EL CHALTÉN, ARGENTINA, miércoles 16 de enero de 2013
Cuando comencé a planear este viaje, lo visualicé desde un
primer momento en dos etapas: aquella que correspondía al extremo más austral
de la patagonia, y la que, luego de un viaje de más de un día desde El Chaltén
hasta Esquel (previo paso por las Catedrales de Mármol en Chile), emprendería
por la patagonia norte. El destino quiso no sólo que aquellos planes se
cumplieran, sino que las dos etapas estuviesen bien delimitadas por distintos
factores.
El destino de mi nuevo amigo también era Puerto Río Tranquilo y sus sorprendentes Catedrales de Mármol, pero él iba a continuar su ruta por la carretera austral chilena hasta Futaleufú para después cruzar a Esquel. Yo, sin embargo pensaba regresar a Los Antiguos una vez realizado el tour a las catedrales de mármol y desde allí tomar un micro directo hasta Esquel, puesto que el tipo de cambio chileno resultaba demasiado caro para mis bolsillos. La aparición del alemán cambió mis planes y los hizo mucho más interesantes.
Llegamos a Los Antiguos, y apenas descendimos del micro preguntamos por el hostel donde Johannes ya había hecho su reserva, y que era el mismo que yo tenía agendado aunque no había realizado reserva alguna. El hostel quedaba bastante lejos, a unas 10 o más cuadras de la Terminal, y con nuestras mochilas a cuestas comenzamos a caminar. Un poco delante de nosotros iba un muchacho que había descendido del mismo micro que nosotros y al que oimos preguntar también por el mismo hostel. Casualmente, el joven era un docente que vivía en mi misma ciudad.
Dejaba atrás Ushuaia, Punta Arenas, Puerto Natales, las Torres
del Paine, El Calafate y El Chaltén y los glaciares, las reservas en algún que
otro hostel y las excursiones contratadas de antemano. Atrás quedaban también
mis compañeras de viaje Laura y Marianela, y nuestras formidables aventuras. Un
nuevo viaje era el que emprendería de allí en más sin tanta programación y
abierto a nuevas y no menos sensacionales experiencias.
Mi próximo destino era Los Antiguos, aquel pequeño pueblo
donde hacía apenas unos días se había celebrado la Fiesta Nacional de la Cereza.
El micro salió de El Chaltén por la mañana y después de un caluroso viaje por
la estepa patagónica llegó a Los Antiguos pasada la tarde. A lo largo del
trayecto hubo tres paradas, una de ellas para detenerse a contemplar por unos
minutos las aguas turquesas del lago Cadriel. Las otras dos, para ir al baño y
estirar un poco las piernas. Fue en la primera de aquellas paradas que conocí a
Johannes, un joven alemán que sin saberlo, se convertiría en coprotagonista de
mi viaje durante las dos semanas siguientes.
La mayor parte de los pasajeros era de nacionalidad
extranjera, entre ellos, unas chicas a las que había visto en el hostel de
Ushuaia y dos muchachos israelitas que muy amablemente me convidaron una taza
de café turco en una de las paradas que hicimos. Allá, en las cercanías del fin
del mundo, entre el calor y el desierto, me acerqué a preguntarle algo a
Johannes, quien me sorprendió con su excelente castellano de marcado acento
alemán y un singular modismo argentino que lo volvía extravagante y por momentos
insólito. Era muy gracioso escuchar a alguien que con acento alemán te dice:
“¡Che, Gastón, no seas boludo, pibe! Y este era el caso de Johannes.
El destino de mi nuevo amigo también era Puerto Río Tranquilo y sus sorprendentes Catedrales de Mármol, pero él iba a continuar su ruta por la carretera austral chilena hasta Futaleufú para después cruzar a Esquel. Yo, sin embargo pensaba regresar a Los Antiguos una vez realizado el tour a las catedrales de mármol y desde allí tomar un micro directo hasta Esquel, puesto que el tipo de cambio chileno resultaba demasiado caro para mis bolsillos. La aparición del alemán cambió mis planes y los hizo mucho más interesantes.
Llegamos a Los Antiguos, y apenas descendimos del micro preguntamos por el hostel donde Johannes ya había hecho su reserva, y que era el mismo que yo tenía agendado aunque no había realizado reserva alguna. El hostel quedaba bastante lejos, a unas 10 o más cuadras de la Terminal, y con nuestras mochilas a cuestas comenzamos a caminar. Un poco delante de nosotros iba un muchacho que había descendido del mismo micro que nosotros y al que oimos preguntar también por el mismo hostel. Casualmente, el joven era un docente que vivía en mi misma ciudad.
Llegamos los tres juntos al hostel Padilla donde nos atendió
la propietaria, y nos advirtió que no teníamos camas disponibles, excepto la de
Johannes, que ya había señado su reserva por anticipado. El profesor se fue
entonces a un camping y yo a un hostel al que me mandó la señora, que quedaba a
la vuelta. Sin embargo, este nuevo hostel me parecía horrendo. Costaba nada
menos que 100 pesos argentinos contra los 60 del otro. Había olor a humedad,
las paredes eran de durlock y no había allí otro ocupante además de mi persona.
Dejé mis cosas ahí, y me marché sin pagar, con la excusa (oportuna pero cierta)
de que no tenía dinero en efectivo porque el cajero automático de El Chaltén no
había funcionado durante los últimos días.
Volví al hostel de Johannes, ya que habíamos quedado en
encontrarnos para ir a comer, y averiguar sobre el transporte a Río Tranquilo,
y allí la misma señora, cuando le pregunté si conocía algún otro hostel cercano
porque aquel no me gustaba, me dijo que sí contaba con una cama, pero solamente
una, y no lo había dicho dado que cuando llegamos con nuestras mochilas a
cuestas éramos tres. Así que me quedé tranquilo sabiendo que contaba con un
hospedaje bueno, bonito y barato y me fui con Johannes a la oficina de turismo
donde nos informaron cómo llegar a Río Tranquilo. Además consulté por el tour a
la Cueva de Las Manos, que no me convenció para nada, ya que costaba una buena
suma, y encima, implicaba viajar un tiempo considerable por el mismo largo y
extenuoso camino por el que habíamos estado viajando hasta hacía un rato.
Después de tomar algunas fotos en un mirador, y de extraer
al fin dinero del cajero, Johannes me acompañó a recoger mis cosas. Le dije al
encargado que me iba, puesto que no había conseguido dinero y que prefería
alojarme en un camping. Me acomodé en el nuevo hostel y después nos fuimos a
cenar unas pizzas mientras conversamos largo rato y aprovechamos para conocer
algo de nuestras respectivas vidas. Creo que alemán estaba muerto de hambre
desde que había salido de El Chaltén porque quería cenar a las siete de la
tarde, yo en cambio me había llevado en un tuper media pizza que me había
sobrado de la noche anterior cortada en pequeño trocitos y estuve masticando
eso a lo largo de todo aquel viaje.
Apenas oscureció emprendimos la vuelta al hostel y después
de un buen baño nos acostamos a dormir. Las catedrales de mármol no estaban muy
lejos, pero llegar hasta ellas sería toda una odisea digna de aquel viaje y de
nuestros espíritus aventureros. Comenzaba así la segunda parte de mi viaje, y
en este caso, segundas partes… sí fueron buenas.
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