miércoles, 5 de enero de 2011

16-Congonhas: entre apóstoles y chaparrones


CongonhasBrasil — miércoles, 5 de enero de 2011

Mi reloj interno esta vez, sorpresivamente, no falló. Me desperté a tiempo para ir caminando hasta la Terminal de Ouro Preto y tomar un ómnibus hasta Congonhas do Campo. El objetivo del viaje era conocer el famoso Santuario del Buen Jesús de Congonhas, uno de los Patrimonios de la Humanidad con los que cuenta el Brasil.
Desde Ouro Preto no hay ómnibus directo hasta Congonhas, por lo cual debí tomar uno hasta otro pueblo llamado Ouro Branco que queda a mitad de camino, y una vez allí hacer el trasbordo hacia Congonhas.

Apenas llegué a la Terminal de Congonhas pregunté por el Santuario del Bom Jesús, que tanto ansiaba conocer y me dijeron que estaba lejos de allí,  que debía tomar otro micro. Justamente, el colectivo que me llevaba hasta el Santuario pasaba en ese momento por la Terminal, así que bastó correr unos pasos para alcanzarlo.

El pueblo de Congonhas es muy similar a los otros que había conocido en la zona: Mariana y Ouro Preto. Lo que vale la pena aquí es la visita al santuario, al que llegué en unos 10 minutos.
El Santuario del Buen Jesús fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, se alza en la cima de una colina y está compuesto por una iglesia con un atrio externo en el que se ubican las esculturas de los doce profetas del antiguo testamento realizadas en piedra jabón, y un conjunto de seis capillas dentro de las cuales 64 esculturas en tamaño natural representan los distintos momentos de la Pasión de Cristo.

Fue construido en varias etapas por los artistas más representativos del barroco  y el rococó brasilero: Aleijadinho, y Manuel da Costa Ataíde entre los siglos XVIII y XIX.
Desde la colina donde se ubica el santuario puede accederse a una amplia vista de toda la ciudad de Congonhas, y a su lado hay una serie de negocios artesanales donde se consiguen artesanías en piedra a muy buen precio.
Era temprano, y en menos de una hora ya había sacado decenas de fotos y había recorrido el santuario varias veces, así que después me puse a revolver artesanías en los negocios linderos. Me los recorrí a  todos y compré unas cuántas cosas, entre ellas una “namoradeira”, que es el torso y la cabeza de una negra (las hay de todos los tamaños y es muy común verlas en las ventanas coloniales de Minas gerais), representando a las esclavas que solían buscar novios a través de las ventanas. Y hasta compré una imagen del Cristo Redentor que en Río de Janeiro costaba hasta tres veces más cara. Después de todo había visitado el Cristo hacía cuatro días y daba lo mismo si era un recuerdo comprado en Río o en Congonhas, al fin y al cabo se trataba de Brasil.

No quise recorrer el pueblo porque había que descender por la colina y en realidad, lo verdaderamente preocupante era volver a subirla, pues venía de unos días agotadores y quería aflojar un poco con tanta caminata. A las 2 de la tarde recién salía el próximo micro hacia Ouro Branco y podría estar antes de las 5 en Ouro Preto, ciudad en la que había estado ya dos veces pero que aun no había recorrido detenidamente.
Ese día no almorcé. Dulces.

Después de la visita al Santuario, cargado de bolsitas con artesanías, fui a la antigua Romería, un edificio muy vistoso, también de características barrocas, al que llegué de pura casualidad, preguntando donde podía acceder a Internet. La Romería estaba muy bien cuidada y actualmente funciona como centro cultural. Los baños impecables, y el enorme patio circular estaba ambientado con motivos navideños: enormes estatuas de Papá Noel, trineos y hasta casitas rojas que simulaban una aldea navideña.

Y como si fuera poco, el cíber ¡era gratis! Con lo caro que me resultaba todo en Brasil fue una alegría poder acceder a Internet todo el tiempo que quisiera sin pagar ni un solo centavo. Es que había allí una especie de centro comunitario donde se enseñaba computación y te dejaban conectarte a las computadoras. La gente que atendía, además, sumamente gentil.
Decidido a que mi visita a Congonhas se limitaría sólo a conocer el santuario y la romería, me instalé en el cíber como para no irme más. Me quedé allí casi dos horas, pude actualizar mi facebook, y chatear con más de un amigo sin el apuro por pensar cuánto dinero llevaría gastado.
La sorpresa que tuve al chequear mis mails fue el desesperado mensaje de Belizia, la chica de couchsurfing que dos noches antes me había recomendado que me quedase a dormir en la república “Calamidade Pública”.
Belizia había estado la noche anterior en un bar, y allí, unos amigos le comentaron que un rato antes se habían topado bajo la llovizna con un muchacho hispanohablante que, todo mojado, cámara en mano, buscaba la Calamidade Pública. ¡Eran nada menos que los tres chicos que me habían indicado como llegar hasta alli! Pero mi búsqueda había sido infructuosa, y en un castellano bastante dudoso, Belizia rogaba que yo me encontrase bien y me daba nuevas instrucciones para hallar aquella inhallable residencia.

Cerca de la una y media de la tarde abandoné el cíber, visité el Museo de Mineralogia y Arte Sacro que se encuentra allí mismo en la Romería, cuya mayor curiosidad era la guía, una mujer de raza negra negra cuyas barbas y bigotes recién afeitados le daban una impresión sumamente particular. Casi todo era de piedra en aquel museo, a decir verdad casi todo es de piedra en Minas Gerais. Lo bueno fue que este museo, como todo en aquella romería, también era gratis. Más tarde di un breve recorrido por el interior de la iglesia del Bom Jesús, que hasta entonces había estado cerrada y me dispuse a tomar el ómnibus de regreso. Cuando me puse a averiguar dónde paraba el colectivo, reparé en que el mismo no me llevaría directo  hasta Ouro Blanco para realizar el transbordo, sino hasta la Terminal de Congonhas. Y allí comenzó mi desesperación. Debía estar en la Terminal a las 2 en punto para tomar el bus hacia Ouro Blanco, ya que a las tres salía desde allí el otro hacia Ouro Preto, pero eran la una y media y el colectivo, que pasaba por la puerta misma del Santuario no aparecía. Pasó un taxi, lo paré, pregunté cuánto me cobraba hasta la Terminal y me dijo una cifra tan exorbitante que decidí continuar allí esperando. A todo esto el cielo ya se había puesto negro, y en un segundo parecía que toda Congonhas se vendría abajo. Truenos y relámpagos estallaron en el cielo junto a un feroz aguacero. La gente salía corriendo del Santuario y en pocos segundos todo quedó desierto. No sé donde se metió la gente, ya que sólo alcancé a ver a una familia que se metió velozmente en su auto, y les hubiese pedido que me alcanzaran hasta la Terminal si no hubiera sido porque eran tantos que apenas entraba en el auto.


Me quedé refugiado frente al santuario, bajo el techito del hall de un estudio de radio que había allí, asomando la cabeza inquieto por si se me iba el colectivo. Pero el maldito no aparecía, y ya empezaba a hacerse tarde. Un taxista detuvo su auto allí e ingresó al estudio por el que se accedía a través de una escalera que llevaba al subsuelo. El hombre me confirmó que el bus pasaba por allí mismo, pero que solía demorar.
Finalmente, luego de media hora en la que mi histeria había aumentado considerablemente, la intensa lluvia no cesaba, y el colectivo seguía sin venir, me resigné a que no llegaría a Ouro Preto sino hasta la noche. En definitiva, una tarde perdida. De todos modos, con aquella lluvia no era posible hacer mucho.
El hombre del taxi subió las escaleras sorprendido de que yo me encontrase todavía allí en la eterna espera, y compadecido de mi situación me ofreció alcanzarme hasta el centro, ya que tenía que ir allá a buscar a su hija, y me explicó que allí podía acceder a muchos otros colectivos que iban hasta la Terminal.

En momentos como este es que agradecí haber estudiado portugués, ya que no sé que hubiera hecho en otro caso, con un tipo que hablando en otra lengua,  me proponía subirme a su auto para llevarme quien sabría donde.
La cuestión que el amable taxista me llevó gratis hasta el centro, en lo que fue una muestra más de la amabilidad de los brasileros con los turistas, y allí tomé un ómnibus que en 15 minutos me dejó en la Terminal. A todo esto, ya eran casi las tres de la tarde y por supuesto el micro hacia Ouro Branco ya había partido hacía rato. Me senté por allí, me comí unos pastelitos de queso, y cuando la lluvia paró y vi salir el arco iris, me pregunté por qué no me había quedado en las cercanías del Santuario, donde había al menos un par de museos para visitar. No, mi bronca porque el colectivo no venía y mis ansias por llegar a tiempo me impedían analizar las cosas con al menos un poco de objetividad, y ahora estaba en una terminal de micros, alejado de todo, donde la actividad más interesante que podía hacer consistía en sentarme y esperar a que un nuevo ómnibus saliera hacia Ouro Branco, y esto no iba a ocurrir hasta dos horas más tarde.

Por lo tanto, me senté a elucubrar pensamientos y a que me surgira alguna idea remota para evitar pasarme la tarde esperando micros, así que me acerqué hasta las boleterías y pregunté si cabía la posibilidad de viajar desde allí hasta cualquiera de los pueblos más cercanos desde donde salieran buses con frecuencia hacia Ouro Preto.
Una empleada me dio entonces el número de teléfono de la terminal de micros de Conselheiro Lafaiete, una ciudad ubicada a pocos kilómetros de allí, pero fue imposible comunicarme, entonces regresé a las boleterías para que me orientaran por si acaso estaba marcando mal el número, y la señora, muy generosa, sacó el celular de su cartera y se comunicó ella misma, tras lo cual me confirmó que la manera de llegar lo más temprano posible a Ouro Preto, era esperar allí sentado una hora y media, y luego otra hora y media en Ouro Blanco. Una fantástica propuesta.

Finalmente, el micro llegó puntual, a las 16.15, y en poco menos de una hora llegué a Ouro Branco, y de nuevo a esperar y a probar todo tipo de cosas en la cafetería de la terminal. Me tomé como tres cafés, ya que allí el “cafeizinho” es un pequeño vaso lleno hasta la mitad, que no me conformaba a mi, que soy bastante cafeinómano.

En un momento, ya que había dejado de llover hacía como dos horas, pensé en caminar hasta el centro de Ouro Preto para al menos aprovechar el tiempo conociendo esta ciudad. Ya me habían mencionado que después de haber visitado Ouro Preto, Mariana y Congonhas, el resto de los pueblos cercanos no ofrecen en general nada nuevo. Caminé sólo un par de cuadras cuando me di cuenta que el pueblo quedaba como a unas diez cuadras, que el camino, como todos allí era en subida y bajada, y que el tiempo que tenía para recorrer el pueblo era ínfimo, así que decidí regresar y echar un vistazo a la laguna que se encuentra frente a la terminal. Allí, un viejo y un chico pescaban y metían los peces en un balde. No había mucho más que eso, y para caminar bordeando la laguna había que embarrarse casi hasta la rodilla, así que comencé a bordearla hasta que encontré un agujero entre los arbustos que me permitió huir de allí, no sin antes pegarme unos cuantos resbalones por los que estuve a punto de terminar con mochila y cámara y todo dentro de la laguna y siendo tal vez rescatado por el viejo y el niño. Así que preferí regresar a la terminal donde me tomé otro café y esperé la llegada del colectivo que finalmente partió de allí a las 19 hs.

Cuando llegué a Ouro Preto, por supuesto, ya era de noche. El ómnibus regresó por un camino distinto al que había ido, y es que en la mayoría de los lugares de Brasil, noté que las rutas son de mano única, por lo cual hay dos o más rutas para acceder a un mismo lugar.
Esta vez encontré en un abrir y cerrar de ojos la Calamidad Pública, expliqué que una chica de couchsurfing me había recomendado hospedarme allí, y para mi sorpresa, Belizia se encontraba en ese mismo instante en la república. Me recibió gentilmente, me presentó a su novio, que vivía allí, y a sus amigos, y las novias de sus amigos que habían venido a pasar sus vacaciones a Ouro Preto. Le conté acerca de mis peripecias de la noche anterior intentando dar con el domicilio de la república (que finalmente quedaba a sólo una cuadra de la plaza principal), y nos preparamos para ir a tomar unas cervezas a un bar cercano, donde Belizia y otras personas de couchsurfing habían organizado justo para esa noche el primer encuentro de esa comunidad de viajeros en Ouro Preto.
Mirá el video de este capítulo:


No hay comentarios:

Etiquetas

Altiplano Boliviano (3) Año nuevo (4) Arequipa (3) Arica (2) Baños (1) Bariloche (2) Belo Horizonte (2) Cabanaconde (1) Canoa (1) Cañón del Colca (1) Cataratas del Iguazú (1) Chile Chico (1) Chiloé (1) Chinchero (1) Chivay (1) Colonia (1) Congonhas (1) Copacabana (2) Cotacachi (2) Cotopaxi (1) Coyhaique (3) Cuenca (4) Curitiba (1) Cuzco (7) El Bolsón (1) El Calafate (4) El Chaltén (5) El Cisne (1) Encarnación (1) Esquel (2) Floreana (1) Florianópolis (1) Frutillar (1) Futaleufú (2) Géiseres del Tatio (1) Guayaquil (2) Humahuaca (2) Ibarra (1) Ilha Grande (2) Ingapirca (1) Iquique (6) Isabela (1) Isla del Sol (1) Islas de los Uros (1) Islas Galápagos (9) Jesús de Tavarangué (1) La Paz (4) La Quiaca (1) La Tirana (1) Latacunga (1) Loja (2) Los Antiguos (2) Maca (1) Machu Picchu (5) Maras y Moray (1) Mariana (1) Matilla (1) Misahualli (1) Misiones (1) Mitad del Mundo (1) Mollendo (1) Montañita (3) Montevideo (1) Niterói (1) Ollantaytambo (1) Otavalo (1) Ouro Preto (3) Paraty (1) Petrohué (1) Pica (1) Písac (1) Porto Alegre (1) Posadas (1) Potosí (2) Puerto Ayora (4) Puerto Guadal (1) Puerto Iguazú (3) Puerto López (2) Puerto Montt (2) Puerto Natales (2) Puerto Río Tranquilo (2) Puerto Varas (1) Puno (3) Punta Arenas (2) Purmamarca (4) Puyehue (1) Quilotoa (1) Quiroga (1) Quito (5) Río de Janeiro (4) Salinas Grandes (1) Salta (3) San Ignacio (3) San Martín de los Andes (1) San Pablo (1) San Pedro de Atacama (4) Santa Cruz (7) Sillustani (1) Sucre (1) Tacna (3) Tena (2) Tilcara (2) Tiwanaku (1) Torres del Paine (1) Trinidad (1) Tupiza (1) Turi (1) Ushuaia (8) Uyuni (3) Vilcabamba (3) Villa La Angostura (1) Villazón (1) Yanque (1)

Visitantes del mundo