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viernes, 27 de enero de 2012

28-Por el norte del Ecuador

COTACACHI, ECUADOR, viernes 27 de enero de 2012

Cotacachi es un pueblo de poco más de 40.000 habitantes en la provincia de Imbabura, entre las ciudades de Otavalo e Ibarra. Se destaca por su arquitectura colonial y la producción de artesanía en cueros. Allí me recibió Marcelo, un miembro de couchsurfing y chef profesional, que actualmente trabaja en el buffet de un colegio por las mañanas. Sí, sí, sí… ya sé lo que están pensando, y piensan bien: me lo pasé comiendo de lo más rico. Marcelo es un apasionado de la cocina y durante los días que estuve en su casa ¡hasta me preparaba el desayuno!. Me lo dejaba listo sobre la mesa antes de irse a trabajar. La verdad, me atendió como a un rey, y yo que no tengo muchas habilidades culinarias… me limitaba a lavar y secar los platos.


El primer día fuimos a conocer San Miguel de Ibarra, la capital de Imbabura. Apenas llegamos subimos al mirador de San Miguel Arcángel, coronado por una enorme escultura de este santo, patrono de la ciudad. Desde allá arriba puede verse toda la ciudad de Ibarra, el valle que la rodea y la laguna de Yahuarcocha, un ícono de la ciudad.




Estuvimos casi una hora esperando el bus para regresar hasta el centro, y cada tanto, una tenue llovizna amenazaba con regarnos de pies a cabeza. Mientras tanto, Marcelo me contaba la historia de aquella laguna que se veía a algunos metros de distancia. La historia, que en realidad difiere bastante de la que Marcelo me contó, dice que en aquella laguna se produjo la batalla de Yahuarcocha, entre los incas y las tribus de la zona que se negaban a ser conquistados por el gran imperio. La misma duró varios días y los incas vencieron dejando un saldo de muertos que algunos historiadores ubican en 50.000, por lo que la laguna se tiñó de rojo debido al derramamiento de sangre y adquirió entonces el nombre por el que hoy se la conoce: Yahuarcocha (lago de sangre en quechua).

Cuando por fin vino el bus, dimos un paseo por el centro histórico de Ibarra y tomamos un café muy rico en el patio de un enorme bar de estilo colonial. Cuando nos fuimos, pasamos por una heladería donde vendían helados de paila, que son típicos ahí en la zona y también en Colombia. Es un tipo de helado cuyo proceso de congelamiento consiste en preparar el helado en una paila (olla) de cobre y mezclándolo con una espátula sobre un barril de hielo. Una preparación muy extraña que no he tenido oportunidad de observar en persona, pero si sé que todo el proceso de congelamiento se hace en forma manual.



Al otro día fuimos a Otavalo, donde Marcelo tenía que hacer un trámite en el correo, y yo aproveché para comprar regalos para la familia: una remera, unos ponchos de alpaca, carteras, monederos y algunas chucherías a muy buen precio. El mercado artesanal de Otavalo es el más grande de Sudamérica.



El siguiente paseo fue una invitación de Marcelo: la navegación por la laguna de Cuicocha, que se encuentra dentro de un cráter volcánico dentro de una reserva ecológica. En algunos sectores de la laguna puede observarse como el agua burbujea debido a la actividad volcánica.













Al promediar la tarde de aquel sábado, y de regreso al pueblo de Cotacahi, nos detuvimos en la Parroquia de Quiroga (una parroquia es en Ecuador el equivalente a lo que conocemos en Argentina como “localidad”). Era la primera vez que estaba en un lugar donde todo llevaba mi apellido. “Iglesia de Quiroga”, “Jardín de Infantes Quiroga”, “Carnicería Quiroga”; y así sucesivamente.


Después de un breve recorrido por la noche de Cotacachi, y de una exquisita cena, que por supuesto preparó Marcelo, nos quedamos charlando como hasta las tres de la mañana, y al día siguiente, después de despedirme de mi anfitrión emprendí mi regreso a Quito, sólo por un día, y para ir a ver una obra del consagrado dramaturgo argentino Arístides Vargas, en su teatro “Malayerba”. Mientras esperaba el bus en la plaza de Cotacachi pude observar una procesión de personas que llevaban en andas a la imagen de una virgen, con orquesta incluida y todo. No sé qué se celebraba aquel día, pero la misma escena se repitió después, en varios tramos del trayecto hacia Quito.







jueves, 26 de enero de 2012

27-De la selva a la sierra


QUITO, ECUADOR, jueves 26 de enero de 2012



Me tomé un taxi que se encontraba ahí mismo donde me dejó el micro. Estaba súper dormido y casi olvido decirle al chofer que sacara mi mochila de la baulera, y casi casi el micro se va con mi mochila. Era plena madrugada y yo fui el único que bajó allí. Le dije al taxista que me llevase hasta el Hostal Mitad del Mundo, que quedaba cerca y donde me había hospedado hacía apenas unos días, aquella última noche de mi estadía en Quito con Nacho, pero después de llamar varias veces, salió el encargado que estaba más dormido que yo, y me dijo que no había ni una sola cama disponible. No lo podía creer, ya que había estado ahí dos días antes y no había casi nadie hospedado, es más, en el cuarto que ocupábamos con Nacho para ocho personas, solamente estábamos nosotros dos, y por lo que habíamos conversado con el resto de los que allí estaban, las situaciones eran similares en todos los cuartos. Así que me fui molesto, pensando que en realidad el encargado quería seguir durmiendo y no tenía ganas de mover el trasero para registrar y ubicar a una sola persona a aquellas horas de la noche.

Entonces le dije al taxista que me llevase hasta aquel hostal que habíamos visto en nuestra llegada a Quito, donde Nacho había pateado las macetas. Al llegar, toqué timbre tres veces pero nadie salió, todo estaba cerrado, y como ya me estaba poniendo nervioso de solo pensar cuánto me costaría el taxi si seguía haciendo aquella recorrida por todo Quito, tomé una decisión trascendental: me fui a Hostal La Familia. Sí, el mismo de donde me había marchado ofendidísimo después de aquel incidente con el encargado que había hecho entrar al supuesto delincuente. Al llegar a “La Familia” me atendió el encargado de la noche, y le dije con absoluta sinceridad:
-No encuentro nada abierto, solamente me voy a quedar hasta las 11 de la mañana, ¿me dejás una habitación por siete dólares?-
No solamente me dijo que sí sino que me mandó al mismo cuarto en el que había estado antes, así que le pagué al taxista y ahí me quedé. Por la mañana desocupé el cuarto, dejé la mochila en el depósito y me fui al centro histórico. ¿El motivo? Intentar por tercera y última vez visitar el Palacio de Gobierno, lo que a aquella altura ya se había vuelto más una obsesión que un gusto personal.

Estaba fumando un cigarrillo mientras hacía la cola para ingresar cuando sentí que me bajaba la presión, todo me empezó a dar vueltas, sentía ganas de vomitar y empecé a transpirar por todas partes. Me senté en la vereda, un hombre me dio un caramelo y enseguida nos tocó ingresar (hacen ingresar grupos de unas quince personas por vez), entonces me pidieron mi documento (lo retienen hasta que finaliza el recorrido), y entramos. Pero yo sentía que en cualquier momento me desplomaba ahí mismo en el pasillo de ingreso, así que volví a sentarme mientras los demás se fueron con el guía, y le pregunté a uno de los granaderos, soldados o qué se yo cómo se llaman en Ecuador, si sabían donde podía  tomarme la presión pero ninguno tenía la menor idea. Yo les contesté: “-¿Y qué pasa si se descompone el Presidente? ¿No hay ni una enfermera?”

Esperé un buen rato ahí y cuando me sentí mejor pude ingresar con el siguiente grupo. La visita al Palacio de Carondelet es muy interesante, se recorren los patios y salones principales. Nos explicaron que en el último piso se encuentra la residencia oficial del Presidente, pero que el actual, Rafael Correa, prefiere utilizar la suya propia, por lo cual no reside en el Palacio. La visita guiada es muy agradable, y hasta te regalan una foto que ellos mismos te sacan en el patio principal.

Cuando terminó el paseo una chica estaba devolviendo los documentos de identidad, y no se encontraba el mío, así que fui a reclamarlo a la recepción, donde la mujer que me lo dio me dijo: “lo hemos estado buscando por todo el Palacio. Teníamos su DNI pero pensábamos que se había quedado perdido adentro”. Claro, nadie se había percatado de que no ingresé en el primer grupo y que me quedé en la puerta medio desmayado.

Ya estaba avanzada a tarde cuando me fui a retirar mi mochila del hostal, y tomé un colectivo hasta la Terminal de Carcelén que demoró una eternidad. Llegué cuando ya estaba anocheciendo y tomé uno de los últimos buses rumbo a Cotacachi, aunque no sabía que el bus no me dejaría en el pueblo mismo, sino a unos pocos kilómetros, cerca de un puente sobre la autopista panamericana.
-¡Dios mío!-, pensé-¡En qué lugares me meto!
Sólo, con todo mi equipaje, en plena noche cruzando la autopista para esperar ahí en una esquina, un supuesto bus que nunca llegaba. Pero afortunadamente, un muchacho que estaba también esperando me dijo que indicó cuál era el bus que tenía que tomar. Así lo hice y en quince minutos estuve en Cotacachi.

El pueblo me sorprendió al llegar. El bus me dejó frente a una plaza muy iluminada, una iglesia muy bonita, se notaba que era un pueblo chiquito y tranquilo. La cuestión ahora era encontrar la casa de Marcelo, mi couchsurfing, quien me había invitado gentilmente a hospedarme en su casa. Los vecinos del pueblo me mandaban para un lado y para otro, en todas las direcciones, hasta que por fin di con el domicilio de Marcelo, quien me estaba esperando desde hacía rato en su casa tan grande como agradable. Fue mi primera y única experiencia en couchsurfing en Ecuador. Y Marcelo me atendió de mil maravillas, como contaré en el capítulo siguiente.






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