lunes, 18 de enero de 2010

31-Maras y Moray


MorayPerú — lunes, 18 de enero de 2010

Lunes otra vez. Esta vez en Cuzco, para muchos “el ombligo del mundo”. Nos levantamos tarde y no habíamos planeado nada para este día hasta las tres de la tarde que habíamos reservado el tour conocido como Maras-Moray-Salineras. Estábamos siendo víctimas de la vida nocturna y aquello nos jugaba en contra para aprovechar la mañana.

Apenas me levanté me ocupé de desinfectar mi dedo anular, que quién sabe por qué motivo se me había comenzado a inflamar el día anterior y me dolía bastante. Así que fui a una farmacia y allí me recomendaron un antiinflamatorio y uno antibióticos. Esto también significaba nada de alcohol por al menos una semana. Camino a la farmacia, me llamó la atención observar en la misma esquina donde la noche anterior habíamos estado bebiendo “emolientes”, a una decena de personas que consumían huevos duros en unos platitos mientras la vendedora de huevos lavaba los platos frenéticamente en un balde para seguir sirviendo huevos.

Esa mañana aproveché también para despejar un poco la memoria de mi cámara, y la dejé en un cíber donde me bajaron todos los videos a DVD. Mientras tanto, me dediqué a  recorrer una de las tantas agencias que ofrecían el tour en bus a Machu Picchu para ver quien nos hacía una mayor rebaja. Finalmente encontré una que me ofreció el tour por 82 dólares pero no quise hacer ninguna reserva hasta consultarlo primero con Matías y José.
Cuando regresé al cíber, los video todavía estaban descargándose así que me fui a almorzar al hotel, donde por 4 soles comí una exquisita suprema de pollo con arroz y ensalada además de la ya acostumbrada sopa de entrada.

Faltaba poco para las tres de la tarde cuando se largó a llover bastante fuerte. Caminamos igual hasta el cíber donde ya estaban listos los videos, y llegamos a la agencia frente a la Plaza de Armas tentados de risa por todo lo que nos había sucedido en aquellas cuadras bajo la lluvia.

Cuando llegamos, la mujer de la agencia estaba como desesperada porque nos habíamos demorado 15 minutos y el auto nos había estado esperando hasta que decidió alejarse de allí porque estaba prohibido estacionar. La señora se puso entonces a hacer señas de todo tipo en medio de la calle y bajo la lluvia, al supuesto auto en el que viajaríamos y que solamente ella veía. Pasaron 10 minutos y nos dijo que esperáramos allí porque su esposo (nuestro guía) se encontraba con el auto al otro lado de la plaza y no la veía. Quisimos aprovechar para ir hasta la otra agencia para reservar nuestro tour a Machu Pichu pero nos rogó que no nos moviéramos de allí.

Al rato volvió diciendo que su esposo ya venía y así fue. Tentados de risa nos subimos al auto donde nos encontramos a tres chilenos que compartirían el tour con nosotros. Esta fue la primera mentira del día, ya que el día anterior la mujer nos había asegurado que era un tour privado en el cual viajaríamos sólo nosotros tres. Pero el auto era grande, estábamos cómodos y no nos molestaba para nada compartir el viaje con otros turistas. En mi caso, siempre me había resultado más que satisfactoria la experiencia de conocer a otros viajeros en el camino.

Diez minutos después de haber salido tuvimos que detenernos porque pinchamos una rueda. Lucho, el guía y conductor estaba muy alterado ya que no tenía rueda de auxilio, o según él, “tenía pero el tamaño de la rueda no se correspondía con las otras”.
Después de media hora esperando frente a un taller mecánico, los chilenos nos contaban su viaje y su vida, me recomendaban hoteles en Tacna y se quejaban de la estafa que les había hecho una compañía de ómnibus apenas ingresaron al Perú.


Paró de llover y decidimos bajarnos del auto. Lucho se excusaba diciendo que ya había pinchado por la mañana y que le habían cambiado la rueda pero al parecer le habían puesto una llena de clavos.
Entretanto, yo me puse a charlar con una especie de linyera que había allí en la vereda, pese a las señas y gestos de Lucho para que no me acercase al hombre y de que controlase las herramientas que había dejado a un costado del auto.

Al tipo se lo veía muy sucio, hablaba de un modo extraño, pero no demostraba malas intenciones, me preguntaba cómo podía hacer para venirse a vivir a la Argentina y sacaba todo tipo de objetos de entre sus pantalones. Mientras hablaba con este hombre, desde el techo de la casa en cuya puerta nos encontrábamos, una mujer arrojó un baldazo de agua y yo pegué un salto hacia atrás que me hizo terminar adentro de la casa ante las risas del linyera, de Matías y de José. Algo parecido me había ocurrido en Cuzco el día que nos mudamos de hotel. Las veredas por allí son demasiado angostas y no permiten desplazarse mucho, así que siempre se corre el riesgo de acabar dentro de una casa por esquivar quizás a una persona que viene caminando o a un auto que va a salpicarte.

La cuestión fue que después de casi dos horas de espera, nos dimos cuenta que no regresaríamos a tiempo a Cuzco para reservar nuestro viaje más importante: Machu Picchu, entonces le pedimos a nuestro guía, si es que así se lo puede llamar, que cancelara el tour y nos llevara de vuelta a Cuzco. Pero ni lerdo ni perezoso, nos ofreció llevarnos él mismo a Machu Pichu al día siguiente por el mismo precio que la agencia, a lo que yo le contesté que ni borracho hacía un viaje de 8 horas por aquellos lares con un conductor que no llevaba siquiera rueda de auxilio.

Finalmente nos llevó hasta la agencia donde dejamos una seña y reservamos el tour a Machu Picchu que partiría a las 6 de la mañana siguiente. A todo esto se hicieron casi las seis de la tarde cuando por fin comenzó nuestro viaje a Maras, un pueblo muy pequeño por el que pasamos a toda velocidad. No había nadie en la calle, parecía un pueblo fantasma. Sólo bajamos del auto para comprar unos panes en un almacén que encontramos abierto, y aproveché para sacarle unas fotos al pórtico de una casa y a unas vacas que venían caminando por la calle. Fin de la excursión a Maras.









Seguimos raudamente hasta Moray. Al llegar a la entrada José y yo descubrimos que no habíamos llevado el famoso boleto turístico que a esta altura se había vuelto más importante que el documento de identidad. Lucho bajó del auto con Matías y los tres chilenos para que les sellasen el boleto y nos pidió a José y a mi que nos escondiéramos en el auto. Así, agachados como dos bichos bolitas entramos a Moray, luego tuvimos que pagarle a Lucho 5 soles cada uno, que fue según él, la coima que debió pagar para que pudiésemos pasar escondidos. Lo extraño es que haya debido pagar una coima por dos personas a las que nadie , excepto él, vio entrar al lugar.


Los laboratorios de cultivo de Moray se encuentran a 3.50 metros sobre el nivel del mar y son una serie de andenes de forma circular, cada uno con un microclima diferente, en los que los incas investigaban el rendimiento de los suelos para el cultivo. Nuestro guía no nos explicó mucho más de lo que ya sabíamos e incluso se quedó sin palabras cuando le preguntamos adónde iba el agua que descendía por los andenes cuando llovía. Sólo tuvo oportunidad de demostrar su sabiduría cuando encontró una planta conocida como “zapatitos”, que según sus dudosos conocimientos era utilizada en infusiones para los problemas de próstata.






No pudimos quedarnos mucho tiempo allí porque la noche se nos venía encima y todavía nos quedaban pendientes las salineras de Maras. A esta altura de los acontecimientos nos limitamos a contemplar el paisaje, hacer chistes y reirnos de nuestras propias estupideces durante el resto del viaje hacia Cuzco, ya que no tenía sentido visitar las salineras de noche porque no se veía absolutamente nada.

Gran parte del camino es de tierra, de cornisa, con muchas curvas y no está señalizado. Personalmente viví aquella vuelta a Cuzco con mucha tensión porque me parecía que al guía-conductor se le cerraban los ojos mientras manejaba, y para colmo a mitad del viaje no tuvo mejor ocurrencia que comentar que estaba conduciendo desde la madrugada y que no había dormido la noche anterior.










Con esa tensión llegamos a Cuzco donde nos despedimos de los chilenos y de Lucho, al que días después iríamos a reclamarle en vano que nos devolviera parte del importe que habíamos pagado en la infructuosa excursión.





Terminamos la noche nuevamente en un pub. A las tres de la mañana me volví solo al hotel pese a las insistencias de Matías y José que pensaban amanecerse allí. Pero ya venía acumulando sueño desde hacía días y a las seis de la mañana debíamos estar en la puerta de la agencia donde nos llevarían a Machu Picchu.
Cuando llegué al hotel, me puse a ordenar mis cosas y a preparar la mochila (la habitación era un caos y debíamos dejar nuestras pertenencias guardadas en la mochila, según lo que habíamos acordado con los encargados del hotel). Estaba en medio de los preparativos cuando me sobresalté con golpes en la puerta de mi cuarto, y alguien que me llamaba a los gritos por mi nombre. Confieso que tuve un poco de temor, ya que en aquel lugar sólo había cinco habitaciones y no habíamos visto a nadie alojándose allí, excepto un muchacho argentino que alquilaba un cuarto desde hacía meses.
Pero el personaje que golpeaba a mi puerta decía ser el vecino del cuarto contiguo, y me llamaba para advertirme que por la noche había estado allí un empleado de la agencia para advertirnos que aquel día habría paro de transportes, pese a lo cual ellos trabajarían igual, aún arriesgándose a enfrentarse con posibles cortes de rutas o manifestaciones en medio de la ruta, razón por la cual el horario de partida se adelantaría. A las cuatro de la madrugada pasarían a buscarnos por el hotel. Mis compañeros de viaje estaban emborrachándose vaya a saber en cuál de los tantos pubs de Cuzco. Sus ropas y demás pertenencias estaban desparramadas por toda la habitación. Yo estaba ya casi desnudo. Eran las tres. Apagué la luz y me acosté a dormir.


Mirá el video de este capítulo:
http://www.vimeo.com/14227019





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