QUITO, ECUADOR, lunes 23 de enero de 2012
Aquel lunes decidimos ir antes de nuestra partida, al
Palacio de Carondelet, sede del Gobierno del Ecuador, pero no tuvimos suerte:
si bien esta vez se encontraba abierto, nos informaron que los días lunes
solamente se permitía el ingreso a grupos de escolares, y otras instituciones,
no a particulares. Había sido nuestro segundo intento fallido, ya que la
primera vez habíamos llegado minutos después de las cuatro de la tarde, horario
en que ya no se permite el ingreso.
La sorpresa fue que al llegar a la plaza de armas, decenas
de soldados marchaban mientras una banda tocaba marchas patrióticas. Habíamos
llegado sin saberlo, para el cambio de guardia, y el mismísimo Rafael Correa,
Presidente del Ecuador, saludaba desde el balcón del palacio, mientras yo me exasperaba
por filmarlo indicándole a Nacho que tomara una foto, y el me respondía que mi
cámara no funcionaba.
Después de almorzar un menú económico, como lo hacíamos
habitualmente, con mucho calor, y apretados en el metrobús, volvimos al hostel
para buscar nuestro equipaje. Nacho, que ya pasaba sus últimas horas en
Ecuador, debía volver a Guayaquil, desde donde partiría su vuelo al día
siguiente, y yo me iba al oriente, a Misahualli, por lo cual debimos dirigirnos
a la Terminal de Quitumbes, aquella a la que habíamos llegado tres noches
antes, en compañía del equipo docente. Mi compañero de viajes, ya cansado y a
punto de volverse, decidió jugarse y pagar un taxi hasta la Terminal. Allí nos
despedimos rápidamente, ya que ambos buses saldrían en pocos minutos. Nos
habíamos conocido a través de un blog de viajes, nos encontramos apenas pusimos
un pie en Ecuador y compartimos casi un mes de viaje por Montañita, Cuenca,
Loja, Vilcabamba, Baños, Latacunga y Quito.
El viaje a Tena duró unas seis horas. El camino era de ripio
y de cornisa, y por momentos me preguntaba cómo era posible que los buses
circularan por ahí como si nada, a un paso del precipicio y en plena oscuridad.
Se me hizo un poco largo el viaje, y cuando llegué a Tena supe que ya no había
transporte para Misahualli, por lo que devía pasar la noche allí. Me hospedé en
un hotelucho frente a la Terminal, por 5 dólares, un lugar muy feo, donde
mientras un muchacho me hacía la cama, sus hermanitos me atiborraban a
preguntas, “dónde vives”, “hasta cuándo te quedas”, y esas cosas. Además entre
todos tuvimos que matar una araña, que corría entre las sábanas y mi mochila.
Tenía televisor, aunque sintonizaba solamente un canal, y pude ver una
película. El baño estaba lleno de hormigas… en fin… de que aquello era la selva
no me cabían dudas. Había otros hoteles que costaban tres veces más pero al fin
y al cabo solo precisaba de la cama para poder dormir aquella noche. Otra cosa
bastante extraña que me sucedió, después de cenar en un puesto de comidas junto
a la Terminal, fue que quise comprar en la tienda de al lado una coca-cola para
amenizar la noche mientras miraba una peli en el cuarto, y me recordaron que en
Ecuador, los envases de vidrio, por pequeños que sean, son retornables, Ya me
había sucedido en Galápagos y en otras ciudades, tener que tomarme la gaseosa
completa en la puerta del kiosco, para devolver el envase. Pero en este caso,
la señora me dio la solución: “le doy una funda con sorbete”, me dijo, mientras
se fue a buscar aquello de lo que yo no tenía la menor idea. Cuando regresó me
trajo la gaseosa, o “cola”, como les llaman allá, en una bolsa de nylon, de la
que colgaba una pajita o sorbete, y con eso me fui contento a pasar la noche en
el selvático hotel.
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