sábado, 1 de enero de 2011

11-Año nuevo en Río de Janeiro


Río de JaneiroBrasil — sábado, 1 de enero de 2011

Pasar el año nuevo en Humahuaca, como lo había hecho hacía exactamente un año atrás, tuvo su encanto y fue realmente emocionante, pero pasar en Río de Janeiro la noche de “reveillon”, como se conoce en Brasil, no dejó de ser otro de los momentos singulares que quedarán grabados en mi memoria durante toda mi vida.

Cené en casa de Cadú, con su familia y amigos. La cena fue muy típica para los brasileros, y bastante exótica para mi, acostumbrado a degustar otro tipo de platos en la noche de año nuevo. Pero no por ser diferente, fue menos rica , sobretodo con el hambre que traía luego de haber caminado toda la tarde: Jamón, ananá, lechuga, arroz y farola, y helado de postre.



Cerca de las diez de la noche, finalizada la cena, Cadú, Thiago y yo emprendimos el camino hacia la playa de Copacabana donde se lleva a cabo el festejo tradicional. Los boletos para el subte los habíamos comprado el día anterior, ya que aquella noche las boleterías permanecen cerradas y las filas para viajar son larguísimas. Sin embargo, no demoramos mucho en subir al subte y llegar hasta Copacabana donde una multitud de personas, la mayoría vestidas de blanco, esperaban ansiosas la llegada del 2011.

A la cuenta regresiva de los últimos segundos del 2010 se sucedió un espectáculo sensacional de 20 minutos de duración en el que 25 toneladas de fuegos artificiales emergieron del mar ante 2 millones de personas eufóricas. Impresionaba ver al mar, al cielo y a la gente, tiñéndose de rojo, de verde, de amarillo, y de todos los colores posibles mientras los más aventurados atravesaban las olas y contemplaban el espectáculo dentro del agua, y otros arrojaban sus flores como ofrenda.

La cerveza y el champagne abundaban por todas partes, claro que yo me yo apenas había bebido un sorbo durante el brindis, ya que continuaba aun toando los antibióticos para curarme del cólico renal que había amenazado con arruinar mi fiesta de año nuevo apenas dos noches antes.

A los fuegos siguieron la música y el baile, desde uno de los tantos puestos que se extendían a lo largo de la playa. Después de un par de horas caminamos hasta el palco principal donde acababa de presentarse el logo oficial de las Olimpíadas 2016 y una “escola de samba” ofrecía un espectáculo. Ya habían pasado por el escenario Daniela Mercury y Zeca Pagodinho.
Todo estuvo muy tranquilo, y cuando nos estábamos yendo, cerca de las 3 nos sorprendió una llovizna intermitente que no apañó la noche en absoluto. Después de hacer unas 10 cuadras de cola pudimos tomar el metro de regreso a la casa de Cadú.











Por la mañana, cuando desperté, el día estaba espectacular, y lo aproveché yendo primero a conocer el símbolo de Río de Janeiro y de todo Brasil: el Cristo Redentor, una de las nuevas maravillas del mundo.




El monumento de casi 40 metros de altura, que se alza sobre el cerro Corcovado, impresiona cuando se mira de frente, puesto que allá en lo alto, y teniéndolo tan cerca, no parece una estatua, sino el mismo Cristo en persona que asoma desde el cielo. El mirador resulta pequeño para tanta cantidad de turistas y hay que hacer ciertos malabares para poder tomar una foto. Desde allí se tiene una vista panorámica imperdible de toda la ciudad, un lugar donde no dan ganas de irse.

Cuando regresé del Corcovado tomé un colectivo hacia la playa de Ipanema y pregunté a uno de los pasajeros si conocía donde se encontraban las agencias turísticas, ya que tenía intenciones de conocer una favela por dentro. Entonces el hombre me explicó que allí cerca había una favela que estaba bajo control policial y a la que podía acceder sin pagar un solo peso. Me indicó que me bajase en la plaza General Osorio. Así lo hice, y a pocos metros de esta plaza entré en una hamburguesería viendo qué cosa barata podía encontrar para el almuerzo, cuando en el interior del pequeño negocio me sorprendió el primer e insólito encuentro con un conocido: Gerardo, un actor porteño con el que he hablado varias veces se quedó tan boquiabierto como yo al encontrarnos en aquel bar de Ipanema. ¡Qué lindo es encontrarse con conocidos cuando uno está tan lejos de casa! Luego de charlar unas palabras con Gerardo me fui al mirador que se encuentra sobre la estación de metro “General Osorio”, y cuyos pasillos conducen a la favela Cantagalo. Algunos turistas, y vecinos curiosos que iban allí por primera vez me acompañaron, pero nadie se atrevía a asomar las narices mucho más allá de la entrada, así que terminaron dejándome solo mientras yo entrevistaba brevemente a algunos habitantes de la favela.













Luego me fui caminando por la playa hasta el parque llamado Garota de Ipanema, en honor a la canción escrita por Vinícius de Moraes, y caminé un poco por Copacabana hasta que mis pies y el calor agobiante dijeron basta. Estaba gastando tanto dinero en aguas y gaseosas que pensé: me compro una ensalada de frutas y sacio así la sed y el hambre a la vez, pero para mi sorpresa, la ensalada de frutas tropicales era totalmente seca, no tenía jugo ni agua. Comenzaba a lloviznar cuando tomé un ómnibus hasta la Terminal (que quedaba bastante lejos de allí) y compré mi pasaje para el día siguiente a Belo Horizonte. Un pasaje que me costó 20 reales más caro debido a la alta demanda que había en aquellos días.

Cuando tenía mi pasaje en mano me tomé otro ómnibus, esta vez hasta la Lagoa de Freitas, donde quería observar el árbol de navidad flotante cuyo diseño lumínico cambia constantemente. La Laguna aquella noche estaba muy concurrida, un ambiente tranquilo y familiar. Tuve que hacer una larga cola para comprar una “tapioca recheada” con canela y leche condensada. Un postre riquísimo.

Tuve que recorrer toda la laguna para poder observar al árbol desde cerca y aquello acabó por agotarme por completo. No había parado de caminar desde mi llegada a Río, aquel primer día del año había sido completamente agotador, y gracias a indicaciones de los transeúntes llegué a la parada de colectivos donde podía tomar un ómnibus que me llevara hasta el Barrio de Tijuca. El problema fue que en Río de Janeiro los colectivos circulan con muy poca frecuencia durante la noche y estuve más de una hora esperando. Cuando llegué a la casa de Cadú eran casi las tres de la mañana y mis pies estaban ampollados de tanto caminar, pero realmente, el paseo había valido la pena.


 Al día siguiente me desperté bastante tarde y visité un poco a las corridas el famoso Pan de Azúcar, otro punto interesante desde donde se accede a vistas privilegiadas de la ciudad y que nadie puede perderse en su visita a Río de Janeiro. Finalmente, me iba de la ciudad maravillosa con la satisfacción de haber conocido sus lugares más simbólicos y el sueño cumplido de haber comenzado allí un nuevo año.

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