miércoles, 3 de febrero de 2010

52-San Pedro de Atacama: el último destino


San Pedro de AtacamaChile — miércoles, 3 de febrero de 2010

Tenía más de dos horas de espera en Calama hasta que llegase el micro que me llevaría hasta San Pedro de Atacama. El frío y la hora no eran aconsejables para salir a recorrer la ciudad, así que esperé allí en la Terminal junto a otros pasajeros que venían desde lugares diversos. Me senté en una de las mesitas y a mi lado había dos chicas chilenas que viajaban juntas. También vi allí a una cordobesa (la reconocí por su tonada) que hizo todo lo posible por entablar conversación con las chilenas. Les ofreció té, caramelos y hasta hojas de coca. Ya había visto a esta cordobesa unas horas antes en la aduana, donde debimos bajar del micro en plena madrugada y nos revisaron el equipaje a modo general. Sólo nos hicieron abrir las mochilas y les echaban un vistazo, lo que ocasionó una enorme pérdida de tiempo.
Milvia se llamaba la cordobesa. Carolina y Claudia las chilenas. De Temuco y de Chillán respectivamente. Y todas eran psicólogas. El aburrimiento hizo que los cuatro termináramos charlando hasta que abrieron el buffet y pudimos desayunar. Ya había amanecido y poco después de la llegada del sol llegó el micro.
Una vez en el micro, la casualidad quiso que nuestros asientos estuviesen muy cerca. Yo viajaba en el primer asiento. Las chilenas detrás de mí, y la cordobesa al lado de ellas, junto a Antonio, un suizo que había vivido en Chile y hablaba perfecto castellano. En el primer asiento cruzando el pasillo viajaba una parejita de franceses, y a mi lado, otra francesa, que vivía en San Pedro de Atacama y venía desde La Serena. Llevaba 14 horas de viaje y había convertido su asiento en un monoambiente: Recipientes con comida, cremas hidratantes, almohadas, una frazada, y otros elementos se desparramaban a su alrededor, y debió reordenarlos cuando ocupé el asiento contiguo. Mientras lo hacía nos hablaba de San Pedro, sus lugares, sus paseos y sus precios. Fue una buena orientación para todos los que estábamos allí a punto de desembarcar en una ciudad con fama de ser una de las más caras de Chile.
A la charla se sumó Antonio, el suizo, y la parejita de franceses. Cada uno aportaba lo suyo: los franceses la dirección de un camping, la cordobesa, el dato de una conocida que era guía de turismo en San Pedro y podía orientarnos. Las chilenas la dirección de un hotel donde tenían reserva. Enseguida hicimos un acuerdo: nos pasaríamos los números de teléfono para mantener el contacto, y una vez en San Pedro iríamos todos juntos a contratar los tours, ya que éramos un número considerable de persona y seguramente obtendríamos un descuento importante que no tendría lugar si lo hiciera cada uno de forma individual.
El sol pegaba fuerte y hacía mucho calor. “Cuando veas un circulito verde, es porque estamos llegando”, me dijo la francesa con la que compartía asiento. Y una hora después, en aquel desierto, el más seco del mundo, pude divisar en la lejanía un punto verde a lo lejos, era el oasis de San Pedro de Atacama.
Apenas bajamos del micro, ya había personas ofreciéndonos distintas posibilidades de hospedaje. Silvia y la pareja de franceses optaron por ir a un camping, en tanto que Antonio, las dos chilenas y yo nos inclinamos por un hostel. Una señora nos ofreció llevarnos en una camioneta hasta el Hostal Nuevo Amanecer, con el compromiso de regresarnos al centro en caso de decidir no hospedarnos allí. Las chilenas ya tenían reserva en otro lado, pero nos acompañaron igual por curiosidad, ya que el precio era de los más económicos que nos habían ofrecido hasta el momento: 6.000 pesos chilenos por un cuarto compartido si nos alojábamos allí los cuatro. Finalmente, Carolina y Claudia no quedaron muy conformes con el lugar, y se marcharon, así que me quedé allí con Antonio. La señora accedió a cobrarnos el mismo importe aunque sólo fuéramos nosotros dos.
Habíamos quedado en reunirnos en la plaza, junto a la iglesia a las 12 del mediodía, y así los hicimos, los siete. Yo me fui con Antonio un rato antes, con el propósito de sacar el pasaje de regreso a la Argentina, ya que sólo deseaba permanecer dos días allí.

San Pedro de Atacama es un pueblo pequeño, con calles de tierra angostas y casas de adobe. Muy parecido a Purmamarca, con la diferencia de que se encuentra perdido en medio del desierto. El hostal Nuevo Amanecer quedaba a unas 6 cuadras del centro, pero la diferencia de precio con otros lugares bien valía la caminata.
En el camino, antes de llegar a la plaza, nos informamos en algunas agencias sobre los precios de los tours, y allí supe que sólo dos agencias vendían pasajes para la Argentina. Una de ellas no lo estaba haciendo en aquel momento, y en la otra, sólo quedaba dos asientos disponibles para viajar cinco días más tarde, y por un precio más barato, pasajes para dentro de 10 días.  
La situación me desesperó un poco, llevaba 40 días viajando, ya había gastado mucho dinero, y en San Pedro todo era muy caro, al menos eso había leído hasta el hartazgo. Intenté comprar pasajes por Internet en un caber pero fue inútil, las dos empresas por las que podía llegara viajar no aceptaban compras en Internet con tarjeta de débito. Intenté telefonear varias veces desde un locutorio pero era imposible establecer comunicación alguna. Para colmo, debía pagar por la llamada, aun cuando no lograra comunicarme. Volví al cíber, donde el dueño me hizo un descuento ya que hacía un rato había pagado allí la tarifa mínima de media hora y sólo había estado 15 minutos. ¡No había caso! Me era imposible sacar un pasaje. Y el tiempo corría. Pensaba que mientras yo daba vueltas alguien estaría comprando los únicos dos pasajes disponibles. Luego de otros vanos intentos desde el locutorio me di por vencido. Ya era mediodía y fuimos a la plaza. Allí estaba el resto del equipo, con la guía turística conocida de Milvia que proporcionaba información gratuita sobre qué hacer en la ciudad y sobre todo cómo hacerlo.
Le transmití mi inquietud a Milvia ya que ella pensaba regresar a Argentina el mismo día que yo, pero contrariamente a lo que me pasaba a mi, a ella no le preocupó en lo más mínimo: “Me voy a dedo”, respondió. Y siguió en otra cosa. Más tarde supe que esta cordobesa aventurera, psicóloga de profesión, venía viajando hacía unos cuántos días por Chile, con su mochila y su carpita, sin pagar un centavo en transporte, sometida a la buena voluntad de camioneros, y viajeros que dispusiesen de un asiento vacío y de ganas de ayudar a una mochilera argentina.

Empezamos a recorrer las agencias. Todas nos ofrecían algún descuento por la cantidad de personas que éramos, ya que implicaba destinar una 4x4 para el grupo completo sin necesidad de esperar a otros turistas. Entre oferta y oferta, sucedió lo inesperado: el último encuentro del viaje: A metros de la plaza, por una de las callecitas de San Pedro de Atacama venían caminando Matías y José, mis compañeros de aventuras en Bolivia y Perú, de quienes me había despedido en Arequipa hacía exactamente 15 días. Me dio mucha alegría encontrarlos ya que pensé que no los volvería a ver. Ellos seguirían viajando por Chile y aquel era su último día en San Pedro, así que acordamos encontrarnos por la noche en la plaza.

Seguimos de agencia en agencia, a veces todos juntos, a veces separándonos en grupitos (las agencias quedan una al lado de la otra), hasta que Milvia apareció con lo que nos pareció la mejor oferta: la empleada de una agencia, que era amiga de aquella guía turística conocida suya, nos recomendaba a un hombre que poseía una 4x4 y que organizaba por su cuenta los mismos tours que ofrecían las agencias, pero a un mejor precio. Aceptamos la propuesta y contratamos a William, que nos llevaría a conocer las atracciones del desierto de Atacama en tres viajes distintos de medio día cada uno por 24.300 pesos chilenos, poco menos de cincuenta dólares por un paquete que en las agencias se ofrecía a U$S 60.

Una vez concretado el arreglo, cada cual partió hacia su hospedaje, ya  las dos de la tarde debíamos encontrarnos nuevamente en el centro. En mi caso, sólo regresé al hostel para buscar la cámara y una lata de atún. Había llevado provisiones cuando comenzó el viaje y aun conservaba todo, con la excepción de una lata de caballa que había consumido en Uyuni. En Bolivia y en Perú era tan barato comer que preferí dejar las provisiones para la última etapa del viaje, donde estaría ya escaso de dinero, y lo necesitaría teniendo en cuenta la diferencia de precios de aquellos países con Chile. Una lata de atún fue mi colaboración para el almuerzo en el camping donde estaban Milvia, y los franceses Marco y Angélica. La cordobesa fue la cocinera, y con un poco de arroz llenamos nuestros estómagos para el emocionante tour que nos esperaba.


Mirá el video de este capítulo:
http://www.vimeo.com/15971597

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