USHUAIA, ARGENTINA, lunes 31 de diciembre de 2012
Mi vuelo hacia Ushuaia partió desde Buenos Aires a las siete de la mañana del último día del año. Hacía exactamente un año atrás estaba volando desde Guayaquil hacia las Islas Galápagos, y otro año más atrás me preparaba para recibir el 2011 en Río de Janeiro, y si miro aun más hacia el pasado, un 31 de diciembre de 2009 llegaba a la localidad argentina de Humahuaca para comenzar el 2010. Aquel primer viaje con la mochila a mis espaldas fue el que definió mi nueva costumbre de pasar cada año nuevo en un lugar diferente del mundo.
Mi vuelo hacia Ushuaia partió desde Buenos Aires a las siete de la mañana del último día del año. Hacía exactamente un año atrás estaba volando desde Guayaquil hacia las Islas Galápagos, y otro año más atrás me preparaba para recibir el 2011 en Río de Janeiro, y si miro aun más hacia el pasado, un 31 de diciembre de 2009 llegaba a la localidad argentina de Humahuaca para comenzar el 2010. Aquel primer viaje con la mochila a mis espaldas fue el que definió mi nueva costumbre de pasar cada año nuevo en un lugar diferente del mundo.
Antes de aterrizar en Ushuaia fui testigo del primer impacto
visual: el cielo estaba lo suficientemente despejado para que pudiese divisar
desde allí arriba el Estrecho de Magallanes y junto a él la enigmática Isla
Grande de Tierra del Fuego, territorio compartido por Argentina y Chile. Las
montañas se veían casi todas iguales como una enorme tableta de chocolate, pero
tricolor: verde en la base, debido a los extensos bosques, marrón oscuro hacia
arriba, donde la vegetación ya no crece, y los extremos blancos como decorados
con inmensos chorros de crema chantilly. Aquella vista desde el cielo fue el
primer regalo que el paisaje le ofrecía a mis ojos, hasta el mismísimo momento
de aterrizar en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo.
Contrariamente a lo que pensé, no hacía demasiado frío en
aquellas latitudes. Un par de días antes había consultado las temperaturas de
Ushuaia, y en aquellos días promediaban los 2 grados C. Pero aquel era un día
soleado, radiante, al que los fueguinos venían esperando desde hacía tiempo,
pues además de ser el último día del 2012, era el primero del mes de diciembre
en que salía el sol, y la lluvia parecía haberse retirado al menos por un
tiempo.
Una vez en el aeropuerto tomé un taxi hasta el hostel donde
tenía una reserva programada desde hacía tres meses: Cruz del Sur. El taxi me
costó unos 40 pesos argentinos, y al llegar al hostel me recibió Ana, la
encargada y sobrina del dueño. Cuando le conté mis intenciones de quedarme
cinco días, y viajar luego a Punta Arenas me informó que estaba difícil
conseguir pasajes puesto que pocas empresas realizaban ese trayecto por tierra,
y los cupos se agotaban fácilmente. Le pagué entonces por las cinco noches
(luego comprobé que me cobró la tarifa correspondiente a enero de 2013 y no a
septiembre de 2012, fecha en la que yo había efectuado la reserva, y aun
habiendo consultado y confirmado que en caso de aumento, siempre se aplicaba la
tarifa de la fecha en la que había reservado).
Después de abonar me fui a comprar mi pasaje a Punta Arenas.
En el camino me encontré con Luis, un brasilero al que había contactado días
antes a través de facebook, en un grupo de brasileros que planeaban pasar el
año nuevo en Ushuaia. Luis me dijo que aquella noche, él y otra gente del grupo
recibirían el nuevo año en el Hostel Free Style, que realizaría una fiesta para
la ocasión. Me advirtió que en el trascurso del día realizara la reserva para
no quedarme afuera a último momento.
Afortunadamente pude conseguir pasaje para el sábado a la
madrugada hacia la ciudad chilena de Punta Arenas, así que ya tranquilo, volví
al hostel, donde Ana nos explicó a mi, y a una chica oriental que acababa de
llegar, los distintos paseos y actividades que podíamos realizar durante
nuestra estadía en Ushuaia. Mientras caminaba por las calles de la pintoresca
Ushuaia, algo me preocupaba horrorosamente: estaba estrenando zapatillas nuevas
y como jamás me había pasado, los pies me dolían horrores. Pensaba cómo iba a
realizar todos los trekkings que tenía pensado si las zapatillas me causaban
tamaño dolor.
En mi encuentro con Luis, iba tan preocupado por obtener mi
pasaje hacia Punta Arenas que no había prestado atención a la dirección del
lugar donde se haría la fiesta aquella noche. Fui dos veces a su hostel que
quedaba cerca del mío, pero ambas veces se encontraba durmiendo y la encargada
no lo quería despertar. Me fui entonces, para aprovechar la tarde al Museo de
la Cárcel del fin del Mundo, todo un símbolo de Ushuaia, a partir de la cual
fue creciendo la ciudad, y por la que han pasado célebres personajes, asesinos
seriales y presos políticos. Ahí me encontré de nuevo con Luis, y me explicó
nuevamente dónde se hacía la fiesta de fin de año.
Cuando llegué al hostel Free Style con la intención de hacer
mi reserva, me encontré con la sorpresa de que Luis no tenía ninguna reserva a
su nombre, ni tampoco la tal María Helena que él mismo me había hecho
mencionar, para que me anoten junto a ellos. Me pareció muy extraño, puesto que
acababa de hablar con él, y pensé que seguramente me habría equivocado de
hostel y de fiesta. Traté en vano de encontrar un cíber para ver si estaba
conectado a facebook pero aquel día todo en Ushuaia cerró más temprano que de costumbre
y casi ni había gente en la calle, así que volví a mi hostel para usar las
computadoras y me di cuenta de algo que me sorprendió para mal: estaban
preparando una cena de fin de año, para los huéspedes que habían realizado la
reserva previamente. Mi sorpresa se debió a que cuando llegué por la mañana,
pregunté a Ana, la encargada, si habría alguna cena aquella noche y me
respondió que no, porque ya habían hecho una la semana anterior, en Navidad y
ella y su tío habían quedado extenuados de tanto trabajo. Evidentemente me
había mentido. Hubiera sido más fácil decirme que sí habría allí una cena pero
que ya tenían todo comprado y no podían sumar gente. Me hubiese cocinado
cualquier cosa y me quedaba ahí con mis compañeros de cuarto, sin gastar los 150
pesos que pagué por asistir a la fiesta en el Free Style.
Mientras trataba de comunicarme con Luis a través de
Internet, me puse a charlar con unos brasileros que había en el hostel. Las
únicas personas con las que podía conversar ya que el resto parecía hablar
solamente inglés, y hasta el momento no había visto por allí a ningún
argentino, latinoamericano o español.
Finalmente, me cansé de tanta vuelta y volví al Free Style,
donde Luis y su amiga brillaban pos su ausencia, ni estaban registrados ni
aparecieron jamás. Me pareció de muy mal gusto invitarme a un lugar, decirme
que iban a esperarme allí y desaparecer luego para siempre de la faz de la
tierra. Pero quienes sí estaban casualmente en la fiesta eran los tres
brasileros que se hospedaban en el Cruz del Sur: Eri, Pedro y Mauricio. Con
ellos recibí el año, comiendo choripanes y bañados en champagne. Como a las
once y media de la noche, recién el sol de ocultó del todo. En Ushuaia oscurece
tardísimo.
Un año nuevo distinto, como todos los que había vivido hasta
entonces, y el primero en tres años que no pasaba en plena calle. Después fui
haciendo sociales con uno y otro, toda gente macanuda que fui conociendo
durante la fiesta. Como a las tres de la mañana, muerto de sueño, me volví al
Cruz del Sur, donde apenas quedaban levantadas cuatro o cinco personas. Todo
había sido tan rápido aquel día que casi no había tenido tiempo para tomar
conciencia de que este nuevo viaje ya había comenzado, y, como en todos los
demás, un cúmulo de aventuras, de paisajes, de amigos y compañeros de viaje era
lo que me esperaba en el transcurso de los días por venir.
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