EL CHALTÉN, ARGENTINA, viernes 11 de enero de 2013
Cuando bajé, todavía dormido, noté que aquello no era una Terminal de ómnibus, más bien parecía el ingreso al Parque Nacional. Lo primero que hice fue aprovechar para ir al baño, y luego busqué a los pasajeros que venían en el micro en el que yo viajaba. Para mi sorpresa, casi todos ellos estaban en lo que parecía la sala de un museo, donde una muchacha vestida como boy scout les hablaba en inglés. En verdad aquello parecía un sueño. No llegaba a comprender si el pasaje a El Chaltén incluía una visita guiada a ese museo o qué estábamos haciendo allí.
Otra vez me tocaba un espectacular día de sol. Laura y Marianela habían intentando ir al mirador del cóndor el día anterior pero el viento las empujaba en plena calle, aun antes de empezar a ascender, al punto de que terminaron volviéndose por miedo a volarse. El del cóndor fue el primer mirador al que llegamos, y una vez allí, Laura y su tendinitis decidieron regresar al hostel, mientras que Marianela y yo continuamos hacia el Mirador de las Águilas. El camino en esta oportunidad era plano, por lo que no nos demandó ningún esfuerzo extra.
La terminal de buses de El Calafate no quedaba muy lejos del
hostel, pero de todos modos, como siempre, salí a los apurones, y el micro ya
estaba a punto de partir cuando llegué. Otra vez me dolían los tobillos.
Caminar a esa velocidad con dos mochilas a cuestas no es algo recomendable por
cierto. El micro partió apenas yo estuve arriba y dormí todo lo que duró el
viaje, los 216
kilómetros que separan a El Chaltén de El Calafate. No
sé si fueron tres o cuatro horas, pero cuando desperté, todos estaban descendiendo
y pensé que al fin habíamos llegado a destino.
Cuando bajé, todavía dormido, noté que aquello no era una Terminal de ómnibus, más bien parecía el ingreso al Parque Nacional. Lo primero que hice fue aprovechar para ir al baño, y luego busqué a los pasajeros que venían en el micro en el que yo viajaba. Para mi sorpresa, casi todos ellos estaban en lo que parecía la sala de un museo, donde una muchacha vestida como boy scout les hablaba en inglés. En verdad aquello parecía un sueño. No llegaba a comprender si el pasaje a El Chaltén incluía una visita guiada a ese museo o qué estábamos haciendo allí.
Finalmente encontré al resto de los pasajeros, a los que
hablaban castellano, y entonces pude entender de qué se trataba aquello: todos
los buses que llegan a El Chaltén hacen obligatoriamente una parada de cinco
minutos en aquel puesto, donde se les da a los pasajeros información sobre El
Chaltén y sus alrededores, y principalmente las reglas relativas a higiene y
seguridad del lugar, que se halla prácticamente dentro del Parque Nacional Los
Glaciares. Además nos daban consejos relativos al cuidado del medio ambiente y
sugerencias sobre cómo proceder ante determinados casos, durante las caminatas
que haríamos allí, porque si no lo saben, El Chaltén es la capital nacional del
trekking.
Cuando salí del museo dispuesto a subir al micro nuevamente,
me quedé fascinado. Al levantar la vista pude ver los picos nevados del cerro
Fitz Roy y de los que lindan con él, algo inesperado en aquella imprevista
parada. Apenas cinco minutos más tarde el micro se detuvo en la Terminal y allí
me llevé otra grata sorpresa: Marianela, aquella loca linda que había conocido
en Ushuaia había ido a esperarme, y me acompañó a buscar algún hostel
conveniente y económico, ya que ella y Laura habían recorrido unos cuántos y
conocían ya los precios y las comodidades de cada uno de ellos.
El único hostel que vimos no me convenció en lo más mínimo.
Era uno donde sólo parecían hospedarse israelitas, los cuartos eran muy chicos
y no parecía muy limpio, así que por 10 pesos más decidí irme donde se alojaban
Laura y Marianela, el hostel "Lo de Guille", que parecía más bien una casa de familia.
Estaba sólo a dos cuadras de la Terminal y me ofrecieron una habitación con
sólo dos camas, pero en la que estaría yo solo mientras no llegara algún otro
ocupante. La encargada, muy simpática, estaba esperando que tres israelitas se
fueran de una vez, y los incitó varias veces a que desocuparan los cuartos y se
fueran de allí, porque su estadía ya había vencido. La mujer protestaba
mientras fregaba la cocina platos y me contaba que sólo los israelitas dejan
tanta mugre por donde pasan. Me decía que ya no los soportaba más, que le
parecían sucios y maleducados. Aquello me hubiese parecido una actitud
sumamente discriminatoria si no fuese porque la encargada del hostel donde me
había hospedado en Ushuaia, también había mencionado cosas parecidas, incluso
me habían contado que muchos hostels evitan hospedar israelitas porque cuando
no se van sin pagar, se roban las toallas o las sábanas.
Compré unas empanadas en una rotisería donde cocinaban como
los dioses, la rotisería de “la gitana”. Nunca supimos si efectivamente era
gitana, pero tenía todo el aspecto, leía el tarot y no sé cuántas cosas más,
así que terminamos bautizándola así.
Después de almorzar ocupé mi cuarto. Las chicas se habían ido a hacer un
tour por Lago del Desierto, y yo me acosté a dormir un rato. Cuando regresamos
hice con ellas mi primer trekking en El Chaltén: el camino al mirador de los
cóndores y al mirador de las águilas (ambos están muy cerca y la dificultad es
baja, aunque nos costó bastante subir).
Otra vez me tocaba un espectacular día de sol. Laura y Marianela habían intentando ir al mirador del cóndor el día anterior pero el viento las empujaba en plena calle, aun antes de empezar a ascender, al punto de que terminaron volviéndose por miedo a volarse. El del cóndor fue el primer mirador al que llegamos, y una vez allí, Laura y su tendinitis decidieron regresar al hostel, mientras que Marianela y yo continuamos hacia el Mirador de las Águilas. El camino en esta oportunidad era plano, por lo que no nos demandó ningún esfuerzo extra.
Por la noche, buscando un lugar donde parrandear y tomar
algo, terminamos en una peña repleta de gente en Místico Bar. Una banda tocaba
en vivo tango y folklore mientras la gente, en su mayoría jóvenes, bailaban al
son de las zambas, las milongas y las chacareras. Después del show, la música
cambió y se volvió un bar común y corriente, pero el clima de fiesta ya estaba
instalado. Regresamos bastante tarde, con el amanecer de aquel sábado en el que
nos esperaba una singular aventura: el trekking hacia la laguna Torre, uno de
los más destacados paisajes que se pueden apreciar en las cercanías de El Chaltén.
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