Llegué a San Pablo desde Paraty cerca de las seis de la tarde. Llovía torrencialmente. La noche anterior había recibido la aceptación de un miembro de couchsurfing para hospedarme en su casa. Pero Mauricio, que así se llamaba mi couch, había escrito su mensaje en inglés y no tenía la menor idea de cómo llegar hasta su casa, que estaba bastante lejos de la Terminal de ómnibus. Afortunadamente, un compañero de cuarto me tradujo el mensaje y anoté en un papelito las indicaciones necesarias para llegar hasta la casa de mi anfitrión.
La Terminal de Tiete es enorme, y San Pablo, la mayor metrópoli de Sudamérica, con sus 11 millones de habitantes me quedaba demasiado grande. Las líneas de metro están organizadas por colores, y con mi papelito en la mano conseguí llegar hasta la estación Sumare y desde allí al departamento de Mauricio, en un edificio muy elegante de una zona residencial de la ciudad.
Mauricio es periodista y comparte el departamento con un amigo, William. Esa noche, ambos estaban invitados al cumpleaños de una compañera de trabajo, y allí me llevaron. Todos los invitados eran periodistas, y mientras estaba yo allí, la hermana de la cumpleañera llegó con sus maletas justamente desde Buenos Aires, así que tuvimos mucho tema de conversación y lo pasamos muy bien. Más tarde, los tres fuimos a tomar una cervezas a un bar cercano, y regresamos al departamento caminando, por lo que pude conocer parte de la ciudad por la noche.
Ya al caer la tarde, caminé un buen rato por la ciudad, y cené en la Avenida Paulista. Por la noche, quisimos ir un teatro donde daban unas obras muy singulares, según Mauricio, pero estaba cerrado, así que terminamos tomando unas cervezas con él y William y yéndonos a acostar bastante temprano teniendo en cuenta que era sábado.
Más tarde fui caminando hasta el Parque do Ibirapuera (¡cómo me costaba pronunciarlo!), el mayor parque de la ciudad, donde concurrí a una exposición muy interesante sobre el agua. Había esculturas realizadas con agua, abundante información sobre el cuidado de la misma, acuarios, la simulación de una tormenta, una inmensa proyección sobre el techo emulando al fondo del mar mientras los asistentes permanecían recostados sobre colchones de agua… en fin, una singular muestra realizada en La Oca, un edificio circular que se encuentra dentro del parque y enfrente del anfiteatro construido por Oscar Niemeyer, en el que había aquella noche un espectáculo al que no asistí debido al cansancio y al dinero que había gastado hasta entonces.
Por la mañana, luego de decidir quedarme un día más en San Pablo y partir a Curitiba la mañana siguiente, fui a comprar libros a los sebos que están detrás de la Catedral da Sé. Frente a la Catedral comí una especie de shawarma bastante rico, cuya carne, según me dijeron después William y Mauricio, era de gato. ¡Puajjj…!.
Después de comprar los libros (la mayoría de Saramago y de Jorge Amado), pasé por el Teatro Municipal, y seguí rápido hasta la torre del edificio Italia, (http://www.edificioitalia.com.br/), el segundo más alto del Brasil antes de que cerrara. Allí pude tener una vista panorámica de la ciudad desde el piso 44. Cuando regresé, lo hice charlando con un español que acababa de llegar al Brasil, y con la conversación y todo olvidé ingresar al Teatro Municipal. Un descuido imperdonable para mi, que me gusta conocer los teatros de todas las ciudades.
Desde allí fui al Parque de la Juventud. Un parque cercano a la Terminal de Tiete, cuyo mayor atractivo reside en que allí se encontraba 2002, año en que fue demolida, la prisión de Carandirú, una de las mayores de Latinoamérica. La cárcel fue demolida luego de la filmación de la película que reproduce la Masacre de Carandirú, ocurrida en 1992, pero sin embargo aun quedan allí algunos restos, bien ocultos para el visitante: el único pabellón que aun continúa en pie ha sido restaurado y funciona allí un centro cultural.
La anécdota de la tarde fue que encontrándome allí sentado en uno de los bancos del parque, se me acercó una mujer policía y me dijo que estaba prohibido tomar fotografías en el lugar, y que si quería hacerlo debería solicitar un permiso. Sólo por curiosidad ante el insólito requerimiento, la acompañé hasta unas oficinas donde debí completar un formulario con mis datos y firmar por escrito que las fotografías eran para un trabajo universitario. Antes de sellarme el permiso me explicaron que aun existe allí una prisión femenina y por eso la prohibición y el excesivo control hacia los transeúntes. Cuando me retiraba de la oficina, una mujer con uniforme de seguridad informaba por el handy a sus compañeros que “un muchacho con camiseta azul y pantalón azul, todo de azul, estaba autorizado a tomar fotografías en el parque”. Yo me alejaba mirándome la ropa extrañado, ya que vestía una remera celeste y un pantalón beige. Un rato después, un grupo de vigilantes con quienes me encontré se mataban de risa cuando me vieron tomando fotos, comentando: “¿Así que usted es el que anda sacando fotos todo vestido de azul?
El parque no tiene nada de interesante si uno desconoce la historia de Carandirú, y casi nada queda de lo que fue la cárcel originalmente. Desde allí me fui caminando junto a las vías del metro, hasta la Terminal de Tiete donde saqué mi pasaje a Curitiba para el día siguiente.
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