MONTAÑITA, ECUADOR, Martes 27 de diciembre de 2011
Este viaje comenzó a las tres de la mañana del último martes
de 2011, cuando salí de la casa de mi amigo Ariel, en Buenos Aires, para tomar
un colectivo que me llevase al Aeroparque Jorge Newbery. De allí, y no de
Ezeiza, que queda mucho más lejos, partía mi vuelo rumbo a Guayaquil, con
escala en Santiago de Chile.
Mi primera experiencia en el aire, no tuvo mayores
inconvenientes. El despegue fue sensacional y me fascinó ver a Buenos Aires
desde arriba, aunque, en pocos minutos, todo el suelo se tiñó de verde y ya no
pude adivinar sobre qué lugar de la llanura pampeana estábamos volando.
Al cabo de dos horas estábamos en Santiago, la primera y
única escala. Minutos antes había tenido la sensacional experiencia de pasar
por arriba de la Cordillera
de los Andes y ver los picos nevados del Aconcagua debajo mío, algo que jamás
habré de olvidar.
Cuando aterrizamos, el muchacho que viajaba a mi lado junto
a su hija me miró diciéndome:
-¡Qué buen aterrizaje!-
A lo que respondí:
-¿Ah, sí?, me alegro, porque jamás había aterrizado antes en
ninguna parte.
Unas chicas que viajaban detrás de mí me recomendaron que me
tapase la nariz e hiciera fuerza para expulsar el aire, ya que mi único
problema había sido que se me taparon los oídos cuando el avión comenzó a
descender. Las chicas, de la zona norte de Buenos Aires (lo supe porque jugaban
a divisar sus casas en el momento del despegue), también se dirigían a
Montañita, Ecuador, lugar al que ya habían viajado en grupo vaya a saber uno
cuando, puesto que ninguna de ellas pasaba los 20 años de edad.
La espera en Chile fue breve. En poco más de una hora estaba
nuevamente arriba de un avión, ya con destino directo a Guayaquil. Por más que
lo intenté allí tampoco fui capaz de dilucidar en qué lugar del territorio
chileno me encontraba a medida que el vuelo avanzaba. Ahora, la cordillera se
veía en el horizonte, a la misma altura que el avión, y por encima de las
nubes. Un espectáculo sensacional.
El vuelo fue muy tranquilo, y a las dos de la tarde estuve
en Guayaquil, donde los trámites migratorios fueron rapidísimos. La sorpresa
fue encontrarme, allí en el aeropuerto, con que Nacho, mi compañero de viaje en
esta ocasión, había llegado ya hacía un buen rato, en otro vuelo sin escalas
desde Buenos Aires. Por los cálculos previos, el vuelo de Nacho debía llegar
unos minutos más tarde que el mío. Sin embargo, allí estaba esperándome. Lo
había conocido unos meses atrás, gracias al foro de www.viajerosunidos.com.ar, a
través del cual me contactó, proponiéndose como acompañante en esta nueva
aventura viajera. Enseguida comenzamos a definir tiempos y destinos a visitar,
con la aclaración de que “si no había onda”, cualquiera seguiría su camino en
solitario sin chistar. La experiencia, y la convivencia, ya verán, lejos de
todo pronóstico para quien ose viajar durante un mes con un absoluto
desconocido, resultó sumamente agradable y divertida.
El plan era rajar para Montañita apenas llegásemos y antes
de que los hoteles se llenasen por completo y terminásemos durmiendo a la luz de la luna, cosa muy probable en
Montañita en vísperas de año nuevo.
Tuve la fortuna de divisar desde el avión, segundos antes
del aterrizaje, la Terminal
de Ómnibus de Guayaquil, y al comprobar que se encontraba a unos pasos del
aeropuerto, allá nos fuimos, caminando nomás, con nuestras mochilas a cuestas
(Nacho llevaba una valija, ya que un problema en su columna vertebral le impide
andar cargando con peso).
El primer malentendido surgió cuando en la calle le preguntamos
a un joven qué calle debíamos tomar para llegar a la Terminal.
-¡Largo!- Afirmó el muchacho a la vez que señaló hacia la
izquierda con su dedo índice e inmediatamente siguió caminando en dirección
contraria a la nuestra.
La sensación fue que nos estaba echando de allí, y sin
comprender muy bien lo que nos había querido decir, preguntamos esta vez a una
señora que también nos contestó “¡Largo!” y entonces tuvimos la certeza de que
en Ecuador, la expresión “largo”, significa “siga derecho”. Así lo hicimos y en
10 minutos de caminata llegamos a la enorme Terminal Terrestre de Guayaquil.
¡Un mundo de gente donde se complica caminar sin chocarse con alguien!
Tuve mi primer exabrupto cuando estábamos haciendo la fila
para comprar el pasaje hasta el cruce Santa Elena (ya no había pasajes directos
a Montañita), y uno de los empleados de la boletería, ofrecía, detrás nuestro y
a los gritos, los últimos boletos al grito de “¡Santa Elena, Santa Elena….!
Acto seguido, en caso de encontrar algún interesado, lo conducía hasta la
boletería donde le vendían el pasaje sin respetar el orden de la fila. La
cuestión fue que cuando nos tocó el turno se habían terminado los pasajes y por
supuesto, comencé a despotricar.
-¡Pero señora! ¿Cómo no se van a terminar si hace media hora
que estamos acá haciendo la fila y este hombre se traen a todos los que pasan
por el pasillo y les vende el pasaje sin respetar el orden de llegada! (Después
pensé que habría pensado Nacho, al que ya le había adelantado en nuestras
charlas por MSN que suelo ponerme bastante irritable en ciertas ocasiones, y
ésta había sido la primera, a unos minutos de pisar conocerlo).
Finalmente, no sé de donde los sacaron, pero obtuvimos
nuestros boletos, que nos costaron U$S
3.50 cada uno, y luego de comprar agua y algunas cosas para masticar durante el
viaje, partimos hacia Montañita, una de las más famosas ciudades balnearias del
Ecuador.
El colectivo era muy básico, aunque tenía TV, y durante gran
parte del viaje fuimos viendo la película argentina “Papá se volvió loco” con
Guillermo Franchella y Lucía Galán. Los ecuatorianos estallaban en carcajadas
en cada fragmento de la película mientras yo trataba de conciliar el sueño, con
la almohadita acolchonada que me había traído del avión, que era mucho mejor
que la inflable que había comprado en Buenos Aires.
Apenas llegamos a Santa Elena, tomamos otro micro que iba
por la conocida “Ruta del Sol” hasta dejarnos en Montañita (U$S 1.50 c/u). En
este micro, preguntando a unos muchachos ecuatorianos que viajaban detrás de
nosotros, Nacho se encontró con que uno de ellos había resultado ser amigo de
un conocido suyo.
Ya en Montañita, caminamos una cuadra y en una esquina un
señor nos ofreció ir a ver un cuarto para dos personas que nos dejaba por 7
dólares la noche. Pero no hacía dos minutos que habíamos puesto nuestros pies
allí y preferimos echar un vistazo a otros lugares. ¡Gran error! Todo estaba
ocupado y todo costaba más de 10.
Cuando volvimos, el hombre ya había alquilado el único
cuarto disponible, y después de recorrer uno y otro lugar, terminamos sobre la
ruta, ya de noche, en el preciso lugar donde nos había dejado el colectivo.
Allí había un hostel, cuyo encargado no estaba, pero unos chicos cordobeses que
se hospedaban desde hacía bastantes días nos mostraron un cuarto y nos
ofrecieron esperar ahí hasta que llegase el encargado. El hostel tenía cocina,
pero el cuarto no era lo más atractivo que digamos. Debíamos compartir una cama
de dos plazas, no había lugar ni para moverse, y el único ventilador estaba puesto
como un velador, justo en el medio del respaldo de la cama, apuntando hacia la
misma.
Nacho se quedó cuidando el equipaje y charlando con Franco,
el simpático cordobés que nos recibió, mientras que yo, cansadísimo, con sueño
y empapado en transpiración, salí a recorrer la ciudad en búsqueda de
hospedaje, hasta que di con uno convincente, por 8 dólares, a unas cuatro
cuadras de centro, cerca de todo, pero lejos del bullicio de los bares y las
discotecas.
Después de una refrescante ducha, fuimos a dar una vuelta y
a cenar. Comí una rica quesadilla de jamón y queso con palta, ensalada de
cebolla, nachos y ajíes, más una Coca-Cola por 7 dólares. Era uno de los menús
más baratos que encontramos. Después de eso, mi compañero de aventuras se quedó
recorriendo un rato la ciudad y yo me fui a dormir. ¡Ecuador me esperaba lleno
de sorpresas!
Solo quiero agregar que el viaje fue alucinante mas no podia pedir, fui con la expectativa de pasarla genial y la pase mas que genial, espere un compañero buen onda y encontre una persona mas que buena onda, cagado de hambre todo el dia, a toda hora, a cada minuto pero genial mi compañero de viaje Gaston Quiroga. El era el messi del grupo que diriga donde hospedarnos porque yo era un salame para eso jejeje. ahora metemos sur o colombia
ResponderEliminarUn gran viaje, sin lugar a dudas. Continúen leyendo, y ya verán... ¡Y sí! ¡Se viene el próximo!
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