sábado, 2 de enero de 2010

8-Un día en Tupiza


TupizaBolivia — sábado, 2 de enero de 2010

La primera noche en Bolivia se sintió. Y sobretodo se sintió mal en los intestinos. Me pasé la madrugada yendo y viniendo al baño (que quedaba en el patio donde el viento soplaba como un huracán). Tanto me dolía la panza que empecé a dudar sobre el viaje que debía emprender en pocas horas. Sabía que el camino hacia Tupiza y desde allí hasta Uyuni era uno de los peores del sur de Bolivia. Por un lado, si decidía quedarme ahí, estaba a quince cuadras de mi país donde podía confiar un poco más en la atención médica y al menos no tendría esa sensación de estar enfermo en un país que acabo de conocer. Pero por otra parte, lo más interesante que se podía hacer en Villazón era salir huyendo lo más antes posible de allí. En el hotel no quedaría nadie ese día, salvo la fiel y confundida empleada que ni enterada estaba de haber registrado en su hotel a dos inquilinos menos. Me quedaría ahí sólo, con el frío, la empleada y el único enchufe que había en todo el hotel para cargar los celulares de toda la troupe de argentinos invasores.

A las cinco de la mañana los chicos comenzaron a levantarse. Fue Chulo el que me convenció de que no me quedase ahí sólo y siguiera hasta Tupiza con ellos. Los doce argentinos partieron caminando rumbo a la Terminal, menos yo, el apóstol número 13, el Judas Escariote que iría en taxi, porque caminar 15 cuadras con el equipaje a cuestas sólo hubiese desembocado en un frustrado intento de salir de aquel lugar para volver a encerrarme en el baño del hotel.

Ya en la Terminal de micros, pude hablar por teléfono a casa (por la noche había sido imposible encontrar un locutorio o teléfono público), advirtiéndoles que no esperasen llamados de mi parte por una semana, ya que estaba a punto de internarme tres días en los desiertos del altiplano boliviano (Dicho de este modo, mi señora madre creyó una exageración lo que era absolutamente literal).  Parte del grupo fue a cambiar dinero mientras Chulo, Ceci y yo nos quedamos cuidando la montaña de mochilas. El micro que nos transportaría hasta Tupiza no tardó mucho en llegar. Fueron dos horas de viaje por un camino de tierra y ripio, en lo que por momentos se asemejaba a una coctelera. No hice mucho más que dormir y tratar de no pensar en el dolor de panza, y principalmente evitar pensar en las ganas de ir al baño. Por suerte el carbón hizo efecto.

Al llegar a Tupiza nos enteramos que el primer micro a Uyuni partía recién a las seis de la tarde. Tiempo suficiente para recorrer un poco la ciudad. Lo primero que hice fue ir hasta la estación de trenes con la esperanza de conseguir algún pasaje en tren. Si bien mi salud intestinal había mejorado notablemente, no estaba dispuesto a seguir exponiendo mis intestinos a la excitación provocada por seis horas de viaje hasta Uyuni en un camino peligroso, irrecomendable en cuanto blog haya por la web y en un micro que seguramente poco tendría de moderno y confortable. Ya había leído mucho sobre el transporte en Bolivia y sobretodo acerca de la ruta Tupiza-Uyuni. Pero boletos para el tren no había allí tampoco. Decidí entonces quedarme en Tupiza y contratar desde allí mismo la excursión al Salar de Uyuni para la mañana siguiente, junto a tres de las cuatro rosarinas a quienes habíamos conocido por la noche en Villazón. La desertora, Noemí, era en realidad de San Nicolás.


Dividimos entre los dos la farmacia completa que habíamos llevado con Mariano,  quedé en encontrarme con el grupo en la Terminal antes de las seis de la tarde para despedirme de todos, y me fui a almorzar con las rosarinas. Comí una especie de croqueta de papa rellena con ensalada, sopa y una Sprite, todo por 12 bolivianos. Después anduvimos un buen rato con las chicas recorriendo agencias de turismo, regateando precios, mintiendo que en la otra agencia nos habían rebajado 10 o 20 dólares, volviendo una y otra vez. El tour al salar desde Tupiza dura sí o sí cuatro días, es por un camino diferente al de los tours contratados en Uyuni y cuesta unos 40 dólares más. Las 4x4 deben salir completas con seis pasajeros y nosotros éramos cuatro, por lo cual necesitábamos dos personas más. Quedamos en que a las 17 hs, que es cuando llegan los micros desde Villazón estaríamos en la Terminal tratando de “captar” turistas para contratar el tour y de paso la agencia nos hacía un descuento por este servicio que “desinteresadamente” le prestábamos.

Frente a la Terminal hay un lugar donde uno puede guardar las mochilas por la módica suma de 3 bolivianos. Así lo hice, pero antes separé en una bolsa cierta cantidad de ropa sucia con la esperanza de hallar alguna lavandería en los alrededores de Tupiza. Pero la búsqueda fue infructuosa. En horas de la siesta allí todo está cerrado. La única lavandería abierta me ofrecía entregarme la ropa dos días después. Así que me fui a un cíber, y después de bajar fotos y videos a CD, le dejé la bolsa con ropa a la empleada del cíber y comencé a subir hacia el mirador de la ciudad. En la subida pude encontrar imágenes del Vía Crucis, a medida que me acercaba a la cima, todas donadas por distintas instituciones de Tupiza. Finalmente, cuando llegué, pude tener una vista esplendorosa de la ciudad y los cerros rojos de la cordillera Chichas. Es el punto más alto de Tupiza a 3000 mts. sobre el nivel del mar, donde además se alza un Cristo blanco, imponente con sus brazos abiertos. Tomé allí  algunas fotos y me quedé un buen rato contemplando el paisaje. A los pies del Cristo había una chica sueca y dos chicos bolivianos de La Paz con los que me puse a charlar. Mientras bajábamos del mirador me contaron que habían hecho el tour por el Salar de Uyuni, y me recomendaron que no lo contratase allí en Tupiza por varias razones:
1)      Es más caro
2)      Me iba a aburrir. El tour de cuatro días es cansador y la única diferencia con el de tres es que permanecés más tiempo en casa lugar que se visita.
3)      Desde Tupiza no había posibilidad de contratar un tour de tres días.
4)      En Uyuni, todas las agencias despachan sus 4x4 a la misma hora, por lo cual en caso de que alguna tuviese algún inconveniente se ayudaban unos a otros, todos los choferes se conocen entre sí aunque trabajen para agencias distintas.
5)      En Tupiza son pocas las agencias, pocos los tours que parten desde allí, y por lo tanto pocas posibilidades de ayudarse unos a otros en caso de problemas.

Los bolivianos me recomendaron además algo que ya había oído y leído hasta hartarme: que no comiera lechuga, que evitara verduras y hortalizas sin cocer. Además de la buena onda, sin duda conocían de lo que hablaban. Al fin y al cabo habían vivido allí toda su vida y yo había llegado hacía dos días. Así que sin pensarlo dos veces me fui al ciber, recogí mi bolsa con ropa sucia, compré unas pastillas de carbón y otras para el soroche o mal de altura y me fui hasta la Terminal de micros para sacar un pasaje a Uyuni.
El micro en el que viajaría todo el grupo ya estaba completo así que saqué un pasaje para otro que partía media hora después. Me despedí de todos y mientras ellos abordaban “la flota”, como dicen allá, llegó mi micro. Cuando lo vi dudé nuevamente sobre la decisión de viajar a Uyuni. Era un colectivito chiquito, sin baño ni nada que se le parezca. Los asientos amontonados unos con otros y un portaequipaje en el techo donde ponían las mochilas. Lo pensé dos veces, confieso, pero al fin y al cabo todo el mundo viajaba así, ya que los trenes eran solamente para aquellos privilegiados que pudiesen haber conseguido pasaje. Subí entonces al micro, me persigné y dije “Me encomiendo a Dios”. Mi compañero de asiento era un joven periodista que viajaba a cubrir la asunción de Evo Morales y aprovechaba la ocasión para ir hasta Cuzco.

Mi micro y el de los chicos salieron juntos. La primera media hora se veían relámpagos y una llovizna amenazaba con arruinarlo todo. Al principio me asustaba con los bocinazos que pegaba el chofer antes de tomar las curvas (que eran constantes). El camino, de tierra y precipicio constante. Por momentos atravesábamos pequeños arroyos y otros no tan pequeños, así que rogábamos que no se largase a llover. Apenas oscureció me quedé dormido. Cuando desperté, estábamos por llegara  Atocha , y para mi sorpresa, el periodista ya no estaba a mi lado, en su lugar había un flaquito rapado, nada que ver con el que había estado charlando cuando subí. Entonces, mi nuevo compañero de asiento me explicó que, como contaba con pocos días de vacaciones, había emprendido un viaje maratónico desde Buenos Aires hasta Tupiza, subiéndose de un micro a otro sin parar nunca ni a estirar las piernas, y que cuando llegó a Tupiza a las 17.30 ya no había pasajes para Uyuni sino hasta el día siguiente, por lo que aceptó (por el mismo precio) viajar sentado en el suelo. El periodista compadecido le había cedido su asiento por un rato apiadándose del pobre abogaducho que ya tendría a esa altura el traste duro y liso como el mármol.
Enseguida paramos en Atocha, un pueblito donde sólo había una estación de trenes, pegada a unas casitas sumamente pobres y a una especie de bailanta. donde me encontré con Mariano, Chulo, y parte del grupo ya conocido. Fueron sólo unos minutos para ir al baño (una parte retirada de las vías) y continuamos viaje. En el camino fui charlando con el abogado, se llamaba Javier y su destino era Bolivia. Pretendía llegar hasta la Isla del Sol.

A las tres de la mañana (tres horas más de lo previsto) llegamos a Uyuni. Hacía mucho frío pero por suerte el clima nos había acompañado ya que no se habían presentado más que algunas lloviznas durante el viaje. El abogado, el periodista, y una colombiana confiaron en mis “investigaciones previas” y se dejaron conducir por mí hasta el Hotel Avenida, ya que había leído decenas de referencias sobre el mismo. Después de unas cuántas volteretas por la ciudad, muertos de frío llegamos al Hotel Avenida donde no había habitaciones disponibles. Lamentablemente, eran las tres de la mañana y en todo Uyuni no había ni una habitación disponible. En eso vemos aparecer por una esquina a una mujer seguida de un contingente de mochileros. Y a medida que se acercan empiezo a distinguirlos: Eran Mariano, Javi, Chulo, Pato, Seba, Lucía, Connie, Ceci, y muchas de las personas que nos habían acompañado en el camino Villazón-Tupiza.

La mujer era encargada del hotel y se los había traído a todos desde la Terminal. Ofrecía una cama en el piso de un amplio salón en la planta baja por 10 bolivianos. Y un baño. Ni hablar de frazadas o agua caliente. Terminamos todos desplegando las bolsas de dormir en el suelo (la señora del hotel me prestó una porque era el único imbécil que había perdido la bolsa en el camino). Así que acabé durmiendo al lado de Javi. Parecía que mi destino seguía siendo permanecer junto a este grupo. Por suerte dormí súper bien, a pesar de que había dormido la mayor parte del viaje desde Tupiza. Al otro día nos esperaba una aventura maravillosa por el altiplano boliviano.


 Mirá los videos de este capítulo: 
                 www.vimeo.com/12280709
                  www.vimeo.com/12379537

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