martes, 4 de enero de 2011

15-Buscando la calamidad pública


Ouro PretoBrasil — martes, 4 de enero de 2011

Un nuevo anochecer me sorprendía en Brasil, pero esta vez en Ouro Preto, otra ciudad de estilo barroco, ciudad de universidades, de iglesias y de historia, cuya primera imagen nocturna me recordaba a una postal navideña, y es que por las noches, Ouro Preto, se vuelve de todos los colores. Desde lo alto de sus calles pueden observarse distintos puntos de la ciudad, que brilla como un árbol navideño.

Había decidido hospedarme en la República que Belizia, la chica de couchsurfing me había recomendado la noche anterior: “Calamidade Pública”. Había tenido la precaución de mirar en un mapa el lugar exacto donde se encontraba la residencia estudiantil, que era muy cerca de la Plaza Tiradentes, sin embargo no podía dar con ella.

La llovizna regresó pero la ciudad se veía con mucho movimiento. Se escuchaba música proveniente de algunos bares, y me daban ganas de meterme en uno de ellos, pero quería asegurarme el hospedaje. Luego de caminar y caminar unas diez cuadras, preguntando a uno y a otro acabé por darme cuenta que estaba en una calle totalmente oscura de Minas Gerais, la lluvia se estaba volviendo ya molesta, estaba demasiado mojado para mi gusto, precisaba un baño urgente, tenía hambre y mucha sed, la vereda estaba llena de pozos que debía saltar a cada paso, y la Calamidad Pública no aparecía por ninguna parte.

Vi a unos muchachos salir de una República y les pregunté a ellos. Me dijeron que me había pasado como 10 cuadras, que regresara hasta la plaza, que poco antes de toparme con ella, doblara en la última calle y buscara un edificio verde y blanco con un cartel con el dibujo de un perro. Mi error había sido al parecer, buscar el edificio sobre la calle principal, cuando en realidad se encontraba a media cuadra de aquella. Hice lo que me indicaron, pero era difícil distinguir allí a qué le llamaban calle y me metí en una especie de callejón peatonal bastante intransitable, donde tenía que tomarme de las paredes para no resbalar y terminar rodando por los escalones (cuando los había, porque a veces sólo eran desniveles de piedra).

Después de otra larga caminata decidí subir nuevamente a la calle, no había un alma allí y quién sabe ya qué horas serían. Pero ahora parecía imposible que alguno de los tantos escalones que había por allí me condujera hasta la calle principal. Todos acababan en la puerta de una casa o con algún enrejado. Decidí entonces, aceptando que estaba completamente perdido, golpear en la puerta de una casa, y una señora me indicó que para salir de aquel laberinto debía regresar al punto de partida. “¡Dios mío!” Pensé. ¡Esta gente vive aquí y quién sabe cuántas veces al día hará todo este camino! Yo ya había caminado bastante durante todo el día (y venía con un progresivo cansancio acumulado en la semana), así que tomé la mejor decisión: me senté bajo la lluvia, a descansar un poco mientras tomaba fotos de las espléndidas vistas de la ciudad. Después de unos 15 minutos de descanso fotográfico, retomé la caminata, subí uno a uno, con el último aliento los escalones que antes había bajado sin poder evitar acordarme de aquella subida interminable y agotadora de un año atrás en la Isla del Sol, con mi amigo Matías y un matrimonio de argentinos.

Cuando al fin llegué a la calle, seguí caminando deseando ya hospedarme en el primer lugar que encontrase. Hallar la “Calamidad Pública” se había vuelto una verdadera calamidad. Vi una estación de servicio donde pregunté a los empleados si la conocían pero la residencia parecía no existir. Decepcionado, pregunté por otras repúblicas en las que pudiera hospedarme, y me indicaron que allí enfrente había una.

Se llamaba TX, golpeé la puerta y me abrió un muchacho de unos 20 años. Efectivamente, allí todo el mundo estaba de vacaciones, y sólo él y otro más que oficiaba de encargado pasaban esa noche en la república. En un principio quisieron cobrarme 30 reales, pero cuando les dije que la “Calamidad…” me cobraba 15 aceptaron inmediatamente la oferta. Pagué los 15 reales, tiré mi mochila en una cama y me di una ducha sensacional.

Lucas y Giovanni, así se llamaban, estaban cocinando “feijoao” y me invitaron a cenar con ellos, pero mi hambre era tal, que en 15 minutos ya me había preparado unos horribles fideos con salsa que había comprado en un supermercado de Belo Horizonte por la módica suma de 1.5 real. Además, desconozco por qué me surgieron unas ganas terribles de tomar cerveza (bebida que no es de mis favoritas) y crucé dos veces a la estación de servicio a comprar.

Allí, en la república TX charlé un buen rato con mis anfitriones y puse a secar mi pantalón en el patio ya que estaba totalmente empapado. Además miramos algo de TV y allí supe que unos argentinos habían sido detenidos en Madrid con 800 kilos de cocaína en su poder. Debía levantarme muy temprano para tomar el bus hasta Congonhas ya que sólo salían 3 o 4 veces al día y como uso reloj, no tenía batería en mi celular ni había llevado el cargador, confié en mi despertador orgánico, que no es para nada confiable por cierto…

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