CUENCA, ECUADOR, sábado 7 de enero de 2012
Era nuestra primera mañana en Cuenca y aunque nos habían recomendado levantarnos temprano para visitar el Parque Nacional El Cajas, no lo hicimos. “Por la tarde va a haber lluvia”, decían todos. La cuestión fue que llegamos al parque poco antes del mediodía, en un colectivo que tomamos en
Emprendimos la travesía a paso tranquilo. Pero como Nacho
paraba a descansar cada diez pasos, preferí andar trechos más largos y cuando
me cansaba un poco, sentarme a descansar yo también pero por mayor tiempo
mientras lo esperaba. Así me fui adelantando hasta dejarlo muy atrás. En un
momento el sendero desapareció, y por subirme a una montaña para tomar fotos, luego
no sabía por donde bajar.
El resto de la caminata consistió en subir y bajar todo el tiempo siempre tratando de no alejarme de la laguna. Para colmo, Nacho, a quien divisaba desde muy lejos, se había quedado con los mapas y estando ya a mitad de camino no tenía idea de cómo seguir. Con el zoom de la cámara alcanzaba a ver una familia que caminaba junto a Nacho. Lo gracioso era que la mujer avanzaba a paso lento calzando unos altísimos zapatos de taco alto que se hundían en el barrio a cada pisada.
Comencé a tener mucho calor y me saqué el rompevientos y el suéter que llevaba. Además llevaba la cámara de fotos y la filmadora con estuche y todo, con lo cual parecía que volvía del supermercado lleno de cosas colgando. Para colmo se largó a llover, ya no divisaba a Nacho por ninguna parte, pero no tenía dudas de que se había ido a tomar algo bien caliente a la cafetería. El camino, si es que lo había, se bifurcó, y aunque veía perfectamente el centro de información del parque pero no había manera de saber cómo llegar hasta él.
Ya estaba agotado, mojado, transpirado y embarradísimo
cuando vi un grupo de personas (las únicas que había visto en todo el
recorrido) que se acercaban por un caminito angosto. Fui hacia ellos y les
pregunté si ese camino me conduciría a la salida. Efectivamente, así era, y eso
me dio una gran satisfacción. Estos chicos, que eran como quince argentinos y
uruguayos pretendían convencerme que me sumara al grupo para hacer la caminata
más larga, que duraba unas cuatro horas. “Ustedes están completamente locos”,
les contesté.
Cuando por fin llegué, después de media hora de caminata,
los pies ya no me daban más. Nacho esperaba ahí sentado hacía como una hora y
la cafetería estaba cerrada. Fuimos a la ruta a esperar el colectivo y
estuvimos allí parados otra hora más. Los colectivos no paraban, y aunque
hacíamos dedo nadie se apiadaba de nosotros. Entonces se vino el diluvio total,
y junto con él aparecieron los quince arrepentidos que no habían soportado
caminar bajo la lluvia, pero que tuvieron más suerte que nosotros, porque cinco
minutos después vino un colectivo que nos llevó de regreso hasta Cuenca. El
dato curioso fue que uno de ellos había sido alumno de unos compañeros míos, y
otro, era hermano de una alumna mía de primer grado. Esto lo supimos luego de
una charla de diez minutos donde nos hacíamos las típicas preguntas: de dónde
sos, de dónde venís y adónde vas.
El colectivero nos indicó que nos bajásemos en un lugar “a
pocas cuadras del centro”. Aunque los demás decían que ese no era el lugar, yo
pensé “el chofer debe saber” y casi obligué a Nacho a que se bajase conmigo.
Fue uno de mis errores imperdonables. Caminamos unas diez cuadras y no
llegábamos a ninguna parte, y lo peor, no encontrábamos un solo lugar donde
comer.
Cuando por fin encontramos un lugar con comercios, ya fuera
de aquella zona residencial, almorzamos en un local de comidas rápidas y desde
allí teníamos que tomar otro colectivo para ir hasta el hotel. Efectivamente,
el colectivero nos había dejado donde el diablo perdió el poncho. Pero la
lluvia nos jugó otra mala pasada y volvió el diluvio en el preciso momento en
que terminamos de comer. Los taxis, para colmo, no paraban. Como algunos
llevaban el cartel luminoso arriba, pensé que tal vez estábamos equivocándonos
y parando taxis que no trabajaban ese día o que iban ocupados. Pregunté a una
kioskera cómo saber qué taxis podían llevarnos y me respondió muy resuelta:
“los amarillos”. Y claro, todos los taxis allí eran amarillos.
La misma kioskera nos indicó que tomásemos un colectivo y
cuando subimos el chofer aclaró que no iba hacia el lugar que nosotros
pretendíamos. Todo mal. Ya no queríamos preguntar nada a nadie. Finalmente paró
un taxi y llegamos al hotel, a cambiarnos, descansar y tomar unos mates
tranquilos, mientras charlábamos con los demás viajeros que se alojaban en
nuestro hostal. Entre ellos, un grupo de maestras de Buenos Aires que
desplegaban una absurda cantidad de mapas y fotocopias sobre las mesas,
mientras se leían información una a la otra y trataban de decidir cuál era su
próximo destino. Yo apostaba a que además tendrían impresa una planificación
mucho más minuciosa que las que utilizan para trabajar en la escuela. Más tarde dimos una vuelta por la ciudad para contemplar sus coloridos edificios coloniales.
Por la noche, tuvimos otra respuesta insólita, tras la cual
no pudimos contener la risa. A Nacho se le ocurrió preguntar cómo eran las
pizzas. La respuesta de la mesera fue contundente: “redondas”.
Al día siguiente
fuimos a Ingapirca, un complejo arqueológico a dos horas de Cuenca. E micro
salía a las 9 y nos esperaba para traernos de regreso. Las maestritas viajaban
también con nosotros. El complejo, de origen inca-cañari fue construido Huayna
Cápac, y si bien no llamará tanto la atención de quienes hayan conocido las
maravillas arquitectónicas del Cuzco, es interesante visitarlo. La entrada en
el momento de mi visita costaba 6 dólares y 3 para estudiantes. Es muy atractivo el paisaje que el micro recorre desde Cuenca hasta Ingapirca, y a pocos metros del complejo hay una extraña formación rocosa con la cara de Cristo.
Cuando volvimos a Cuenca, mientras averiguábamos en las
afueras de la Terminal ,
qué colectivo tomar hasta el centro, ya que nos estábamos mal acostumbrando a
los taxis, una chica que caminaba por la vereda se me acercó sonriendo y me
saludó. El momento fue algo desconcertante, porque inmediatamente supe que la
conocía, aunque no recordaba de dónde.
-De Bolivia-, me dijo Fabiana, que así se llamaba.
Inmediatamente supe quien era: una de las chicas a quienes había conocido en
Uyuni, hacía dos años y con quien compartí parte de mi viaje por Potosí y
Sucre. (http://viajaresmidestino.blogspot.com.ar/2010/01/13-regresando-uyuni.html)
Ella, junto con su novio, terminaron ocupando la habitación
contigua a la nuestra en el hostal, y que bueno cuando ocurren estas cosas y
uno cae en la cuenta de que el mundo es un pañuelo, y cuando aquellas personas
que alguna vez conocimos viajando vuelven a cruzarse en nuestro camino para
seguir compartiendo aventuras.
Cuándo sigue el relato??? Quiero seguir leyendo! =)
ResponderEliminarEn estos días lo estaré actualizando. ¡Dejen sus comentarios! Así me entero de que alguien está leyendo. Saludos!
ResponderEliminarYo te estoy leyendo!! Te empecé a seguir en Viajeros.com, ahora te sigo acá, tenés muy buenos relatos y además quiero armar un viaje por Ecuador así que espero ansiosa tus capítulos.
ResponderEliminarMuchas gracias. En unos días continúo con los relatos, ahora estoy incrustando los videos correspondientes a cada entrada del blog. Antes aparecían sólo los links, a partir de ahora podrán verse directamente al final de cada capítulo. Saludos!
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