuadra de la Plaza de Armas divisé desde el taxi a Santiago, el chico de La Plata que habíamos conocido en La Paz y con quien compartimos nuestro primer día en Cuzco no lo habíamos vuelto a ver. Aparecía y desaparecía siempre. Él también salía para Arequipa aquella noche, en otro micro pero en el mismo horario.

Cuando llegué al hotel Matías y José no estaban, así que almorcé allí mismo y después fui a la Plaza Regocijo a comprar un libro que nos había recomendado un guía: “Los comentarios reales de Los Incas, del inca Garcilaso de la Vega”. Aproveché también para ir a la agencia de Lucho a reclamar por aquel fallido tour a Maras y Moray que habíamos hecho el lunes (ver cap. 31 de este diario) y el mismo Lucho en persona, tras manifestar que no tenía dinero encima, me dijo que volviese más tarde y que nos iba a devolver 10 soles a cada uno por la visita a la salineras que no habíamos podido hacer.
Después hice lo mismo en la agencia en la que contratamos el tour a Machu Picchu. Les conté todo lo que nos había sucedido en Aguas Calientes, incluyendo lo de la comida en mal estado y el maltrato en el hotel. Allí me explicaron que todas las agencias reciben una comisión de By Car, que es la verdadera responsable del tour. También me dijeron que regresara más tarde.
Volví al hotel donde Matías y José almorzaban y nos quedamos allí un par de horas, la lluvia cada vez era peor. Como no paraba, nos tomamos un taxi hasta la agencia de Lucho, donde los chicos se quedaron esperando que alguien apareciera mientras yo volvía a la otra agencia a hacer mi reclamo. Allí permanecí casi una hora hasta que mandaron a llamar a un encargado, después a otro y finalmente me pusieron al teléfono con Freddy, el que coordinador que se hacía el estúpido mientras yo le hablaba a los gritos por el celular, en una vereda frente a la agencia, ya que llovía mucho y adentro no había señal. Freddy me hablaba desde Santa Teresa, a kilómetros de allí. Le dije que aún estaba esperando el médico que me prometieron y le reproché su negligencia cuando él mismo fue testigo del momento en que yo extraía de mi boca el tornillo presente en la salsa de los fideos. Toda aquella conversación era a viva voz porque la conversación se cortaba, el tipo me entendía la mitad de las palabras y yo lo mismo a él. Así que a lo último opté por repetirle varias veces: “inútil, inútil, inútil…”, “caradura, caradura” y cosas así, y que lo iba a denunciar.
Al final me volví a encontrar con los brasileños que esperaban en vano la llegada de Lucho para que nos devolviese los 30 reales que prometió, y con las manos vacías regresamos al hotel. Ya era hora de ir a la Terminal. Ellos se fueron primero en taxi porque era tarde y tenían miedo de perder el micro. Yo me quedé un rato más porque quería entrevistar a la encargada del hotel y además, con tanta cosa me había olvidado de retirar la ropa que había dejado hacía 4 días en la lavandería.
Llegué a la Terminal en un taxi, llovía mucho y me metí en una farmacia para ponerme el impermeable. El micro ya estaba por salir. Allí me encontré con Matías y José. También con las chicas de Uyuni que abandonaban Cuzco esa noche y recibí un mensaje de Santiago diciéndome que lo esperáramos al llegar a Arequipa, ya que viajábamos con media hora de diferencia.





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