Mostrando entradas con la etiqueta Punta Arenas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Punta Arenas. Mostrar todas las entradas

domingo, 6 de enero de 2013

9-De Punta Arenas a Puerto Natales

PUNTA ARENAS, CHILE, domingo 6 de enero de 2013

Aproveché aquel domingo para recorrer Punta Arenas. Fernando me dio un mapa y salí a dar vueltas por la ciudad: El mirador del Cerro La Cruz, la Costanera del Estrecho de Magallanes, el Hotel Casino Dreams, la Plaza de Armas, el Teatro Municipal, fueron algunos lugares por los que anduve. Lo que no llegué a conocer fue el famoso hito que indica la mitad geográfica de Chile. Se supone que la mitad de Chile queda en Punta Arenas ya que desde esta ciudad hasta Arica, en el límite con Perú, existe la misma distancia en kilómetros que hasta el Polo Sur, considerando, por supuesto, la Antártica chilena. El asunto es que aquellos territorios del continente austral son considerados en su mayoría como argentinos por mi país, de modo que me resultaba sumamente extraño, ver a lo que siempre he conocido como la Antártida Argentina, apareciendo en todos los mapas chilenos como parte de aquel país. Y más raro aun me parecía que lo tuvieran en cuenta para situar la mitad de Chile nada menos que en la ciudad más austral de su mapa. En fin… cada loco con su tema, cada pueblo con su mapa.












El cementerio de Punta Arenas merece sin duda un párrafo aparte: inaugurado en 1894, cuenta con ostentosos mausoleos y lujosas capillas pertenecientes acaudaladas y legendarias familias de la ciudad. Pero sin lugar a dudas son sus calles coronadas de cipreses lo que lo vuelve único y particular. Estos cipreses canadienses se multiplican por decenas y crecen como gigantescos dedos de color verde intenso por todas partes, dándole al predio un carácter más que particular. Son singulares, además, las diversas leyendas que giran en torno al cementerio: un ejemplo de esto es la Sara Braun, la dama que alguna vez donara los fondos para la construcción del pórtico. Ella dispuso que una vez que sus restos ingresasen al cementerio, la puerta central se clausurara para siempre. Y efectivamente, así se hizo, cumpliendo con su pedido.







Volví a casa de Fernando y Mauricio por la noche. Me parecieron dos personas maravillosas, sumamente amables y amigables, a quienes les encanta recibir viajeros de todas partes del mundo. Incluso me hablaron de una señora europea llamada Helga, que se había marchado hacía apenas unos días. Helga había ido a casa de ellos por unos días y terminó quedándose no sé cuántos meses, hasta llegar a convertirse en una mamá postiza. Compartí con Fer y Mauri muchas charlas pese al poco tiempo que me hospedaron en su casa, pero hasta tuvimos tiempo de mirar películas y algo de televisión chilena, y siempre quedará, como con todas las personas que son tan gentiles con uno en sitios tan alejados de nuestro hogar, el anhelo de volver a encontrarnos. 


El lunes por la mañana los desperté para despedirme y partí rumbo a Puerto Natales, que sólo estaba a tres horas de viaje en bus. En Natales ya contaba con una reserva en un hostel. Llegué alrededor del mediodía y después de almorzar apareció alguien preguntando por mi. Se trataba de Thiago, un brasilero con quien había conversado a través de facebook haciéndole algunas recomendaciones sobre su viaje por la patagonia. Fuimos juntos a recorrer la ciudad, y al supermercado donde cargamos cada uno casi un chango completo. Thiago se iba a hacer uno de los circuitos de trekking por el Parque Nacional Torres del Paine y estaría acampando unos cuántos días, mientras que yo tomaría al día siguiente un tour de día completo por el mismo parque, que me llevaría después a El Calafate, donde estaría llegando casi a la medianoche para hacer un día después la navegación entre los glaciares. ¡No habría en los días siguientes tiempo para ir de compras!

Después acompañé a Thiago a alquilar una carpa y todo el equipo de camping completo. La situación fue muy divertida porque el brasilero jamás había acampado en su vida y no tenía idea de cómo armar una carpa. Para colmo se había levantado un viento feroz en Puerto Natales y el hombre de la agencia donde contrató su traslado al parque se puso a armar la carpa en la vereda para enseñarle cómo debía hacerlo. La cuestión fue que el hombre luchaba en vano por armarla y la carpa que era lo más de liviana, se volaba hacia la calle una y otra vez. Nunca supe si Thiago consiguió al fin dormir en su carpa o si pasó sus noches en Torres del Paine a la intemperie.

Ya por la noche, preparamos algo para cenar y también las viandas para nuestros respectivos tours. A mi cuarto era imposible entrar porque unos holandeses habían desparramado sus viandas por todo el cuarto, en su afán de prepararse para acampar cinco días en Torres del Paine. Uno entraba o intentaba entrar allí y debía esquivar latas de conservas, huevos que rodaban por el suelo, paquetes de galletitas, rollos de papel higiénico y toda una despensa completa. Natales fue uno de los pocos lugares donde hizo mucho frío mientras estuve. Recuerdo que estaba en ojotas, listo para irme a dormir cuando me dieron ganas de fumar y tuve que salir afuera así, en ojotas, pero con mi camperón encima.


Por la mañana el hostel quedó completamente vacío. Y llegué a asustarme cuando comprobé que yo era el único que quedaba, sin que se dignase a pasar a buscarme. Natales es una ciudad de paso, en la que la gente no suele permanecer más de una noche, ya que su destino concreto es Torres del Paine. Las agencias ya habían pasado a buscar a todos desde muy temprano. Yo en cambio, había desayunado dos veces y permanecí más de una hora en la vereda temiendo que se hubiese olvidado de mí. Ni la encargada del hostel estaba al menos para darme algún consuelo. Ya estaba comenzando a desesperar, sólo de pensar en que tenía reservadas mis excursiones en El Calafate durante los dos días siguientes y perdería la reserva (había pagado el total de las excursiones por adelantado). Pero al fin aparecieron dos tipos en una combi, preguntando por “el argentino”.
-“¡Y claro que soy yo, che!” -Les dije. -“¿O acaso ven a algún otro boludo esperando acá desde hace una hora?”-



sábado, 5 de enero de 2013

8-De Ushuaia a Punta Arenas

 USHUAIA, ARGENTINA, sábado 5 de enero de 2013

Tenía todo organizado para salir de Ushuaia sin contratiempos: me había preparado unos sanguchitos para el viaje, había armado la mochila con anticipación dejando a mano solo el dentífrico, cepillo de dientes y papel higiénico. Y le había dicho uno por uno a mis compañeros de cuarto que en caso de que escucharan el despertador y me vieran seguir durmiendo, tuviesen la amabilidad de despertarme. Incluso una americana se tentó de risa cuando me vio, antes de acostarme, tratando de explicarle a una coreana que debía levantarme a las 5 y que tenía miedo de quedarme dormido.


Por suerte escuché el reloj. En la cama de enfrente, Oliwia roncaba como un rinoceronte. Un minibús me trasladaría hasta Río Grande donde haría el trasbordo al micro que me llevaría hasta Punta Arenas, la ciudad más austral de Chile. Para abordar el minibús debía caminar unas diez cuadras y había decidido hacerlas caminando, así que a las 5.30 estuve listo para salir del hostel. El primer revés lo tuve cuando quise ingresar a la cocina para llevarme los sanguchitos: no había previsto que la cocina permanecía cerrada con llave durante la noche y recién la abrían a las 7 de la mañana. ¡Adiós a mi almuerzo!

No había un alma en la calle. Una garúa finita, imperceptible, caía sobre Ushuaia mientras me dirigía hacia el lugar delsalida del minibús. El camino era en subida, y las calles estaban mojadas, por lo que fui caminando muy despacio, no fuera que terminara tirado en la calle con mochila y todo. Cuando sólo me faltaban dos cuadras para llegar me quedé tieso: acababa de darme cuenta que no llevaba puesta mi campera impermeable, la única realmente abrigada que había llevado, la que me había acompañado por Bolivia, por Perú, por Chile y por Brasil. Es que realmente no había sentido frío durante mi estadía en Ushuaia y prácticamente no la había usado, a excepción del día de mi llegada, pero a las pocas horas, comprobé que solo estaba abrigado por saber que me encontraba en la ciudad más austral del mundo, pero que el frío brillaba por su ausencia. Entonces la campera quedó colgada de la cama y no la usé nunca más.

Ya sin preocuparme por el suelo resbaloso, emprendí la vuelta a toda velocidad, mirando si cruzaba algún taxi en el camino y hasta pensando en hacer dedo o en ponerme a gritar: “¡PIERDO MI MICROOOO, QUE ALGUIEN ME AYUDEEEE!”
Entré al hostel, cuya puerta se abría afortunadamente con una clave. Todo el mundo seguía durmiendo. Tomé mi campera y empecé a revisar desesperadamente todos los papeles que estaban pegados en una cartelera frente a la recepción. Junto a la cartelera estaba el teléfono y había un letrero que decía: “Taxis”, pero no encontraba los números en ninguna parte, así que me acordé que a dos cuadras, frente al supermercado siempre había taxis esperando. Corrí como pude y por suerte encontré uno. Ya eran las seis y cinco, y el minibús partía a las seis. Finalmente llegué antes de que partiera y para mi sorpresa, dos chicas del hostel estaban esperando arriba. De haberlo sabido antes, hubiese arreglado para salir del hostel con ellas y evitar el caos de aquella mañana.

Cuando llegamos a Río Grande esperamos como una hora e hicimos el trasbordo. Atravesamos la aduana chilena donde los controles de equipaje fueron exhaustivos y muuuy lentos. Pasado el mediodía llegamos al Estrecho de Magallanes y descendimos del micro para cruzarlo en un enorme transbordador. Una vez cruzado el estrecho fuimos bordeándolo por la ruta hasta llegar al fin a nuestro destino. El viaje había durado en total unas 13 horas.


Cuando llegué a Punta Arenas me sentí totalmente desorientado. El micro nos dejó en la Terminal de la empresa. Yo tenía el teléfono de Fernando, un miembro de couchsurfing que se había ofrecido a hospedarme, pero no conseguía comunicarme con él desde mi celular. Por suerte, él mismo lo hizo, calculando certeramente el horario de mi llegada. Me explicó entonces que caminase hasta una esquina determinara y allí tomase un colectivo que me dejaría cerca de su casa, donde su madre me estaría esperando. Al menos aquello era lo que yo le había entendido.





Pregunté a una chica donde debía tomar el colectivo para ir hasta aquel barrio y terminó mareándome del todo: me decía que en vez de colectivo me convenía tomar un micro, que el colectivo no me llevaría con tanto equipaje a cuestas, pero que el micro era más barato y qué se yo cuántas cosas más. En un segundo, mi memoria volvió hacia el año 2010 y a lo que me había pasado en la ciudad que queda en el extremo opuesto de Chile: Arica. En Arica habia estado no sé cuanto tiempo bajo el sol esperando un colectivo, hasta darme cuenta que en Chile le llaman colectivos a los taxis compartidos que hacen un recorrido fijo. Así que en medio de la confusión le dije a la chica: “¡Pará, pará, pará…! Empecemos de cero: ¿Qué es un colectivo?

Llegué al barrio de Fernando y bajé donde el chofer me indicó. Me quedé esperando en una esquina, recordando las palabras de Fernando: “Le diré a “mami” que vaya a buscarte”. La “mami” no aparecía por ninguna parte, sin embargo, a los pocos minutos un muchacho apareció delante de mi preguntándome: “¿Tú eres Gastón?” Se trataba nada menos que de Mauricio, la pareja de Fernando, cuya existencia yo desconocía hasta el momento. Y no era “mami” quien iría por mi, sino “Mauri”. Un pequeño malentendido.






 Fernando y Mauricio viven en un barrio de Punta Arenas, a unos 15 minutos del centro. Mauricio me acompañó a cambiar plata ya que no llevaba dinero chileno encima (había pagado el micro, colectivo, o lo que fuere con unas monedas que tenía encima y que me habían sobrado de mi anterior viaje a Chile). Además compramos algunas cosas para la cena. Mauricio preparó unos exquisitos tallarines para mi y para un de couchsurfing muchacho que se hospedaba en casa de un amigo de ellos y que vino a cenar conmigo mientras ellos asistían al compromiso de unos amigos. Aquella noche de intensa lluvia (una de las pocas lluvias que me tocaron a lo largo de todo el viaje), terminamos tomando unas cervezas en una disco y amaneciéndonos en casa de los dos jóvenes recién comprometidos. 




Etiquetas

Altiplano Boliviano (3) Arequipa (3) Arica (2) Año nuevo (4) Bariloche (2) Baños (1) Belo Horizonte (2) Cabanaconde (1) Canoa (1) Cataratas del Iguazú (1) Cañón del Colca (1) Chile Chico (1) Chiloé (1) Chinchero (1) Chivay (1) Colonia (1) Congonhas (1) Copacabana (2) Cotacachi (2) Cotopaxi (1) Coyhaique (3) Cuenca (4) Curitiba (1) Cuzco (7) El Bolsón (1) El Calafate (4) El Chaltén (5) El Cisne (1) Encarnación (1) Esquel (2) Floreana (1) Florianópolis (1) Frutillar (1) Futaleufú (2) Guayaquil (2) Géiseres del Tatio (1) Humahuaca (2) Ibarra (1) Ilha Grande (2) Ingapirca (1) Iquique (6) Isabela (1) Isla del Sol (1) Islas Galápagos (9) Islas de los Uros (1) Jesús de Tavarangué (1) La Paz (4) La Quiaca (1) La Tirana (1) Latacunga (1) Loja (2) Los Antiguos (2) Maca (1) Machu Picchu (5) Maras y Moray (1) Mariana (1) Matilla (1) Misahualli (1) Misiones (1) Mitad del Mundo (1) Mollendo (1) Montañita (3) Montevideo (1) Niterói (1) Ollantaytambo (1) Otavalo (1) Ouro Preto (3) Paraty (1) Petrohué (1) Pica (1) Porto Alegre (1) Posadas (1) Potosí (2) Puerto Ayora (4) Puerto Guadal (1) Puerto Iguazú (3) Puerto López (2) Puerto Montt (2) Puerto Natales (2) Puerto Río Tranquilo (2) Puerto Varas (1) Puno (3) Punta Arenas (2) Purmamarca (4) Puyehue (1) Písac (1) Quilotoa (1) Quiroga (1) Quito (5) Río de Janeiro (4) Salinas Grandes (1) Salta (3) San Ignacio (3) San Martín de los Andes (1) San Pablo (1) San Pedro de Atacama (4) Santa Cruz (7) Sillustani (1) Sucre (1) Tacna (3) Tena (2) Tilcara (2) Tiwanaku (1) Torres del Paine (1) Trinidad (1) Tupiza (1) Turi (1) Ushuaia (8) Uyuni (3) Vilcabamba (3) Villa La Angostura (1) Villazón (1) Yanque (1)

Visitantes del mundo