
El camino que hacen los micros es en zigzag y es el que puede verse en google maps, o en cualquier fotografía tomada desde las ruinas. Llegamos en 20 minutos junto con el amanecer. Arriba todo era blanco, pura neblina, y una larga fila de personas que esperaban bajo la llovizna. Cuando por fin abrieron la entrada, la fila comenzó a avanzar enseguida. En eso llegaron las dos parejas que habían viajado con nosotros desde Cuzco y que llegaron también al pueblo luego de la caminata de 5 horas del día anterior. Estaban empapados y se pusieron junto a nosotros que ya estábamos cerca de la entrada. Una vez que ingresamos no me sucedió nada de lo que durante meses pensé que iba a pasar: ni me emocioné ni me impresioné ni nada. Fue como haber entrado a cualquier otro lugar. La llovizna constante era muy molesta y la neblina no permitía ver nada. Uno sabía que estaba en Machu Picchu por el cartel de la entrada nada más. Sólo podíamos ver las terrazas en las que estábamos parados esperando al guía, que resultó ser Freddy, el mismo que nos recibió en Santa Teresa y en Aguas Calientes.
Como se acostumbra en Perú y en Bolivia, tuve que pagar un sol para ingresar al baño que encima estaba muy sucio, cosa que me llamó la atención en un lugar tan turístico y tan caro como Machu Picchu. Pero más me sorprendió, después de hacer mis necesidades, dirigirme al servicio médico donde me tomaron la presión y que me dijeran que necesitaba oxígeno y que ellos podían dármelo a cambio de 30 soles. Le di las gracias al enfermero y me senté en una piedra a tomar el oxígeno gratuito de Machu Picchu. Por suerte ya había parado de llover y un sol radiante iluminaba el lugar.
Más tarde caminamos por detrás de la Casa del Guardián hasta el Puente del Inca. Desde allí puede observarse el otro lado del Urubamba, en las cercanías de Aguas Calientes. El camino es muy angosto y no aconsejable para vertiginosos, aunque se supone que cualquiera que haya llegado hasta allí a esta altura (valga la expresión) ya se ha curado del vértigo. Unos metros antes de llegar al puente el sendero se vuelve más angosto (unos 40 centímetros) y hay una soga amarrada al cerro para poder agarrarse. Sólo Matías y yo llegamos hasta allí, a José le dio un poco de miedo.
Son unos 30 metros hasta que el camino se bloquea con un cerco de madera, ya que más adelante se hace imposible continuar. Pero el puente está ahí nomás y puede verse desde muy cerca. Son apenas unas tablas de maderas apoyadas sobre una construcción en la ladera del cerro. Asusta pensar que los incas anduvieran caminando por ahí como si nada. Cuando regresábamos del puente comencé a sentirme mal de nuevo. Sentía ganas de vomitar y para colmo comenzó a lloviznar otra vez. Nos quedamos sentados un rato en la entrada del puente y luego regresamos hasta la ciudadela. Allí me hubiese quedado toda la tarde contemplando lo que sin duda es una maravilla para los ojos, pero el estómago me decía basta. La niebla por momentos cubría todo el lugar y no se veía absolutamente nada, y en pocos segundos, como por arte de magia, las nubes pasan de largo y Machu Picchu vuelve a aparecer iluminada ante tus ojos. Me retiré de allí con la certeza de que regresaré algún día. Y sé que lo haré.
Mirá el video de este capítulo:
http://www.vimeo.com/14561491

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