El itinerario que me había propuesto incluía unos días en la zona norte del Estado de Río de Janeiro: Buzios, Cabo Frío y Arrabal do Cabo. Pero ya estaba agotado de subir y bajar de micros día tras día. No había parado desde mi salida de Buenos Aires y prácticamente no había permanecido más de un día en una ciudad. Luego de exponerle mis dudas a todo el mundo, decidí ir directamente hacia el sur, y pasar un día más de los previstos en Ilha Grande. Además, tenía la espalda al rojo vivo luego de haber pasado el día anterior en la playa (el precio por ir a la playa solo y no tener quien te frote la espalda), y no tendría mucho sentido ir tres días a conocer tres lugares cuyo máxima atracción eran las playas, así con el cuerpo ardiendo y las amenazas de lluvia.
Ya con pasaje en mano y con el cuerpo encremado, me fui al Jardín Botánico donde había quedado en encontrarme con Matías. Pero llegué casi una hora antes así que aproveché para almorzar en un pequeño bar de la zona.
Poco después del horario convenido, ingresé al botánico donde Matías ya me estaba esperando junto a su novia. El Jardín Botánico de Río es una de las atracciones de la ciudad y una de las principales reservas de plantas del mundo. Fue creado por la Familia real Portuguesa en 1808, en su interior están además los restos de lo que fue una antigua fábrica de pólvora.
Después de tomar unos jugos en el Buffet del Jardín Botánico, fuimos los tres a tomar un asaí. Jamás había oído hablar de esa fruta violácea, verdaderamente deliciosa, que habría de acompañarme el resto de la semana, pues una vez probada, me volví adicto a ella. Generalmente la sirven en un cuenco, helada, con bananas y granola.
Ya estaba por caer la tarde cuando me despedí de Matías y de su novia Mariana, para irme a ver el atardecer carioca en la Laguna de Freitas, ya que sólo la había conocido de noche. Otra vez estaba repleta de gente, muchos trotando, patinando o simplemente paseando por allí. Algunos grupitos hacían picnics en los muelles y otros merendaban en los tantos bares aledaños.
Como el micro hacia Mangaratiba no salía hasta las 5 de la mañana (había sacado el pasaje en ese horario para llegar a tiempo a tomar la balsa que me llevaría a Ilha Grande), dejé la ciudad lo más tarde posible, aunque a riesgo de quedarme nuevamente sin colectivos, como a la una de la mañana decidí partir hacia la Terminal, a la que llegué cerca de las dos. Ya me habían recomendado que permaneciera en el primer piso, ya que a esas horas de la madrugada podía resultar peligroso quedarse en la planta baja, aunque estaban limpiando y había policías, el primer piso parecía un lugar más indicado para esperar tres horas, aunque el calor que hacía era insoportable y aunque lo intenté no pude dormir. No solamente por el intenso calor sino por el temor a dormirme y que perder el bus, que finalmente tomé a las 5 en punto de la mañana.
Mirá el video de este capítulo:
http://vimeo.com/25375822
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