El precio, bastante accesible: 24 reales. Me ubicaron en un cuarto amplio compartido con algunas personas más. El único problema era el terrible calor que hacía allí dentro, ya que el ventilador no alcanzaba a refrescar el ambiente. Dormí hasta después del mediodía y luego salí a recorrer un poco la ciudad: el centro y el mercado público. Porto Alegre no es una ciudad turística y no hay mucho por hacer. Los paseos en barco me parecían algo insignificantes después de haber navegado por las aguas verdes esmeralda y azules de Ilha Grande.
El segundo día en la ciudad paseé por el Parque Farroupilha donde hay un pequeño zoológico y por la tarde contraté un tour por la zona sur de la ciudad. Los micros que hacen los tours parten de la oficina de turismo y fue una verdadera odisea encontrarla. Con mapa y todo en la mano no conseguía ubicarme y para colmo de males las personas a quienes preguntaban me mandaban con total seguridad a lugares cada vez más lejanos, pero no está muy lejos del centro, queda a sólo un par de cuadras de la sede del gobierno estadual. Entre tanta vuelta llegué tarde y el tour de la mañana ya había partido así que me fui a almorzar y a dar una vuelta por el centro hasta que llegó la hora del segundo turno del tour.
Los dos tours más comunes que se ofrecen son un paseo por el centro de la ciudad y otro por la zona sur. Elegí este último ya que algo del centro había podido conocer por mi cuenta. El tour me gustó bastante, ya que nos explicaron gran parte de la historia de la ciudad y en el recorrido pueden observarse lugares muy diferentes a los del centro, con una naturaleza más expuesta y bonitas vistas del río.
En el preciso momento en que terminó el tour se largó a llover, así que me fui al hostel donde me quedé hasta la noche charlando con el resto de los que allí se alojaban.
Mi último día en Porto Alegre lo dediqué a visitar el Museo de Ciencia y Tecnología PUCRS, un lugar muy interesante, principalmente si se va con niños, ya que es sumamente atractivo, novedoso y didáctico.
Me fui de allí por la tarde y terminé el día cenando nuevamente en el mercado público. Después de la llovizna comenzó a hacer calor y ya había caminado bastante así que llegué al hostel todo transpirado, pedí permiso para darme una ducha rápida pero no me dejaron (ya había desocupado el cuarto al mediodía), fue el único detale que no me gustó, ya que fuera de eso me sentí muy cómodo y los dueños eran muy amables.
Me despedí aquella noche de Brasil, Dios sabe cuánto extrañaría la caipirinha y el asaí que ya se habían vuelto moneda corriente en mi menú de todos los días. Pero me aun me quedaban unos días más de viaje, en otro país, uno que en el que nunca había estado y con el que los argentinos estamos muy emparentados: la República Oriental del Uruguay.
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