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sábado, 8 de enero de 2011

19-Hasta pronto Río de Janeiro


Río de JaneiroBrasil — sábado, 8 de enero de 2011

Aquella mañana desperté por última vez en casa de Cadú, donde me despedí de él, de Tiago y de Rodrigo, a quien había conocido en la cena de año nuevo. Agradeciéndoles la confianza y la amabilidad con la que me habían tratado, les devolví las llaves, junté mis cosas y me marché a la Rodoviaria Novo Río a comprar un pasaje rumbo a Mangaratiba para aquella noche.





El itinerario que me había propuesto incluía unos días en la zona norte del Estado de Río de Janeiro: Buzios, Cabo Frío y Arrabal do Cabo. Pero ya estaba agotado de subir y bajar de micros día tras día. No había parado desde mi salida de Buenos Aires y prácticamente no había permanecido más de un día en una ciudad. Luego de exponerle mis dudas a todo el mundo, decidí ir directamente hacia el sur, y pasar un día más de los previstos en Ilha Grande. Además, tenía la espalda al rojo vivo luego de haber pasado el día anterior en la playa (el precio por ir a la playa solo y no tener quien te frote la espalda), y no tendría mucho sentido ir tres días a conocer tres lugares cuyo máxima atracción eran las playas, así con el cuerpo ardiendo y las amenazas de lluvia.

Una vez que saqué el pasaje, fue a retirar mis zapatillas y otras cosas del guardaequipaje. Lo que más me interesaba era la crema humectante, que se había reventado dentro de la mochila. El empleado me decía que no podía retirar cosas de allí, que en todo caso debía retirar el equipaje completo y luego volver a pagar, pero ante mi insistencia y mi explicación de que sólo deseaba cambiarme las zapatillas, me permitió ingresar, pero enseguida se inquietó al ver que yo demoraba demasiado intentando sacar las zapatillas sin que el resto del equipaje saliese eyectado de al mochila, y con las manos y la mayoría de las cosas que iba sacando bañadas en crema humectante.

Ya con pasaje en mano y con el cuerpo encremado, me fui al Jardín Botánico donde había quedado en encontrarme con Matías. Pero llegué casi una hora antes así que aproveché para almorzar en un pequeño bar de la zona.




Poco después del horario convenido, ingresé al botánico donde Matías ya me estaba esperando junto a su novia. El Jardín Botánico de Río es una de las atracciones de la ciudad y una de las principales reservas de plantas del mundo. Fue creado por la Familia real Portuguesa en 1808, en su interior están además los restos de lo que fue una antigua fábrica de pólvora.








Después de tomar unos jugos en el Buffet del Jardín Botánico, fuimos los tres a tomar un asaí. Jamás había oído hablar de esa fruta violácea, verdaderamente deliciosa, que habría de acompañarme el resto de la semana, pues una vez probada, me volví adicto a ella. Generalmente la sirven en un cuenco, helada, con bananas y granola.

Ya estaba por caer la tarde cuando me despedí de Matías y de su novia Mariana, para irme a ver el atardecer carioca en la Laguna de Freitas, ya que sólo la había conocido de noche. Otra vez estaba repleta de gente, muchos trotando, patinando o simplemente paseando por allí. Algunos grupitos hacían picnics en los muelles y otros merendaban en los tantos bares aledaños.

Me fui al caer la noche, cené un enorme sándwich en un local de comidas rápidas que encontré por allí, y terminé la noche contemplando la frescura del mar en Ipanema, y la imagen del Cristo Redentor iluminada a lo lejos. Es la última imagen que conservo de Río, ciudad a la que espero regresar en no mucho tiempo.












Como el micro hacia Mangaratiba no salía hasta las 5 de la mañana (había sacado el pasaje en ese horario para llegar a tiempo a tomar la balsa que me llevaría a Ilha Grande), dejé la ciudad lo más tarde posible, aunque a riesgo de quedarme nuevamente sin colectivos, como a la una de la mañana decidí partir hacia la Terminal, a la que llegué cerca de las dos. Ya me habían recomendado que permaneciera en el primer piso, ya que a esas horas de la madrugada podía resultar peligroso quedarse en la planta baja, aunque estaban limpiando y había policías, el primer piso parecía un lugar más indicado para esperar tres horas, aunque el calor que hacía era insoportable y aunque lo intenté no pude dormir. No solamente por el intenso calor sino por el temor a dormirme y que perder el bus, que finalmente tomé a las 5 en punto de la mañana.

Mirá el video de este capítulo:
http://vimeo.com/25375822


viernes, 7 de enero de 2011

18-Ipanema, Copacabana y la noche en Lapa


Río de JaneiroBrasil — viernes, 7 de enero de 2011

Partí de Belo Horizonte a la medianoche y llegué a Río de Janeiro por segunda vez, bastante temprano. Lo primero que hice fue dejar en la Terminal mi enorme mochila sobrecargada. Para que no quedasen dudas de que sólo mi estadía en la ciudad era breve y con el sólo propósito de ir a la playa, saqué los elementos básicos que necesitaría para los dos días que me pensaba quedarme allí: pantalla solar, una toalla, sandalias, documentos, una muda de ropa interior, dos remeras y un bermudas. Lo demás, lo llevaba puesto. Lo gracioso fue que a mi lado, una familia completa de brasileros hacía exactamente lo mismo que yo, en la puerta del guardaequipajes, se colocaban pareos, sombreros, anteojos, intentando llevarse puesto todo lo que pudieran para poder librarse de sus valijas.

Después de desayunar y chequear mis mails en la Rodoviaria Novo Río, di un poco de vueltas para hacer tiempo ya que me parecía desubicado e inoportuno despertar a Cadú a aquellas horas. Sabiendo que el ómnibus hasta su casa demoraba casi media hora, preferí llegar y telefonearle una vez que estuviese cerca, y así lo hice.

Ya había advertido a Cadú que regresaría a Río por una noche más y no tuvo problema en alojarme nuevamente en su casa. De todos modos solo pasaría allí la noche ya que mi propósito era hacer lo que no había hecho todavía desde el comienzo del viaje: ¡DESCANSAR!

Me cambié el pantalón en lo de Cadú y enseguida tomé el subte rumbo a las playas de Ipanema. Mi apuro se debía a que el día estaba espectacular hasta el momento, pese a que estaban anunciadas fuertes lluvias para la ciudad y toda la región. Quería disfrutar de la playa aunque fuese unas horas, y la suerte quiso que el sol no se escondiese nunca y que pudiese quedarme allí hasta las tres de la tarde.

Allí en Ipanema me encontré nuevamente a Gerardo, aquel conocido al que había encontrado el primer día del año entre mi visita al Corcovado y a la favela.

Como a las tres de la tarde me fui caminando tranquilo hacia Copacabana, donde tomé sol, disfruté del mar, y dormí panza arriba el resto de la tarde. La única pena fue que había olvidado los lentes de sol y los ojos me ardían terriblemente, algo que jamás me había sucedido en ninguna playa.

Llegué a lo de Cadú trotando, porque ya era tarde y sabía que él debía irse de su casa a las 19, y ya me había pasado como media hora. Afortunadamente, todavía estaba allí, trabajando con parte de su grupo de teatro, con quienes tuve el gusto de entablar alguna que otra charla.


Más tarde Tiago me bajó mis videos a DVD y me copió decenas de canciones brasileras para que me traiga de recuerdo. Cerca de las diez de la noche me fui para los Arcos de Lapa donde por la tarde habíamos acordado encontrarnos con Matías, aquel divertido carioca con quien compartí buena parte de mi viaje por Bolivia y Perú.

Ya me habían hablado de la enorme cantidad de gente que suele copar las calles de Lapa por las noches, pero habiendo estado allí un jueves al atardecer, no había visto demasiadas personas por la zona. Claro, la fiesta se armaba mucho más tarde, y al punto que el colectivo demoró muchísimo en llegar porque las últimas cuadras estaban arrebatadas de personas, y ni hablar si uno echaba un vistazo al interior de los tantos bares del barrio.

Llegué puntual, pese a todo, pero de Matías, ni rastros. Mientras me comía un sánguche de pollo, paseaba por allí y por aquí buscándolo  y por un momento pensé que entre aquella muchedumbre no lo encontraría nunca. Finalmente apareció, dimos un par de vueltas, pero cada vez había más gente bailando samba, bebiendo y cantando bajo los arcos de Lapa y en las calles adyacentes. En el lugar convergía una variedad de tribus urbanas que parecía encontrar allí el punto de encuentro en el que todos se parecían a los demás: los turistas, los negros, los darks, los gays, los chetos, los jóvenes, los no tan jóvenes, los favelados, los rastafaris, y la lista continúa…. Se los ve merodear de a grupos, pero se van amontonando a medida que pasa la hora y algunas de las callejuelas se ven tan repletas de gente que se asemejan a un gigante vagón de tren en hora pico. Y en esa situación Matías pretendía que ingresáramos a un bar, sin tener en cuenta además el calor que hacía, mi agotamiento y la falta de sueño, ya que sólo había dormido un rato durante el viaje y otro rato en la playa.
Así que nos sentamos a conversar en las escalinatas que se encuentran frente a los arcos, y en lo mejor de la charla, un personaje muy parecido a Smeagol (hasta tenía su misma voz) se nos acercó a pedirnos que le diéramos dinero.

Es importante mencionar que mi amigo Matías es hijo de madre chilena, por lo cual habla perfecto castellano con tonada chilena y todo. El tal Smeagol intuyó entonces que los dos éramos turistas, y cuando Matías lo increpó en portugués se descolocó, le preguntó si era carioca y cómo era que estaba “falando” español conmigo.

Matías se paró y se alejó unos pasos y el personaje, que ya había comprendido que allí el único extranjero era yo, me decía que le diera todo mi dinero mientras amenazaba con matarme. “Vou matar a você ahora mesmo aquí na rua”, decía, mientras apuntaba con una supuesta arma escondida bajo su camisa, que no sería otra cosa que su dedo índice. Mi respuesta a la situación fue la más creativa que se me ocurrió en el momento: “No hablo portugués, no entiendo nada de lo que me decís”, le decía yo aparentando absoluta tranquilidad, mientras el sujeto se alteraba cada vez más en su desesperado intento por hacerme entender que aquello era un asalto.

Cuando me puse de pie para irme, llevó su mano a mi bolsillo y notó que yo tenía allí mi cámara fotográfica (menos mal que no había llevado la de video que es mucho más grande y hubiese quedado totalmente expuesta).

Al final me fui diciéndole: “No sé de que hablás, no quiero problemas”, y Matías, sintiéndose culpable por la situación, ya que unos meses antes me había dicho “Río de Janeiro es lo más tranquilo que hay, a mi nunca me pasó nada”, propuso que nos fuéramos a tomar algo a un bar alejado de tanto ruido, en el barrio de Botafogo. Era insólito pensar que hasta el momento, había andado por los lugares más recónditos, absolutamente solo, a cualquier hora, y jamás me había sentido en peligro, y esto venía a pasarme justamente en un lugar abarrotado de gente y mientras estaba con un amigo brasilero que vivía allí mismo. Creo que a eso se debía el remordimiento de Matías. No quería que me llevase una mala sensación de la ciudad (de todos modos no iba a llevármela) y por eso nos fuimos a Botafogo donde nos tomamos una caipirinha.

Lo más triste de la noche, por lo que sí me llevé una mala sensación y peor aún que el frustrado asalto de Smeagol fue que a las 3 de la mañana cuando ya me caía de sueño y tomé conciencia que no había elegido el mejor día para encontrarme con mi amigo, ya no había colectivos que me llevasen desde Botafogo hasta la casa de Cadú en Tijuca, así que tras pensarlo varias veces, no me quedó otra opción que tomarme un taxi que me cobró nada menos que 22 reales. Un verdadero dolor para mi bolsillo.

Mirá el video de este capítulo:
http://vimeo.com/25369185

sábado, 1 de enero de 2011

11-Año nuevo en Río de Janeiro


Río de JaneiroBrasil — sábado, 1 de enero de 2011

Pasar el año nuevo en Humahuaca, como lo había hecho hacía exactamente un año atrás, tuvo su encanto y fue realmente emocionante, pero pasar en Río de Janeiro la noche de “reveillon”, como se conoce en Brasil, no dejó de ser otro de los momentos singulares que quedarán grabados en mi memoria durante toda mi vida.

Cené en casa de Cadú, con su familia y amigos. La cena fue muy típica para los brasileros, y bastante exótica para mi, acostumbrado a degustar otro tipo de platos en la noche de año nuevo. Pero no por ser diferente, fue menos rica , sobretodo con el hambre que traía luego de haber caminado toda la tarde: Jamón, ananá, lechuga, arroz y farola, y helado de postre.



Cerca de las diez de la noche, finalizada la cena, Cadú, Thiago y yo emprendimos el camino hacia la playa de Copacabana donde se lleva a cabo el festejo tradicional. Los boletos para el subte los habíamos comprado el día anterior, ya que aquella noche las boleterías permanecen cerradas y las filas para viajar son larguísimas. Sin embargo, no demoramos mucho en subir al subte y llegar hasta Copacabana donde una multitud de personas, la mayoría vestidas de blanco, esperaban ansiosas la llegada del 2011.

A la cuenta regresiva de los últimos segundos del 2010 se sucedió un espectáculo sensacional de 20 minutos de duración en el que 25 toneladas de fuegos artificiales emergieron del mar ante 2 millones de personas eufóricas. Impresionaba ver al mar, al cielo y a la gente, tiñéndose de rojo, de verde, de amarillo, y de todos los colores posibles mientras los más aventurados atravesaban las olas y contemplaban el espectáculo dentro del agua, y otros arrojaban sus flores como ofrenda.

La cerveza y el champagne abundaban por todas partes, claro que yo me yo apenas había bebido un sorbo durante el brindis, ya que continuaba aun toando los antibióticos para curarme del cólico renal que había amenazado con arruinar mi fiesta de año nuevo apenas dos noches antes.

A los fuegos siguieron la música y el baile, desde uno de los tantos puestos que se extendían a lo largo de la playa. Después de un par de horas caminamos hasta el palco principal donde acababa de presentarse el logo oficial de las Olimpíadas 2016 y una “escola de samba” ofrecía un espectáculo. Ya habían pasado por el escenario Daniela Mercury y Zeca Pagodinho.
Todo estuvo muy tranquilo, y cuando nos estábamos yendo, cerca de las 3 nos sorprendió una llovizna intermitente que no apañó la noche en absoluto. Después de hacer unas 10 cuadras de cola pudimos tomar el metro de regreso a la casa de Cadú.











Por la mañana, cuando desperté, el día estaba espectacular, y lo aproveché yendo primero a conocer el símbolo de Río de Janeiro y de todo Brasil: el Cristo Redentor, una de las nuevas maravillas del mundo.




El monumento de casi 40 metros de altura, que se alza sobre el cerro Corcovado, impresiona cuando se mira de frente, puesto que allá en lo alto, y teniéndolo tan cerca, no parece una estatua, sino el mismo Cristo en persona que asoma desde el cielo. El mirador resulta pequeño para tanta cantidad de turistas y hay que hacer ciertos malabares para poder tomar una foto. Desde allí se tiene una vista panorámica imperdible de toda la ciudad, un lugar donde no dan ganas de irse.

Cuando regresé del Corcovado tomé un colectivo hacia la playa de Ipanema y pregunté a uno de los pasajeros si conocía donde se encontraban las agencias turísticas, ya que tenía intenciones de conocer una favela por dentro. Entonces el hombre me explicó que allí cerca había una favela que estaba bajo control policial y a la que podía acceder sin pagar un solo peso. Me indicó que me bajase en la plaza General Osorio. Así lo hice, y a pocos metros de esta plaza entré en una hamburguesería viendo qué cosa barata podía encontrar para el almuerzo, cuando en el interior del pequeño negocio me sorprendió el primer e insólito encuentro con un conocido: Gerardo, un actor porteño con el que he hablado varias veces se quedó tan boquiabierto como yo al encontrarnos en aquel bar de Ipanema. ¡Qué lindo es encontrarse con conocidos cuando uno está tan lejos de casa! Luego de charlar unas palabras con Gerardo me fui al mirador que se encuentra sobre la estación de metro “General Osorio”, y cuyos pasillos conducen a la favela Cantagalo. Algunos turistas, y vecinos curiosos que iban allí por primera vez me acompañaron, pero nadie se atrevía a asomar las narices mucho más allá de la entrada, así que terminaron dejándome solo mientras yo entrevistaba brevemente a algunos habitantes de la favela.













Luego me fui caminando por la playa hasta el parque llamado Garota de Ipanema, en honor a la canción escrita por Vinícius de Moraes, y caminé un poco por Copacabana hasta que mis pies y el calor agobiante dijeron basta. Estaba gastando tanto dinero en aguas y gaseosas que pensé: me compro una ensalada de frutas y sacio así la sed y el hambre a la vez, pero para mi sorpresa, la ensalada de frutas tropicales era totalmente seca, no tenía jugo ni agua. Comenzaba a lloviznar cuando tomé un ómnibus hasta la Terminal (que quedaba bastante lejos de allí) y compré mi pasaje para el día siguiente a Belo Horizonte. Un pasaje que me costó 20 reales más caro debido a la alta demanda que había en aquellos días.

Cuando tenía mi pasaje en mano me tomé otro ómnibus, esta vez hasta la Lagoa de Freitas, donde quería observar el árbol de navidad flotante cuyo diseño lumínico cambia constantemente. La Laguna aquella noche estaba muy concurrida, un ambiente tranquilo y familiar. Tuve que hacer una larga cola para comprar una “tapioca recheada” con canela y leche condensada. Un postre riquísimo.

Tuve que recorrer toda la laguna para poder observar al árbol desde cerca y aquello acabó por agotarme por completo. No había parado de caminar desde mi llegada a Río, aquel primer día del año había sido completamente agotador, y gracias a indicaciones de los transeúntes llegué a la parada de colectivos donde podía tomar un ómnibus que me llevara hasta el Barrio de Tijuca. El problema fue que en Río de Janeiro los colectivos circulan con muy poca frecuencia durante la noche y estuve más de una hora esperando. Cuando llegué a la casa de Cadú eran casi las tres de la mañana y mis pies estaban ampollados de tanto caminar, pero realmente, el paseo había valido la pena.


 Al día siguiente me desperté bastante tarde y visité un poco a las corridas el famoso Pan de Azúcar, otro punto interesante desde donde se accede a vistas privilegiadas de la ciudad y que nadie puede perderse en su visita a Río de Janeiro. Finalmente, me iba de la ciudad maravillosa con la satisfacción de haber conocido sus lugares más simbólicos y el sueño cumplido de haber comenzado allí un nuevo año.

Mirá los videos de este capítulo:


              










jueves, 30 de diciembre de 2010

9-Cidade Maravilhosa


Río de JaneiroBrasil — jueves, 30 de diciembre de 2010

Apenas abrió las puertas de su casa, Cadú me mostró el cuarto donde iba a dormir durante mi estadía en Río. Me mostró además un mapa de la ciudad, y  me explicó como llegar a los principales puntos, ya que Tijuca es un barrio ubicado al norte de la ciudad y los principales lugares turísticos se hallan un poco alejados de allí.
Luego de contarle a Cadú los avatares de mi cólico renal me preparó un té de “quebrapedras”, ¡Sí, el mismo yuyo del que me habían hablado en Misiones!, para eliminar cualquier tipo de porquería que hubiera en mis riñones. Lo colocó en un termo pequeño y con absoluta confianza me dio las llaves de su departamento, cosa que me sorprendió, ya que en Argentina poca gente daría las llaves de su casa a un desconocido. Esta era mi primera experiencia en couchsurfing y jamás imaginé que me darían las llaves prácticamente sin conocerme, pero el objetivo de Cadú era que me sintiera como en mi casa, y que me manejara con absoluta confianza y comodidad, cosa que logró, por supuesto, a la perfección. Tomé una ducha y salí ansioso a recorrer las calles de la “cidade maravilhosa”.


Lo primero que hice entonces, fue conocer algunos edificios históricos del centro de la ciudad, el Monasterio de Sao Bento, en el que estaban dando una misa y no me atreví a molestar demasiado con mis cámaras, y donde además, debí hacer un gran esfuerzo para subir, ya que se encuentra encima de un morro, y no venía acostumbrado a este tipo de caminos en ascenso,  y la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, a la que sólo conocí desde afuera.

Cansado de tanto caminar, me fui a un local de McDonalds donde almorcé (un poco tarde por cierto), y aproveché para descansar un rato, y luego tomé un colectivo que me dejó en Cinelandia, adonde me dirigí para conocer la famosa escalera de Selarón, junto al convento de Santa Teresa. Selarón es un artista carioca que ha decorado los 215 peldaños de esta escalera con azulejos multicolores de innumerables motivos y formas, provenientes de distintos países, los cuales cambia constantemente.

De allí a los Arcos de Lapa, hay sólo un paso. Los arcos estaban despintados y no me parecieron de un gran atractivo. Seguí caminando por allí buscando un cíber o un locutorio desde donde poder comunicarme con mi familia para avisarles que estaba sano y salvo en Río de Janeiro, pero la tarea no resultó nada fácil. La gente me mandaba de un lado para otro y los locales de Internet no parecían cosa común en Lapa. Finalmente pude dar con uno, y enviar un mensaje a mi familia, y supe además que las tarjetas telefónicas que venden en los kioscos no sirven para hablar por teléfono al extranjero.

Ya era de noche cuando volví a pasar por los arcos, y esta vez se veían totalmente blancos, muy iluminados, y mi impresión sobre ellos fue diferente. Cerca de ellos está también la Catedral, una construcción muy singular, ya que tiene una forma piramidal y una iluminación muy particular que la hace cambiar de color constantemente.

Ya era bastante tarde y caí en la cuenta de que estaba solo en los alrededores de la catedral, sin un alma alrededor, demasiado confiado, para ser mi primera noche en Río, una ciudad que hacía unos pocos días había estado convulsionada por los episodios de violencia vividos en las favelas y en las calles. En Argentina, todos se habían ocupado de advertirme que tuviese mucho cuidado en las calles de Río, sin embargo, allí todo parecía muy tranquilo.
Tomé un colectivo para volver a la casa de Cadú. La cobradora del ómnibus, muy simpática, me contó que periódicamente solía viajar a Italia, a realizar tareas domésticas con las que solía incrementar sus ahorros. Con toda amabilidad me indicó donde debía bajar, y así llegué, contento y cansadísimo al departamento de Cadú.


























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