jueves, 20 de enero de 2011

25-Atrapado en Floripa


FlorianópolisBrasil — jueves, 20 de enero de 2011

Mi arribo a Florianópolis fue otra odisea similar a mis llegadas a ciudades como Belo Horizonte, Ouro Preto, Ilha Grande o Paraty. Llegué pasadas las once de la noche y como no conseguía encontrar el papelito donde había anotado la dirección del único hostel que encontré por Internet, me metí en un cíber, en la Terminal, intentando dar al menos con el teléfono del Hostel Floripa. ¡Ya lo había anotado unas mil trescientas veces y siempre terminaba perdiendo el dichoso papelito!

Conseguí los datos del hostel en Internet, pero preferí ir directamente, sin telefonear, ya que por lo general, es más fácil regatear el precio cuando uno se encuentra en el lugar, que telefónicamente. Lloviznaba en Floripa, y el hostel quedaba a unas seis cuadras, pero ni soñando iba a gastar mis reales en un taxi, entonces, decídí, como siempre…caminar.
Apenas hice dos cuadras cuando vi la prolongada subida que tenía por delante. La mochila pesaba cada vez más, y la ciudad no parecía muy amigable a aquellas horas de la noche bajo la llovizna. Preguntando y preguntando, llegué al Floripa Hostel del centro para que me informaran que todas las camas estaban ocupadas, y que solo disponían de una en el otro hostel que poseían, en Barra da Lagoa, a una hora de allí.

Mi plan original era hacer base en el centro, donde no hay playas, pero desde donde se puede acceder fácilmente a todas las demás, claro que jamás imaginé que ninguno de los “planes” con los que llegué a Florianópolis se haría realidad.
Una mujer que escuchó mis padecimientos en la recepción del hostel, me ofreció telefonear a un hotel cercano ya que tenía el número telefónico en su poder. Así lo hizo, y la respuesta fue muy dolorosa: setenta reales. Después de todo, la cama que me ofrecían en Barra da Lagoa costaba sólo 38 reales, un poco más que la del hostel del centro donde tenía pensado quedarme, así que me cargué el equipaje a la espalda y me fui hasta la Terminal desde donde salen los ómnibus urbanos, que quedaba sólo un poquito más lejos que la principal, pero a mí me parecía lejísimos.

A toda prisa, casi corriendo, llegué hasta la parada, ya que el último bus partía a las 12 y eran las 12 menos cinco. Pero tuve tiempo de esperar, de fumarme un cigarrillo y descansar un poco de tanto ajetreo antes de subir al bus, que me dejó en otra Terminal donde debía hacer un trasbordo. A todo esto nadie en toda Floripa tenía la menor idea de dónde quedaban las calles que yo les mencionaba ni el hostel adonde debía llegar. Por suerte, en el micro, unos chicos argentinos se dieron cuenta de que yo pretendía ir al mismo hostel donde ellos se hospedaban, luego de que les mostrara un pequeño volante con la foto de la fachada del mismo, que me habían entregado en el hostel del centro.
La sorpresa aquí fue que además de ser el lugar más caro donde me había hospedado hasta el momento, debía pagar también por el uso de Internet y hasta por las toallas y la ropa de cama.
Me ubicaron en una habitación donde había otras tres personas. Enseguida me dormí y cuando desperté a la mañana siguiente comprobé que había estado lloviendo toda la noche. Era casi mediodía y la gente daba vueltas por todo el hostel sin saber que hacer ni adonde ir, puesto que no había mayores atracciones que la playa. 


Como las aguas de Barra da Lagoa estaban casi negras, repletas de troncos y hojas que se habían desprendido de los troncos debido a la tormenta, me tomé un colectivo hasta otra playa cercana donde alcancé a trepar por unas rocas, a entretenerme con un muchacho que adiestraba a su perro en el agua y a tomar algunas fotos antes de que se largara a llover fuerte nuevamente. Tuve que merendar a la fuerza en un pequeño bar de la playa, donde habían ido a parar los pocos transeúntes que allí había. Luego de estar  ahí unos cuarenta minutos viendo como osados surfistas  desafiaban a las olas bajo la intensa lluvia, decidí regresar al hostel donde unos brasileros preparaban un postre llamado Brigadeiro, otros jugaban al pool y otros curioseaban, iban y venían sin saber muy bien qué hacer con tanta lluvia. Me compré un pan lactal y algo de fiambre en un kiosco cercano y allí tomé esta vez una merienda más completa. Así me agarró la noche, y terminé acostándome a las tres de la mañana, cerveza va, cerveza viene, entre anécdotas y canciones junto a mi compañero de cuarto Lucas y tres chicas brasileras.
Desperté al mediodía, cuando el encargado del hostel me golpeó la puerta para comunicarme que mi cama había sido reservada por otro viajero y que debía abandonar el cuarto. No sabía si quedarme un día más allí o continuar viaje hacia Porto Alegre. Por la tarde fuimos con Lucas a un restaurante de comida a kilo y luego quisimos dar una vuelta por la playa pero un diluvio nos obligó a refugiarnos unos 15 minutos bajo el toldo de un kiosco.

Cuando me enteré que el pronóstico indicaba lluvias fuertes al menos durante cuatro días más, emprendí la partida. Reservé un pasaje por vía telefónica y me fui al centro donde compré el pasaje para viajar a Porto Alegre a las 12 de la noche. Dejé la mochila en custodia y salí a conocer un poco el centro de Florianópolis. Después de cenar en un bar de la Terminal fui a retirar mi mochila, unos diez minutos antes de la salida del micro, que parecía estar demorado, ya que eran más de las 12 y todavía no había aparecido.
En aquel momento recuerdo haber agradecido saber algo de portugués. Gracias a eso pude escuchar a una adolescente que hablaba por teléfono con su madre, y le decía que probablemente debiera pasar la noche en la Terminal de ómnibus, ya que la salida del micro se había cancelado.
Fui entonces a la boletería, donde ya había una terrible fila de pasajeros indignados, y supe que toda Florianópolis había quedado bloqueada por diversos aludes en las carreteras, en uno de ellos, incluso, había perecido una turista italiana.

En una discusión sin precedentes me puse a gritarle en portugués al empleado de la boletería, indignado porque nadie había avisado por los parlantes la suspensión del micro, y me había enterado de pura casualidad. Era casi el último de la fila y pretendían canjear mi pasaje para las 3 de la tarde del domingo, esto me obligaba a incrementar mis gastos en Florianópolis ya que debía quedarme un día más, y contaba con la cantidad de reales justos para unos pocos días más, y lo peor…¿dónde iba a dormir?

En un principio pensé en quedarme a dormir en la Terminal, pero los asientos eran sumamente incómodos, así que le pedí a una señora que vigilase mi equipaje y telefoneé al Floripa hostel del centro, aquel al que había ido la noche de mi llegada y que tenía todas las camas ocupadas. Afortunadamente tenían lugar, así que me fui casi corriendo, otra vez por esa subida empinada que me dejaba sin aliento.

Obligado a pasar una noche más en la isla, y nada menos que un sábado, aproveché para ir a una disco aunque sea a tomar algunos tragos. Fui solo, ya que todas las personas a las que había conocido habían quedado en Barra da Lagoa. Tomé unos tragos y conocí gente muy divertida. Terminé regresando al hostel cerca de las 6 de la mañana y dormí hasta las 10, horario en el que debí desocupar el cuarto. A partir de allí me pasé el día yendo y viniendo hasta la Terminal a fines de saber si el micro de las 15 saldría finalmente hacia Porto Alegre. Era un domingo muy caluroso, con un sol que rajaba la tierra y yo me encontraba en el único lugar de la ciudad donde no había playa, en una ciudad con más de 100 playas y después de dos días espantosos. En las tapas de los diarios pude ver incluso como se habían inundado las calles por las que me encontraba caminando en ese momento, las fotos mostraban a personas con el agua hasta la cintura en las avenidas principales.

Protestaba por dentro, porque el día estaba espectacular y yo tan lejos de la playa, y no cabía la posibilidad de volver a Barra da Lagoa, porque en cualquier momento terminaban con los arreglos de la carretera y volvían a funcionar los micros, así que me recorrí a pie toda la ciudad, la costanera y el shopping Beira Mar, en el que tomé un almuerzo ya casi cerca de las cinco de la tarde. Cuando anocheció fui al hostel a retirar mi equipaje, al cajero a retirar plata (posteriormente comprobé que el cajero que utilicé registró cuatro veces la misma operación por lo que tuve un faltante de dinero importante en mi cuenta), y a la Terminal a tomar el micro que salió a las 12 de la noche, veinticuatro horas después del horario programado.

Mi conclusión, luego de saber por otros viajeros que las lluvias son muy comunes en Floripa durante el verano, fue que debo volver en otra oportunidad, con más tiempo del previsto si quiero disfrutar de las playas que han de ser muy días mientras no haya tormentas…















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