viernes, 5 de febrero de 2010

55-Cruzando la cordillera


San Pedro de AtacamaChile — viernes, 5 de febrero de 2010

Antonio fue el encargado de despertarme a las 7 de la mañana de aquel viernes. Si bien no era un hombre tan mayor, fue una especie de padre en San Pedro de Atacama. Era el único del grupo que compartía hospedaje conmigo. Él se había ocupado de despertarme a horario, de vigilar que no nos pasáramos de horario en las salidas de los tours, y de recolectar las cosas que yo iba dejando olvidadas por cada rincón de la ciudad.
Después de despedirme del suizo, me calcé las mochilas y con el Licancabur ante mis ojos, caminé las dos cuadras que separaban al hostel de la aduana. Al final de cuentas, permanecer un poco alejado del centro, tenía su lado positivo. Dos cuadritas, y ya había llegado. Allí me encontré nuevamente con Gustavo, aquel cordobés que había conocido en Purmamarca al tercer día de haber iniciado el viaje. Estaba con dos chicas europeas, intentando, como lo haría yo, encontrar a algún camionero bien predispuesto que nos llevase de regreso a nuestro país.

En la aduana había una fila bastante larga, que avanzaba lentamente. Habían pasado cuarenta minutos cuando llegó Milvia, la cordobesa, que había cargado su mochila desde el camping que quedaba como a 15 cuadras. Mientras una de las chicas vigilaba las mochilas, los demás hicimos los trámites de migración, y nos advirtieron que debíamos abandonar Chile durante el día puesto que ya teníamos sellado el pasaporte con la salida del país. El problema era que no teníamos sellada la entrada y entrar a la Argentina, al parecer, no era una tarea fácil. Había pocos camiones partiendo hacia la Jujuy, y los pocos que lo hacían tenían alguna excusa para no llevarnos, aun ofreciéndoles algo de dinero. Recorrimos incluso los camiones que andaban por allí estacionados, pero nadie se mostró dispuesto a llevarnos.

Eran casi las 10 de la mañana cuando Gustavo, y las dos europeas cantaron bingo. Un camionero accedió a llevarlos hasta Purmamarca. Sólo quedábamos Milvia y yo, pero se complicó la cuestión cuando avanzada la mañana, comenzaron a llegar más mochileros con la intención de “hacer dedo”. Entonces establecimos un orden de prioridades: nosotros habíamos sido los primeros en llegar, después seguían dos chicas francesas, y luego un grupito de argentinos. Apenas alguien demostrase un gesto de compasión hacia un mochilero sin transporte, respetaríamos el orden de llegada.

Ya eran cerca de las once cuando el chofer de un micro que estaba saliendo hacia Salta nos preguntó si pretendíamos viajar hacia aquel destino. Le dijimos que sí, y dijo que lo esperáramos allí. El señor iba y venía con una pila de papeles y cuando regresó nos ofreció llevarnos en el micro por 200 pesos argentinos. Por supuesto le contestamos que no, después de todo teníamos todo el resto del día para continuar con el intento de viajar por un precio menor.
Pero la propuesta del hombre nos sugirió la idea de abordar a cuanto micro y chofer aparecieran por allí. La mayoría, iban a otros lugares de Chile. Cuando llegó uno con destino a Jujuy corrimos hasta él pero la propuesta no nos resultó nada tentadora: uno de nosotros debía viajar sentado en las escaleras del micro, y el otro en una especie de baulera, lo más parecido a un sarcófago que vi en mi vida, con un teléfono para comunicarse desde allí con el chofer. Un verdadero espanto. Y encima, por el precio de 200 pesos.
Al parecer, la oferta para viajar no descendía de los 200 pesos argentinos. Nadie estaba a dispuesto a negociar por ese precio, ni siquiera las dos francesas, que llevaban como seis meses viajando y eran las que menos estaban dispuestas a ceder. Cuando apareció el siguiente micro lo encaramos con mayor seguridad y firmeza: “tenemos 100 pesos cada uno y queremos ir hasta Purmamarca. No podemos pagar un peso más”. La solidez demostrada en nuestra actitud, convenció al parecer a los choferes, que valga, la expresión, “agarraron viaje” enseguida. A aquella hora ya habían llegado otros mochileros, la mayoría argentinos, y todos querían sumarse a nuestro negocio. Pero como todos viajaban hasta Salta, mucho más allá de Purmamarca, debieron desembolsar entre 150 y 200 pesos.

La cuestión fue que una vez arriba del micro, nos dimos cuenta que habíamos hecho un negoción. Nuestra decisión de hacer dedo no se debió a falta de dinero sino a que no habíamos conseguido pasajes, y allí estábamos, sentados en un coche semi-cama, donde nos sirvieron una merienda, a punto de viajar a Purmamarca, por la mitad del precio que costaba el pasaje en cualquier ventanilla, y en el mismo micro en el que dos días antes me habían dicho que “ya no había asientos”.Algo insólito.

Cruzar la cordillera por el Paso de Jama es una experiencia única. El Licancabur estaba pegado a nosotros, y Milvia enloqueció a todos los pasajeros para que le tomaran fotos, ya que el volcán se veía del lado opuesto de la ventanilla que nos había tocado. Además, el paisaje va cambiando de color constantemente.

A las dos horas estábamos en la frontera donde aguardaban decenas de personas. El trámite fue muy lento. Estuvimos allí esperando casi dos horas. Hasta lo encontramos nuevamente a Gustavo, que había salido de San Pedro de Atacama mucho antes que nosotros en aquel camión.

Con nuestros pasaportes sellados, y ya al fin en territorio argentino nos acomodamos en nuestros asientos para completar el trayecto más largo del viaje: desde el Paso de Jama hasta Purmamarca. Cuando ya en la última etapa del recorrido, atravesamos las Salinas Grandes, el camino me resultaba conocido: había estado allí hacía más de un mes, con Mariano y Javi, mis primeros compañeros de ruta.

Cerca de las seis de la tarde llegamos a Purmamarca donde finalmente me quedé solo, ya que Milvia cumplía años al día siguiente y decidió seguir hasta Salta (previo acuerdo con los choferes del micro) para llegar a Mina Clavero a festejar el cumpleaños con su familia.
En Purmamarca me dirigí directamente a la casa de José, quien me había hospedado allí en diciembre. José estaba solo, tenía conjuntivitis y debía viajar a San Salvador del Jujuy a la mañana siguiente, razón por la cual no estaba alquilando habitaciones, pero como ya me conocía, me dio las llaves, me indicó donde estaba la yerba, el mate, y la canilla del agua caliente, y me dejó allí, en su casa ubicada a 20 metros de la plaza. Una casa para mi solo, por 25 pesos argentinos.

Esa noche cené solo en un restaurante cercano (me sentía extraño, prácticamente no había cenado solo nunca desde el comienzo del viaje) y me fui a dormir a falta de algo más interesante que hacer. Eran mis últimos días de viaje y descansar era una palabra importante después de todas las aventuras vividas.

Mirá el video de este capítulo:
http://www.vimeo.com/16417705


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