PUERTO MONTT, CHILE, jueves 31 de enero de 2013
Sin embargo, el salto mayor podía apreciarse y también el río que corría feroz con sus magníficas aguas color turquesa. Hubo tiempo de recorrer todo el parque, ya que había muy pocos puntos en donde detenerse a tomar fotos, debido, como mencioné, a la escasez del agua. Otra vez era el único argentino en aquella excursión repleta de chilenos de distintos puntos.
Llegó el día de mi segundo tour, y esta vez consistía en un
recorrido por el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. La excursión se inició
en un mirador de Puerto Montt en el punto donde se inicia la Carretera Austral,
e incluyó un breve recorrido por Puerto Varas, y diferentes paseos por el
parque, entre ellos la Laguna Verde, el Lago de Todos los Santos, una playa
sobre el río Petrohué donde era posible hacer un paseo en bote, y finalmente los
Saltos del Petrohué. Éstos últimos me decepcionaron bastante, porque hacía
semanas que no llovía y el caudal de agua era bastante escaso, al punto que al
caminar sobre las pasarelas solo podíamos ver zanjas de barro sin una sola gota
de agua bajo nuestros pies.
Sin embargo, el salto mayor podía apreciarse y también el río que corría feroz con sus magníficas aguas color turquesa. Hubo tiempo de recorrer todo el parque, ya que había muy pocos puntos en donde detenerse a tomar fotos, debido, como mencioné, a la escasez del agua. Otra vez era el único argentino en aquella excursión repleta de chilenos de distintos puntos.
Al día siguiente, realicé mi tercera y última excursión en
Puerto Montt: esta consistió en un breve paseo por la ciudad de Frutillar con
sus pintoresca arquitectura alemana y su imponente teatro ubicado sobre el
mismísimo Lago Llanquihue. Luego pasamos por puerto Octay, donde nos detuvimos
apenas unos minutos en un mirador, y finalmente nos tomamos un buen tiempo para
bañarnos en las cálidas aguas de las Termas de Puyehue. En mi caso, aconsejado
por un par de muchachos que ya conocían el lugar, no ingresé a las piscinas,
sino que me metí directamente en el río donde me entretuve con otras personas
cubriéndome de barro mientras disfrutaba de las termas. En el camino de regreso
paramos en un sitio donde se vendían dulces típicos de la región, frutas finas
y algunas otras exquisiteces.
Por la noche, después de cenar una exquisita paila en
Agelmó, me quedé conversando largo rato con los cocineros que me invitaron un
Pisco Sour, una de mis bebidas preferidas. Ya cerca de la medianoche, decidí ir
a una disco. La encargada del hostel me dijo que anduviese con mucho cuidado,
que no le diera confianza a nadie. Y a riesgo de que me pasara algo, tomó mis
datos y teléfonos de mi familia por si acaso. Terminé yendo a un sitio no muy
lejos del hostal, donde me lo pasé charlando con un montón de chilenos y
chilenas muy amigables.
Por la mañana del sábado, emprendí mi regreso a Bariloche.
Puerto Montt había sido mi último destino chileno en este viaje, y todavía me
quedaban tres días de vacaciones que quería aprovechar. Si por algo recordaré
aquel trayecto desde Puerto Montt hasta Bariloche, es por el olor que salía de
mi mochila cada vez que la abría para sacar alguna cosa. Pues llevaba en un
túper, una enorme porción de paila marina que había sobrado de mi cena y que la
señora del hostal había guardado durante la noche en la heladera. El olor por
supuesto era de lo más desagradable, pero qué placer fue terminarme esa paila
aquella noche en el hostel, mientras todo el mundo comía nada más que pizzas.
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