miércoles, 12 de enero de 2011

22-Paraty, historia y playas


ParatyBrasil — miércoles, 12 de enero de 2011

La mañana del 12 de enero, me despedí de mis compañeros de cuarto y del encargado del hostel Aquario, donde tan bien me habían tratado, y me encaminé hacia el muelle desde donde partió la balsa colmada de gente con destino Angra Dos Reis. En Angra, caminé un par de cuadras buscando un cajero automático, extraje algunos reales más, ya que me quedaban muy pocos, y enseguida tomé un colectivo que bordeó la costa brasileña durante dos horas hasta llegar a Paraty.
Mi llegada a Paraty no tuvo nada que envidiarle a mis anteriores arribos a las ciudades que había visitado hasta el momento. A excepción de Río de Janeiro, donde un couch me había ido a buscar a la Terminal, mis llegadas habían sido toda una odisea en Belo Horizonte, en Ouro Preto y en Ilha Grande.

Una señora me dijo que para llegar a la zona de los hostales, me convenía bajarme del bus unas cuadras antes de la Terminal. Así lo hice. Hacía mucho calor, mis mochilas ya pesaban una tonelada, y el lugar donde bajé no era precisamente el centro histórico de la ciudad, sino el centro comercial, por lo cual debí caminar unas 6 cuadras hasta llegar al centro histórico y allí me topé con la Oficina de Turismo, en la que solicité el teléfono del Geko Hostel. El encargado del hostel Aquario se había ocupado gentilmente de hacerme una reserva en el Geko de Paraty, y yo había anotado la dirección y el número telefónico de este último en un papelito que vaya a saber uno adónde había ido a parar.

Según se promocionaba en la página del hostel, ellos se hacían cargo del taxi hasta el mismo, cuando uno arribaba a la ciudad. ¡Y yo estaba desesperado por un taxi! Pero no quería pagarlo. Sin embargo no tuve suerte, y en la Oficina de Turismo no tenían ni idea de ningún Geko, y en su viejo registro de hoteles y hostales ni siquiera aparecía mencionado.





Así fue como terminé atravesando todo el centro histórico de Paraty, con el equipaje al hombro, muerto de calor y bañado en sudor. Cuando llegué me sorprendió saber que los dueños del hostel eran argentinos y también lo eran todos los empleados que allí trabajaban, pues eran muchos, tantos, que llegué a pensar que estaban todos allí de vacaciones y trabajaban a cambio del hospedaje y la comida.

El hostel estaba muy bien ubicado, frente a la playa, a unos 50 metros del mar. Las aguas aquí no tenían el color de las que había visto en Río ni en Ilha Grande, pues al desembocar allí mismo un río, se veian bastante turbias.
El Geko era el hostel que yo había elegido porque, según la página de Internet, hacían descuento con la tarjeta ISIC, sin embargo al consultar, una de las empleadas, de bastante mal modo me dijo que esa información era vieja, que no hacían ningún descuento y mucho menos cuando había hecho la reserva a través de otro hostel, porque ellos perdían parte del dinero en la seña que supuestamente yo había abonado en el Aquarius de Ilha Grande. Después de que la chica se comprometió a averiguarme si me harían el descuento, me informaron que debía pagar por las sábanas y toallas, y también por el uso de Internet, a pesar de que el funcionamiento de las computadoras dejaba mucho que desear.
Un poco fastidiado me acomodé en la habitación que me asignaron. Era para ocho personas y en el momento en que llegué estaba vacía aunque se veían allí las pertenencias de los demás habitantes, que habrían salido a pasear seguramente.
Después de una ducha fresca salí a recorrer un poco la ciudad, y lo primero que hice fue ir al fuerte que se encuentra muy cerca de allí, el museo que hay en su interior es interesante y además es gratuito. Después bajé por unas enormes rocas hacia la playa y me interné en una pequeña selva que había allí.

Cuando me agoté de caminar regresé al hostel donde conocí a mis compañeros de cuarto: André, Suelen y Fabiana: brasileros, y Marco, italiano. Enseguida hicimos buenas migas y después de cenar en el mismo hostel y compartir un par de caipirinhas nos fuimos a dar una vuelta por la noche de Paraty junto a una argentina que se sumó a última hora al cuarto. Pero todos estábamos muy cansados y regresamos en menos de una hora.




Al día siguiente me fui a Trindade, solo, ya que todos mis nuevos amigos habían ido en oportunidades anteriores. Trindade queda a unos 30 km de Paraty y hay que tomar un ónibus en la Terminal que sale cada una hora y te deja a escasos metros de la playa. Pero antes que ir a ninguna playa, vi un cartel con una flecha que decía “cachoeiras! Y hacia allí me fui, ya que me habían mencionado que aquellas cascadas estaban buenas. Con mi mochilita y mi cámara me interné en la mata, costeando un pequeño río, esquivando enormes ramas y resbalando una y otra vez, en un camino en el que no parecía haber absolutamente nadie. Cuando escuché algunas voces provenientes del agua y comprobé que aun había presencia humana por aquellos lares, decidí meterme al agua, muy cerca de una de las cascadas, junto a una familia que allí estaba.
La familia partió unos minutos más tarde y me quedé sólo. Intenté en vano trepar por las rocas que estaban en medio del río para llegar hasta la cascada, pero no solamente no paraba de resbalarme, sino que cada tanto veía unas enormes arañas reposando entre las rocas, y además estaba preocupado por mi mochila que había quedado sola colgando de una rama.

Poco a poco fue cayendo más gente, y la sorpresa fue descubrir que no aparecían por el lugar desde el que yo había accedido sino por la orilla opuesta, del otro lado del río. Allí me quedé disfrutando del agua una media hora, hasta que tomé mi mochila y decidí marcharme por el lugar desde el que todos venían.

Con sumo cuidado, muy despacio, trepé por las rocas y el barro (el río en esa parte no tiene una costa llana sino que es una especie de pequeño cañón). Cuando llegué arriba no podía creer lo que veía: un sendero de tablas, señalizado y con barandas, ¡indicaba hasta el nombre de cada cascada! Y yo había llegado allí después de una caminata de 20 minutos por el lado opuesto al mejor estilo Daktari.



Después de recorrer todo el sendero y observar como por una ilusión óptica la gente parece desaparecer por unos segundos al colocarse debajo de una de las cascadas, seguí hasta el final del sendero junto a otros transeúntes, y desemboqué en la Praia Do Meio. Lloviznaba un poco, y no hacía tanto calor, así que en lugar de quedarme allí decidí hacer una “trilha”, así se llaman los caminos ocultos entre la mata. El primer camino estaba señalizado y había escaleras por todas partes, pero había que despalzarse con sumo cuidado, ya que los escalones de madera estaban cubiertos de lodo. Así llegué en unos 20 minutos a la playa Cachadaço, y emprendí una nueva caminata, esta vez un poco más larga, recta, y llena de barro, hasta una piscina natural formada por las rocas. En el camino, un grupo de jóvenes brasileros iba a los resbalones igual que yo, y uno de ellos no tuvo mejor idea que sujetarse de mí para evitar caerse. Su mano quedó sellada en mi remera blanca hasta el día de la fecha, como un recuerdo de Trindade.

En la piscina natural había bastante gente. Las aguas son transparentes y los peces de colores pueden verse a simple vista nadando debajo de uno aun sin necesidad de meter la cabeza bajo el agua. A pocos metros de allí se encuentra la línea divisoria entre los estados de Río de Janeiro y San Pablo.
 Después de una hora disfrutando del lugar, decidí emprender el regreso por la trilha, y por la playa otra vez, hasta tomar el bus que me condujo nuevamente hasta Paraty, adonde llegué completamente agotado.

Aquella noche salimos a tomar un helado con Suelen, Fabiana y Marco. En el centro histórico se celebraba una fiesta de carnaval y una banda participaba de un concurso musical, allí nos quedamos un buen rato hasta que el cansancio nos pudo a todos, menos a Suelen que siguió bailando quién sabe hasta que hora.
La mañana siguiente fue de despedidas. Marco partió a las 10 de la mañana, yo a las 12 y Suelen con Fabiana a las dos de la tarde. André ya se había marchado el día anterior.

Paraty me resultó una ciudad pintoresca, aunque algo abandonada, teniendo en cuenta que el centro histórico es Patrimonio de la Humanidad, podrían mantenerlo un poco mejor. Es una buena opción para quien no ha conocido las ciudades históricas y coloniales de Brasil, pero mi paso por Minas Gerais logró opacar por completo a Paraty, que, pese a contar con playas, no llegaban tampoco a igualar a las que había visitado recientemente en Ilha Grande. Mi consejo: visiten Paraty, y luego vayan subiendo hacia las playas del norte del estado de Río de Janeiro. Lo mejor que me llevé de esta ciudad: la diversión y las personas a las que conocí.

Mirá los videos de este capítulo:
http://vimeo.com/32485557
http://vimeo.com/32607683




























  


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