El camino a las Salinas Grandes está lleno de curvas y es totalmente en subida, un constante camino de cornisa que supera los 4.000 metros de altura, asfaltado, eso sí. Es el mismo por el que se llega al Paso de Jama en la frontera con Chile.
Víctor, nuestro chofer, hizo a la vez de guía. Las curvas son tan pronunciadas que no paré de balancearme constantemente de un lado hacia el otro. En algunos momentos podíamos ver las nubes debajo de nosotros. Después de una hora de ascenso llegamos a las salinas. El chofer nos dejó en la ruta y caminamos unos 500 metros hasta donde se encuentran las piletas en las que se procesa la sal. Allí vimos como unos artesanos tallan figuras en piedra y las venden a los turistas, que en esta ocasión éramos nosotros. No había casi nadie más allí. Estos hombres trabajan al rayo del sol todo el día, y por eso utilizan unas máscaras que les cubren todo el rostro.
A mi, el protector solar me resultó insuficiente. Los hombros y la nuca me quedaron al rojo vivo. Después de una hora allí grabando y sacando fotos, regresamos a Purmamarca mientras contemplamos el atardecer durante el viaje. En el camino, Víctor nos mostró una camioneta que había volcado unos 700 mts. dos días antes. Según el, aquel era el tercer accidente desde que la ruta se había asfaltado hacía seis años. Esa noche, Mariano hizo una asado que demoró unas cuantas horas pero valió la pena. Nos divertimos mucho con una pareja de italianos que se hospedaban con nosotros: Davide y Kiara. Y compartimos la cena con Marina y Gladys, una entrerriana y la otra correntina, las dos con muy buena onda. Comimos los cinco el asadito bajo la luz de las estrellas y rodeados de cerros de colores y de los perros del lugar que esperaban ansiosos por un hueso.
Mirá los videos de este capítulo:
http://www.vimeo.com/11580198
http://www.vimeo.com/11754379
http://www.vimeo.com/11757873
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