PUERTO AYORA, SANTA CRUZ, ISLAS GALÁPAGOS, ECUADOR
Me levanté casi al mediodía, y como suele sucederme cada comienzo de año, no pude evitar recordar donde me encontraba hacía exactamente un año atrás, y el recuerdo me llevaba nada menos que al Corcovado, en Río de Janeiro. Pero en esta oportunidad, despertaba muy lejos de allí, del otro lado del continente, en Puerto Ayora, la capital dela
Isla Santa Cruz, en el archipiélago de
Galápagos.
Después de almorzar, cerca de las 2 de la tarde, me fui parala Estación Científica
Charles Darwin, ahora sí, dispuesto a recorrerla sin apuro. En uno de los
muelles, al que llaman “muelle de los pescadores”, un señor descansaba panza
arriba, muy orondo, recuperándose así de la resaca de una noche de jolgorio.
Quién sabe desde qué hora estaba allí. Una iguana le hacía compañía, puesto
que, como ya advertí en el capítulo anterior, nadie nunca está solo en
Galápagos.
La Estación Científica
a la que hago mención es un centro de investigaciones biológicas a cargo de la Fundación Charles
Darwin. Hay además un centro de interpretación y una serie de senderos que conducen
a los centros de crianzas de las famosas tortugas gigantes de Galápagos,
iguanas terrestres y otras especies endémicas.
Me levanté casi al mediodía, y como suele sucederme cada comienzo de año, no pude evitar recordar donde me encontraba hacía exactamente un año atrás, y el recuerdo me llevaba nada menos que al Corcovado, en Río de Janeiro. Pero en esta oportunidad, despertaba muy lejos de allí, del otro lado del continente, en Puerto Ayora, la capital de
Después de almorzar, cerca de las 2 de la tarde, me fui para
En el camino me detuve a fotografiar unos preciosos murales
realizados con azulejos multicolores, y la arcada de ingreso al parque nacional
(http://www.galapagospark.org/).
Vale aclarar que el 97,5 % del archipiélago es un parque nacional, y son pocos
los lugares urbanizados. Uno se aleja unas cinco cuadras del centro y los
edificios dan lugar a una extensa vegetación que se extiende a lo largo y a lo
ancho de toda la isla.
Hasta allá son llevados los huevos de tortuga que se
encuentran en todas las islas del archipiélago, se los controla, y se los preserva
hasta que superan los cuatro años de edad. Cada cría lleva una marca en su
caparazón que indica la edad y la isla a la que pertenece. Cuando alcanzan la
adultez son devueltas a sus lugares de
origen. Allí tuve la oportunidad de ver, además de unas cuantas tortugas
gigantes de distintas especies, al solitario George, el único macho
sobreviviente de su especie que jamás logró reproducirse, hasta su reciente
muerte en junio de 2012. Se estima que George tenía entre 90 y 110 años en el
momento de su muerte, puesto que las tortugas de Galápagos pueden llegar a
vivir hasta unos 150 años.
También me informé acerca de los esfuerzos que han realizado
y siguen realizando los especialistas por erradicar a las especies
introducidas, que a largo plazo influyen negativamente en el ecosistema. Por
ejemplo: gatos, perros, chivos, palomas, cabras, cerdos, asnos, y varias
especies de insectos, roedores y vegetales que fueron llegando a las islas
junto con los pobladores humanos. Así,
la ley obliga a los barcos que zarpan desde Guayaquil, hacerlo con sus luces
apagadas, para evitar el arribo de insectos, o se ofrecen recompensas de 100
dólares a quien encuentre un chivo en cualquier lugar de las islas. Los perros
y gatos deben estar registrados, llevar cada uno su microchip y no deambular
por las calles. Las leyes son muy estrictas en cuanto lo que pueda introducirse
en la isla. Por si acaso, yo había dejado sobre la cama del hotel, en Guayaquil,
unos 15 saquitos de diversos tipos de té que llevaba en mi mochila.
Mi paseo terminó en la playita de la estación, una pequeña
pero preciosa playa, la más cercana al centro, en la que hay que andar con
cuidado de no pisar a la multitud de iguanas que deambulan por ahí, y desde la
cual se accede a una panorámica sensacional de la costa.
Pude divisar a lo lejos a un hombre que se acercaba
tambaleando entre las rocas. Era un turista que hablaba inglés y me indicó que
cuanto más se alejaba uno de la playita, más iguanas se encontraban. Me fui
entonces bordeando la costa, caminando entre las rocas, con cierta impresión,
ya que no quería pisar a una iguana y debía estar sumamente atento porque eran
tan negras como las rocas sobre las que se paraban, y costaba mucho
distinguirlas.
Cuando ya me había alejado mucho emprendí el regreso, y después
de cenar nuevamente en la calle de los kioscos, me encontré con Franklin, con
quien fuimos a dar una vuelta por el muelle, que permanecía tan iluminado como
la noche anterior, pero con mucha menos gente. Desde ají arriba pudimos ver
rayas y cardúmenes de peces diversos que, atraídos por la luz se acercaban como
saludando a los curiosos. Un espectáculo de maravillas que se repetiría noche
tras noche.
Finalmente, un poco más tarde fuimos a tomar un helado con Karina y un chico que había conocido ella en un viaje anterior a Santa Cruz, quien nos acompañó hasta el mercado del pueblo para mostrarnos donde quedaba, ya que a la mañana siguiente queríamos comprar bananas, queso y huevos, y el chico nos enseñaría a cocinar bolones para nuestro desayuno
Finalmente, un poco más tarde fuimos a tomar un helado con Karina y un chico que había conocido ella en un viaje anterior a Santa Cruz, quien nos acompañó hasta el mercado del pueblo para mostrarnos donde quedaba, ya que a la mañana siguiente queríamos comprar bananas, queso y huevos, y el chico nos enseñaría a cocinar bolones para nuestro desayuno
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