MONTAÑITA, ECUADOR, jueves 29 de diciembre de 2011
Montañita es un poblado pequeño, que ha crecido en los últimos años gracias al turismo y a la notoriedad que han alcanzado sus playas ideales para el surf. Además su fama de comarca descontrolada, donde todo es permitido la convierte en el destino preferido por los jóvenes que visitan Ecuador.
Se acercaba el año nuevo, y en las veredas de algunos comercios y casas podían apreciarse una serie de muñecos realizados en papel maché que los ecuatorianos llaman “años viejos”. Es tradición en este país y en algunas zonas de Colombia y de Perú, que cada familia construya o adquiera su propio año viejo para quemarlo en los primeros minutos del año entrante.
Otra tradición es que los niños se vistan de diablos y asusten a los transeúntes exigiéndoles monedas en pago de una presunta deuda. El mito indica que saldando esta deuda se accede a un año generoso y próspero. Tamaño susto me pegué aquella tarde en la playa cuando dormitando en una reposera se aparece delante de mí un demonio completamente vestido de rojo, con cuernos y todo, una máscara en la cara y voz de ultratumba diciéndome no sé que cosa.
Y por último, la tercera tradición es la de las viudas: son
hombres que se visten de mujeres de luto y andan por ahí llorando a sus
ficticios esposos, en tanto interrumpen el tránsito de vehículos y transeúntes,
también pidiendo monedas. Esto no significaba un gran problema en Montañita,
donde el tránsito vehicular es prácticamente inexistente y todas las calles
parecen peatonales. Las viudas, por lo demás, casi existían, al menos las de
mentira. Los niños preferían el disfraz de diablo al de mujer llorona.
La segunda tarde transcurrió de manera similar a la primera. Una pareja de rosarinos que habíamos conocido el día anterior y eran parte del grupo de argentinos con el que habíamos terminado la tarde, había salido a vender empanadas, y les quedaban ya las últimas. Nos quedamos allí charlando hasta el atardecer, y nos contaron que la semana anterior, un grupo de vecinos había agredido físicamente a los artesanos de la playa, por considerarlos culpables de la vorágine de droga y excesos de las que Montañita es víctima en los últimos tiempos, que habían acabado en el asesinato de una chica colombiana. Pero dieron con los asesinos y el veredicto fui aun más cruel que el delito inicial: los quemaron vivos. Cosas que suelen suceder en un pueblo donde la policía apenas cumple una función “reguladora”, y donde el Estado no ejerce el gobierno, en su lugar lo hace una comuna vecinal, característica de muchos pueblos costeros del país.
Nacho estaba con dos problemas importantes. Uno era que no
podía conseguir cambio de cien dólares ¡Y atentos con esto! Casi nadie acepta
billetes de cien dólares en Ecuador, así que es mejor proveerse de ellos antes
de comenzar el viaje. Yo ya había ido advertido, pero tampoco llevaba tanto
efectivo encima, y debí pagar alguna que otra cosa a mi compañero de viaje, por
lo que el cambio verde se me agotó rápidamente. El otro problema era que, según
habíamos convenido, nos separaríamos por una semana, puesto que al día
siguiente yo me iba a Guayaquil para volar en la mañana siguiente a las Islas
Galápagos. Como él no iba a Galápagos, pasaría el año nuevo en Montañita y nos
encontraríamos en Guayaquil a mi regreso, una semana después.
Sí, sí, sí, todo muy lindo, pero estábamos en un lugar
turístico por excelencia, y todos los fines de semana los precios de los
hoteles suelen subir bastante. Ni hablar en los días festivos como el año
nuevo. Decenas de turistas ecuatorianos y extranjeros estaban llegando para recibir
allí el nuevo año, bailar, beber, y en algunos casos, fumar marihuana hasta el
amanecer.
La cuestión era que en el hotel donde estábamos, si se lo
podía llamar hotel, nos habían advertido que debíamos desalojar el cuarto el
viernes al mediodía. Inclusive cuando Nacho ofreció seguir pagando el precio de
una habitación doble, aunque yo ya no estuviese allí, el dueño nos explicó que
esperaba la llegada de nuevos huéspedes y cobrarles al menos 15 dólares por
persona.
Mi compañero de viaje estaba entonces en un aprieto. No
tenía donde hospedarse en los próximos días. Preguntaba aquí y allá y los
precios eran exorbitantes en todas partes. Se comunicó entonces con un muchacho
argentino de viajeros.com (www.viajeros.com)
que estaba en un camping cercano. Allí fuimos entonces, al camping donde se
alojaba Eduardo, que estaba completamente lleno. Nacho habló con un dueño y
logró convencerlo de que le alquilase una carpa a partir del día siguiente, en
un rinconcito del camping que ni siquiera era para acampar.
Aquella noche, después de la cotidiana ronda nocturna,
terminamos cenando y luego tomando unas cervezas en la playa junto con Eduardo.
Él pertenecía al cuantioso grupo de usuarios de www.viajeros.com que estarían llegando en
los días siguientes para recibir allí el año, y que lamentablemente yo no
llegaría a conocer. Pasar el año nuevo en las Islas Galápagos había sido una
decisión forzada, debido a que, cuando decidí que formarían parte de mi
itinerario y me dispuse a comprar el pasaje, el precio de los vuelos había
aumentado considerablemente. Sólo mantenían los precios los vuelos
correspondientes al 31 de diciembre y al 1ro de enero, fechas en los que, se
supone, hay menos personas dispuestas a volar.
A la mañana siguiente me desperté temprano y desayuné en uno
de los pocos lugares abiertos, el mismo donde habíamos cenado por menos de dos
dólares la noche anterior. “Hay bolón con café”, me dijeron. Y pedí que me
trajeran uno. Me reía solo de verme a aquellas horas de la mañana comiendo una
enorme bola frita de queso, huevo y manteca, muy sabrosa por cierto, y
acompañada por un café y un huevo frito. Desayuno atípico, si los hay, para un argentino.
Luego me fui a caminar un poco por la ruta, hacia el lado de Olón, para conocer un poco más de hacia allá del pueblo, ya que difícilmente anduviese nuevamente por ahí, al menos en lo breve. Así fui a parar un sector más oneroso repleto de cabañas con playa propia. Mi intención era subir a un mirador que había allí cerca pero la hora y el bolón que me había comido no me lo permitieron.
Después fui a comprar el pasaje en micro a Guayaquil, que
salía a las 10 de la mañana, y para mi sorpresa, pagué los cinco dólares que
costaba con un billete de cien que me aceptaron sin decir ni mu. La otra
sorpresa la tuve un rato después, y consistió en llegar al hotel y encontrar
cerrada con llave la puerta del cuarto que había dejado abierta, cansarme de
golpear y darme cuenta de que Nacho no estaba. Ya eran más de las nueve y media
y todavía tenía que guardar cosas en mi mochila y caminar hasta la Terminal. Parado en la esquina del hotel, desde donde podía divisar la
entrada y las calles adyacentes comencé a llamar y a enviar mensajes
desesperados por mi celular a Nacho. Pero no respondía. Luego de un rato,
completamente impaciente, volví al hotel ¡Necesitaba sacar mis cosas de allí! Y
casi tiro la puerta abajo cuando Nacho, en su octavo sueño se levantó a abrirme
y dijo que había cerrado la puerta que yo dejé abierta ya no recuerdo por qué
cosa.
Mi compatriota me dio los pocos dólares que me había quedado
debiendo (ya había resuelto el problema del cambio pagando tres dólares en un
negocio para que le cambien un billete de cien), nos despedimos, y me fui casi
corriendo a la Terminal. Enseguida
llegó el micro que me llevaría hasta la ciudad más grande del Ecuador. En el
camino fui charlando con mi compañero de
asiento…charlando es una manera de decir, porque sólo hablaba inglés, y yo más
que “hello” no paso, así que íbamos dele hacernos señas y yo pronunciaba cada
palabra bien lento y estirándola mucho para que me entendiese. El pobre debe
haber pensado que el español se hablaba así, al estilo “cetáceo” que habla Dory
con la ballena en “Buscando a Nemo”. Demás está decir que nada podía
comprender el pobre pibe, porque no entendía el español común, mucho menos el
español-cetáceo. Pero yo empeñado en hacerme entender, después me di cuenta del
papelón que fui haciendo durante todo el viaje, con mi cetáceo y mis señas.
Pero después de todo, si uno no se ocupa de hacer papelones en lugares lejanos,
allí donde nadie te conoce, ¿dónde sino…?
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