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martes, 22 de enero de 2013

24-Un cóndor, un desnudo, y otro cruce fronterizo

FUTALEUFÚ, CHILE, martes 22 de enero de 2013


La Piedra del Águila es un mirador que se encuentra 3 km de la Plaza de Armas de Futaleufú. Desde la cima es posible observar el valle circundante, el Río Espolón, en el lago del mismo nombre y también el Lago de las Rosas. Cuando llegué, no había absolutamente nadie. ¿Dónde estaba Johannes? Era un misterio. Subí hasta la piedra, buscaba un poco de sombra pero no la había. De repente oí voces. Se trataba de Johannes, que venía conversando con un muchacho chileno. Ambos, por separado, habían equivocado el camino y se alejaron bastante de la Piedra del Águila hasta que, perdidos, se encontraron y retomaron por el camino correcto.



Estuvimos un buen rato allí tomándonos fotos. Felipe, que así se llamaba el chileno, era fotógrafo y me tomó unas lindas fotos que me envió más tarde por mail. Un rato después llegó allí arriba una alemana que había viajado en el mismo micro que nosotros hasta Futaleufú. Johannes había contratado en el hostel un tour para realizar rafting. Había ido hasta Futaleufú especialmente para eso, y temía no llegar a las tres de la tarde en punto, que era la hora en la que lo habían citado. Nos despedimos (sólo por un día), ya que yo viajaba hacia Esquel esa misma tarde y nos encontraríamos en aquella ciudad argentina al día siguiente. Yo no tenía interés en quedarme en un lugar donde había que seguir caminando y esforzándose para conocer las bellezas que lo rodean, por más lindas que éstas fueran. Mi etapa de trekking había terminado hacía rato, aunque indefectiblemente lo seguía haciendo una y otra vez. 



Después de que Johannes se hubo marchado, algo sorprendió a Felipe, a la alemana y a mi: nada menos que un cóndor, que venía ascendiendo entre las montañas, y acabó volando a pocos metros de nuestras cabezas. Por un momento, temí que el cóndor me levantara por los aires y luego me dejara caer para comerme. Yo fui el segundo en irme del mirador, y mientras me alejaba, podía divisar a Felipe sentado en la punta de la Piedra del Águila. A mitad de camino, mi remera estaba empapada de tanto transpirar y al pasar por el río me tenté: lavé allí mismo mi remera y la colgué en la barada del puente mientras me bañaba casi desnudo. Digo “casi”, porque sólo después de ver pasar a Felipe, y más tarde a la alemana en su camino de regreso, decidí desnudarme por completo. Así me quedé durante casi una hora, bañándome en las aguas de aquel río patágonico, y disfrutando del paisaje que en aquel momento era todo para mí.
 Cuando regresé al hostel, apenas tuve tiempo de comer algo y dar una vuelta por la plaza para tomar algunas fotos del pueblo. Enseguida partió del mismo hostel una combi que me trasladó hasta la frontera, y después de realizar los trámites migratorios, esperé a que saliera el micro que me llevaría hasta Esquel. Hasta allí también había llegado la alemana, que abordó la combi en las afueras de Esquel, manifestando su queja porque el pasaje era demasiado caro. Ella fue mucho más inteligente que yo. Al llegar a la frontera no esperó al micro. Comenzó a encarar a todos los autos que estaban ahí, hasta que una familia accedió a llevarla. Seguramente llegó a destino mucho más temprano que yo.




















Estuve por fin en Esquel cuando el sol estaba ya ocultándose, y me hospedé en el hostel El Caminante, ubicado frente a la Terminal. El encargado era muy amable y simpático. Después de cenar, me fui dar un paseo por el centro de la ciudad donde encontré una peatonal con shows callejeros y feria artesanal. Luego me quedé hasta tarde conversando con otros huéspedes del hostel, la mayoría hombres grandes, viajantes de comercio que eran clientes del lugar.  Había llegado a Esquel casi por la noche, y las agencias de turismo ya estaban cerradas, motivo por el cual no pude reservar la única excursión que quería hacer, y aquello implicaba que aprovecharía el día siguiente para recorrer la ciudad, y recién un día más tarde haría aquel paseo que había previsto hacía tiempo: el tour a los túneles de hielo.



lunes, 21 de enero de 2013

23-Por la carretera austral

FUTALEUFÚ, CHILE, lunes 21 de enero de 2013

Partimos de Colhayque a las 8 de la mañana, con nuestro pasaje comprado previamente  en “Buses Daniela”. El viaje sería largo, lo sabíamos, pero se nos hizo interminable, aun con la belleza del paisaje circundante. Habíamos permanecido un día y medio en Coyhaique casi contra nuestra voluntad, puesto que al llegar desde Río Tranquilo, no resultó imposible conseguir boletos hasta Futaleufú. Sin embargo, allí estábamos, con el alemán a quien había conocido en el trayecto El Chlatén-Los Antiguos y con quien veníamos compartiendo nuestros días de viaje por la patagonia.


Se ha cumplido ya un año, vale aclarar, desde este viaje que hoy relato, y mi amigo Johannes ha tenido tiempo para volverse a Alemania, concluir su ciclo lectivo universitario y volver a visitar la Argentina, oportunidad que aprovechamos para reencontrarnos y rememorar nuestros días por el sur argentino y chileno en una magnífica tarde. Si algo agradezco a Dios, entre tantas cosas, es la posibilidad de reencontrarme con aquellos amigos conocidos durante los viajes, a quienes reencontrar alguna vez parece algo muy remoto. Afortunadamente, Johannes pasa a estar en la lista de mis compañeros de viaje con quienes me he reencontrado y quiso el destino que fuese hace tan solo unas horas, mientras escribo estas líneas sobre el viaje con él compartido.

Y volviendo a nuestro recorrido por la carretera austral, a poco de partir de Colhayque hicimos nuestra primera parada en un mirador cercano a la Reserva Nacional Río Simpson donde pudimos apreciar cómo saltaban los salmones desafiando a la corriente de un río de aguas de colores celestes y esmeraldas.





Pasado el mediodía, recién estábamos a mitad de camino, y el micro se detuvo media hora en Puyuhuapi, un pueblo ubicado sobre el extremo norte del fiordo del mismo nombre. Allí almorzamos algo rápido y tomamos algunas fotografías. Cuando se acercó la hora de retomar el viaje,  me quedé a una cuadra del bus junto a unas señoras que viajaban con nosotros, esperando bajo la sombra ya que el calor era tórrido, y realmente uno no sabía donde pararse sin morir calcinado.

















Después paramos en un pueblo, y luego en otro, y parecía que cada vez hacía más calor. Los pasajeros bajaban, otros nuevos subían y nosotros seguíamos allí, no viendo la hora de acabar aquel viaje, agotador, por más bonito que fuera. Hasta que por fin, pasadas las cinco de la tarde, llegamos a Futaleufú, y después de averiguar precios en dos o tres hostels, decidimos quedarnos ahí mismo, donde nos había dejado el bus, en un hostel a media cuadra de la plaza. Había dos habitaciones compartidas, totalmente repleta de israelíes, y después de un breve paseo por la plaza y alrededores, Johannes y yo terminamos la noche tomando unas cervezas con los israelíes hasta que el cansancio pudo más (en mi caso también el aburrimiento ya que no les entendía un comino a nuestros compañeros de cuarto), y fuimos los primeros en irnos a dormir.


Por la mañana temprano, los israelitas que estaban en nuestro cuarto estuvieron dos horas emitiendo molestos ruidos mientras armaban su equipaje. Nosotros sólo intentábamos seguir durmiendo pero ellos hasta tuvieron la delicadeza de gritarnos ¡CHAU! Cuando se fueron. A aquella altura ya estábamos completamente despabilados y no quedó otro remedio que levantarse para emprender la única caminata que tenía previsto hacer en Futaleufú, y la última de todo el viaje: el mirador Piedra del Águila. Allá nos fuimos, caminando tranquilos, ya que el camino era plano y por momentos en bajada. Sólo me deprimía pensar en que más tarde debería enfrentar las subidas.




Nos internamos en un valle y al cabo de media hora, la planicie se despidió de nosotros para dar lugar a la montaña. Empezamos a subir,  y al cabo de un rato, el atlético Johannes decidió seguir por su cuenta para no tener que estar esperando en cada uno de mis múltiples descansos. Cada rinconcito de sombra, que no eran muchos, se transformaba en una parada obligatoria. Y así, pasito a paso, mientras Johannes me saludaba desde las alturas, me fui acercando a la cumbre. En la última etapa ya estaba muy cansado y me insultaba a mí mismo por seguir haciendo trekking cuando ya me había prometido no hacerlos más. Varias veces me senté con la idea de no continuar, pero cuando recuperaba algo de aliento y energía continuaba unos pasos más. Y así llegué a la cumbre del mirador. La sorpresa: Johannes no estaba allí, ni se lo veía en ninguna parte. ¿Adónde había ido a parar mi amigo el alemán? Sólo Dios lo sabía, pero era lo bastante inteligente, astuto e intrépido como para no perderse en medio de un valle. Al menos eso creía yo.





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