CUENCA, ECUADOR, lunes 9 de enero de 2012
Cuando regresamos de Turi nos empezó a dar hambre. Dimos un
paseo por la ciudad, aunque nuestro fin era llegar a la majestuosa catedral de
Cuenca, ícono de la ciudad al que todavía no habíamos entrado. En el camino nos
la pasámos comiendo todo tipo de dulces extraños que vendían tanto en puestos
callejeros como en los negocios. A poco de llegar a la Catedral , sobre la calle
Benigno Malo (Sí, así se llamaba la calle por más irónico que suene)
encontramos algo que no había visto hasta el momento en ninguna parte de
Ecuador desde que comenzó mi viaje: ¡una panadería!
La vendedora no sé que debe haber pensado, porque los cuatro
nos avalanzamos sobre la vidriera y la enloquecimos a preguntas: “¿Cuánto
cuésta esto?”, ¿Cuánto sale aquello otro?” “¿De qué están rellenas aquellas
masas?”, y decenas de preguntas, todas al mismo tiempo, la pobre chica se quedó
muda, sin saber a quién contestarle primero hasta que mi última pregunta la
descolocó por completo: ¿”A qué hora cierra la Catedral ?” Su cara nos
hizo dar cuenta de que parecíamos cuatro locos muertos de hambre, incluso mi
última pregunta, no apuntaba a recibir información turística sino a saber si
era posible llenarnos primero el estómago, y dejar la Catedral para un rato más
tarde. Pero ante la duda, nos fuimos sin comprar nada, y sabiendo el precio de
cada dulce que se exhibía en la vitrina.
Finalmente, entramos a la catedral de Cuenca, cuyas torres
nunca llegaron a tener cúpula, debido a un error de los arquitectos, quienes
comprobaron demasiado tarde que las torres no soportarían el peso, y en caso de
tenerlas, toda la catedral se vendría abajo. Después fuimos a la otra Catedral,
la más antigua, que hoy funciona como museo de carácter religioso. Y también
recorrimos otros imponentes edificios públicos como la Corte de Justicia y la Gobernación del Azuay,
donde pedimos permiso para subir al balcón y desde allá arriba tomarle fotos a la Catedral.
Aquella noche terminamos yendo a las aguas termales de
Baños, una ciudad cercana, a unos 40 minutos de Cuenca. Una vez que llegamos,
no encontrábamos las termas por ningún lado y no había siquiera una persona en
la calle, hasta que hallamos una hostería con piscinas termales, y abonamos la
entrada. Yo terminé discutiendo porque la recepcionista no quería aceptarme un
billete de 100 dólares con el argumento de que “en ningún lado los aceptan”.
-Señorita, este billete es de curso legal en Ecuador, no me
diga que en ningún lado los aceptan porque ya pagué con billetes de 100 en
muchos lugares.
-Pues aquí no los aceptamos, me contestó.
Cuando me retiré pedí el libro de quejas, pero la lujosa
hostería Durán, que así se llama, no solo se niega a aceptar billetes de curso
legal sino que no cuenta con libro de quejas. En su lugar me dieron una tarjeta
con el teléfono del gerente para que efectúe mi reclamo, y se excusaron
diciendo que la recepcionista que me atendió era una suplente. Al menos
habíamos pasado un grato momento en las piscinas y allí me puse al tanto de las
desventuras de Fabiana, cuando ella y sus amigas, dos años antes, debieron
abandonar Cuzco en un avión privado, por el terrible temporal que dejó
bloqueada a la ciudad. Yo las había visto por última vez en Sucre, y también me
dirigía a Machu Picchu y tuve la suerte de visitar la ciudad sagrada de los
incas un día antes del temporal. Ellas no tuvieron la misma suerte, y Fabiana
aprovechó este viaje a Ecuador para saldar esa cuenta pendiente. Machu Picchu
había sido uno de los primeros destinos de este viaje, y luego de una breve
estadía en Ecuador, ella y Agustín se íban hacia Colombia. Nos despedimos
brindando en uno de los bares de la Calle
Larga , y cuando regresábamos nos quedamos un rato escuchando
a un músico junto a los dos pibes que habíamos conocido en el mirador de Turi y
que nos habían acercado hasta la casa de Luis.
Por la mañana siguiente me costó muchísimo despertar a Nacho
y llegamos con el tiempo justo a la
Terminal de Cuenca. Por suerte, habíamos confundido el
horario de partida de nuestro bus a Loja y tuvimos media hora para desayunar.
Yo pedí un café y me dieron un vaso de agua caliente y una jarra con café
disuelto para que lo echara al agua. Sí así preparaban el café, podía
comprender entonces el motivo por el
cual casi todos los cafés en Ecuador me habían resultado espantosos.
Llegamos a Loja pasado el mediodía, y tomamos un taxi
derechito hacia uno de los hoteles que tenía agendados: el hotel Londres, en
pleno centro de Loja, el más económico de todo nuestro viaje: una habitación
con baño compartido por solo 5 dólares. Después de muchas vueltas tratando de
encontrar un lugar donde comer rico y barato terminamos y una hamburguesería, y
luego de varios desencuentros con Nacho que me tenía que esperar en una esquina
y nunca apareció, vuelta va, vuelta viene, logramos reencontrarnos en el hotel,
y nos fuimos en un taxi al Parque Recreacional Jipiro. Este parque se
caracteriza por contar con miniaturas de famosos edificios del mundo entero,
entre ellos la torre Eiffel, la
Puerta del Sol, la Catedral de San Basilio, la Pagoda China , una mezquita
árabe, y un castillo eurolatino.
Me pasé toda la tarde sacando fotos de las construcciones,
mientras Nacho descansaba en un banco con notorios signos de aburrimiento. Hasta
que la llegó, como todas las tardes, la lluvia y debimos refugiarnos un rato largo en la pequeña
mezquita. . Ya estábamos un poco molestos,
pues había llovido todas las tardes desde nuestro reencuentro en Guayaquil. Y
Loja no ofrecía muchas actividades para hacer con lluvia, así que encerrarnos
en el caber fue nuestra mejor opción. Cuando después de un paseo nocturno por
la ciudad llegó la hora de la cena, tuvimos el problema de siempre: por 8
dólares se conseguían menús aceptables, pero por menos de cinco no había mayor
variedad que una pequeña porción de pollo con arroz y menestra. La menestra son
legumbres, tipo porotos con las que se suele acompañar el almuerzo, y también
la cena, a la que en Ecuador llaman merienda. Porque la cena propiamente dicha
no existe como tal. Existe la merienda, después de las siete de la tarde, y hay
que apurarse a comer porque a partir de las ocho todos los bares y restaurantes
comienzan a cerrar sus puertas. En esta ocasión, conseguimos que la camarera
nos cambiase la menestra por papas fritas, para variar un poco nuestro menú.
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