SANTA CRUZ, ISLAS GALÁPAGOS, ECUADOR
Cuando desperté, mi reloj daba las 11.50 y me dije: ¡Diez
minutos para el año nuevo! Bajé corriendo a la calle donde en un rato el
paisaje había cambiado considerablemente. La gente había copado las calles y
enseguida me entremezclé con la multitud, satisfecho al comprobar que la gente
de allí festeja el año nuevo en plena calle, y no recibiría el año acompañado
por iguanas, más solo que el mismísimo solitario George.
En la calle había unos pocos años viejos, uno de ellos era un gigantesco cangrejo al que le quedaban pocos minutos de vida, ya que todos aguardaban ver la quemazón. En el escenario del muelle cuatro hombres disfrazados de viudas competían por un premio de mil dólares y yo pensaba: ¡Dios mío! ¡Cómo no me traje una peluca y un par de tacos altos y salvaba mis vacaciones!
Estuve un rato conversando con chico que se me acercó
hablando en inglés y resultó ser rosarino. Me recomendó que fuera a la playa
Tortuga Bay donde la arena eran tan blanca como…, como…, cómo te podría decir…?
¡Como la merca! Aseguró, en el ejemplo más concreto que se le ocurrió. Ya
cuando estaba por irme encontré allí a Jorge, el que me había orientado en la
etapa previa al viaje y me había convencido de que no me arrepentiría de pasar
el año nuevo en las islas. Le agradecí toda la información que me había dado,
después de todo gracias a él había ido a recibir allí el 2012.
Había estado buscando durante meses alguna información sobre
cómo eran los festejos de año nuevo en Galápagos. Y prácticamente no encontré
nada, a excepción de un relato de una periodista local. Por eso lo pormenorizado
de este relato que intenta contribuir a sumar algunos datos a aquellos que
quieran pasar un año nuevo en este rincón
tan particular del mundo. Una experiencia inolvidable en un lugar maravilloso
al que había llegado completamente solo, y en pocas horas terminé bailando,
cantando y festejando con un montón de personas con la mejor onda. Y el año
recién comenzaba….
En la calle había unos pocos años viejos, uno de ellos era un gigantesco cangrejo al que le quedaban pocos minutos de vida, ya que todos aguardaban ver la quemazón. En el escenario del muelle cuatro hombres disfrazados de viudas competían por un premio de mil dólares y yo pensaba: ¡Dios mío! ¡Cómo no me traje una peluca y un par de tacos altos y salvaba mis vacaciones!
Entre tanta cantidad de gente que había colmado las calles,
me fue imposible hallar a Franklin, el guayaquileño al que había conocido en el
micro. Pero sí encontré, o mejor dicho, me encontraron, porque ellas me vieron
pasar, a las dos chicas que estaban en el cuarto lindante al mío en “Los
amigos”. Eran peruanas, muy simpáticas, y me ofrecieron un Gatorade que era en verdad
un vodka camuflado. Estas chicas, Karina y Adriana, se convertirían en los días
subsiguientes en mi compañía incondicional en Galápagos.
Charlando con ellas comprobé que ya habían pasado como 40
minutos y ni novedades del 2012. Entre mi llegada, la pérdida del micro, mi
apuro por ver las tortugas, el problema para conseguir hospedaje, la ansiedad, el calor, el hambre y el sueño,
había perdido noción de la hora. No entendía si allá eran 3 horas más tarde o
más temprano que en la
Argentina , y había visto vaya a saber qué hora en el reloj,
pero la cosa que el año nuevo no llegaba y justo me agarró comprando una
botella de agua mineral. En aquel momento explotaron los fuegos artificiales y
entonces apareció Franklin, la primera persona a la que saludé en 2012. Le
presenté a las chicas y después de ver el espectáculo de fuegos multicolores
(yo pensaba en los pobres animales el susto que se habrán pegado), fuimos un
rato al muelle. Allí me presentaron a un grupo de chicos voluntarios de la Estación Charles
Darwin, conocidos de Adriana, que también era voluntaria y había llegado hacía
sólo dos días desde Lima. Karina era su prima, y aprovechando el viaje de la
otra, se había propuesto instalarse en Galápagos durante los tres meses que
duraba el voluntariado, para acompañar a su prima y disfrutar de aquellas islas
a las que ya conocía.
Todo el mundo estaba en la calle aquella noche, tanto los
turistas como los galapagueños. Con Karina, Adriana, y Franklin, que parecía
conocer a todo el mundo en Puerto Ayora y no dejaba de saludar gente a cada
paso, desapareciendo cada dos por tres, me fui al muelle de los pescadores. Ahí
también había músicos sobre el escenario y se había armado la fiesta en plena
calle. En un ambiente muy familiar, personas de todas las edades bailaban y se
divertían al son de la música. Más tarde se sumó el grupito de voluntarios,
compañeros de Adriana. Mientras tanto,
yo me liquidaba la botella de vodka con Sprite que me había dado Karina.
Ya entrada la madrugada nos fuimos al Bongo Bar, que quedaba
frente a nuestro hotel. Franklin había desaparecido nuevamente y un muchacho
que nunca supimos quien era, que se había sumado a nuestro grupo, nos hizo
entrar al bar que estaba completamente lleno. Las chicas se fueron como a las
cinco y yo me quedé un rato más, mientras personas de aquí y de allá que no
sabía quienes eran me convidaban tragos.
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