PUERTO RÍO TRANQUILO, CHILE, sábado 19 de enero de 2013
El viaje desde Río Tranquilo hasta Coyhaique se hizo bastante largo. Fueron más de200 kilómetros por caminos de ripio. Menos mal
que los paisajes acompañaban muy bien y
aunque me lo pasé durmiendo la mayor parte del viaje, pude ver lagos, bosques,
cerros nevados y otros prodigios de la carretera austral que jamás hubiese
visto, si hubiera llegado Esquel por el lado argentino, pues de aquel lado solo
hay desierto, pura estepa patagónica, algo que ya había visto durante horas
mientras viajaba desde El Chaltén hasta Los Antiguos.
Río Tranquilo fue sin duda el lugar que más me gustó de toda
la patagonia chilena, pero el viaje debía continuar, y entonces, por la mañana,
después del desayuno, y todavía con sueño, partí con mi amigo Johannes rumbo a
Coyhaique, para seguir desde allí hasta Futaleufú. Los americanos, en tanto,
compartieron el viaje con nosotros, pero se quedarían en Coyhaique. Su plan
consistía en abordar un barco que los llevaría por el Pacífico hasta la capital
chilena.
El viaje desde Río Tranquilo hasta Coyhaique se hizo bastante largo. Fueron más de
Por la tarde llegamos a Coyaique, una ciudad repleta de rosas, y nos despedimos de los tres
americanos, a quienes no volveríamos a ver. El micro nos dejó a unas cuadras de
la Terminal de ómnibus, ya que cuando nos vendieron los pasajes en Río
Tranquilo nos los habían dejado a muy buen precio, y esto era porque seguramente
entre el chofer y el vendedor se quedarían con el dinero, sin declararlo a la
empresa, entonces no podían dejarnos en la Terminal como hubiese correspondido.
Todo esto me lo explicó el hombre que nos vendió el pasaje aclarándome que me
daba aquella explicación a mi solo porque los gringos no iban a comprender ni
una palabra.
El asunto es que nos costó bastante encontrar la
Terminal. Caminamos dos cuadras para un lado, dos cuadras para el otro, pero ni
rastros. Para colmo estaba lleno de diagonales y la gente a la que
preguntábamos nos desorientaba todavía más. Cuando al fin la encontramos,
supimos que ninguna empresa de transportes tenía pasajes a Futaleufú al menos
hasta el lunes, por lo cual deberíamos pasar aquel día y también el siguiente
en Colhayque.
Alguien nos mandó a un lugar cerca del cuartel de bomberos,
donde había una empresa de transportes que hacía viajes a Futaleufú. Así que
nuevamente cargamos las mochilas y atravesamos el centro. Consultamos en un
puesto de información turística, y la información era la misma. Ahí, mientras
la chica me orientaba, Johannes siguió caminando y lo perdí de vista. Seguí
caminando, unas cinco cuadras, preguntando a todo el mundo donde quedaba el
cuartel de bomberos y me reencontré con Johannes que venía caminando por la
calle opuesta.
En el sitio adonde nos habían mandado no parecía haber
ninguna empresa de transporte. En la puerta, un muchacho que pasaba caminando
nos prestó su celular y llamamos por teléfono. Nos confirmaron que aquello no
era un empresa, y que nos fijásemos en el cartel de la puerta. Y en efecto,
había allí un cartel con un número de teléfono donde se indicaba que se hacían
viajes a Futaleufú. Llamamos a ese número y un hombre nos respondió diciéndonos
que recién habría posibilidad de viajar durante la semana, pero que tenía un
amigo que probablemente saliera el día siguiente hacia Futa. Nos pasó su
número. Como no podíamos utilizar nuestros teléfonos celulares en Chile,
intentamos llamar varias veces desde una cabina, luego desde otra, y luego
desde el puesto de información turística, donde la encargada nos permitió usar
el teléfono, pero nadie respondía, así que, cansados de recorrer la ciudad, a
la que ya conocíamos casi al detalle, con nuestras mochilas a cuestas,
chorreando transpiración y bajo el rayo del sol, seguimos caminando, mapa en
mano, pero esta vez en busca de hospedaje. Nos quedamos en un hostal bastante
económico, a unas seis cuadras del centro.
A aquella altura, irnos de Coyhaique era más un capricho que
otra cosa. Pensamos que después de todo, no sería tan dramático pasar el
domingo en aquella ciudad que parecía bastante tranquila y donde había posibilidad
de hacer algunos trekkings. Y como caminar era nuestro destino, nos fuimos
hasta la otra punta de la ciudad, a una casa donde una señora nos vendió los
pasajes a Futaleufú para salir el lunes por la mañana. Daniela se llamaba la
señora, y para cualquier viajero desprevenido como nosotros que ande por allí
se la recomendamos: Buses Daniela, a media cuadra del cementerio. Después, a
comer algo y obsequiarnos aquello por lo que desfallecíamos: una Coca-Cola.
Llegada la noche, nos preparamos una patética ensalada, que
igual comimos con muchas ganas, y como Johannes se acostó temprano, yo me fui a
dar una recorrida nocturna por la ciudad. El problema fue que al regresar me
llevó más de una hora encontrar el hostal. Preguntando aquí y allá (por suerte
era sábado y en las calles había bastante gente), conseguí llegar. Al día
siguiente iríamos a conocer la Reserva Nacional Coyhaique, pese a que yo ya
estaba más que cansado de subir montañas, y cada vez que me iba de una ciudad
prometía que ya no haría más trekking. Esas promesas que uno se hace a sí mismo
aun sabiendo que no las va a cumplir.
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