jueves, 27 de enero de 2011

27-El oriente no siempre es la China

MontevideoUruguay — jueves, 27 de enero de 2011

El oriente es la China, para la mayoría de los mortales, pero para los argentinos, el oriente es Uruguay. Y ese sería el último de los destinos que habría de recorrer este viaje. Tan similar, tan parecido, tan cerca de la Argentina y jamás había pisado el suelo de este pequeño país.

Salí de Porto Alegre por la noche, ya había comprado el pasaje con tarjeta de débito en la empresa a unos 150 reales, con tarjeta de débito, puesto que se me habían terminado los billetes de esta moneda y no valía la pena realizar una nueva extracción por cajero.

El servicio resultó excelente. Apenas subimos al micro entregamos nuestros pasaportes y una azafata muy simpática nos recibió y nos explicó desde dónde quedaba el baño, hasta los procedimientos para cruzar la frontera y las características del menú. Entretanto, yo pronunciaba ya mis últimas palabras en portugués, traduciendo las instrucciones de la azafata al joven brasileño que viajaba a mi lado.

La cena fue exquisita, y el menú pareció estar hecho a medida para mi despedida de Brasil: Strogonoff, aquel plato de origen ruso tan popular en Brasil que me había enseñado a preparar Bernardo en Belo Horizonte, y que había degustado días después en Ouro Preto.

El viaje duró la noche entera y parte de la mañana. Ni siquiera me enteré cuando dejamos de estar en Brasil para internarnos en el suelo uruguayo. No fue necesario bajar del micro en la aduana ni entregar el equipaje. Poco después del desayuno, la azafata nos devolvió nuestros pasaportes sellados.
Pasando por Punta del Este pude divisar aquella mano enterrada en la arena que había visto en innumerables fotos, y comprobé, que a aquellas horas ya debíamos haber llegado a Montevideo. Entonces la azafata explicó que habíamos demorado en la aduana más de lo previsto, razón por la cual viajábamos con atraso.

La cuestión fue que llegué a Montevideo dos horas más tarde de lo esperado, con algunos dólares, muy pocos pesos argentinos y ningún real en mi bolsillo. El dinero uruguayo tenía demasiados ceros, y no lograba comprender el tipo de cambio, tal como me había sucedido en Chile hacía un año atrás.
Decidí entonces telefonear a José, mi couchsurfing montevideano y luego ocuparme del asunto del dinero. Pero era demasiado tarde y José ya no se encontraba en su casa, estaba en el trabajo, desde donde supo orientarme a la perfección para saber cómo proceder.

Siguiendo sus instrucciones, cambié algo de dinero en la Terminal, y tomé un colectivo hasta su casa, en pleno centro de Montevideo. Allí me esperaría el pintor, que se encontraba trabajando y que sería advertido por José, de mi llegada a la casa.

Llegué bastante rápido. Charlé un rato con el pintor, salía a hacer unas compras, me preparé un almuerzo, me di una ducha y me acosté a recuperar un poco del sueño que no había podido conciliar durante la noche. Cuando el pintor terminó con su trabajo, me despertó y antes de marcharse me entregó las llaves del departamento. Entonces me fui, mapa en mano, a recorrer la ciudad.



                                                            Caminando hacia la Plaza Independencia vi una enorme cantidad de sillas dispuestas a lo largo de la avenida 18 de Julio, y supe que aquella noche comenzaban los festejos de carnaval. Recorrí las plazas principales, la ciudad vieja, el puerto, la rambla, la sede del MERCOSUR, el Parque Rodó y la Playa Ramírez, donde me tomé un helado frente un parque de diversiones. Mucho para una tarde. Volví cuando caía el sol y José ya estaba en su casa, que a aquella altura ya era tan mía como suya, puesto que había hecho uso y abuso de ella sin siquiera conocerlo.

Tomamos unos tragos que él preparó, ya que nuestros trabajos, estudios y vocaciones eran idénticos: el teatro y la comunicación social. Por la noche llegó su amiga Camila y los tres fuimos a la avenida 18 de julio para ver el desfile de carnaval, que estuvo muy divertido, por cierto.

Luego fuimos a cenar a un bar del centro. Al día siguiente me levanté bastante tarde, y fui a la Terminal a comprar mi pasaje rumbo a Colonia. Aproveché para hacer una nueva caminata por la ciudad. Esta vez fue el turno del obelisco, el estadio Centenario (al que solo recorrí por fuera ya que jamás logré hallar la puerta de ingreso), y el monumento a la carreta. Cabe aclarar que este trayecto me llevó bastante tiempo, después de haberme perdido y tener que regresar hasta el obelisco para orientarme porque no tenía la menor idea de dónde me encontraba.  








Por la tarde realicé una visita guiada al Teatro Solís, edificio que me pareció hermoso. Lo lamentable fue que la pobre chica que oficiaba de guía había comenzado ese mismo día y estaba extremadamente nerviosa, había aprendido sus parlamentos de memoria y así los repetía rápidamente con temor a ser interrumpida, olvidarse alguna frase y tener que repetir todo nuevamente. De todas maneras, hizo lo mejor que pudo.








Luego de la visita al teatro tomé un colectivo para ir al mirador de la Torre Antel, edificio donde trabajaba José, pero el tránsito estaba terrible (además de viajar apretadísimo en el colectivo) y llegué cuando ya el acceso estaba prohibido a los visitantes, y hasta José se había retirado hacía un rato. Así que me subí a otro colectivo y me fui a disfrutar de mi última tarde de viaje en la playa Ramírez. 

El tiempo no ayudaba mucho ya que había comenzado a refrescar y corría un viento bastante fuerte. De regreso a casa de José me volví a perder, pero a aquella altura del viaje, no me preocupaba en lo más mínimo. Preguntando aquí y allá, pude llegar, me preparé una cena, y descansé un rato. Por la noche salí a dar una última vuelta por la ciudad. Uruguay me había recibido la mar de bien, y ni hablar de mi anfitrión, que se comportaba como si me conociese de toda la vida. Hasta se despertó conmigo la mañana siguiente, para evitar que me quedase dormido, y me despidió invitándome a regresar cuando quisiera. La experiencia de hospedarme en casa de otros viajeros habñia resultado finalmente fantástica. En Río de Janeiro, en Belo Horizonte, en Ouro Preto, en San Pablo, en Curitiba y en Montevideo, lo había pasado de maravillas. ¡Gracias couchsurfig!
































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