sábado, 31 de diciembre de 2011

6-Año nuevo en las Islas Galápagos

SANTA CRUZ, ISLAS GALÁPAGOS, ECUADOR


Cuando desperté, mi reloj daba las 11.50 y me dije: ¡Diez minutos para el año nuevo! Bajé corriendo a la calle donde en un rato el paisaje había cambiado considerablemente. La gente había copado las calles y enseguida me entremezclé con la multitud, satisfecho al comprobar que la gente de allí festeja el año nuevo en plena calle, y no recibiría el año acompañado por iguanas, más solo que el mismísimo solitario George.








En la calle había unos pocos años viejos, uno de ellos era un gigantesco cangrejo al que le quedaban pocos minutos de vida, ya que todos aguardaban ver la quemazón. En el escenario del muelle cuatro hombres disfrazados de viudas competían por un premio de mil dólares y yo pensaba: ¡Dios mío! ¡Cómo no me traje una peluca y un par de tacos altos y salvaba mis vacaciones!





Entre tanta cantidad de gente que había colmado las calles, me fue imposible hallar a Franklin, el guayaquileño al que había conocido en el micro. Pero sí encontré, o mejor dicho, me encontraron, porque ellas me vieron pasar, a las dos chicas que estaban en el cuarto lindante al mío en “Los amigos”. Eran peruanas, muy simpáticas, y me ofrecieron un Gatorade que era en verdad un vodka camuflado. Estas chicas, Karina y Adriana, se convertirían en los días subsiguientes en mi compañía incondicional en Galápagos.




Charlando con ellas comprobé que ya habían pasado como 40 minutos y ni novedades del 2012. Entre mi llegada, la pérdida del micro, mi apuro por ver las tortugas, el problema para conseguir hospedaje,  la ansiedad, el calor, el hambre y el sueño, había perdido noción de la hora. No entendía si allá eran 3 horas más tarde o más temprano que en la Argentina, y había visto vaya a saber qué hora en el reloj, pero la cosa que el año nuevo no llegaba y justo me agarró comprando una botella de agua mineral. En aquel momento explotaron los fuegos artificiales y entonces apareció Franklin, la primera persona a la que saludé en 2012. Le presenté a las chicas y después de ver el espectáculo de fuegos multicolores (yo pensaba en los pobres animales el susto que se habrán pegado), fuimos un rato al muelle. Allí me presentaron a un grupo de chicos voluntarios de la Estación Charles Darwin, conocidos de Adriana, que también era voluntaria y había llegado hacía sólo dos días desde Lima. Karina era su prima, y aprovechando el viaje de la otra, se había propuesto instalarse en Galápagos durante los tres meses que duraba el voluntariado, para acompañar a su prima y disfrutar de aquellas islas a las que ya conocía.

Todo el mundo estaba en la calle aquella noche, tanto los turistas como los galapagueños. Con Karina, Adriana, y Franklin, que parecía conocer a todo el mundo en Puerto Ayora y no dejaba de saludar gente a cada paso, desapareciendo cada dos por tres, me fui al muelle de los pescadores. Ahí también había músicos sobre el escenario y se había armado la fiesta en plena calle. En un ambiente muy familiar, personas de todas las edades bailaban y se divertían al son de la música. Más tarde se sumó el grupito de voluntarios, compañeros de Adriana. Mientras  tanto, yo me liquidaba la botella de vodka con Sprite que me había dado Karina. 


Ya entrada la madrugada nos fuimos al Bongo Bar, que quedaba frente a nuestro hotel. Franklin había desaparecido nuevamente y un muchacho que nunca supimos quien era, que se había sumado a nuestro grupo, nos hizo entrar al bar que estaba completamente lleno. Las chicas se fueron como a las cinco y yo me quedé un rato más, mientras personas de aquí y de allá que no sabía quienes eran me convidaban tragos.

 Estuve un rato conversando con chico que se me acercó hablando en inglés y resultó ser rosarino. Me recomendó que fuera a la playa Tortuga Bay donde la arena eran tan blanca como…, como…, cómo te podría decir…? ¡Como la merca! Aseguró, en el ejemplo más concreto que se le ocurrió. Ya cuando estaba por irme encontré allí a Jorge, el que me había orientado en la etapa previa al viaje y me había convencido de que no me arrepentiría de pasar el año nuevo en las islas. Le agradecí toda la información que me había dado, después de todo gracias a él había ido a recibir allí el 2012. 


 Había estado buscando durante meses alguna información sobre cómo eran los festejos de año nuevo en Galápagos. Y prácticamente no encontré nada, a excepción de un relato de una periodista local. Por eso lo pormenorizado de este relato que intenta contribuir a sumar algunos datos a aquellos que quieran  pasar un año nuevo en este rincón tan particular del mundo. Una experiencia inolvidable en un lugar maravilloso al que había llegado completamente solo, y en pocas horas terminé bailando, cantando y festejando con un montón de personas con la mejor onda. Y el año recién comenzaba….
























5-Así llegué a Galápagos

ISLAS GALÁPAGOS, ECUADOR, sábado 31 de diciembre de 2011

Por la mañana temprano tomé en el aeropuerto de Guayaquil, mi vuelo con destino a Baltra, una de las19 islas del archipiélago de Colón, más conocido como las islas Galápagos, ubicadas a casi 1.000 kilómetros del continente. Las islas pertenecen a la República del Ecuador desde 1832 y desde 1973 conforman la provincia de Galápagos.
Descendí en Baltra, la isla que en tiempos de la Segunda Guerra Mundial fue una base militar de los Estados Unidos desde donde se controlaba el Canal de Panamá.


Realizando los trámites migratorios, me informaron que mi ingreso al Ecuador no estaba registrado en los sistemas, por lo que debieron tomarme todos los datos y sin problemas, me autorizaron el ingreso, luego de abonar los 50 dólares correspondientes, por ser ciudadano del MERCOSUR (los extranjeros abonan 100 dólares).

El percance derivó en que quedé último en la fila para subir al bote que cruza el Canal de Itabaca y lleva a los pasajeros hasta la isla Santa Cruz. Una vez allí, todos corren a los colectivos que atraviesan toda la isla hasta llegar a Puerto Ayora. Me detuve unos minutos para hacer mis necesidades junto a unas plantas, y debí apurarme ya que el último grupo de pasajeros estaba arribando a una combi. Todos eran brasileros. Entregué mi mochila al chofer y me senté muy cómodamente, hasta que unos minutos después, ya a punto de salir, me informaron que aquel era un transporte privado, contratado por una agencia de viajes para los brasileros, así que debí bajarme, y demoraron otros minutos en sacar mi mochila que había quedado debajo de todo, tapada por el equipaje de los brasileros. Corrí entonces hasta el último colectivo que estaba saliendo, y el chofer me hizo señas de que iba colmado, que ya no entraba más nadie. Primer inconveniente: había perdido todos los buses, y tendría que esperar allí hasta que llegase otro grupo de pasajeros y un nuevo micro se complete.




Pero me consolaba a mí mismo pensando: “Cuántas veces he estado esperando el colectivo, o el tren para ir a trabajar. Ahora no tengo ningún apuro, y además, este paisaje es sublime”. Y lo era por demás. Pelícanos por doquier, gaviotas y todo tipo de pájaros sobrevolaban el canal, y decenas de cangrejos se aglomeraban sobre las rocas negras de la costa.
Más de una hora demoró la espera, y ya me estaba impacientando, hasta que el micro  finalmente salió. El camino es ascendente, puesto que la isla es una especie de montaña cuya altitud alcanza los 860 metros. Cuando atravesamos la parte más alta comenzó a hacer frío y a llover bastante, pero de nuevo salió el sol cuando estábamos llegando a la ciudad.



Al cabo de 40 minutos llegamos a Puerto Ayora, allí me puse a charlar con un guayaquileño y una pareja de argentinos que viajaban conmigo en el micro. Una señora, en el muelle nos ofreció un cuarto para dos personas por 10 dólares cada uno. Allí se fue el matrimonio. El guayaquileño ya tenía reserva en un hotel y se fue, luego de anotar mi mail y acordar encontrarnos aquella noche en el muelle para recibir el año. 







Aunque es el centro urbano más grande de las Galápagos, Puerto Ayora es una ciudad pequeña, y todo queda cerca, así lo comprobé cuando pregunté cómo llegar al lugar que Jorge, un miembro de www.couchsurfing.org  que vive allí me había recomendado para alquilar. Era una habitación en una casa que nunca encontré. Peró en su lugar hallé otra casa donde me dijeron que se alquilaban cuartos por 10 dólares. La casa estaba abierta auque no había absolutamente nadie, entonces la recorrí y las habitaciones eran francamente espeluznantes, así que me atreví a dejar la mochila en la puerta y empecé a preguntar a los vecinos donde conseguir un hospedaje acorde a mi presupuesto.
Después de un buen rato de preguntar aquí y allá decidí poner en práctica mi plan B, acudí al hotel “Los amigos” que me había recomendado una usuaria de www.viajeros.com y con el cual ya me había comunicado vía mail. 

En “Los amigos” me recibió Mary, su propietaria. Es un hotel sencillo, económico y bien ubicado. Mary me explicó que había un cuarto individual pero que se encontraba ocupado, y que le quedaba uno doble, a 25 dólares la noche. Entonces se me ocurrió hacer una contraoferta:
-Me cobrás la mitad, o sea unos 12,50 dólares y me quedo toda la semana, y si cae algún otro viajero solitario compartimos la habitación.
Mary aceptó enseguida, y el único comentario que hizo, fue:
-Quédate tranquilo que aquí no hospedamos a ecuatorianos.
-¡La discriminación empieza por casa!-, pensé. Y eso que el hotel se llamaba “Los amigos”.
En definitiva, por 12 dólares y medio tuve un cuarto para mi solo durante seis días, con vista al mar desde una ventana y a la montaña desde la otra. Era pura ventana ¡Una joyita! El baño era compartido, y la cocina estaba totalmente ocupada con microondas, agua potable, heladera, y hasta cubiertos. El primer inconveniente lo tuve al tratar de cerrar la puerta. No conseguía hacer girar la llave y unas chicas del cuarto contiguo me indicaron como hacerlo.
  

Después de acomodarme me fui a un cíber para comunicarme con mi familia, y ya eran más de las cinco cuando me encaminé hasta la Estación Científica Charles Darwin, ansioso por ver a las tortugas gigantes. Pero no encontré absolutamente a nadie caminando por los senderos y temí que cerraran el predio conmigo adentro, así que una vez en la entrada decidí volverme. Estaba agotado, con hambre y con sueño. En el camino fotografié a unas iguanas que andaban en el muelle caminando como si nada entre la gente. Cuando vi la primera me asusté, y desde lejos me pareció tan grande que la confundí con un mono.



De ahí me fui a la famosa calle de los kioscos, allí donde todo el mundo me había dicho que se come por 3 dólares. Así lo hice. Tomé una sopa, un ceviche mixto y una gaseosa. Me llené bien la panza y me volví al hotel donde apenas me apoyé en la cama me quedé dormido. Con tanta cosa, ni siquiera me había detenido a pensar en que estaba solo, en la noche de año nuevo, a 1.000 kilómetros del continente, muy lejos de mi familia y de mi gente, lo más lejos que había estado jamás. El año se terminaba y mientras en todas partes del mundo la gente se preparaba para festejar, yo me quedaba profundamente dormido.










viernes, 30 de diciembre de 2011

4-Años viejos, amigos nuevos

GUAYAQUIL, ECUADOR, viernes 30 de diciembre de 2011

Por segunda vez andaba con mi mochila a cuestas esquivando gente en la multiconcurrida Terminal de ómnibus de Guayaquil, pero esta vez no iba acompañado por un correntino, sino por un israelita. Avi, que así se llamaba el muchacho a quien había conocido en el micro, quiso acompañarme durante mi breve estadía en la ciudad más grande el Ecuador, ya que no tenía idea de ningún hostel por la zona,y yo llevaba tres o cuatro agendados en mi cuaderno de viaje.








Él se quedó cuidando mi equipaje mientras yo telefoneaba al Hostal Manso, del cual tenía buenas referencias y cuya ubicación, justo frente al Malecón era privilegiada. La recepcionista me dijo que fuese tranquilo, que contaban con dos camas en un cuarto compartido, a 12 dólares la noche.
Taxi mediante, nos fuimos al Manso. El taxista, muy amable, fue haciéndonos una especie de city tour en el cual nos mostraba los edificios de la ciudad, el faro, el barrio Las Peñas y todo lo que íbamos encontrando a nuestro paso.

El hostal Manso es muy lindo, nos hospedamos en el “cuarto azul”, reservado para hombres, junto a un chico oriental con el que no llegué a intecambiar palabras, y Theo, un americano que acababa de llegar.
Después de una ducha, fuimos a buscar algún lugar donde comer. En el hostal había almuerzos por sólo 3 dólares pero supuse que en los alrededores encontraríamos menús aún más económicos. Sin embargo, me equivoqué. No hallamos nada que no fuera comidas rápidas a lo largo de la avenida 9 de Octubre. Terminamos comiendo una presa de pollo con papas fritas que nos dejó con hambre.

Después del almuerzo fuimos a recorrer el Malecón 2000. Allí comprobamos que nos habíamos equivocado fiero a la hora de ir a buscar donde comer, ya que en el malecón hay varios patios de comidas.
El lugar me recordaba a Puerto Madero, en Buenos Aires, aunque mucho menos sofisticado, y mucho más familiar. Bordeando el río Guayas se encuentra este malecón de dos kilómetros y medio de extensión. Es atractivo, moderno, seguro, y limpio. Cuatro premisas básicas para un cualquier paseo urbano de una gran ciudad.

A lo largo del mismo hay un complejo de cines, locales comerciales, un jardín botánico, un área de juegos infantiles, la Torre Morisca, la Plaza Olmedo, el Club de la Unión y el Palacio de Cristal (antiguo mercado), entre otros sitios interesantes. El barco Pirata Morgan, ofrece paseos por el Río Guayas se lo puede encontrar en la entrada de la calle Aguirre, casi enfrente del Hostal Manso.
Un ícono de la ciudad es el Hermiciclo de Rotonda, monumento a los libertadores San Martín y Bolívar, que recrea la famosa entrevista entre ambos próceres llevada a cabo en Guayaquil en 1822. 
A las cinco en punto, Fernando, un usuario de la comunidad de www.viajeros.com me pasaba a buscar por el hostal para acompañarme a conocer la ciudad. Fernando se había ofrecido por su cuenta, y como Avi prefirió quedarse descansando, le propuse a Theo si quería sumarse al paseo. No conocía a Fernando, y si bien es cierto que me he hospedado muchas veces en casas de desconocidos, la situación esta vez era diferente: no lo había conocido a través de couchsurfing, más bien él se había contactado conmigo y me pasaba a buscar en su auto.

Bastaron cinco minutos para saber que mi anfitrión en la ciudad, no sólo era digno de absoluta confianza, sino que desbordaba simpatía y amabilidad. Y lo mismo sucedería un rato después, con las personas que se fueron sumando al grupo: Diana y Héctor (al que siempre llamé Víctor), ambos guayaquileños, Zeneida, una peruana amiga de Fernando que había llegado a pasar allí el año nuevo, y Juan, quien llegaría poco más tarde cuando ya la confianza entre todo el grupo era absoluta y estábamos en plena fiesta.


El primer lugar que visitamos fue la calle seis de marzo. ¡Dios mío! Había leido mucho sobre la espectacular feria de años viejos en aquella calle en vísperas del año nuevo pero jamás imaginé la magnitud de la misma. Además, era algo que hacía tiempo deseaba conocer, y debido a mi vuelo a Galápagos al día siguiente, creí que me lo perdería.

Ya expliqué en el capítulo anterior lo que son los años viejos en esta región de Sudamérica. Pero a diferencia de los que había visto en Montañita, vestidos con ropas y realizados por cada familia o comercio, estos estaban realizados a escala industrial, y eran fieles reproducciones, de todos los tamaños imaginados, de cientos de personajes populares. Desde Shrek hasta la Mujer Maravilla y el Chavo del 8 con toda su vecindad completa, hasta Mafalda, los personajes de Disney y los presidentes Chávez y Correa, cientos y cientos de muñecos de papel maché se exponían para su venta a lo largo de la calle 6 de marzo y sus adyacentes.





En una hora pasé del apacible momento que habíamos pasado con Avi contemplando el Guayas desde el malecón, en absoluto silencio, ya que estábamos agotados por el esfuerzo de entendernos, (había desistido del cetáceo y empeñado por que me comprenda me salían sin que me lo propusiese palabras en portugués, con lo que el pobre israelita terminó más confundido de lo que estaba) al caos provocado por el gentío que se aglomeraba en la calle mezclándose entre los muñecos. El espectáculo me puso eufórico y me lo pasé corriendo de un rincón a otro de la calle para filmar y tomar fotos. Pese a la fama de Guayaquil, me pareció que se vivía un clima bastante seguro, el único inconveniente lo tuve cuando me puse a filmar a alguien vestido de Chuky con quien la gente se tomaba fotos, y el muñeco diabólico se me vino encima para exigirme que le pague por apuntarlo con mi cámara.



A todo esto, el sosegado Theo, que según creo no tenía la menor idea de adonde lo habíamos llevado, ni había oído de muñecos ni de años viejos, también se mostraba eufórico y jugaba a tomarse fotografías con distintos súper héroes de papel maché.


Más tarde, con Fernando como guía,  nos fuimos al barrio Las Peñas. Fernando nos contó la historia de este pituco barrio colonial y yo estuve como dos horas decidiendo qué recuerdo llevarme de una tienda artesanal.

Subimos entonces al cerro Santa Ana, repleto de gente a aquellas horas de la noche. El pintoresco barrio histórico que se alza sobre el cero, ha sido remodelado y uno puede encontrar todo tipo de tiendas y bares a lo largo de los 444 escalones que se precisan subir para alcanzar la cumbre.
A mitad de camino paramos para tomar unas cervezas, charlamos un poco de todo y hasta bailamos salsa, o al menos hicimos el intento. Ahí fue cuando llegó Juan, un fanático cinéfilo, que conocía más de cine argentino que yo mismo. Todos ellos, excepto Theo, y Zeneida, que conformaban conmigo el grupo de visitantes, forman parte de un grupo llamado “Bienvenidos”, cuya misión es recibir, acompañar, orientar y hacer pasar buenos momentos a los viajeros que llegan a Guayaquil. Demás está decir que la cumplen con creces.

En este punto del paseo me sentía ya absolutamente feliz de haber conocido a estas personas, cuando había partido solo de Montañita y estaba visitando Guayaquil por primera vez y solamente por ese día, con la mera intención de dar una vuelta por la ciudad, ya que tendría tiempo para conocerla bien sobre el final de mi viaje.











Después de las cervezas seguimos el ascenso hasta el escalón 444, y allí accedimos a una vista privilegiada de la ciudad, junto al faro, al fortín y a la capilla Santa Ana.
Terminamos la noche cenando lo que conseguimos (en mi caso un chaulafán), puesto que los comercios ya estaban cerrando en el patio de comidas del Malecón. Luego Juan nos acompañó a Theo y a mí hasta el hostel.








Cuando llegué, Avi estaba de muy mal humor. Había salido a dar una vuelta y cuando regresó comprobó que habían sustraído de su mochila su cámara fotográfica y su Laptop.
Intenté averiguar un poco acerca del momento en que se habría cometido el hurto pero no comprendí mucho ya que Avi nos contó en inglés lo que había pasado. Sentí un poco de culpa porque yo era quien había llevado a Avi a aquel hostal, diciéndole que era el mejor lugar que había encontrado a través de Internet.



Eran casi las dos de la mañana cuando me fui a dormir, después de haberme despedido de Theo y de Avi, un poco amargado por ese asunto del robo, pero expectante por mi inmediato vuelo a las Islas Galápagos, y satisfecho por todo lo que había hecho durante el día, por los buenos momentos y los nuevos amigos con los que Guayaquil me había recibido. A muchos de ellos los volvería a ver, pero eso sucedería recién sobre el final de esta fantástica aventura por la mitad del mundo.






















    


jueves, 29 de diciembre de 2011

3-Montañita y la previa de año nuevo.


MONTAÑITA, ECUADOR, jueves 29 de diciembre de 2011



Montañita es un poblado pequeño, que ha crecido en los últimos años gracias al turismo y a la notoriedad que han alcanzado sus playas ideales para el surf. Además su fama de comarca descontrolada, donde todo es permitido la convierte en el destino preferido por los jóvenes que visitan Ecuador.










Se acercaba el año nuevo, y en las veredas de algunos comercios y casas podían apreciarse una serie de muñecos realizados en papel maché que los ecuatorianos llaman “años viejos”. Es tradición en este país y en algunas zonas de Colombia y de Perú, que cada familia construya o adquiera su propio año viejo para quemarlo en los primeros minutos del año entrante.




Otra tradición es que los niños se vistan de diablos y asusten a los transeúntes exigiéndoles monedas en pago de una presunta deuda. El mito indica que saldando esta deuda se accede a un año generoso y próspero. Tamaño susto me pegué aquella tarde en la playa cuando dormitando en una reposera se aparece delante de mí un demonio completamente vestido de rojo, con cuernos y todo, una máscara en la cara y voz de ultratumba diciéndome no sé que cosa.

Y por último, la tercera tradición es la de las viudas: son hombres que se visten de mujeres de luto y andan por ahí llorando a sus ficticios esposos, en tanto interrumpen el tránsito de vehículos y transeúntes, también pidiendo monedas. Esto no significaba un gran problema en Montañita, donde el tránsito vehicular es prácticamente inexistente y todas las calles parecen peatonales. Las viudas, por lo demás, casi existían, al menos las de mentira. Los niños preferían el disfraz de diablo al de mujer llorona.


La segunda tarde transcurrió de manera similar a la primera. Una pareja de rosarinos que habíamos conocido el día anterior y eran parte del grupo de argentinos con el que habíamos terminado la tarde, había salido a vender empanadas, y les quedaban ya las últimas. Nos quedamos allí charlando hasta el atardecer, y nos contaron que la semana anterior, un grupo de vecinos había agredido físicamente a los artesanos de la playa, por considerarlos culpables de la vorágine de droga y excesos de las que Montañita es víctima en los últimos tiempos, que habían acabado en el asesinato de una chica colombiana. Pero dieron con los asesinos y el veredicto fui aun más cruel que el delito inicial: los quemaron vivos. Cosas que suelen suceder en un pueblo donde la policía apenas cumple una función “reguladora”, y donde el Estado no ejerce el gobierno, en su lugar lo hace una comuna vecinal, característica de muchos pueblos costeros del país.

Nacho estaba con dos problemas importantes. Uno era que no podía conseguir cambio de cien dólares ¡Y atentos con esto! Casi nadie acepta billetes de cien dólares en Ecuador, así que es mejor proveerse de ellos antes de comenzar el viaje. Yo ya había ido advertido, pero tampoco llevaba tanto efectivo encima, y debí pagar alguna que otra cosa a mi compañero de viaje, por lo que el cambio verde se me agotó rápidamente. El otro problema era que, según habíamos convenido, nos separaríamos por una semana, puesto que al día siguiente yo me iba a Guayaquil para volar en la mañana siguiente a las Islas Galápagos. Como él no iba a Galápagos, pasaría el año nuevo en Montañita y nos encontraríamos en Guayaquil a mi regreso, una semana después.

Sí, sí, sí, todo muy lindo, pero estábamos en un lugar turístico por excelencia, y todos los fines de semana los precios de los hoteles suelen subir bastante. Ni hablar en los días festivos como el año nuevo. Decenas de turistas ecuatorianos y extranjeros estaban llegando para recibir allí el nuevo año, bailar, beber, y en algunos casos, fumar marihuana hasta el amanecer.

La cuestión era que en el hotel donde estábamos, si se lo podía llamar hotel, nos habían advertido que debíamos desalojar el cuarto el viernes al mediodía. Inclusive cuando Nacho ofreció seguir pagando el precio de una habitación doble, aunque yo ya no estuviese allí, el dueño nos explicó que esperaba la llegada de nuevos huéspedes y cobrarles al menos 15 dólares por persona.
Mi compañero de viaje estaba entonces en un aprieto. No tenía donde hospedarse en los próximos días. Preguntaba aquí y allá y los precios eran exorbitantes en todas partes. Se comunicó entonces con un muchacho argentino de viajeros.com (www.viajeros.com) que estaba en un camping cercano. Allí fuimos entonces, al camping donde se alojaba Eduardo, que estaba completamente lleno. Nacho habló con un dueño y logró convencerlo de que le alquilase una carpa a partir del día siguiente, en un rinconcito del camping que ni siquiera era para acampar.

Aquella noche, después de la cotidiana ronda nocturna, terminamos cenando y luego tomando unas cervezas en la playa junto con Eduardo. Él pertenecía al cuantioso grupo de usuarios de www.viajeros.com que estarían llegando en los días siguientes para recibir allí el año, y que lamentablemente yo no llegaría a conocer. Pasar el año nuevo en las Islas Galápagos había sido una decisión forzada, debido a que, cuando decidí que formarían parte de mi itinerario y me dispuse a comprar el pasaje, el precio de los vuelos había aumentado considerablemente. Sólo mantenían los precios los vuelos correspondientes al 31 de diciembre y al 1ro de enero, fechas en los que, se supone, hay menos personas dispuestas a volar.
A la mañana siguiente me desperté temprano y desayuné en uno de los pocos lugares abiertos, el mismo donde habíamos cenado por menos de dos dólares la noche anterior. “Hay bolón con café”, me dijeron. Y pedí que me trajeran uno. Me reía solo de verme a aquellas horas de la mañana comiendo una enorme bola frita de queso, huevo y manteca, muy sabrosa por cierto, y acompañada por un café y un huevo frito. Desayuno atípico, si los hay, para un argentino.


Luego me fui a caminar un poco por la ruta, hacia el lado de Olón, para conocer un poco más de hacia allá del pueblo, ya que difícilmente anduviese nuevamente por ahí, al menos en lo breve. Así fui a parar un sector más oneroso repleto de cabañas con playa propia. Mi intención era subir a un mirador que había allí cerca pero la hora y el bolón que me había comido no me lo permitieron. 
Después fui a comprar el pasaje en micro a Guayaquil, que salía a las 10 de la mañana, y para mi sorpresa, pagué los cinco dólares que costaba con un billete de cien que me aceptaron sin decir ni mu. La otra sorpresa la tuve un rato después, y consistió en llegar al hotel y encontrar cerrada con llave la puerta del cuarto que había dejado abierta, cansarme de golpear y darme cuenta de que Nacho no estaba. Ya eran más de las nueve y media y todavía tenía que guardar cosas en mi mochila y caminar hasta la Terminal. Parado en la esquina del hotel, desde donde podía divisar la entrada y las calles adyacentes comencé a llamar y a enviar mensajes desesperados por mi celular a Nacho. Pero no respondía. Luego de un rato, completamente impaciente, volví al hotel ¡Necesitaba sacar mis cosas de allí! Y casi tiro la puerta abajo cuando Nacho, en su octavo sueño se levantó a abrirme y dijo que había cerrado la puerta que yo dejé abierta ya no recuerdo por qué cosa.

Mi compatriota me dio los pocos dólares que me había quedado debiendo (ya había resuelto el problema del cambio pagando tres dólares en un negocio para que le cambien un billete de cien), nos despedimos, y me fui casi corriendo a la Terminal. Enseguida llegó el micro que me llevaría hasta la ciudad más grande del Ecuador. En el camino fui charlando con  mi compañero de asiento…charlando es una manera de decir, porque sólo hablaba inglés, y yo más que “hello” no paso, así que íbamos dele hacernos señas y yo pronunciaba cada palabra bien lento y estirándola mucho para que me entendiese. El pobre debe haber pensado que el español se hablaba así, al estilo “cetáceo” que habla Dory con la ballena en “Buscando a Nemo”. Demás está decir que nada podía comprender el pobre pibe, porque no entendía el español común, mucho menos el español-cetáceo. Pero yo empeñado en hacerme entender, después me di cuenta del papelón que fui haciendo durante todo el viaje, con mi cetáceo y mis señas. Pero después de todo, si uno no se ocupa de hacer papelones en lugares lejanos, allí donde nadie te conoce, ¿dónde sino…?








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