BARILOCHE, sábado 2 de febrero de 2013
El primer día conocí en el hostel a un muchacho europeo cuyo nombre, de tan extraño, me resultaba impronunciable. Con el pasamos la tarde conversando, tomando un café por el centro y averiguando precios de pasajes y excursiones. Por la noche, me dediqué a recorrer la Bariloche nocturna (el clima estaba ideal), y a probar suerte en las máquinas tragamonedas del casino, en las que tuve la suerte de que me fuera muy bien.
Ya había regresado a Bariloche y el viaje definitivamente
concluía allí. Estaba ya bastante cansado de tanto ir y venir. Esta vez decidí
cambiar de hostel, solo para ahorrarme la pronunciada subida que me dejaba tan
agitado cada vez que tenía que ir al hostel El Gaucho. Me decidí entonces por
el Tango Inn, un lindo lugar con privilegiada vista al Lago Nahuel Huapi. Allí
me instalé a descansar (ya no más trekking), durante los días finales de mi
viaje.
El primer día conocí en el hostel a un muchacho europeo cuyo nombre, de tan extraño, me resultaba impronunciable. Con el pasamos la tarde conversando, tomando un café por el centro y averiguando precios de pasajes y excursiones. Por la noche, me dediqué a recorrer la Bariloche nocturna (el clima estaba ideal), y a probar suerte en las máquinas tragamonedas del casino, en las que tuve la suerte de que me fuera muy bien.
El día siguiente, por la mañana, hice la excursión del
circuito chico: una recorrida por la costa del lago, el hotel Llao Llao, la
capilla San Eduardo, y finalmente un comercio dedicado a productos realizados a
base de Rosa Mosqueta (cosméticos, dulces, entre otras cosas). El paseo me
resultó breve. A decir verdad, la primera parada del tour era en el Cerro
Campanario, donde a través de una aerosilla de accede a un magnifico mirador.
Pero ya había subido allí hacía exactamente una semana, junto a Johannes, y no
tenía intenciones de abonar el costo de la aerosilla así que preferí quedarme
en la base, fotografiando a unos pájaros. La espera, de una hora, se me hizo
bastante larga.
Dediqué la tarde a seguir paseando por la ciudad, y por la
noche, cuando me dirigía al Casino, recibí un mensaje de Elena, una de mis
alumnas, contándome que estaba en Bariloche, a tan solo media cuadra de mi
hotel. Así que retrocedí apenas unos metros, pues me encontraba justamente
caminando casi por la puerta de su hotel y acudí a su encuentro. Mientras
conversábamos, recibí otro mensaje en mi celular, esta vez de Gabriel, un ex
compañero de trabajo que desde hacía un año se encontraba viviendo en Bariloche.
Me invitaba a encontrarme con él en su casa, a pocas cuadras de allí, así que
nos fuimos con Elena y su amiga a disfrutar de unos mates en casa de Gabriel,
reconocido actor barilochense.
El tercer día realicé una excursión que había hecho hacía
más de veinte años: la ruta de los 7 lagos. En aquella oportunidad, el tour,
que consiste en un traslado en Traffic desde Bariloche hasta San Martín de los
Andes, parando en cada uno de los siete lagos que se atraviesan en el camino,
me había parecido sumamente tedioso, y por lo que recuerdo, llevábamos un
pasajero más de acuerdo a los asientos disponibles, por lo que fui la mitad del
viaje sentado sobre las rodillas de mis compañeros. Además, habíamos estado en
un boliche hasta tarde, por lo cual aprovechamos las enormes distancias que se
recorrían en la excursión para dormir, por lo que nos perdimos gran parte del
paisaje circundante.
En esta ocasión hice el tour solo, pero rápidamente, como
nos sucede a los que viajamos solos, me hice de nuevos acompañantes: dos chicas
mendocinas y una de Buenos Aires ocuparon el asiento trasero de la Traffic y
conformaron junto a mí, el cuarteto más revoltoso del tour. Realmente nos
matamos de risa a lo largo de todo el viaje. Pese al traspié sufrido cuando me
ofrecí a tomarle una foto a una de ellas y la cámara cayó violentamente al piso
antes de llegar a mis manos. Aunque no volvió a funcionar durante el resto del
viaje, más tarde supe que pudo ser reparada.
Una parada en Villa La Angostura, en cada uno de los 7 lagos
(Espejo, Correntoso, Escondido, Villarino, Falkner, Machónico y Lácar) y
finalmente en San Martín de Los Andes, la apacible ciudad neuquina que cumplía
años precisamente ese mismo día y por ende, se encontraba de festejos: desfile
y amontonamiento que chusmeamos por un rato, para luego almorzar en la
tranquilidad del Lago Lacar, que parecía no tener nada que envidiarle a
cualquier ciudad balnearia de la costa argentina: hacía mucho calor, y la gente
había ido a tomar sol y a bañarse en el lago.
El regreso, esta vez, también se hizo largo… muy largo. Lo
ideal sería realizar este tour en automóvil y en dos días, ya que las paradas
son breves, y el tiempo para disfrutar de San Martín de los Andes, lo es aun
más. Yo lo sabía, pero no quería perderme la oportunidad de hacer el paseo de
todos modos, pues quien sabe cuándo andaría nuevamente por allí.
Aquella noche, cené en casa de mi amigo Gabriel, quien
cocinó especialmente para mí un exquisito pan casero, y pasé mi última noche en
Bariloche cansado y con la panza llena. Por la mañana siguiente, bus de por
medio, abordé el vuelo que en menos de dos horas me llevó hasta Buenos Aires
donde me esperaban con mil y un anécdotas para contar. Una aventura más se
terminaba, y no habría más viajes hasta el año siguiente… aunque la vida puede
sorprendernos y alterar nuestros planes, muchas veces para bien. Y eso fue lo
que aconteció. Aunque, claro, ya no forma parte de este diario. Gracias por leerme.
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