martes, 5 de enero de 2010

13-Regresando a Uyuni


UyuniBolivia — martes, 5 de enero de 2010

El viaje de regreso a Uyuni duró casi 10 horas, incluyendo algunas paradas. Los paisajes por los que atravesamos son alucinantes. Los colores van variando a lo largo del viaje. El desierto de Dalí, bien al sur de Bolivia y a 4.750 metros de altura fue uno de los lugares por los que pasamos. En este desierto observamos unas rocas de extrañas formas, que configuran un paisaje muy similar al de un cuadro del pintor catalán.




Cerca del mediodía volvimos a pasar por Laguna Colorada, pero esta vez lo hicimos desde el lado opuesto al que habíamos estado la tarde anterior. Desde allí no se ve tan colorada pero a esa hora pudimos apreciar a lo lejos, miles de flamencos. Jamás en mi vida había visto tantos flamencos juntos, se dice que son alrededor de cuarenta mil. En la lejanía se confundían con la coloración de la laguna, puesto que en ese momento las aguas se veían rosadas.
El camino era de ripio y casi todo el tiempo de cornisa. La sensación era que en realidad no había camino alguno sino que nuestro guía se metía por aquellas partes del terreno donde era más fácil llegar con la 4x4. Poco a poco, el rojo, el gris y el amarillo del desierto van dejando lugar al verde, a pequeños valles por donde el agua cristalina circula a gran velocidad trazando caminos interminables, y donde cada tanto podíamos ver grupos de llamas pastando. En algunas zonas cercanas a algún poblado, las zonas están delimitadas por sogas, para que las llamas no pasen y no se entierren en el terreno sumamente pantanoso.








El pueblo donde paramos a almorzar se llamaba Villamar. Un pueblito muy pequeño donde dimos un par de vueltas y vimos muy poca gente, casi nadie en las calles.. Allí sacamos unas fotos junto a las llamas, que eran muchas y ni se inmutaban con nuestra presencia.














Seguimos viaje hasta llegar al Valle de Rocas, nuestra última parada. Allí, el paisaje lo conformaban unas gigantescas rocas de color rojo, producto de antiguas lavas volcánicas.
Llegamos a Uyuni alrededor de las seis de la tarde. Realmente el camino de regreso fue tan maravilloso como todo lo que habíamos conocido en aquellos tres días. Tesoros ocultos del altiplano donde habría que ir al menos una vez en la vida.
En Uyuni nos despedimos de Lino y de las chicas, que habían cometido la locura de sacar pasaje hacia Potosí aquella misma tarde luego de haber estado viajando casi sin parar desde las cinco de la mañana. Javier y yo habíamos sacado boletos para la mañana siguiente, sabiendo que volveríamos extenuados del viaje.
Los hoteles en Uyuni seguían tan colmados como cuando habíamos llegado por primera vez. Conseguimos la única habitación disponible en el Residencial Oruro, 45 bolivianos la habitación doble con TV y cocina y baño compartidos. En el piso donde estábamos había sólo dos habitaciones más. Junto a la nuestra, una pareja de argentinos que se la pasaron insultándose toda la noche, y en la de enfrente, cinco compatriotas, de las cuales una, terminó siendo amiga de una amiga de Javier.
Yo tenía una lata de caballa en la mochila, compramos arroz y una gaseosa y como era demasiado para notros invitamos a las chicas a compartir la cena. Era la primera vez que cocinábamos desde que había empezado el viaje. La experiencia fue nefasta. Tuvimos que golpear en el cuarto de las chicas para que viniesen a socorrernos. Fue una de ellas, Belén, la que en vano lo intentó. El arroz rebalsaba por todas partes pero no se cocinaba, le faltaba sal una de las ollas se pegoteó toda y el fondo quedó completamente negro. Agregamos al arroz una sopa crema de arvejas que tenían las chicas. Después de todo, lo pudimos comer sin descomponernos. Le regalamos al dueño del hotel lo que sobró de la caballa, ya que en Bolivia no existe y no tenía la menor idea de qué se trataba aquello. Aproveché la TV para ver algunos de los videos que había grabado hasta el momento. Y nos acostamos a dormir. Agotados, pero satisfechos.

Mirá el video de este capítulo:

 
 









 




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