USHUAIA, ARGENTINA, miércoles 2 de enero de 2013
Después de desayunar me preparé para ir al Parque Nacional.
El minibús salía de la puerta del hostel. Fui al supermercado para comprar
algunos sanguchitos y otras cosas para comer durante el día ya que en el
interior del parque era mucho más caro hacerlo. Junto conmigo se preparaban una
australiana y una coreana. Ninguna de ellas hablaba español. Afortunadamente,
aquella mañana, también esperaban el minibús dos jóvenes muchachas de Buenos
Aires que pasarían a ser desde ese mismo momento, y por un tiempo prolongado,
coprotagonistas de mi viaje. La noche anterior había conocido a Félix, otro
argentino, gendarme, recién recibido, que viajaba por primera vez solo y había
ido a Ushuaia por pocos días aprovechando que su hermano trabajaba en una
aerolínea y los pasajes le costaban una bicoca.
Félix estaba preparándose para ir hasta el parque nacional
¡en bicicleta! Son pocos kilómetros pero el camino es empinado y nada fácil. Mientras tanto, todos los demás esperábamos el minibús. Antes de
partir
me despedí de Pedro y Eri, la
pareja de cariocas que había conocido la noche de año nuevo. El y su amigo,
Mauricio, se quedaba en Ushuaia unos días más.
Apenas comenzó el trayecto hasta el parque entablé
conversación con las dos compatriotas: Laura y Marianela y decidí que
recorrería el parque con ellas en vez de pasarme el día intentando comunicarme
con la coreana y la australiana. La entrada al parque me costó solamente 10
pesos, y descendimos del minibús en Bahía Ensenada donde hice sellar mi
pasaporte en la Unidad Postal del Fin del Mundo. La pequeña casillita es el
correo más austral de todo el planeta. La coreana y su amiga estaban
encantadísimas de llevarse ese recuerdo en el pasaporte. Allí fue cuando las
perdí de vista y no volvería a encontrármelas sino hasta muy avanzada la tarde,
en el bus que nos llevaría de vuelta hasta Ushuaia.
El trekking por el bosque, con Laura y Marianela comenzó allí
mismo. Laura estaba sufriendo una tendinitis, por lo que la marcha era a paso
lento, por suerte, porque yo no esperaba hacerlo de otro modo. En el trayecto
nos fuimos conociendo, hablando un poco de nuestras vidas. Ellas se habían
conocido en un viaje anterior y habían llegado a Ushuaia con un día de retraso
porque mientras su vuelo despegaba de aeroparque ellas estaban viajando hacia
Ezeiza.
La caminata por el bosque, a paso retardado se prolongó
durante lo que quedaba de la mañana y a lo largo de casi toda la tarde. El
paisaje a decir verdad no variaba mucho: bosque, bosque y más bosque. Muy de
vez en cuando teníamos una vista del Canal de Beagle, pero llegó un punto donde
ya estábamos cansados y el paisaje reiterativo pareció perder todo su
atractivo. Ya sólo queríamos llegar. En el tramo final me adelanté un poco a
las chicas y descubrí por fin la carretera. Volví unos metros para sentarme a
esperarlas mientras contemplaba a una pareja de pájaros carpinteros, aves
emblemáticas de Tierra del Fuego picotear sobre los troncos.
Enseguida llegaron las chicas y apenas salimos a la ruta
empezamos a debatir si esperábamos el bus ahí parados o caminábamos lo que
quedaba hasta el Lago Roca y en todo caso lo tomábamos si aparecía. Paramos a
un muchacho que venía andando en bici en dirección contraria para preguntarle
cuán lejos estábamos del lago. Recién cuando se quitó el casco supimos que se
trataba de Félix, que ya regresaba a la ciudad. Nos indicó como llegar a nuestro
destino, pero apenas dimos un par de pasos apareció el minibús que nos dejó en
la confitería del Lago Roca. Allí tomamos un chocolate caliente, ya que había
empezado a refrescar, y esperamos el siguiente bus que nos condujo hasta un
cruce de caminos donde bajamos Marianela y yo, mientras que Laura y su
tendinitis decidieron continuar hasta Ushuaia.
No teníamos mucho tiempo así que esta vez, a un paso más
apurado caminamos unos metros hasta Bahía Lapataia, el lugar donde finaliza la
ruta tres y donde nos quedamos un rato frente al canal, mientras conversábamos
con un cordobés que yo había conocido en la fiesta de año nuevo. Este lugar es
casi el límite con Chile, y sí… lo más cercano al fin del mundo que uno se
pueda imaginar, ya que uno esta ahí sabiendo que en ese punto acaba la
Argentina pero con la sensación de que también termina el continente, el mundo,
todo…. Como si más allá sólo existieran los míticos monstruos marinos del
medioevo.
Después nos hicimos una escapadita hasta la Laguna Negra, a
pocos metros de la Bahía, donde tomamos unas fotos, aunque habiendo ya visto
tantos lugares espectaculares en mis anteriores viajes, una laguna negra no me
impresionaba en lo más mínimo. De hecho, ya cansado de ver tanto árbol y tanto
bosque, la Bahía Lapataia me pareció el lugar más lindo de todo el parque.
Mientras esperábamos el bus que nos llevaría de regreso a
Ushuaia me encontré con un grupete de brasileros que había conocido también en
la fiesta de año nuevo. Se fueron todos de ahí en una combi gritando mi nombre
a coro. Me di cuenta que hasta ese día en que conocí a Laura, a Marian y a
Félix, sólo había estado relacionándome con brasileros. Ah… y había tenido
apenas un par de señas incomprensibles con la coreana y la australiana, que
volvían chochas de la vida en el último minibús que apareció en Lapataia justo
cuando se largó a llover. ¡Pobres aquellos que no llegaron a subir y quedaron a
la intemperie esperando que manden otro vehículo a buscarlos! Nosotros volvimos
al hostel y más tarde, casi a las 10 de la noche, quise salir a comprar
facturas. Todavía no me acostumbraba a aquello de que hasta las 23 sea pleno
día. Así eran las cosas en el fin del mundo.
No hay comentarios: