EL CHALTÉN, ARGENTINA, sábado 12 de enero de 2013
El Chaltén es una pequeña localidad de la provincia de Santa
Cruz ubicada prácticamente dentro del Parque Nacional Los Glaciares. Fundado el
12 de octubre de 1985, se lo conoce como el pueblo más joven de la Argentina.
Su fundación estuvo directamente vinculada a la necesidad de establecer allí un
asentamiento humano, ya que por la época, la zona se encontraba en plena
disputa territorial con Chile. Actualmente, se estima que cuenta con una
población permanente de 1.200 habitantes.
Era el mediodía del sábado, y por supuesto, luego de la noche de parranda, nadie se levantó temprano. Despertamos poco antes del mediodía, almorzamos unas tartas que compramos en lo de la gitana y a las tres de la tarde empezamos a caminar hacia Laguna Torre, uno de los más asombrosos paisajes a los que puede accederse desde aquel pueblo. Era otro día soleado, radiante, de esos que te hacen decir… ¡Qué día espectacular!
El camino es al principio bastante regular, se va bordeando
un río que es el mismo que nace en la laguna. La cantidad de tábanos que
revolotean alrededor de uno se vuelve realmente insoportable. Sus picaduras ni
se sienten, pero los bichos son enormes, hacen un ruido muy molesto, y cuanto
más uno se mueve, más se te acercan. Los repelentes no parecen ahuyentarlos y
hay que hacer malabares para que no se te metan en cada uno de los agujeros del
cuerpo.
Al cabo de una hora aproximadamente llegamos hasta un mirador, frente a una cascada. Ahí estuvimos unos minutos descansando y una mujer nos recomendó un camino alternativo para ir hasta Laguna de los Tres, que nos resultaría sumamente útil. Después de la cascada seguimos el trekking, esta vez en ascenso y mucho más cansador, hasta el Mirador del Cerro Torre. Paramos en una pequeña fuente de agua donde recargamos nuestra botellas (lo bueno de caminar en aquellos lados es que no se gasta en bebida) y Laura se quedó ahí a descansar porque no podía más con su tendinitis. Sin embargo, el mirador del Cerro Torre estaba sólo a diez minutos de allí, así que decidí volver por ella (que se había quedado dormida junto al agua), para que al menos llegase a la primera meta, ya que no seguiría hasta la laguna.
La ventaja de haber llegado a aquel remoto lugar a las 6 de la tarde fue que prácticamente no había nadie. Solo tres chicas que habían partido casi al mismo tiempo que nosotros desde El Chaltén, y otras dos que llegaron detrás de mí. Las otras dos o tres personas que divisé ya se estaban marchando. Junto al río, sin embargo, había unos seis o siete jóvenes que practicaban tirolesa, (esos no tenían problemas de horario porque estaban en el campamento De Agostini, a sólo 10 minutos de allí).
Al atardecer, el sol asoma por detrás de los cerros y sólo puede vérselos a contraluz, por lo que se dificulta bastante tomar una buena fotografía (esta es la desventaja de llegar tarde), así que mientras esperaba que el sol se ocultase me entretuve viendo a los de la tirolesa, y divisé a un hombre de unos 50 años que se bañaba desnudo… ¡Sí, completamente desnudo! En la laguna helada a pocos metros del glaciar. Pensé que el tipo moriría congelado ante mis ojos, pero al cabo de unos minutos se levantó como si nada, y secó su cuerpo con una toalla, incluyendo lo que habría quedado de sus partes más íntimas.
A las diez de la noche, cuando las luces de El Chaltén comenzaban a encenderse y el sol recién decidía esconderse casi por completo, llegué a El Chaltén y me recosté un rato. Cuando mis pies se relajaron me empezaron a doler, y los tobillos casi no me respondían. Después de un baño reparador, fuimos a cenar unos exquisitos canelones y terminamos la noche otra vez en el bar Místico, reducto de nuestras más recónditas aventuras.
minutos de allí).
Era el mediodía del sábado, y por supuesto, luego de la noche de parranda, nadie se levantó temprano. Despertamos poco antes del mediodía, almorzamos unas tartas que compramos en lo de la gitana y a las tres de la tarde empezamos a caminar hacia Laguna Torre, uno de los más asombrosos paisajes a los que puede accederse desde aquel pueblo. Era otro día soleado, radiante, de esos que te hacen decir… ¡Qué día espectacular!
Al cabo de una hora aproximadamente llegamos hasta un mirador, frente a una cascada. Ahí estuvimos unos minutos descansando y una mujer nos recomendó un camino alternativo para ir hasta Laguna de los Tres, que nos resultaría sumamente útil. Después de la cascada seguimos el trekking, esta vez en ascenso y mucho más cansador, hasta el Mirador del Cerro Torre. Paramos en una pequeña fuente de agua donde recargamos nuestra botellas (lo bueno de caminar en aquellos lados es que no se gasta en bebida) y Laura se quedó ahí a descansar porque no podía más con su tendinitis. Sin embargo, el mirador del Cerro Torre estaba sólo a diez minutos de allí, así que decidí volver por ella (que se había quedado dormida junto al agua), para que al menos llegase a la primera meta, ya que no seguiría hasta la laguna.
Después de unos quince minutos de descanso en el mirador,
Marianela decidió volver a El Chaltén junto con Laura, y yo seguí en solitario
hasta Laguna Torre. El descenso desde el mirador me acobardaba un poco,
pensando en que más tarde debería hacer ese camino en sentido inverso, o sea
enfrentarme a una subida considerablemente empinada. Lo bueno fue que después el
camino siguió siendo llano en general, además el sol empezó a esconderse y los
tábanos se marcharon junto con él. Asimismo, ya eran pocos los que estaban
haciendo el camino de regreso, puesto que la mayoría de las personas emprende
la caminata por la mañana, para llegar a la laguna antes del mediodía, que es
cuando el sol ilumina los cerros de frente. Nosotros habíamos partido cuando
todos estaban volviendo, de hecho no vimos a nadie que caminase en nuestra
misma dirección, excepto unas chicas que habían partido al mismo tiempo que
nosotros de El Chaltén.
El paisaje va variando a lo largo del trayecto: se
atraviesan sectores de bosques, se bordea el río, se asciende por los cerros,
por lo que el entorno va cambiando constantemente y hace la aventura mucho más
interesante. Paré a descansar unos minutos en un cruce de caminos que une aquel
sendero con el de Laguna de los Tres, un poco más adelante me crucé con
Michael, aquel suizo con el que había
intentado jugar al truco en El Calafate. Media hora después, cuando ya la cosa
se estaba haciendo interminable, detrás de un montículo de rocas apareció ante
mi vista, con sus singulares puntas cortadas a cuchillo, el magnífico Cerro
Torre, su glaciar y la laguna que de él se desprende.
La ventaja de haber llegado a aquel remoto lugar a las 6 de la tarde fue que prácticamente no había nadie. Solo tres chicas que habían partido casi al mismo tiempo que nosotros desde El Chaltén, y otras dos que llegaron detrás de mí. Las otras dos o tres personas que divisé ya se estaban marchando. Junto al río, sin embargo, había unos seis o siete jóvenes que practicaban tirolesa, (esos no tenían problemas de horario porque estaban en el campamento De Agostini, a sólo 10 minutos de allí).
Al atardecer, el sol asoma por detrás de los cerros y sólo puede vérselos a contraluz, por lo que se dificulta bastante tomar una buena fotografía (esta es la desventaja de llegar tarde), así que mientras esperaba que el sol se ocultase me entretuve viendo a los de la tirolesa, y divisé a un hombre de unos 50 años que se bañaba desnudo… ¡Sí, completamente desnudo! En la laguna helada a pocos metros del glaciar. Pensé que el tipo moriría congelado ante mis ojos, pero al cabo de unos minutos se levantó como si nada, y secó su cuerpo con una toalla, incluyendo lo que habría quedado de sus partes más íntimas.
Después de contemplar aquella belleza durante una hora ( no me refiero al loco que se bañaba sino al paisaje) decidí que debía emprender el regreso. Y así lo hice. Una joven pareja caminaba
por delante y una familia de brasileros me seguía por detrás. Otra ventaja de
hacer el trekking a esas horas: el sol ya no molestaba y tampoco los asquerosos
tábanos. Por el contrario, decenas de pájaros empezaron a invadir el camino
cuando ya los molestos humanos dejaban de merodear por ahí. Y hasta tuve la
certeza de ver pasar a un animal que no llegué a distinguir, tal vez un zorro…
tal vez un adorable huemul…
A las diez de la noche, cuando las luces de El Chaltén comenzaban a encenderse y el sol recién decidía esconderse casi por completo, llegué a El Chaltén y me recosté un rato. Cuando mis pies se relajaron me empezaron a doler, y los tobillos casi no me respondían. Después de un baño reparador, fuimos a cenar unos exquisitos canelones y terminamos la noche otra vez en el bar Místico, reducto de nuestras más recónditas aventuras.
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