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martes, 26 de enero de 2010

41-El vuelo de los cóndores


Cañón del ColcaPerú — martes, 26 de enero de 2010

Todavía era de noche cuando Antonio me despertó para desayunar. Fui el último del contingente en levantarme, y eso que hasta el momento venía cumpliendo demasiado bien con los insólitos horarios de los tours. Sobre todo después de los 15 días con José y Matías a quienes les gustaba dormir más que a mi. No recuerdo otras vacaciones en las que me haya levantado tan temprano la mayoría de los días.

Durante el desayuno nos enteramos que desde el viernes, cuando nos habíamos ido de Cuzco, no había cesado de llover en la capital incaica. Las rutas estaban bloqueadas y las comunicaciones también. Los noticieros no hablaban ya de la cantante asesinada, sino de las inundaciones que azotaban toda la zona del Cuzco, la destrucción de puentes, vías y caminos, los turistas varados en Aguas Calientes y el alud que había matado a una turista argentina. Por la gracia de Dios habíamos tenido la suerte de irnos de allí unos días antes.











El ansiado tour al Cañón del Colca finalmente comenzó y el viaje hasta Chivay estaba valiendo la pena. La ruta por la que va el micro costea el cañón y se hacen paradas en distintos miradores, además de los diferentes pueblos aledaños que conforman la provincia de Caylloma (Yanque, Maca y Cabanaconde entre otros). Después de pasar el pueblo de Maca es donde comienza el cañon propiamente dicho, que llega a alcanzar los 3.600 metros de profundidad.











El mirador Cruz  del Cóndor fue nuestra última parada. Allí esperamos un buen rato hasta que uno de ellos se dignó a aparecer y a sobrevolarnos. Sólo pudimos ver dos de ellos, pero más allá de los cóndores la belleza del paisaje es lo que merece la pena.




Estuvimos un par de horas allí, tomando fotos y charlando, o intentando charlar… Zuzka parecía no registrar que existían otras lenguas además del inglés, y por momentos se acercaba alborotada y entablaba unos monólogos muy expresivos pero que sólo ella entendía, para que sólo al final, cuando se callaba yo le respondiera siempre lo mismo: “I don´t speak english”. Pero diez minutos le bastaban para olvidarlo y al rato ya volvía otra vez a preguntarme cosas en inglés. Alguien pedía una aspirina y ella, muy gentil salía corriendo con la intención de colaborar pero volvía con un peine. Se largó a reir a las carcajadas cuando supo que en Argentina existía una provincia con el insólito nombre de Jujuy.

Los chilenos, mientras tanto, se entretenían intentando tomar fotos en las que parecía que estaba volando sobre el cañón. Aquello requería un esfuerzo grupal, ya que dos de ellos debían sostener las piernas del fotografiado, otro la cintura y un cuarto hacía malabares tratando de obtener la foto perfecta.



Lo pasamos muy bien, aunque no pude tomar todas las fotos que hubiese querido, ya que mis pilas bolivianas seguían fallando y cada vez que quería sacar una foto debía pedir a alguien que sacar las fotos de su cámara y me las prestara unos minutos.


En el camino de regreso a Chivay, paramos en algunos pueblos que no habíamos visitado en la ida. Ya en Chivay solamente almorzamos, dimos una vuelta por el pueblo y nos dispusimos a volver a Arequipa.
Zuzka, a todo esto, estaba bastante desesperada. Había contratado el tour al Cañón del Colca en Cuzco, donde le dijeron que todos los gastos estaban cubiertos, pero en el transcurso del mismo se dio cuenta que no era así, ya que tuvo que abonar el ingreso al pueblo y todas las comidas, teniendo en cuenta que era una fortuna lo que le habían cobrado. Estaba sin dinero, no hablaba español y para colmo de males estaba obligada a volver a Cuzco ya que había dejado allí la mayor parte de su equipaje. Pero Cuzco estaba bloqueada, ni siquiera era posible comunicarse por teléfono con la agencia de viajes. Pero pudo hacerse entender y nos pidió ayuda a Lieza y a mi para que intercediéramos ante el guía, que era nuestro único referente en aquel lugar tan lejano.
Cuando llegamos a Arequipa, nos despedimos del resto del grupo y junto con el guía fuimos hasta la agencia donde gestionaron la devolución de los gastos extras que había tenido, y se ocuparon muy bien de recalcarnos cuánto se aprovechan los cuzqueños del turista extranjero.

Zuzka fue a preparar su equipaje mientras Lieza y yo nos íbamos a la Terminal a comprar nuestros respectivos pasajes. Nos costó mucho encontrar un taxi que nos llevase por 3 soles (el precio oficial). Todos nos querían cobrar mucho más. Con los pasajes en mano volvimos a la plaza para encontrarnos con Zuzka.

Ya anochecía cuando entramos a conocer la enorme catedral que se extiende a lo largo de toda una cuadra. En la vereda había decenas de turistas ya que este lugar es el típico punto de encuentro de la ciudad. Allí había unos argentinos tomando mate, y le pedí que le ofrecieran uno a Zuzka porque no tenía la menor idea de lo que era aquello. Pero sólo se limitó a olfatearlo luego de observarlo con desconfianza.

Después fuimos a cenar en uno de los tantos restaurantes frente a la Plaza de Armas de Arequipa, la más hermosa que he visto en mi vida, sobretodo por la noche cuando se encuentra toda iluminada, junto a la Catedral y los arcos que la rodean.

Luego de la cena nos despedimos de Zuzka. Afortunadamente ya estaban abiertas las rutas hacia Cuzco y podía irse tranquila. Fuimos entonces a buscar nuestras mochilas al hostel y nuevamente a esperar por un taxi que nos cobrara lo que correspondía.

En la Terminal de Arequipa me despedí de Lieza, que casi ya hablaba castellano. Ella se iba hacia Nazca, al norte y yo a Tacna, en el sur. Nuestros micros salían con minutos de diferencia. De repente me di cuenta que estaba solo. Llevaba 21 días viajando y nunca me había quedado solo hasta el momento. Por el contrario, cada vez conocía más gente. Pensé entonces que el resto del viaje iba a ser diferente, sin compañeros de viaje. En la Terminal se escuchaba a Andrea del Boca cantando un tema de de una antigua telenovela. Y yo solo, con mi cámara y mis mochilas a cuestas me sentí en algo identificado: parecía un pobre campesino que se había quedado solo en una ciudad desconocida. Pero la soledad duró muy poco… ya verán…

 Mirá el video de este capítulo:
http://www.vimeo.com/15144697























domingo, 24 de enero de 2010

39-La hora de la playa

MollendoPerú — domingo, 24 de enero de 2010

Me desperté más tarde de lo previsto, y con nuevos compañeros de cuarto. Lieza prefirió quedarse en la ciudad para conocer el museo donde yace la momia Juanita, hallada en el cráter del nevado Ampato, excelentemente conservada tras haber sido sacrificada hace cinco siglos.
Santiago estaba en la etapa final de su viaje y partía aquella mañana hacia Lima. Yo decidí que ya era hora de dejar atrás tanta iglesia, tanta ruina y tanto museo. Había llegado la hora de un buen descanso en la playa. Una toalla, un par de ojotas y la pantalla solar fueron suficientes para decidirme a descender los 2.900 metros de altura sobre los que se alza la ciudad y pasar el domingo en Mollendo.

Me despedí de Santiago en la Terminal de Arequipa. Esta vez ya no lo volvería a encontrar.
El viaje duró exactamente dos horas en un micro con TV donde todo el tiempo transmitieron un programa de música popular. Sin embargo, la característica del paisaje me llevó a permanecer con los ojos pegados a la ventanilla, como lo había hecho durante la mayor parte del tiempo en este viaje.
La carretera se adentra en un camino de cumbres, curvas y precipicios con los cuales a esta altura ya estaba muy familiarizado. Un paisaje singular en el que se atraviesa el desierto arequipeño hasta descubrir, poco a poco las aguas del Mar de Grau, así se llaman las aguas del Océano Pacífico que bañan las costas del Perú.

En la Terminal de Mollendo me dijeron que para llegar a la playa debía tomar un colectivo. Ya había aprendido que allí los colectivos son pequeñas combis que suelen llevar a más de 20 personas amontonadas. O sea, en los colectivos peruanos se viaje como en los de Buenos Aires, pero son cuatro veces más chicos. Igual que en Bolivia, está el conductor, y otra persona, que suele ser el hijo o la esposa del chofer, encargados de abrir y cerrar la puerta, cobrar el pasaje y gritar en cada parada los destinos hacia los que se dirigen.
Me bajé en la Playa 1 de Mollendo, el lugar estaba repleto de gente y noté que la mayoría eran peruanos, prácticamente no había turistas extranjeros por allí, puesto que las playas no son nada diferentes a las que un visitante de otro país haya podido conocer en cualquier lugar del mundo. Las arenas son grises, y apenas mojé los pies en el agua porque andaba con la mochila a cuestas en la que llevaba las cámaras y no me atreví a dejarla en la playa dada la cantidad de personas que había.

Desde la playa se divisa el Castillo de Forga, una construcción de estilo medieval que data de principios del siglo veinte, y es hoy la postal de la ciudad. La antigua residencia de Miguel Forga se encuentra notablemente deteriorada, en lamentable estado de abandono. Dicen los lugareños que el Consejo Provincial no sabe que hacer con él, que el último uso que se le dio a sus instalaciones fue la explotación del edificio como hotel, pero se cerró luego del fracaso económico que significó para sus dueños. ¿Los culpables? Aquellos que se ocuparon de espantar a los turistas desprevenidos que se atrevían a pasar las noches en el castillo: los fantasmas.

En la Playa 1, además de una feria y unos cuántos puestos de comida hay un Parque Acuático al cual se accede por sólo cuatro soles. Allí pasé buena parte de la tarde refrescándome en una enorme piscina con toboganes. Un lugar repleto de familias con muchos niños y adolescentes.







Cuando dejé la Playa me fui a dar una vuelta por la ciudad, muy pintoresca, y a tomar unas fotos desde el Malecón Ratti, desde donde se tiene una vista muy agradable de la playa. Más tarde fui a un ciber y chatee unos minutos con mi familia, y con Matías y José que habían viajado todo el día y ya habían llegado a Arica.









Satisfecho, después de haber pisado 
por primera vez en mi vida las aguas del Pacífico, tomé un taxi hasta la Terminal y regresé a Arequipa. Ya era de noche. Para ahorrarme el taxi tomé un colectivo (combi) hasta el centro. Iba repleto, pude sentarme contra una ventanilla al fondo, donde unas chapas se movían constantemente y entraba mucho aire desde afuera. Por momentos me daba la impresión que la carrocería iba a desprenderse y quedaría sentado en mi asiento pero sobre el asfalto.
A las nueve de la noche de aquel domingo todo estaba cerrado en Arequipa. Y yo muerto de hambre. Los pocos lugares abiertos me parecían caros. Afortunadamente encontré una sanguchería abierta en el Paseo Mercaderes. Allí recurrí al sánguche de pollo que siempre me salvaba y probé la chicha morada, que me hubiese gustado más si no fuera porque estaba sin refrigerar.
Las seis cuadras hasta el hostel se me hicieron larguísimas, había caminado mucho por Mollendo y me dolían los pies. Leeza ya estaba en la cama, leyendo su Guía del Perú. Había ido a visitar el museo donde vio muchas cosas, menos a la momia Juanita que no se hallaba en exposición aquel día. Y había tenido la gentileza de pagarme el tour al Cañón del Colca que emprenderíamos al día siguiente, ya que yo no contaba con cambio cuando nos habíamos visto por la mañana. En la agencia le habían preguntado mi apellido y ella no tenía la menor idea. Entonces le pidieron que me presentara yo mismo en persona a lo que ella respondió: Gastón is on the beach!

La nueva situación a la que debía adaptarme no parecía sencilla. Desde el día anterior, cuando nos conocimos, nos veníamos entendiendo bastante bien, pero mi nueva compañera de viaje… ¡no hablaba español!
Le mostré las fotos de Mollendo, me regaló como dos docenas de monedas de distintos países que había ido acumulando durante su viaje, y nos fuimos a dormir.


 Mirá el video de este capítulo:

http://www.vimeo.com/15084767














sábado, 23 de enero de 2010

38-Arequipa, la ciudad blanca


ArequipaPerú — sábado, 23 de enero de 2010














El viaje desde Cuzco hasta Arequipa duró 12 horas. Las primeras 6 llovió interrumpidamente. Pero fue un viaje muy tranquilo. Llegamos después del amanecer.
Ya en la Terminal, Matías y José se pusieron a discutir porque el primero quería quedarse un día en Arequipa, y Matías prefería ir directamente hasta Arica, ya que les quedaba un largo viaje por delante y estaban cortos de tiempo y de dinero. En tanto, yo esperaba que se pusieran de acuerdo para ir a un hostel de una buena vez.  
Mientras tanto, llegó Santiago, acompañado por Lieza, una rubia muy alta de origen belga pero residente en Francia, a quien había conocido en el micro.
Matías y José no se ponían de acuerdo sobre qué hacer, de todos modos en caso de permanecer en Arequipa sólo lo harían por ese día. Así que me fui con Santiago y la belga a buscar un hostel económico y acordé encontrarme con ellos más tarde en la Plaza de Armas.

Era temprano y no había casi nadie en la calle. Caminamos como 20 cuadras buscando un hostel que nos convenciera, sobre todo a Santiago que quería el más barato posible. Yo no aguantaba más el peso de la mochila que a aquella altura estaba desbordada de cosas, con todo lo que había comprado en Jujuy, en Bolivia y en Cuzco.
Después de un blooper en el que Lieza se tropezó y quedó acostada en una vereda con mochila y todo, conseguimos un cuarto con baño privado por 15 soles cada uno en el hostel Rivero (Rivero 420, esquina Ayacucho). Desayunamos allí mismo y luego me fui hasta la Plaza de Armas donde me esperaban Matías y José.
Antes de cruzar hasta la plaza ya empezaron a aparecer personas ofreciéndome el city tour por la ciudad. Los brasileros ya estaban allí esperándome y durante todo el tiempo que permanecimos allí no cesaron de llegar ofertas y contraofertas, cada vez a un precio más económico. Los ofertantes comenzaron a discutir entre ellos para ver quién se quedaba con los clientes, y en la pelea cada vez nos bajaban más el precio del city tour. El tipo que me lo había ofrecido en la esquina estaba muy enojado y no dejaba que ningún otro se nos acercase, hasta que Matías se calentó mal y le dijo que se fuera, que ni gratis íbamos a comprarle el tour a él.

Al final decidimos hacer el tour por la tarde (lo conseguimos a 25 soles) y dedicar lo que quedaba de la mañana a conocer el famoso Monasterio de Santa Catalina. Lieza se sumó a nosotros en el paseo. Este monasterio y convento se fundó en 1579, ocupa 20.400 metros cuadrados y aun residen allí monjas de clausura. Son llamativos sus muros de sillar pintados en distintos colores y la cantidad de flores a lo largo de sus calles. Las celdas son todas diferentes y corresponden a las 180 religiosas que vivían allí y a las más de 300 doncellas que las servían. El ingreso, un poco caro comparado con otras atracciones turísticas de las que vimos en Perú: 30 soles.














Después de recorrer el convento, Matías y José partieron hacia su hostel y yo me fui con Leeza a comer. Después de caminar unas cuántas cuadras de más porque nos perdimos, conseguimos llegar al mercado. Pero aquel era distinto al de Cuzco. No había muchos puestos de comidas. En cambio sí los había de bebidas. Mientras caminábamos por los pasillos las vendedoras nos llamaban a los gritos con la intención de vendernos un jugo de frutas. Finalmente nos comimos cada uno dos sánguches de pollo y un jugo por la módica suma de 5 soles.

Lieza era tan fanática de los postres como yo, así que en el camino de regreso, en una panadería de la calle Mercaderes nos tentamos con una torta de naranja y compramos una entre los dos. Ya en el hostel, que quedaba bastante lejos de la Plaza de Armas sobre una calle en subida y aquello no me agradaba mucho, nos encontramos con Santiago.

Me di una ducha y otra vez hasta la Plaza de Armas a encontrarme con los brasileros para hacer el city tour. El micro era de aquellos típicos de doble piso que no tienen techo arriba para poder apreciar mejor el paisaje. Nos dieron a cada uno una viserita y un bronceador. Ya habían salido cuando yo llegué y me levantaron en la esquina de la plaza.
El centro histórico de Arequipa es muy lindo, principalmente la catedral. Los edificios más antiguos están construídos en sillar, un tipo de piedra que se extrae de un cerro cercano a la ciudad.




El city tour me pareció excesivamente comercial. Con excepción del mirador de Yanahuara y el Museo Casa del Marqués, nos llevaron a lugares donde la idea era que gastáramos dinero: Mundo Alpaca (una fábrica tejidos),  un molino al que no ingresamos debido al frío que hacía. En fin… después de las maravillas cuzqueñas, Arequipa no nos llamó mucho la atención.














Regresamos al caer la tarde y en la Plaza de Armas nos estaban esperando Leeza y Santiago. Todos juntos nos fuimos al Patio del Ekeko donde Lieza y yo merendamos y los demás cenaron. Allí tomé, después de casi un mes de cafés asquerosos, tomé un capuchino delicioso acompañado por una torta de la casa. El precio, un poco más caro que en otros lugares pero tampoco desorbitante: 13 soles. Los chicos comieron anticucho, plato típico de la cocina arequipeña.
















La noche nos sorprendió a todos. Más tarde, en el hostel, Matías y José me pasaron a buscar y fuimos a unos de los tantos pubs y bares que ofrece la noche arequipeña. Santiago y Lieza se quedaron durmiendo y nosotros nos fuimos a la zona de los bares donde nos costó mucho encontrar un bar tranquilo donde poder sentarnos y charlar. Mucha gente y mucha música argentina por todas partes. “El matador” era la canción que parecía enloquecer a los peruanos que la coreaban bailando arriba de las mesas.

Nosotros tres estábamos extenuados, muertos de sueño, pero era mi última noche con los dos brasileros con quienes había compartido ya 15 días de viaje. Los había conocido en La Paz, fuimos juntos a Copacabana, navegamos por el Titicaca y me quedé con ellos cuando Javier, mi otro compañero ocasional emprendió el regreso. Recorrimos de punta a punta la Isla del Sol. Cruzamos a Perú, caminamos por las islas de los Uros, nos divertimos como locos en Cuzco y llegamos juntos a Machu Picchu. El destino nos había llevado hasta Arequipa. Era nuestra última noche juntos, porque yo ya había planeado quedarme unos días allí para conocer el Cañón del Colca.
El sueño me ganó y volví temprano al hostel. Ellos me acompañaron porque yo todavía conservaba en mi mochila la pantalla solar de Matías. En cierto modo, me dolía separarme de aquellos dos personajes, no sólo porque eran dos grandes personas sino porque realmente me habían hecho divertir muchísimo, me sumaron a su viaje, me dieron su confianza y me hicieron sentir que los conocía desde hacía mil años. Y quién sabe si alguna vez en la vida los volvería a ver. Pero no nos pongamos nostálgicos porque esta aventura aún no ha terminado, y siempre hay una sorpresa en el camino…

 Mirá los videos de este capítulo:
http://www.vimeo.com/14868570
http://www.vimeo.com/14871543
http://www.vimeo.com/14873572
http://www.vimeo.com/14943282





















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