sábado, 29 de enero de 2011

29-Resumen de viaje


 Resumen de lugares visitados y actividades realizadas en este viaje:

DÍA 1-ENCARNACIÓN-TRINIDAD-JESÚS-SAN IGNACIO: Misiones jesuíticas de Trinidad y de Jesús. Espectáculo de luces y sonidos en las ruinas de San Ignacio.
DÍA 2-SAN IGNACIO-PUERTO IGUAZÚ: Ruinas de San Ignacio-Casa de Horacio Quiroga-Paseo nocturno por Puerto Iguazú
DÍA 3- PUERTO IGUAZÚ: Cataratas del Iguazú
DÍA 4-VIAJE A RÍO DE JANEIRO
DÍA 5-RÍO DE JANEIRO: Centro histórico-Monasterio de Sao Bento-Arcos de Lapa-Escalera de Selarón.
DÍA 6-NITEROI-RÍO DE JANEIRO-Paseo por la costa de Niteroi-Museo de Arte contemporáneo-Bloco das Piranhas-Fiesta de año nuevo en Copacabana
DÍA 7-RÍO DE JANEIRO-Cristo redentor-Favela Cantagalo-Playas de Ipanema y Copacabana-Laguna de Freitas.
DÍA 8-RÍO DE JANEIRO: Pan de azúcar-Viaje a Belo Horizonte
DÍA 9-BELO HORIZONTE: Laguna de Pampulha-Rua de Amendoim-Plaza del Papa-Miradores-Paseo por la ciudad.
DÍA 10-MARIANA: Minas de Paassagem-Iglesias-Casa de la Cámara-Estación Tren del Valle-Recorrido por la ciudad
DÍA 11-CONGONHAS-OURO  PRETO: Santuario del Buen Jesús-Romeria-Puestos Artesanales-Bares nocturnos en Ouro Preto.
DÍA 12-OURO PRETO: Repúblicas-Jardín de los cuentos-Palacio Tiradentes-Teatro Municipal-Recorrido por la ciudad.
DÍA 13-RÍO DE JANEIRO: Playa de Ipanema. Noche en Arcos de Lapa.
DÍA 15-RÍO DE JANEIRO. Jardín Botánico-Laguna de Freitas.
DÍA 16-ILHA GRANDE: Playa Abraoodinho-Bares nocturnos.
DÍA 17-ILHA GRANDE: Playa Lopes Mendes-Bares nocturnos
DÍA 18-ILHA GRANDE: Tour Súper Sur (Snorkel en Isla Jorge Griego-Playa Dos Ríos, ruinas de la cárcel, Playa Cachadazo).
DÍA 19-PARATY: Fuerte Defensor Perpetuo-Centro Histórico-Bares nocturnos.
DÍA 20-PARATY: Trinidad-Piscinas naturales, playas.
DÍA 21-VIAJE A SAN PABLO: Cumpleaños-Bar nocturno.
DÍA 22-SAN PABLO: Parque de Luz-Estación de Luz-Museo de la lengua portuguesa-Avenida Paulista.
DÍA 23-SAN PABLO-Parque Ibirapuera-Monumento de Ipiranga-Catedral de Zé-Librerías-Museo de Arte-Bar nocturno.
DÍA 24-SAN PABLO-Torre Italia-Parque de la Juventud.
DÍA 25-CURITIBA-Paseo por la ciudad.
DÍA 26-CURITIBA-Paseo por la ciudad-Jardín Botánico-Museo Oscar Niemeyer.
DÍA 27-CURITIBA-Teatro Paiol-Teatro Guaira-Paseo público.Viaje a FLORIANÓPOPLIS.
DÍA 28-FLORIANÓPOLIS: Playa Mole.
DÍA 29-FLORIANÓPOLIS: Paseo por Barra da Lagoa.
DÍA 30-FLORIANÓPOLIS: Costanera. Paseo por el centro.
DÍA 31-PORTO ALEGRE: Centro-Mercado público.
DÍA 32-PORTO ALEGRE: Parque Farroupilha-Tour zona sur
DÍA 33-PORTO ALEGRE: Paseo por la ciudad.
DÍA 34-MONTEVIDEO: Recorrido por el centro, ciudad vieja, rambla, puerto y playa Ramírez-Carnaval.
DÍA 35-MONTEVIDEO-Visita guiada al teatro Solís-Paseo por el centro y Parque Rodó.
DÍA 36-COLONIA: Barrio histórico-Regreso a BUENOS AIRES.


28-Colonia...¡y a casa!



Colonia del SacramentoUruguay — sábado, 29 de enero de 2011

Llegué a Colonia cerca de las 9 de la mañana, luego de 2 horas de viaje desde Montevideo. Dejé la mochila en custodia en la Terminal y me encaminé hacia el barrio histórico. El día estaba soleado y por aquellas horas, a excepción de algunos turistas, se veía muy poca gente en las calles.


El barrio histórico de Colonia del Sacramento fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995 y en sus doce hectáreas se fusionan estilos arquitectónicos portugueses, españoles y post-coloniales.

Es un lugar calmo y sereno que puede recorrerse en unas pocas horas. De hecho anduve paseando y tomando fotos en los mismos lugares una y otra vez.
No encontré ningún museo abierto, pero recorrí la Calle de los Suspiros, la Basílica, el teatro, las ruinas de la Casa del Gobernador, los puestos artesanales, algunas galerías de arte, y el puerto. Por una módica suma se puede subir al faro desde donde apenas se divisan, con mucho esfuerzo, como pequeñas cajitas de remedios, los edificios más altos de Buenos Aires.

Cerca del mediodía, hay un guía que ofrece visitas guiadas por el casco histórico, según se anuncia en varios letreros, aunque a la hora anunciada fui al punto de encuentro y jamás apareció ningún guía.

Pasado el mediodía almorcé unos exquisitos ñoquis en un restaurante cercano a la antigua estación de trenes. Mientras almorzaba me pareció divisar a un conocido que pasaba enfrente mío en una bicicleta. Lo llamé, y se paró a pocos metros mirándome desde lejos, y después de unos segundos donde ambos nos preguntábamos si nos conocíamos o no, se acercó, y efectivamente era Mauro, el amigo de una amiga que había ido a pasar el día a Colonia.

Después del almuerzo di otro paseo por el barrio histórico y un breve recorrido por la parte nueva de la ciudad. Ya había conocido prácticamente todo lo interesante que había para ver, me faltaba la Plaza de Toros pero quedaba un poco lejos y no tenía ganas de alejarme.
Supongo que debido a la ansiedad por el regreso, y por todo lo que había caminado a lo largo de este viaje, en este último día no tenía ya más ganas de caminar, y entrada la tarde me estaba aburriendo como un hongo, así que me fui a la Terminal a esperar que llegara la hora de mi partida hacia Buenos Aires.












El buquebús demoró en salir, y por no sacarme y ponerme la mochila una y otra vez, ya que últimamente, con el peso que llevaba, ponérmela implicaba un esfuerzo descomunal, permanecí parado una media hora sin moverme en la fila de ingreso al Buquebús. Una vez arriba demoramos más de una hora en partir.

En el Buquebús no había un solo mochilero, pese a que se encontraba lleno, por el contrario, la mayoría eran familias con chicos cuyo poder adquisitivo, se adivinaba, no era bajo. Una de las primeras cosas que hicieron fue abalanzarse en manada cuando se anunció que habría el buffet, en donde un simple sándwich de jamón y quedo costaba un ojo de la cara. Pero seguramente, las golosinas que allí adquirían era el único modo de calmar a sus insoportables hijos que se la pasaron gritando y corriendo por el barco a lo largo de todo el viaje.

Cuando llegué al puerto de Buenos Aires, mi hermano y mi cuñada me estaban esperando desde hacía dos horas. Mi hermano quiso ayudarme con la mochila pero no pudo levantarla. Yo, en cambio, ya venía entrenado, y después de todo eran los últimos minutos en los que debía afrentar el peso del equipaje, con todo lo que había ido acumulando durante el viaje, principalmente recuerdos y artesanías de los sitios por donde había andado.

Y así llegué a casa, repleto de anécdotas, de un viaje que se inició en un micro desde Buenos Aires a Posadas donde una decena de niños gritaban y lloraban todo el tiempo, y acabó en pleno Río de la Plata soportando a otro sinnúmero de niños escandalosos.  

Estaba bronceado y había bajado unos cinco kilos en tanta caminata, casi a diario, por las ciudades recorridas. Había viajado en moto por la selva paraguaya, había estado a punto de regresar a casa por un terrible cólico renal en las Cataratas del Iguazú, había festejado el año nuevo entre 2 millones de personas en las playas de Copacabana, había recorrido museos y monumentos, ruinas y rascacielos, iglesias y teatros, parques, playas y lugares históricos, me había hospedado en casa de desconocidos y acabé por llevarme muchos amigos a los que, quien sabe, en algún momento de la vida, volveré a ver.
Y este fue, amigos, mi segundo viaje por mi querida América Latina. Un poquito de Argentina, Un poquito de Paraguay y de Uruguay. Y gran parte de Brasil. Fue por eso que decidí titularlo “Recorriendo el MERCOSUR”. Espero lo hayan disfrutado y les resulte útil en caso de que se aventuren a viajar por éstos lugares. Seguiré escribiendo para mi, y para ustedes. ¡Hasta el próximo viaje!















 



jueves, 27 de enero de 2011

27-El oriente no siempre es la China

MontevideoUruguay — jueves, 27 de enero de 2011

El oriente es la China, para la mayoría de los mortales, pero para los argentinos, el oriente es Uruguay. Y ese sería el último de los destinos que habría de recorrer este viaje. Tan similar, tan parecido, tan cerca de la Argentina y jamás había pisado el suelo de este pequeño país.

Salí de Porto Alegre por la noche, ya había comprado el pasaje con tarjeta de débito en la empresa a unos 150 reales, con tarjeta de débito, puesto que se me habían terminado los billetes de esta moneda y no valía la pena realizar una nueva extracción por cajero.

El servicio resultó excelente. Apenas subimos al micro entregamos nuestros pasaportes y una azafata muy simpática nos recibió y nos explicó desde dónde quedaba el baño, hasta los procedimientos para cruzar la frontera y las características del menú. Entretanto, yo pronunciaba ya mis últimas palabras en portugués, traduciendo las instrucciones de la azafata al joven brasileño que viajaba a mi lado.

La cena fue exquisita, y el menú pareció estar hecho a medida para mi despedida de Brasil: Strogonoff, aquel plato de origen ruso tan popular en Brasil que me había enseñado a preparar Bernardo en Belo Horizonte, y que había degustado días después en Ouro Preto.

El viaje duró la noche entera y parte de la mañana. Ni siquiera me enteré cuando dejamos de estar en Brasil para internarnos en el suelo uruguayo. No fue necesario bajar del micro en la aduana ni entregar el equipaje. Poco después del desayuno, la azafata nos devolvió nuestros pasaportes sellados.
Pasando por Punta del Este pude divisar aquella mano enterrada en la arena que había visto en innumerables fotos, y comprobé, que a aquellas horas ya debíamos haber llegado a Montevideo. Entonces la azafata explicó que habíamos demorado en la aduana más de lo previsto, razón por la cual viajábamos con atraso.

La cuestión fue que llegué a Montevideo dos horas más tarde de lo esperado, con algunos dólares, muy pocos pesos argentinos y ningún real en mi bolsillo. El dinero uruguayo tenía demasiados ceros, y no lograba comprender el tipo de cambio, tal como me había sucedido en Chile hacía un año atrás.
Decidí entonces telefonear a José, mi couchsurfing montevideano y luego ocuparme del asunto del dinero. Pero era demasiado tarde y José ya no se encontraba en su casa, estaba en el trabajo, desde donde supo orientarme a la perfección para saber cómo proceder.

Siguiendo sus instrucciones, cambié algo de dinero en la Terminal, y tomé un colectivo hasta su casa, en pleno centro de Montevideo. Allí me esperaría el pintor, que se encontraba trabajando y que sería advertido por José, de mi llegada a la casa.

Llegué bastante rápido. Charlé un rato con el pintor, salía a hacer unas compras, me preparé un almuerzo, me di una ducha y me acosté a recuperar un poco del sueño que no había podido conciliar durante la noche. Cuando el pintor terminó con su trabajo, me despertó y antes de marcharse me entregó las llaves del departamento. Entonces me fui, mapa en mano, a recorrer la ciudad.



                                                            Caminando hacia la Plaza Independencia vi una enorme cantidad de sillas dispuestas a lo largo de la avenida 18 de Julio, y supe que aquella noche comenzaban los festejos de carnaval. Recorrí las plazas principales, la ciudad vieja, el puerto, la rambla, la sede del MERCOSUR, el Parque Rodó y la Playa Ramírez, donde me tomé un helado frente un parque de diversiones. Mucho para una tarde. Volví cuando caía el sol y José ya estaba en su casa, que a aquella altura ya era tan mía como suya, puesto que había hecho uso y abuso de ella sin siquiera conocerlo.

Tomamos unos tragos que él preparó, ya que nuestros trabajos, estudios y vocaciones eran idénticos: el teatro y la comunicación social. Por la noche llegó su amiga Camila y los tres fuimos a la avenida 18 de julio para ver el desfile de carnaval, que estuvo muy divertido, por cierto.

Luego fuimos a cenar a un bar del centro. Al día siguiente me levanté bastante tarde, y fui a la Terminal a comprar mi pasaje rumbo a Colonia. Aproveché para hacer una nueva caminata por la ciudad. Esta vez fue el turno del obelisco, el estadio Centenario (al que solo recorrí por fuera ya que jamás logré hallar la puerta de ingreso), y el monumento a la carreta. Cabe aclarar que este trayecto me llevó bastante tiempo, después de haberme perdido y tener que regresar hasta el obelisco para orientarme porque no tenía la menor idea de dónde me encontraba.  








Por la tarde realicé una visita guiada al Teatro Solís, edificio que me pareció hermoso. Lo lamentable fue que la pobre chica que oficiaba de guía había comenzado ese mismo día y estaba extremadamente nerviosa, había aprendido sus parlamentos de memoria y así los repetía rápidamente con temor a ser interrumpida, olvidarse alguna frase y tener que repetir todo nuevamente. De todas maneras, hizo lo mejor que pudo.








Luego de la visita al teatro tomé un colectivo para ir al mirador de la Torre Antel, edificio donde trabajaba José, pero el tránsito estaba terrible (además de viajar apretadísimo en el colectivo) y llegué cuando ya el acceso estaba prohibido a los visitantes, y hasta José se había retirado hacía un rato. Así que me subí a otro colectivo y me fui a disfrutar de mi última tarde de viaje en la playa Ramírez. 

El tiempo no ayudaba mucho ya que había comenzado a refrescar y corría un viento bastante fuerte. De regreso a casa de José me volví a perder, pero a aquella altura del viaje, no me preocupaba en lo más mínimo. Preguntando aquí y allá, pude llegar, me preparé una cena, y descansé un rato. Por la noche salí a dar una última vuelta por la ciudad. Uruguay me había recibido la mar de bien, y ni hablar de mi anfitrión, que se comportaba como si me conociese de toda la vida. Hasta se despertó conmigo la mañana siguiente, para evitar que me quedase dormido, y me despidió invitándome a regresar cuando quisiera. La experiencia de hospedarme en casa de otros viajeros habñia resultado finalmente fantástica. En Río de Janeiro, en Belo Horizonte, en Ouro Preto, en San Pablo, en Curitiba y en Montevideo, lo había pasado de maravillas. ¡Gracias couchsurfig!
































lunes, 24 de enero de 2011

26-Alegre en Porto Alegre


Porto AlegreBrasil — lunes, 24 de enero de 2011

Llegué a Porto Alegre por la mañana, y no conseguí dormir demasiado durante el viaje. Me hospedé en el hostel Porto so Sol (http://www.hostelportodosol.com.br/) al que llegué luego de realizar un llamado desde la Terminal y gracias a la orientación de los pasajeros que viajaban en el colectivo.

El precio, bastante accesible: 24 reales. Me ubicaron en un cuarto amplio compartido con algunas personas más. El único problema era el terrible calor que hacía allí dentro, ya que el ventilador no alcanzaba a refrescar el ambiente. Dormí hasta después del mediodía y luego salí a recorrer un poco la ciudad: el centro y el mercado público. Porto Alegre no es una ciudad turística y no hay mucho por hacer. Los paseos en barco me parecían algo insignificantes después de haber navegado por las aguas verdes esmeralda y azules de Ilha Grande.

El segundo día en la ciudad paseé por el Parque Farroupilha donde hay un pequeño zoológico y por la tarde contraté un tour por la zona sur de la ciudad. Los micros que hacen los tours parten de la oficina de turismo y fue una verdadera odisea encontrarla. Con mapa y todo en la mano no conseguía ubicarme y para colmo de males las personas a quienes preguntaban me mandaban con total seguridad a lugares cada vez más lejanos, pero no está muy lejos del centro, queda a sólo un par de cuadras de la sede del gobierno estadual. Entre tanta vuelta llegué tarde y el tour de la mañana ya había partido así que me fui a almorzar y a dar una vuelta por el centro hasta que llegó la hora del segundo turno del tour.


Los dos tours más comunes que se ofrecen son un paseo por el centro de la ciudad y otro por la zona sur. Elegí este último ya que algo del centro había podido conocer por mi cuenta.  El tour me gustó bastante, ya que nos explicaron gran parte de la historia de la ciudad y en el recorrido pueden observarse lugares muy diferentes a los del centro, con una naturaleza más expuesta y bonitas vistas del río.
En el preciso momento en que terminó el tour se largó a llover, así que me fui al hostel donde me quedé hasta la noche charlando con el resto de los que allí se alojaban.

Mi último día en Porto Alegre lo dediqué a visitar el Museo de Ciencia y Tecnología PUCRS, un lugar muy interesante, principalmente si se va con niños, ya que es sumamente atractivo, novedoso y didáctico.
Me fui de allí por la tarde y terminé el día cenando nuevamente en el mercado público. Después de la llovizna comenzó a hacer calor y ya había caminado bastante así que llegué al hostel todo transpirado, pedí permiso para darme una ducha rápida pero no me dejaron (ya había desocupado el cuarto al mediodía), fue el único detale que no me gustó, ya que fuera de eso me sentí muy cómodo y los dueños eran muy amables.

Me despedí aquella noche de Brasil, Dios sabe cuánto extrañaría la caipirinha y el asaí que ya se habían vuelto moneda corriente en mi menú de todos los días. Pero me aun me quedaban unos días más de viaje, en otro país, uno que en el que nunca había estado y con el que los argentinos estamos muy emparentados: la República Oriental del Uruguay.










jueves, 20 de enero de 2011

25-Atrapado en Floripa


FlorianópolisBrasil — jueves, 20 de enero de 2011

Mi arribo a Florianópolis fue otra odisea similar a mis llegadas a ciudades como Belo Horizonte, Ouro Preto, Ilha Grande o Paraty. Llegué pasadas las once de la noche y como no conseguía encontrar el papelito donde había anotado la dirección del único hostel que encontré por Internet, me metí en un cíber, en la Terminal, intentando dar al menos con el teléfono del Hostel Floripa. ¡Ya lo había anotado unas mil trescientas veces y siempre terminaba perdiendo el dichoso papelito!

Conseguí los datos del hostel en Internet, pero preferí ir directamente, sin telefonear, ya que por lo general, es más fácil regatear el precio cuando uno se encuentra en el lugar, que telefónicamente. Lloviznaba en Floripa, y el hostel quedaba a unas seis cuadras, pero ni soñando iba a gastar mis reales en un taxi, entonces, decídí, como siempre…caminar.
Apenas hice dos cuadras cuando vi la prolongada subida que tenía por delante. La mochila pesaba cada vez más, y la ciudad no parecía muy amigable a aquellas horas de la noche bajo la llovizna. Preguntando y preguntando, llegué al Floripa Hostel del centro para que me informaran que todas las camas estaban ocupadas, y que solo disponían de una en el otro hostel que poseían, en Barra da Lagoa, a una hora de allí.

Mi plan original era hacer base en el centro, donde no hay playas, pero desde donde se puede acceder fácilmente a todas las demás, claro que jamás imaginé que ninguno de los “planes” con los que llegué a Florianópolis se haría realidad.
Una mujer que escuchó mis padecimientos en la recepción del hostel, me ofreció telefonear a un hotel cercano ya que tenía el número telefónico en su poder. Así lo hizo, y la respuesta fue muy dolorosa: setenta reales. Después de todo, la cama que me ofrecían en Barra da Lagoa costaba sólo 38 reales, un poco más que la del hostel del centro donde tenía pensado quedarme, así que me cargué el equipaje a la espalda y me fui hasta la Terminal desde donde salen los ómnibus urbanos, que quedaba sólo un poquito más lejos que la principal, pero a mí me parecía lejísimos.

A toda prisa, casi corriendo, llegué hasta la parada, ya que el último bus partía a las 12 y eran las 12 menos cinco. Pero tuve tiempo de esperar, de fumarme un cigarrillo y descansar un poco de tanto ajetreo antes de subir al bus, que me dejó en otra Terminal donde debía hacer un trasbordo. A todo esto nadie en toda Floripa tenía la menor idea de dónde quedaban las calles que yo les mencionaba ni el hostel adonde debía llegar. Por suerte, en el micro, unos chicos argentinos se dieron cuenta de que yo pretendía ir al mismo hostel donde ellos se hospedaban, luego de que les mostrara un pequeño volante con la foto de la fachada del mismo, que me habían entregado en el hostel del centro.
La sorpresa aquí fue que además de ser el lugar más caro donde me había hospedado hasta el momento, debía pagar también por el uso de Internet y hasta por las toallas y la ropa de cama.
Me ubicaron en una habitación donde había otras tres personas. Enseguida me dormí y cuando desperté a la mañana siguiente comprobé que había estado lloviendo toda la noche. Era casi mediodía y la gente daba vueltas por todo el hostel sin saber que hacer ni adonde ir, puesto que no había mayores atracciones que la playa. 


Como las aguas de Barra da Lagoa estaban casi negras, repletas de troncos y hojas que se habían desprendido de los troncos debido a la tormenta, me tomé un colectivo hasta otra playa cercana donde alcancé a trepar por unas rocas, a entretenerme con un muchacho que adiestraba a su perro en el agua y a tomar algunas fotos antes de que se largara a llover fuerte nuevamente. Tuve que merendar a la fuerza en un pequeño bar de la playa, donde habían ido a parar los pocos transeúntes que allí había. Luego de estar  ahí unos cuarenta minutos viendo como osados surfistas  desafiaban a las olas bajo la intensa lluvia, decidí regresar al hostel donde unos brasileros preparaban un postre llamado Brigadeiro, otros jugaban al pool y otros curioseaban, iban y venían sin saber muy bien qué hacer con tanta lluvia. Me compré un pan lactal y algo de fiambre en un kiosco cercano y allí tomé esta vez una merienda más completa. Así me agarró la noche, y terminé acostándome a las tres de la mañana, cerveza va, cerveza viene, entre anécdotas y canciones junto a mi compañero de cuarto Lucas y tres chicas brasileras.
Desperté al mediodía, cuando el encargado del hostel me golpeó la puerta para comunicarme que mi cama había sido reservada por otro viajero y que debía abandonar el cuarto. No sabía si quedarme un día más allí o continuar viaje hacia Porto Alegre. Por la tarde fuimos con Lucas a un restaurante de comida a kilo y luego quisimos dar una vuelta por la playa pero un diluvio nos obligó a refugiarnos unos 15 minutos bajo el toldo de un kiosco.

Cuando me enteré que el pronóstico indicaba lluvias fuertes al menos durante cuatro días más, emprendí la partida. Reservé un pasaje por vía telefónica y me fui al centro donde compré el pasaje para viajar a Porto Alegre a las 12 de la noche. Dejé la mochila en custodia y salí a conocer un poco el centro de Florianópolis. Después de cenar en un bar de la Terminal fui a retirar mi mochila, unos diez minutos antes de la salida del micro, que parecía estar demorado, ya que eran más de las 12 y todavía no había aparecido.
En aquel momento recuerdo haber agradecido saber algo de portugués. Gracias a eso pude escuchar a una adolescente que hablaba por teléfono con su madre, y le decía que probablemente debiera pasar la noche en la Terminal de ómnibus, ya que la salida del micro se había cancelado.
Fui entonces a la boletería, donde ya había una terrible fila de pasajeros indignados, y supe que toda Florianópolis había quedado bloqueada por diversos aludes en las carreteras, en uno de ellos, incluso, había perecido una turista italiana.

En una discusión sin precedentes me puse a gritarle en portugués al empleado de la boletería, indignado porque nadie había avisado por los parlantes la suspensión del micro, y me había enterado de pura casualidad. Era casi el último de la fila y pretendían canjear mi pasaje para las 3 de la tarde del domingo, esto me obligaba a incrementar mis gastos en Florianópolis ya que debía quedarme un día más, y contaba con la cantidad de reales justos para unos pocos días más, y lo peor…¿dónde iba a dormir?

En un principio pensé en quedarme a dormir en la Terminal, pero los asientos eran sumamente incómodos, así que le pedí a una señora que vigilase mi equipaje y telefoneé al Floripa hostel del centro, aquel al que había ido la noche de mi llegada y que tenía todas las camas ocupadas. Afortunadamente tenían lugar, así que me fui casi corriendo, otra vez por esa subida empinada que me dejaba sin aliento.

Obligado a pasar una noche más en la isla, y nada menos que un sábado, aproveché para ir a una disco aunque sea a tomar algunos tragos. Fui solo, ya que todas las personas a las que había conocido habían quedado en Barra da Lagoa. Tomé unos tragos y conocí gente muy divertida. Terminé regresando al hostel cerca de las 6 de la mañana y dormí hasta las 10, horario en el que debí desocupar el cuarto. A partir de allí me pasé el día yendo y viniendo hasta la Terminal a fines de saber si el micro de las 15 saldría finalmente hacia Porto Alegre. Era un domingo muy caluroso, con un sol que rajaba la tierra y yo me encontraba en el único lugar de la ciudad donde no había playa, en una ciudad con más de 100 playas y después de dos días espantosos. En las tapas de los diarios pude ver incluso como se habían inundado las calles por las que me encontraba caminando en ese momento, las fotos mostraban a personas con el agua hasta la cintura en las avenidas principales.

Protestaba por dentro, porque el día estaba espectacular y yo tan lejos de la playa, y no cabía la posibilidad de volver a Barra da Lagoa, porque en cualquier momento terminaban con los arreglos de la carretera y volvían a funcionar los micros, así que me recorrí a pie toda la ciudad, la costanera y el shopping Beira Mar, en el que tomé un almuerzo ya casi cerca de las cinco de la tarde. Cuando anocheció fui al hostel a retirar mi equipaje, al cajero a retirar plata (posteriormente comprobé que el cajero que utilicé registró cuatro veces la misma operación por lo que tuve un faltante de dinero importante en mi cuenta), y a la Terminal a tomar el micro que salió a las 12 de la noche, veinticuatro horas después del horario programado.

Mi conclusión, luego de saber por otros viajeros que las lluvias son muy comunes en Floripa durante el verano, fue que debo volver en otra oportunidad, con más tiempo del previsto si quiero disfrutar de las playas que han de ser muy días mientras no haya tormentas…















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