Llegué a San Ignacio con la dirección de un hostel que había obtenido en Internet, anotada en un papelito. En la Terminal, pregunté si quedaba lejos, y como apenas eran unas seis cuadras desde allí, decidí ir caminando y ahorrarme el taxi.
Lo que no tuve en cuenta fue que el dato que aparecía en la web tenía una antigüedad de dos años. Cuando me iba acercando al domicilio especificado en el papelito divisé un patrullero que se detuvo unos cien metros delante de mí, del cual descendieron dos gendarmes que ingresaron a una casa y salieron minutos después. El patrullero arrancó en el momento en que yo llegaba al lugar, y era precisamente el mismo sitio en el que habían ingresado los gendarmes y del cual se estaban retirando.
Al llegar a una esquina, encontré a una familia tomando mate en la vereda y les pregunté si conocían algún hostal económico. Me indicaron que continuase caminando por ese asfalto hasta las ruinas y que después de seguir una cuadra más doblase a la derecha. Así llegué hasta el hostal El Jesuita donde Graciela, la dueña me atendió con su bebé en brazos y le rogué que me dijese que tenía una cama disponible.
Afortunadamente así fue. Graciela me explicó en detalles todas las actividades que podía realizar en San Ignacio, e incluso me recomendó algunos lugares donde comer.
El hostal era pequeño, apenas dos habitaciones y un baño compartido, pero absolutamente cómodo, con una biblioteca y películas relacionadas con la provincia de Misiones y con las misiones jesuíticas guaraníes.
Graciela me presentó a los que se hospedaban allí: un matrimonio europeo, una pareja de españoles, una francesa y un brasilero de edad avanzada con quien trabé amistad enseguida. Sin duda alguna, debo haber sido brasilero en otra vida ya que siempre termino trabando amistad con personas del país vecino.
El brasilero, cuyo nombre lamentablemente olvidé, fue conmigo a ver el espectáculo nocturno de luces y sonidos en las ruinas de San Ignacio, a solo dos cuadras del hostal.
Luego de aquella experiencia sensacional, fuimos a cenar a un restaurante cercano. En realidad, el brasilero ya había cenado pero me acompañó y compartimos mucha información ya que el destino final de su viaje era Buenos Aires, y yo terminaría aquella semana en Brasil, por lo cual su compañía me sirvió también para entrenar un poco mi portugués.
Hostal El Jesuita: $ 40 la habitación compartida.
Espectáculo nocturno en las ruinas: $ 20 para argentinos.
Cena (una suprema con ensalada, fritas y gaseosa) $ 23
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