EL CHALTÉN, ARGENTINA, domingo 13 de enero de 2013
Después de la ardua caminata del sábado, había decidido
hacer algo más tranquilo el domingo. En realidad, organicé los días en El
Chaltén tratando de alternar las caminatas más exigentes, que llevaban casi el
día completo con otras más fáciles. Y había dejado para aquel día el “chorrillo
del salto”, una cascada de 20
metros que se encuentra a 5 kilómetros de El
Chaltén. El calor de ese día ya era más que insoportable y para colmo toda la
caminata se hace por la ruta, al rayo del sol, sin árboles, ni cerros ni nada
que le de a uno un poco de sombra y de sosiego. Aquel día, Laura y Marianela se
fueron a hacer un tour a Lago del Desierto, que ya habían reservado hacía unos
días.
Permanecí un buen rato tomando fotos en la cascada (fotos
que nunca supe donde fueron a parar), y una vez de vuelta, me reencontré con
las chicas y fuimos los tres a tomar mate a la orilla del río las vueltas. Marianela
estaba obsesionada con encontrar a Johanna, una francesa que habíamos conocido
en Ushuaia y que según sus cálculos debía andar en aquellos días por El
Chaltén. Después de los mates la acompañé unas cuadras, y mientras ella miraba
dentro de cada bar y yo trataba de recordar la cara de la francesa a la que
había visto una sola vez, la suerte quiso que Johanna se apareciera ante
nuestros ojos como por arte de magia, en medio de la calle, con su mochila a
cuestas y a sólo una cuadra de la Terminal, ya que acababa de llegar en un
micro y andaba buscando su hostel.
El domingo fue bastante tranquilo, llegó el gran desafío del
lunes: la caminata hacia Laguna de los Tres. Yo sabía que llegar hasta allí
implicaba una enorme exigencia física y mis planes no eran ascender sino llegar
al menos hasta el campamento Poincenot. Sin embargo, a paso lento, con algo de
suerte y con mucha paciencia conseguí llegar a uno de los sitios más hermosos
que he visto en mi vida.
La aventura se inició al final de la calle San Martín donde
los cuatro nos separamos: Marianela y Johanna emprendieron el camino
tradicional, mientras que Laura y yo, los más viejos del grupo, decidimos tomar
un atajo, aun cuando los atajos no nos habían resultado nada fructíferos allá
en Ushuaia. Lo que pasó fue que días antes, cuando caminábamos hacia el mirador
del Cerro Torre una señora que encontramos en el camino nos aconsejó que para
llegar hasta Laguna de los Tres tomásemos un taxi hasta la Hostería El Pilar en
el km. 17 de la ruta 23 y emprendiésemos la caminata desde allí, puesto que el
camino era mucho menos dificultoso que el tradicional, más largo y con grandes
desniveles.
Nosotros, mucho más prácticos, hicimos dedo y una familia
muy agradable nos llevó en su camioneta. Ellos iban a pasar el día a Lago del
Desierto y nos ofrecieron llevarnos, si no fuese porque iba con Laura, me
hubiera ido con ellos ya que el tour hasta Lago del Desierto costaba 150 pesos.
La señora no paró de hablar y contar anécdotas a lo largo de todo el viaje,
mientras su esposo conducía y su hijo asentía o respondía con monosílabos los
exhaustivos comentarios de la madre. Finalmente nos dejaron en la Hostería El
Pilar desde donde empezamos a caminar.
El camino, efectivamente era bastante sencillo, solamente
encontramos un par de subidas dificultosas y el resto del sendero era bastante
plano y rodeado de un exuberante bosque de lengas. Al cabo de una hora y media
llegamos al mirador del glaciar Piedras Blancas (otra de las ventajas de
iniciar el trekking desde la hostería El Pilar es que puede apreciarse este
glaciar, puesto que quienes hacen el camino tradicional no pasan por allí).
Cuando llegamos al glaciar Piedras Blancas había un grupito
de personas que enseguida continuaron viaje, y una familia que nos llevaba unos
metros de ventaja. Fueron las únicas personas con las que nos cruzamos a lo
largo de todo el camino hasta llegar a Poicenot, además que otro pequeño grupo
de gente que había ido desde la hostería solamente hasta el mirador, por lo que
nuestra caminata fue muy silenciosa (interrumpida por las decenas de historias
y anécdotas que Laura y yo nos contábamos uno al otro), e interrumpida cada
tanto por los estruendosos rompimientos del glaciar que podían escucharse desde
lejos.
Allí, frente al glaciar Piedras Blancas, almorzamos unos
sanguchitos, huevos duros y algo de fruta, mientras observamos algunos
rompimientos. Al cabo de un largo rato
reemprendimos el trekking y continuamos por el sendero que nos condujo hasta el
campamento Poicenot. El tiempo de caminata a paso lento desde el mirador del
glaciar hasta el campamento no es de más de media hora, y el bosque va
desapareciendo de a poco. El próximo letrero se ubica en la entrada de un nuevo
bosque e indica el acceso al campamento. Allí, sobre el letrero dejamos un
cartelito con nuestros nombres y la hora de llegada con la esperanza de que lo
viera Marianela, ya que no sabíamos si ya estaría en pleno ascenso hacia la
laguna o si aún no habría llegado. Detrás de nosoteos, llegó un muchacho
gordito que venía desde El Chaltén, agotado por las subidas que había tenido
que afrontar. Laura y yo, sin embargo teníamos energía para rato, o al menos
eso creíamos.
Atravesamos el campamento, cruzamos el Río Blanco, nos
pusimos pantalla solar y después de un buen descanso comenzamos a subir:
primero por un bosque, después por un sendero de piedras que simulaban
escalinatas. Cada tanto parábamos a descansar y a tomar agua. Cientos de
personas bajaban como en una peregrinación y ante la pregunta de si faltaba
mucho para llegar todos respondían lo mismo: “sí, te falta la peor parte, pero
seguí porque vale la pena”. Cuando alcanzamos una altura importante fui
aventajando a Laura hasta divisar desde arriba que abandonaba la lucha y se
sentaba bajo la sombra del último árbol. Continué subiendo y si bien los
cartelitos con flechas amarillas indicaban por donde seguir ya no había camino,
se trataba más bien de ir escurriéndose entre las piedras guiándose por las
personas que iban bajando (que eran muchísimas). Mi gran aliciente era la
cantidad de personas mayores, algunas muy mayores, que descendían lentamente
con sus bastoncitos y que me hacían decirme a mi mismo: “si ellos llegaron cómo
yo no voy a hacerlo”.
El último tramo fue extenuante. Me detenía a descansar cada
cinco pasos y la cosa se ponía cada vez peor. Cuando por fin terminé de subir y
creí que había llegado me topé con una montaña de rocas sin ningún tipo de
señalización y las atravesé con el resto de energías que me quedaban. Por ahí
me encontré con el gordito que habíamos cruzado antes de ingresar al
campamento. Sentí que el esfuerzo de ese chico era diez veces superior al mío.
Y algo más: Marianela y Johanna, que no solo habían llegado hacía un buen rato,
sino que permanecieron ahí arriba como una hora y ya estaban descendiendo.
Ellas me indicaron por donde continuar. Y finalmente el arduo trabajo llegó a
su fin: la impresionante Laguna de los Tres apareció ante mis ojos coronada por
el Fitz Roy y un espléndido glaciar que se extendía bajo el cerro.
Permanecí ahí arriba más de una hora, con el gordito que
llegó detrás de mí y unos muchachos israelitas. Conversando y tomando fotos.
Aquel lugar me pareció único en la tierra y no daban ganas de irse nunca de
ahí. Junto al azul fulgurante de la Laguna de los Tres podía observarse el
verde claro de la Laguna Sucia y divisar a lo lejos las Lagunas Madre e Hija.
Llegué a El Chaltén conociendo la dificultad de este trekking y creyendo que no
iba a tener energías suficientes para realizarlo completo, sin embargo, mi
propio cuerpo me dio una lección y una gratificante sorpresa: podía más de lo
que creía.
A las seis de la tarde, fui uno de los últimos en emprender
el regreso. El descenso, por supuesto fue mucho más veloz que la exigente
subida. Me detuve a comer unas bananas en el campamento, y más adelante me
preocupé por el gordito que había empezado a bajar junto conmigo y sin embargo parecía
demorar una eternidad. Como yo llevaba una linterna, me senté a esperarlo para
acompañar su vuelta a El Chaltén, no quería que la noche sorprendiera al pobre
pibe en aquellos páramos desiertos. Fue mi acto solidario del día. Cuando por
fin apareció continuamos la caminata juntos y nos cruzamos con dos israelitas
que pretendían subir hasta la laguna a aquellas horas en las que el sol
brillaba pero por su ausencia. Realmente una locura.
Al llegar a El Chaltén, Laura y Johanna estaban tomando unas cervezas en “La Vinería”. La francesa me convidó un trago de una exquisita cerveza con sabor a cerezas que después quise comprar pero no conseguí. Llevé la ropa sucia a un lavadero que mi nuevo amigo me había recomendado y quedé con él en encontrarnos para cenar en aquel restaurante donde habíamos comido esos exquisitos canelones, pero al llegar ya estaban cerrando y el gordito nunca apareció. Tal vez había tenido algún incidente con sus compañeros de hostel, ya que me había contado que eran todos israelitas y que le estaban haciendo la vida imposible: se comían su almuerzo, ocupaban su cama, le quitaban sus cosas y otras cosas por el estilo. El pobre ya no los soportaba más. La noche finalizó como siempre, con helados, cervezas y fernet. Pese al agotamiento, nos quedamos tomando fernet en la puesta del hostel como hasta las cuatro de la madrugada.
demasiado hermoso mil bendiciones
ResponderEliminarExcelentes relatos gaston!Estoy por hacer un viaje muy similar al tuyo este verano, te hago una consulta ¿cuanto te salieron las excursiones de El Calafate?
ResponderEliminarEspero que no sea demasiado tarde para responder. Es que en estos meses, para variar, estuve de viaje. El total de las excursiones me costó aproximadamente 1600 pesos argentinos. (Minitrekking por el Glaciar, Navegación Todo Glaciares, Full Day en Torres del Paine y transporte desde T. del Paine a El Calafate.
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