Jesús de Tavarangue, Paraguay — domingo, 26 de diciembre de 2010
Pero los domingos los colectivos no andan con demasiada frecuencia, y recién había pasado uno, entonces, conocí a Jorge, que allí en la esquina esperaba con su moto orgulloso de ser el único en la zona que realiza el servicio de taxi-moto, y por 2.000 guaraníes me llevó hasta la misión de Jesús que quedaba a sólo dos kilómetros de allí. Me dejó en la puerta y me dio media hora para recorrer la Misión, que era mucho más pequeña que la de Trinidad. Aquí también pude observar arcos, pero esta vez, del estilo musulmán que predominaba por aquella época en España, y es que aquí había actuado un arquitecto de origen español.
La Iglesia de la reducción hubiera sido una de las más grandes de la época de no haber sido porque se hallaba en plena construcción cuando los jesuitas fueron expulsados del territorio americano por la corona española.
La misma familia paraguaya que había visto en Trinidad estaba ahora aquí, seguramente en un vano intento de hallar la respuesta al misterio por el cual los jesuitas no habían terminado sus construcciones, y quizás en este caso la respuesta a su interrogante podría haber sido otra: los echaron antes de que pudiesen acabar con la construcción.
El recorrido fue muy rápido y aproveché unos minutos para tomar un mini-almuerzo bajo la sombra de unos árboles. Jorge me esperaba en la puerta.
Le pagué al finalizar el viaje, y a los pocos minutos pasó el colectivo que me llevaba nuevamente hasta la Terminal de Encarnación, allí volví a tomar un ómnibus hacia Posadas, y esta vez los trámites migratorios fueron todavía más rápidos, no demoramos casi nada.
El único factor en contra de aquel día había sido el calor espeluznante que se sentía. En Encarnación recorrí la feria, compré un mate de recuerdo, y tomé unas pocas fotos. Ya en Posadas, retiré mi mochila y saqué el pasaje a San Ignacio, ciudad a la que llegué al cabo de dos horas.
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