miércoles, 11 de enero de 2012

18-El Cisne y el bar de los gringos.

LOJA, ECUADOR, miércoles 11 de enero de 2012



Segundo día en Loja. Nuestro plan consistía en visitar por la mañana la Basílica de El Cisne, una joya arquitectónica cuya belleza me había impactado cuando antes del viaje, indagando acerca de los lugares para conocer en los alrededores de Loja. El Cisne es una parroquia (así se llaman en Ecuador los barrios o localidades pequeñas), que se localiza a 74 kilómetros de la ciudad de Loja, y la conforman unas pocas decenas de casas, por lo que alcanza la categoría de aldea o caserío.





Para llegar a El Cisne tomamos un micro en la Terminal de buses de Loja, que nos llevó hasta un pueblo llamado Catamayo. Este pueblo está a mitad de camino y allí debimos tomar una camioneta para completar la otra mitad del viaje. Al principio solamente éramos Nacho, una señora y yo. Los tres en la parte de atrás de la camioneta, pero cuando llegamos a un pueblo llamado San Pedro comenzó a subir gente y cada vez más gente: hombres y  mujeres, un anciano, unos cuantos chicos que volvían de la escuela, hasta conformar un grupo de 15 personas que viajábamos sumamente apretados, más los que iban adelante junto al chofer, más los bolsos, cajas y bolsas de alimentos y otras cosas que traían los pasajeros.




El paisaje era sumamente encantador, un camino en ascenso constante (El Cisne se encuentra a 2.440 metros sobre el nivel del mar), y aunque yo ya estaba acostumbrado a los caminos de altura, las curvas pronunciadas y los precipicios, Nacho parecía estar completamente aterrorizado. No se atrevía siquiera a mirar hacia el costado de la ruta.
Los pasajeros ya conocían a los choferes, y cuando querían bajar, simplemente daban un par de golpes sobre la carrocería, a fin de que el chofer escuchase. Me llamó la atención el esfuerzo diario de los chicos, que hacen ese viaje todos los días para ir a la escuela, y una vez que la camioneta los deja en la ruta tienen que subir unos cuantos metros a pie por las montañas. 



Finalmente llegamos a la aldea y lo que vimos ante nuestros ojos fue impactante. La Basílica se alzaba como un gigante celeste en un lugar tan escondido, tan lejano, tan inhóspito, que podría confundir con una alucinación a quien llegase allí desconociendo su existencia. Por momentos, las nubes la envuelven de tal manera que parecieran querer esconder celosamente a este tesoro arquitectónico de la mirada del curioso visitante.




La historia cuenta que en 1594, azotada la región por una gran sequía, hambruna y plagas, los indios comenzaron a marcharse cuando la Virgen hizo su aparición para pedirles que se quedasen allí y que construyeran una iglesia, prometiéndoles que ella los protegería del hambre y de la miseria. Así lo hicieron y el agua cayó, y los árboles volvieron a dar frutos y las tierras a ser fértiles. 



















Con el transcurso del tiempo los milagros de la Virgen de El Cisne empezaron a conocerse en todo el Ecuador e incluso en el norte de Perú, convocando a muchísimos fieles, y la humilde construcción de adobe y paja fue reemplazada en 1934 por esta majestuosa obra que hoy no es solo visitada por los fieles sino también por turistas y viajeros indiscretos como nosotros.
Estuvimos una hora recorriendo la Basílica, y eligiendo algo que comprar en la feria artesanal que se encuentra en sus puertas. Yo elegí un llavero y un rosario que lleva la imagen de la Virgen en cada una de sus cuentas, y mientras me entretenía tomando unas fotos en las escalinatas, Nacho corría al cura por la calle para que nos bendijera los recuerdos. 




Volvimos nuevamente en una camioneta, pero esta vez, nos llevó directamente hasta Loja. Yo viajé junto al chofer, y Nacho, supongo que para no ir apretado por su altura y su tamaño, prefirió ir atrás. Pasado por agua quedó cuando en medio de la montaña atravesamos una nube. Ya nos había sucedido lo mismo en el viaje de ida pero esta vez se trató de una llovizna bastante agresiva. 






















En el camino paramos en un lugar donde vendían agua milagrosa. Y el único pasajero que nos acompañaba bajó a comprar un bidón. Nosotros no teníamos idea de lo que se trataba. Después supimos que hace siglos un peregrino estaba a punto de morir deshidratado en aquel páramo cuando elevó una oración a la Virgen y apareció aquella vertiente de agua a la que después se le otorgaron poderes milagrosos, agua proveniente de un pozo que jamás se secó ni siquiera en los veranos más duros ni en las sequías más terribles.




Regresamos a Loja, y ya habíamos dejado nuestras mochilas en la Terminal, así que de allí mismo partimos hacia Vilcabamba, nuestro próximo destino, a una hora y media de viaje, donde llegamos al atardecer. Como ya se había vuelto rutina, mi amigo correntino se quedaba en la Terminal cuidando el equipaje mientras yo salía a recorrer la ciudad en búsqueda de la mejor opción de hospedaje. Finalmente conseguimos un cuarto por 7 dólares sobre la ruta y a una cuadra de la plaza. 



 Aquella noche, buscando un lugar donde cenar vimos unas caras conocidas. Se trataba nada menos que de las primeras personas que habíamos conocido en Ecuador. Aquellos cordobeses que nos recibieron en Montañita, Franco, quien nos orientó sobre el hospedaje, y sus amigos. Estaba comprobando, una vez más, que el mundo es un pañuelo, y que este viaje, como los otros, también estaba plagado de encuentros.
Después de la cena fuimos a un bar que nos sugirieron los cordobeses. Un lugar muy tranquilo pero donde nos encontramos con una extraña particularidad: todos los concurrentes hablaban en inglés. Los dueños, los músicos, los carteles, la lista de precios ¡todo era en inglés! Había leído que Vilcabamba estaba repleta de “gringos” pero no imaginé que era para tanto. La mayoría eran americanos y europeos que una vez jubilados en sus países se establecieron en este sereno pueblo del sur de Loja famoso por ser uno de los sitios donde viven las personas más longevas del mundo.

Sin embargo, la noche no concluyó tan serena como hubiéramos imaginado. Una joven colombiana se molestó porque uno de los cordobeses le contestó de mal modo a su esposo americano, porque éste último pidió a todo el mundo que dejase de hablar para cantar no sé qué canción, cosa que a nadie le interesaba ya que el tipo estaba bastante borracho y no era precisamente Luciano Pavarotti. El clima de tensión se mantuvo durante todo el tiempo hasta que, cuando ya nos retirábamos la colombiana arremetió con todo, con unos insultos colombianos que yo jamás había oído, el cordobés no se calló, y se armó la gresca, que por suerte, fue solo de palabra. Así terminó la noche y así empezaba nuestra estadía en Vilcabamba, uno de los lugares donde mejor lo pasaríamos durante nuestra estadía en Ecuador. Sigan leyendo, y ya descubrirán por qué. 






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