domingo, 9 de enero de 2011

20-Ilha Grande con dos garotas


Ilha GrandeBrasil — domingo, 9 de enero de 2011

El viaje desde Río de Janeiro hasta Mangaratiba duró exactamente dos horas y el micro me dejo en el lugar desde donde parten la enorme balsa que me conduciría a Ilha Grande. El viaje demoró cerca de dos horas, y es muy lindo el paisaje que se observa a lo largo del mismo. Ya casi estábamos llegando cuando comencé a entablar conversación con unas chicas que viajaban sentadas a mi lado. Eran cariocas y una de ellas ya había estado en Ilha Grande hacía dos años por lo que conocía bastante bien el lugar. Ella me propuso acompañarme a buscar hospedaje, para que yo no tuviese que hablar y así los propietarios no pretendiesen cobrarme de más al descubrir que era un turista extranjero.
Con Vanesa y Priscila, que así se llamaban, desembarqué la villa de Abraao, en Ilha Grande, donde apenas llegamos, fuimos con Priscila a recorrer hoteles y hostales mientras Vanesa se quedaba cuidando el equipaje cerca del muelle.

Los precios eran en verdad exorbitantes, y eso que haciendo caso a Priscila, no emití palabra, dejándola hablar todo el tiempo a ella. Las habitaciones no bajaban de 70 u 80 reales por persona, precio por el  que no hubiera permanecido allí más de una noche. Pero allí estaba, y no tenía alojamiento. Mi llegada por adelantado a la isla me había hecho perder la reserva hecha un mes antes en el Hostal Che Lagarto, para el próximo martes. Fue en el único lugar donde se me ocurrió hacer una reserva desde mi casa, antes de viajar, y precisamente, porque ya me había enterado que allí los hoteles eran bastante caros. La cuestión era que al día anterior había telefoneado al Che Lagarto desde Río, donde me advirtieron que no tendrían cama disponible para cuando yo llegase. No obstante, dije que pasaría igual por allí para el caso de que alguna cama se desocupara antes de mi llegada.
Luego de recorrer todos los hospedajes del centro de Abraao, Priscila decidió que ella y su amiga irían a un camping, que les cobraba sólo 15 reales por poner allí una carpa. El lugar parecía una verdadera tienda de campaña y no era más que un terreno en el que se amontonaban decenas de carpas una junto a la otra. De gusto me hubiese quedado en caso de tener carpa, pero como no la tenía…¡Lo que me faltaba era andar un mes por Brasil cargando una carpa además de todo lo que ya llevaba!

Pregunté donde quedaba el Hostal Che Lagarto, y no sé que cara habré puesto cuando un hombre me dio la respuesta: Allá…. Aquella casa que se ve al fondo de todo. ¡Ese es! Hacía un clima espectacular para estar en la playa ese domingo, pero para estar tendido junto al mar, y no para tener que caminar un kilómetro al rayo del sol, con dos mochilas enormes a cuestas, y con los pies hundiéndose en la arena. Para colmo, un par de pequeños arroyos desembocaban en el mar y yo creo que la gente se moriría de risa al verme metiéndome en esos arroyos con el agua hasta la rodilla cargado de equipaje como si fuese el verdadero Ekeko en persona
Llegué al Che Lagarto con el último aliento. Esta cadena de hostales es argentina, por lo cual al menos pude relajarme con el idioma por unos minutos: “Decime que tenés una cama disponible, por favor”, le dije a la recepcionista.
-No tengo nada hasta dentro de tres días-, respondió. A lo que agregué:
-Entonces me quedo acá- Y me dejé caer sobre un puf que había en el suelo, con mochilas y todo.
Le pedí a la chica un vaso de agua y que me dejase descansar allí unos minutos. Fue muy amable y me dijo que preguntase en el hostal lindero, que tal vez allí tenían alguna cama vacía.
Así lo hice, y afortunadamente, en el hostal Aquario, recién se había desocupado una cama, así que allí me ubiqué, tranquilo, por un precio mucho más acorde a mi presupuesto, en un cuarto pequeño, para 8 personas.
Después de darme una ducha refrescante y acomodar mis cosas, partí caminando por una “trilha” (las trilhas son caminos improvisados en medio de la selva), hasta Abraozinho, una de las playas más cercanas, que Priscila me había recomendado visitar. Mientras caminaba fui charlando con un argentino y un alemán que iban para el mismo lugar, y ya en la playa me instalé con ellos mientras esperaba la llegada de las cariocas.
Abraozinho es una playa pequeña, sin olas, en una bahía. El agua es tibia, y color verde esmeralda, la arena muy fina, daban ganas de quedarse allí todo el día, y así lo hice.

Al cabo de una hora más o menos, mientras recorría la orilla, me pareció escuchar que alguien me llamaba, y efectivamente era Priscila, que junto a su amiga Vanesa se había instalado en unas reposeras junto al barcito de la playa.
Allí pasamos toda la tarde, contándonos nuestras vidas, conversando y riéndonos mucho. Fue otra de las oportunidades en las que pensé “si no hubiese estudiado portugués, viajando solo por Brasil me hubiese aburrido como un hongo”.

Fue un día de playa espectacular, al que solo le faltaba el mate. Y las facturas. ¡Qué difícil es explicarle a los brasileros lo que son las facturas!
Priscila había estado pronunciando mi nombre de un modo un tanto extraño. Lo notaba sobretodo cuando me llamaba desde el agua o desde el bar. Primero pensé que le costaría pronunciarlo ya que Gastón no es un nombre común en Brasil, y en una oportunidad tuve que deletrarlo completo para registrarme en un ómnibus. El comentario que me hizo darme cuenta de que Priscila me estaba llamando de otro modo, fue cuando me dijo "Mi sobrino adora tu nombre. Él tiene un perro al que antes de que naciera bautizó Castor, y si era perra iba a ponerle Castora". ?????????????  Y así era como ella pensó que yo me llamaba: "Castor". Y yo había estado toda la tarde respondiendo a alguien que me llamaba Castor a los gritos delante de todo el mundo en aquella playa.

Al promediar la tarde, el agua empezó a devorarse la playa al punto que quedamos sentados con nuestras sillas en el mar. Casi no quedaba ya playa cuando nos fuimos. Un gracioso perro que había estado jugando con la gente todo el día, recogió una bolsa de basura que una familia había dejado por allí y se metió al mar con el agua hasta el cuello mirando hacia uno y otro lado como diciendo “¿dónde tiro esto?”.
Nos marchamos al atardecer, y fue muy gracioso ver como Vanessa intentaba trepar rocas y sortear obstáculos durante la trilha, su espíritu era muy poco aventurero, se notaba que era un bicho de ciudad.

El hostel Aquario fue donde nos despedimos. Las chicas quedaron fascinadas con el lugar y hasta pensaron en desarmar sus carpas y hospedarse allí, pero no había más camas disponibles. Y es que de verdad el Aquario era muy lindo. Mi habitación estaba a sólo dos metros de la playa, tenía un muelle propio desde donde salían barcos hacia distintos puntos de la isla, un bar en donde a disntintas horas del día podían comprarse diferentes menús, y donde solían hacerse fiestas por las noches. Sin duda, no pude haber elegido mejor lugar, incluso cuando quedó bloqueado el acceso a Internet, me dijeron que fuera al Che Lagarto (queda justo al lado), y que usara libremente las  computadoras de allí.

Los que se hospedaban en Che Lagarto eran todos argentinos y en un 90% chicos que no pasaban los 22 años. Fue bueno después de todo haber perdido la reserva y hospedarme en el Aquario que era más grande y donde había personas de diferentes países y edades.
Por la noche me fui al centro de Abraao, tomé un asaí y unas caipirinhas, busqué a Priscila y a Vanessa por todas partes, pero no estuvieron presentes en el lugar ni en la hora que habíamos acordado. De hecho no volví a verlas nunca más. Ellas sólo iban a quedarse dos días en Ilha Grande. Esa noche conocí por casualidad a dos actores que estaban vacacionando junto y a quienes había visto hacía poco en distintas obras de teatro. Me los encontraría después en todos lados dentro de la isla. Al regresar al hostel, el cansancio, y las caipirinhas habían hecho su efecto: apenas podía caminar. Junto a unas chicas cordobesas con las que compartía el cuarto regresé para dormir felizmente como un bebé hasta el día siguiente, en el que nuevas aventuras me esperaban.
Mirá el video de este capítulo:






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